A veces reconforta volver a los principios de todo esto |
Una figura trascendental en la historia del toreo, aunque casi siempre sin demasiados protagonismos, es el apoderado. El que en otros momentos se convertía en descubridor de talentos y en quién iba esculpiendo el torero para sacarlo adelante. Así era la materia prima, así iba puliendo al aspirante a vestirse de luces. Ha habido apoderados de leyenda, empezando por Ojitos que encontró al primer fenómeno mexicano, Gaona, o Calderón que reconoció el genio heterodoxo de Belmonte, siguiendo por los Camará, Dominguín, Marcial Lalanda, después Florentino Díaz Flores o el Pipo y más recientemente Antonio Corbacho, descubridor del último gran fenómeno del toreo. Repárese que no he mentado a ninguno de esos empresarios/ apoderados/ ganaderos que proliferan en la actualidad llevando las carreras de los “profesionales” que se visten de luces. Quizá ahí está el quiz de la cuestión.
El ser torero no es solo vestirse bonito, salir, pegar pases a un animalejo y para casa. Porque si ese animalejo deja de ser eso y vuelve a ser lo que nunca debió dejar de ser, hace que entren en juego multitud de factores. El ser torero es poder a ese animal, pero al mismo tiempo es convencer al público y por esta vía, convencer al que firma los contratos. El ser torero es una carrera inacabable de perfeccionamiento, de superación, tanto en el cómo se torea, como en esa pelea con uno mismo que le haga ser capaz de superar obstáculo tras obstáculo. El ser torero es también vivir en torero, sentirlo, conocer al toro, conocer a todos los toros, los de este encaste, los del otro, los de este hierro, los del de más allá y entender lo que son los toros, lo que ahora llaman tauromaquia. El ser torero también es alcanzar el triunfo y encajar los malos días, disfrutar los halagos, compartir con los partidarios y tener alguien que no te deje caer en la peligrosa ceguera de la vanidad. De los que dicen “bien torero”, “que grande torero”, de esos sobran. Lo que hace falta es que también haya quién diga las cosas cómo son y porque son, que para decir que mal has estado valemos todos, pero para decir por qué se ha estado mal y ofrecer soluciones, eso ya es harina de otro costal. El torero, y cualquier, que tiene a una persona para echarle una bronca y a continuación darle un abrazo de verdad, ese tiene un tesoro. Y quizá esa persona, la que desempeña todos los papeles que hacen que el torero, que la persona eche para adelante, quizá sea el apoderado, entendido como siempre se entendió.
Está claro que los apoderados también tienen que defender a su torero y los intereses de este en los despachos, unas veces haciéndose valer y otras, a tumba abierta, para lo que sea, porque el chaval tiene que abrirse camino en esto del toreo. Que está claro que en un principio todo arrancaba por intereses puramente crematísticos, lo que hacía que hubiera que tener muy buen ojo con el muchachillo que quisiera ser torero. Había que verle cualidades y disposición para hacer el camino de querer ser torero. Ahí se la jugaban todos, el de luces y el apoderado, aunque los meneos solo se los llevara el primero. Pero había que hacerlo poco a poco, pulir los defectos con los engaños, los terrenos, las querencias, que si había que echar horas y noches reventando el carretón con la espada, que si había que buscar un ganadero que le pusiera unas vacas. Es un no acabar.
Pero los tiempos han cambiado tanto, que ahora hay apoderados que lo mismo se limitan a pegar voces destempladas para desquiciar al chaval, que como todo consejo no dan más que para decirles eso de “véndelo”, que delegan en otra persona para que le acompañe por esas plazas de Dios y que al final casi ni se ocupa de liquidar a final de año, que para eso hay contables. La gran mayoría de los que se hacen ahora llamar apoderados, no miran las condiciones del chaval, primero se enteran del trabajo del padre y si tiene alguna pequeña fortuna para gastar con el niño, a ver si se hace torero y si se agota el parné, pues se le deja tirado y a otro. Que empiezan loando al nuevo Lagartijo y cuándo la fuente ya no da agua, se cortan las ilusiones del torerillo y de la familia con un “es que esto está muy difícil y el chaval no vale”. Y se permiten aconsejar al papá con que siga con los estudios, que estudie una carrera. Pero, ¿con qué dinero? Si la sanguijuela le ha chupado hasta el último céntimo. Y así pasa, que los chavales no están preparados, que lo mismo llegan a la alternativa y no se han enterado de que va esto, porque le han ocultado la verdad. Y si acaso puede continuar, una vez fuera de ese ficticio camino de rosas, viene la dureza del toro y del toreo.
Y quizá ya sea demasiado tarde cuándo los estafados se den cuenta de que lo que había hecho falta era un apoderado, una persona que supiera guiar los pasos del neófito y no un simple conseguidor de contratos, que en muchos casos florecían a costa del dinero del padre o la familia. Estos caballeros se ocupan muy bien de aislarlos, de mantenerlos en una burbuja de falsas promesas, de triunfos imposibles si no son prefabricados y de una carrera de glorias que ellos muy bien saben que no va a ser. Y lo peor es que siempre habrá una víctima que sin darse cuenta transite por ese camino que le hace tomar el desvío que le lleve de apoderados a conseguidotes.
Enlace programa Tendido de Sol del 17 de noviembre de 2019:
https://www.ivoox.com/tendido-sol-del-17-noviembre-de-audios-mp3_rf_44398287_1.html
3 comentarios:
Esos de hoy no son apoderados,son viles explotadores de la afición de jóvenes que llegan algunas veces a tomar una alternativa con pocas novilladas y por ende de fracaso cantado.
Saludos.Docurdó.
Docurdó:
Pero poco les importa ir estrellando chavales, porque los utilizan como si fueran de usar y tirar. Se sangra a uno y ya vendrá otro detrás.
Un saludo
Nice article as well as whole site.Thanks.
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