Después de haberse devorado las Ventas, ahora vienen las noches de pesadilla en las Ventas, pero sin un cocinero que intente poner orden por aquellos lares. Y más o menos, lo de siempre, los de siempre, que van a los toros con esa esperanza la de ver toros, pero... ¡Ay el pero! Un cartel encabezado por una ganadería que iba a ir para Francia, pero perdió el billete y se quedó en Madrid, tres espadas que igual no se creían que los pudieran anunciar en esta plaza y la guinda de los que nunca fallan, esos paisanos entusiastas que fletan buses como si fueran Álvaro de Bazán mandando su Invencible para conquistar el mundo, aunque luego ya se sabe, ni don Álvaro, ni conquista alguna. Que ya los veías antes de entrar con su pañuelico blanco al cuello, que es la señal inequívoca de que se va a los toros en disposición de darlo todo, todito, todo, para encumbrar al paisano. Que si hay que jalear un marronazo en mitad del lomo por parte del de aúpa, se jalea, que vale con atinar en lo negro. Que los trallazos enganchados los cuentan como esculturas taurinas, quizá pertenecientes a la escuela más abstracta del arte taurino, pero si a ellos les parece arte , y lo que es más importante hoy en día, les emociona, pues adelante con los faroles. Que oiga, a ver si nos salen con eso de la emoción unos por ver corretear a su paisano y no se lo vamos a permitir a los de los autobuses y los pañuelicos blancos. Hasta ahí podíamos llegar.
Toros de puro encaste Graciliano, ¿no? O igual... Pero no me vayan ahora a quitar esa ilusión, no tengan tan mala... Pero claro, uno los va viendo salir y, ¿qué quieren que les diga? Cornalones, eso nadie lo discute, escurriditos, que igual lo discute alguien, pero que en nada recordaban a aquellos que se decían del gasoil. Ha pasado mucho tiempo y por lo que se ve, ni del gasoil, ni de alcohol de quemar. Y si ya buscamos eso de Graciliano, mejor evítenselo, porque a nada que se pongan, no me extrañaría que se dieran a cualquier vicio perjudicial para la salud. Mansos como la madre que... Aunque igual la madre era un dechado de bravura y la pobre no tiene culpa, pero la mansedumbre les rebosaba. Con complicaciones, lo que hacía que la cosa no fuera tan soporífera como en otras ocasiones, y era lo que daba un poco de emoción, paisanajes aparte, a lo que allí ocurría. Emoción acrecentada por la incapacidad lidiadora de los de luces, caballistas incluidos. Capotazos mil, para no llegar a ninguna arte. Los banderilleros negados, aunque todavía hicieron saludar a Iván García, cosas del programa, y que con esas actitudes atléticas, llega como un rayo a los tendidos. Quizá el más aseado en un par fue David Adalid, que a la salida se vio complicado y muy complicado por el toro que hizo por él. Hay que reconocer el oportunísimo quite de Rafael Cerro a cuerpo limpio, primero por estar atento y segundo por ese saber cruzarse en el momento justo. De los picadores, pues si ya he dicho que se les jaleaban los marronazos. Eso sí, no se escuchó lo de “hay que picar”, que solo faltaba eso, animarlos. Ensañados con el palo y yo siempre digo que si el toro no va al caballo, pues tendrá que ir el caballo al toro, pero, ¡hombre! Eso va después de ponerlo en suerte, de cambiar los terrenos si es preciso, pero no de primeras; que se veía que el toro estaba ya parado, pero al menos, que lo dejen ver un poquito. Pero esto quizá sea parte de ese pragmatismo moderno, en el que todo es un trámite para llegar a la muleta. Y los toros, ante tanto barrenar, taparles la salida, hacer la tourmix, la carioca, navajazos traicioneros y todo tipo de tropelías desde el penco, se limitaban en el mejor de los casos a dejarse pegar.
Los espadas iban encabezados por Rubén Pinar, ese torero que tanto afecto muestra a las madres de los que le protestan, que cada día deben ser más y más, hasta ser legión. El segundo, Rafael Cerro, al que parecía que le habían dado el puesto a raíz del vídeo de un quite en una capea de pueblo, que como el de Adalid, oportunísimo. Y cerraba el cartel el confirmante Raúl Rivera, que seguro que estaría muy ilusionado por al fin confirmar en Madrid. Tres toreros que en el pasado año sumaron cinco festejos entre los tres. Que mirado estadísticamente, cada uno toreo un festejo y pico en el 24, pero yendo a la realidad, es que Pinar sumó cuatro, Cerro uno y Rivera... echen cuentas. Y no hablaremos de las plazas en las que sumaron esas actuaciones, peroles doy una pista, seguro que los de los pañuelicos blancos no necesitaron fletar ningún autobús.
Pinar no defraudó, perdido e incapaz como es habitual, que no le dio ni para explayarse con el pico, pero sí para bailar y bailar, probar que si por aquí no y por allí menos y a por la espada. En su segundo que si me lo saco de la raya, que si pruebo con la diestra y luego con la siniestra y como no lo veía claro, a otra cosa. A ver si un mal revolcón le iba a hacer perderse algún contrato. Rafael Cerro, que parecía que si iba a manejar con el capote, pues no, paso atrás, todo muy crispado, con la muleta más de lo mismo, sin poder jamás, venga enganchones, sin pararse quieto. En el quinto lo mismo, sin saber por dónde meterle mano, sin parar un momento, ventanazos, trapazos al cielo, que si ahora me pega un achuchón, que si en lugar de ir de luces me lo ponen de calle, más de uno se pensaría que estaba viendo a uno de las capeas de Arganda, Ciudad Rodrigo o cualquiera de esos pueblos de Dios que aún mantienen las ganas de dar toros. Y tras una media demasiado caída, ¡Oh, milagro! Cae el Fraile y asoman como margaritas en primavera, los pañuelicos blancos concentrados en el cinco bajo. Que después de lo del triángulo de las Bermudas, ese recuadrito es uno de los grandes misterios de la naturaleza. Que oiga, no se crea, que todavía los había que a la salida se quejaban del señor presidente. Que los hubo que te animaban a ser generoso porque llevaba una década sin venir a Madrid, que si tal, que si cual. Que poco ayudan estos entusiastas del pañuelico a los que consideran que tienen que hacer triunfar como sea. Que no voy a decir que me apetezca volver a ver a Rafael Cerro otra vez, pero si viene con esta grey autobusera...
Y cerraba Raúl Rivera. Que si Cerro recordaba a los que salen a las capeas hoy en día, este nos traía a la memoria a los capas de antaño maestros en asaltar corrales y agenciarse un par de gallinas. Que no es que no parara quieto, es que se quitaba con descaro en cada embestida, apartándose aún más de lo alejado del cite, largando el trapo allá dónde fuera, dejando bien a las claras el no saber por dónde echarle mano a aquello de negro. Unos bajonazos monumentales, que se iba tanto, tanto, que el llegar con el acero a cualquier parte del toro ya era meritorio, pero claro, eso no cuenta, el pegar la cuchillada caída no es de mérito, es de mucho demérito, demérito vergonzante.. Que los tres, como todos, se empeñaban en lo del derechazo y el natural, algo que no casaba con los de Juan Luis Fraile, que todo lo que se podía hacer con ellos era lidiar, macheteos por abajo, con poder y simplemente prepararlos para la suerte suprema. Y así, hasta podía ser que alguien les hubiera pedido la orejita, pero eso dicen que ya no gusta. Pues nada, que sigan a lo mismo y a ver cuántos festejos suman este año. Al menos el de ninguno en el 24, ya tiene uno en el 25, gran año para él. Pero que nadie se alarme, porque toreen las que toreen y dónde las toreen, que esos entusiastas de los pañuelos que nunca fallan.
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