domingo, 18 de septiembre de 2011

Juan José y Sánchez Bejarano, de Salamanca

El capote sirve, y mucho, para ahormar al toro. Otra cosa es saber ponerlo en práctica.


Suele ser habitual ver en los carteles como debajo del nombre del matador figura su lugar de procedencia, algo que a priori no debería tener mayor importancia, pues cada uno nace donde le toca y no hay lugar para reclamaciones. Pero esa coletilla que dice de donde viene el coletudo siempre ha supuesto una cierta idea de lo que el aficionado puede esperar ver en el ruedo. Y si alguna ciudad o provincia aseguraba un sello propio y muy definido era la que se anunciaba como “de Salamanca”. Entonces el aficionado esperaba a un torero lidiador, con buen manejo de las telas, buen capotero y capaz de plantar cara al toro complicado. Una fama bien ganada y alimentada por el buen hacer de nombres como El Viti, por encima de todos, El Capea padre, Julio Robles y más tarde José Ignacio Sánchez, que son los más recordados y conocidos por casi cualquier aficionado actual; pero yo no quiero olvidarme de dos toreros con una calidad indiscutible, que mantuvieron un buen cartel, que respondían a la perfección a eso de “de Salamanca”, pero que por diferentes motivos no se les ha valorado como quizás algunos creemos que se debía.

Agapito Sánchez Sánchez, “Sánchez Bejarano”, fue un torero de esos que aunque se anunciara el día de Nochebuena, el aficionado iba a la plaza, que esperara el cordero, ver torear al salmantino siempre tenía interés. Como ocurre con muchos matadores de toros, Sánchez Bejarano sufrió la injusticia de considerársele un buen capotero. Que lo era, pero esto no debe tapar lo buen torero que era. Pero claro, si uno era apoderado por Manolo Escudero y no aprendía a manejar el capote, entonces merecería ser mandado a las mazmorras del toreo y encadenado con grilletes a la vera del Tormes. Manejaba el capote con arte y con mucho poder. Metía a los toros en la tela preparándolo para el último tercio, que para eso sirve básicamente el capote.

Ya deslumbró en su presentación como novillero en Madrid, descubriéndose como un torero con gusto y que sabía lo que se hacía ante los novillos, en esta ocasión del Jaral de la Mira. Se doctoró en Las Ventas en pleno San Isidro, con El Viti de padrino y ganado de Francisco Galache, confirmando las buenas expectativas que despertó con anterioridad, y sorprendiendo en la forma de ejecutar la suerte suprema. Y subrayo lo de la ejecución, tan importante como la colocación y la eficacia de la espada. Tres pilares irrenunciables y en los que ninguno puede prevalecer sobre los demás.

Sánchez Bejarano se mantuvo poco tiempo en lo que se puede llamar el circuito de las grandes ferias, pero sí que era habitual verle en Madrid en las corridas del verano o antes de San Isidro. Él solo ya era suficiente aliciente para decidirse a ir a los toros, unos iban a ver el capote, otros a ver a un torero “de Salamanca”, otros a ver su espada, pero todos coincidían en que se iba a ver a un buen torero, a un matador de toros.

Juan José fue un torero que despertó las ilusiones no solo de la afición charra. Parecía la perfecta continuación a El Viti, ya consagrado, muy del gusto de Madrid, torero sobrio con capote y muleta y con ese saber defenderse que da la experiencia de haber andado por las ganaderías de la provincia. Porque hay que tener en cuenta que estamos hablando de un momento en que el toro era bastante más encastado que lo que podemos ver ahora. Tomó la alternativa en Manzanares y la confirmó en Madrid de manos de El Viti, no podía ser de otra manera. En plena feria de San Isidro, con ganado de Galache, otra vez Galaches, que don Antonio Díaz Cañabate no dudó en calificarlo de borregos. Cortó una oreja y ahí empezó lo que se suponía que iba a ser una fértil y fructífera carrera como matador de toros, confirmando con buenas actuaciones las promesas de sus comienzos. Pero cuando no llevaba casi ni un año de matador de toros la desgracia se le cruzó en la carretera. Un grave accidente de tráfico le ocasionó la pérdida de la visión de un ojo y un freno insuperable en su vida como torero. Continuó vistiendo de luces, pero sensiblemente disminuido en sus facultades, pero afortunadamente para algunos, como es mi caso, en esos años de tenacidad y de resistencia a abandonar, pudimos ver el concepto de su toreo, muy puro, elegante y con mucha verdad. Hoy lleva el timón de la escuela de Salamanca, pero de momento la afición continúa esperando ver de nuevo un torero que ostente los valores que se le suponían a aquello de “de Salamanca”.

4 comentarios:

David Campos dijo...

Enrique:

¡Qué bueno que refresques la memoria con toreros como Juan José!

Un torero con muy buena planta y un concepto muy serio del toreo y como bien dices, elegante donde los haya.

Un saludo!

Enrique Martín dijo...

David:
Que pena, con lo buen torero que era ¿verdad? Apuntaba muy alto y solo la desgracia le cortó la carrera.
Un abrazo
PD: Sobre nuestra otra pasión, tendremos que contener la respiración, esperando que no se estropee el encantamiento.

fabad dijo...

Sánchez Bejarano fue uno de esos toreros que le dejan a uno pensando en lo difícil que es ser figura aunque se toree con todos los requisitos para serlo. Yo siempre lo esperaba y procuraba verlo. lo de Juan José ,fue un caso de mala suerte y no solo por lo del accidente. Lo dirigieron muy mal y lo precipitaron.
Saludos.

Enrique Martín dijo...

Fabad:
Que bien has descrito lo que era Sánchez Bejarano. Sobre Juan José quizás había demasiadas ganas y demasiadas prisas para convertirle en figura en dos días. Siempre me alegra que se vea lo buen aficionado que eres.
Un saludo