sábado, 31 de mayo de 2014

Yo soy torero

Si las cosas no salen como se quiere, la estocada es una buena manera de demostrar que se es torero.


Un día vas a los toros a ver a las más grandes figuras de la tauromaquia y cuando sales de la plaza procuras evitar el verte en un espejo, porque no te aguantas la cara de tonto que se te queda, la misma del señor que llegaba a la estación del Norte de Madrid y le pegaban el timo de la estampita o el tocomocho. Y vuelves al día siguiente aún con las heridas abiertas y te dispones a aguantar lo que te echen; lo que no te esperas es que te descarguen un balde rebosante de torería y valor. En este orden, pues lo primero es lo que da verdadero valor a lo primero. Y me explico. Esto es que un señor se viste de luces y aplicando las normas y saber del toreo de siempre se dispone a dominar a un toro, sabiendo lo que tiene delante y a lo que se expone en cada momento. Quizá es la diferencia que hay entre una corrida y otra. En unas con el torillo le pides al matador que de un paso adelante y que se deje de precauciones y en otras, como la del Montecillo, ruegas a los toreros que frenen sus impulsos y que reculen, porque los ves constantemente en peligro. Pero ni en uno, ni en otro caso obedecen a los deseos del público. ¿Qué a qué viene todo esto? Pues a que Miguel Abellán, hijo del Maletilla de Oro, puso todo de su parte para encogernos el corazón. No me quiero apuntar al carro de esos sabios que hace tiempo, años, decían que era un torerazo, porque lo que yo vi a este torero era una apatía y conformismo desesperante, incluso con aparente valor irreal, que aparecía por Madrid de la misma forma que desaparecía. Pero señoras y señores, me descubro ante este torero.

Personalmente, yo salí conmocionado de la plaza, quizá hasta más que él, pues los toreros hay veces que no le dan tanta importancia a lo que hacen y, por el contrario, a los que estamos en los tendidos nos parece un imposible, una verdadera heroicidad lo que desarrollan en la arena. Sonaron los clarines y timbales y Miguel Abellán empezó a cruzar el ruedo en dirección a la puerta de toriles. ¡Caramba! Qué malos recuerdos, aún demasiado recientes, se nos venían a la cabeza. Pero empezando por el sitio elegido para arrodillarse, la cosa parecía distinta. Salió el del Montecillo, y antes de se le echara encima, el torero le marcó la salida y le dio una larga afarolada de rodillas. En esa circunstancia el torero queda en unos terrenos complicados, en los que poco se puede hacer aparte de liarse a trapazos descompuestos. Pues con mucha vista, según venía, Abellán le pegó otra larga de rodillas y ya más abierto, se lo sacó hasta los medios a la verónica. Mal el Soro en el caballo, sin atinar con el palo en ninguno de los dos encuentros y perdiéndolo en la segunda vara cuando el toro se marchaba. Este empujaba de lado, por el pitón izquierdo, por el que se vencía peligrosamente. Chicuelinas con serenidad del matador, más ajustadas las de ese pitón izquierdo. En la faena de muleta Miguel Abellán empezó con derechazos sosos e insustanciales. Citando de largo ofreció la muleta al toro por la derecha y viniéndose de lejos y sin dar lugar a rectificaciones, se fue directo al muslo del torero. O eso pareció en la plaza, que le había levantado partiéndole en dos. Una cogida espeluznante. Luego se vio que tan “solo” le encunó y le pegó un puntazo en la axila, pero el trompazo fue tremendo. Los entendidos dicen que las cogidas son siempre un error del torero, incluso estos las asumen como tales, pero perdonen que les diga, que en este caso no fue así. A partir de ahí el toro iba al bulto por ese lado derecho, pero mantenía las complicaciones del izquierdo. No se empleaba y cuando parecía que podía meter la cabeza, simplemente era para probar, porque inmediatamente levantaba la cara a media altura. Este sií que era un toro imposible. ¿Y qué hacer en estos casos? Pues lo que hizo el madrileño, mantener su dignidad en alto, tirándose a matar como un jabato. Tras doblar el toro, pasó a la enfermería, con claras muestras de ir conmocionado por el golpetazo.

No salió hasta el quinto, cambiando el orden de la lidia. Recibió a su segundo a la verónica, llevándolo toreado por el derecho y cortando el viaje por el izquierdo, rectificando, para rematar de una revolera. En varas el toro cumplió sin más, empujando a media altura y por momentos echando la cara arriba. En la segunda vara no recibió más que un picotazo. Cortaba y hacía hilo por el pitón derecho. El tercio de muerte fue convirtiéndose en un duelo, una pelea entre dos antagonistas. Por el pitón derecho se quedaba a medio camino u se revolvía con prontitud; si bien es cierto que seguía los engaños, no lo hacía entregado y siempre cabía la posibilidad de que pegara el derrote a medio camino. Esa poca certeza de que el animal llegara hasta el final del muletazo es lo que convertía en muy meritoria la labor del espada. Cada muletazo era un esfuerzo tremendo en el que había que mandar y tirar del toro. Lo mismo al natural, quizá algo más torpón. No adelantaba siempre la muleta, pero allí estaba Miguel Abellán, valiente y decidido a dejar claro al del Montecillo que el torero era él y quién obedecía era el toro. Acabó de una entera en buen sitio, que hizo que el público le pidiera una oreja con fuerza. No diré que fuera una oreja clamorosa, incluso puede que fuera del gusto de algunos aficionados más inclinados por el toreo artístico y pinturero, pero creo que a nadie molestó que el madrileño paseara la que le dio el presidente por el ruedo de Madrid.

El lorquí Paco Ureña aparecía en esta feria después de haberse ganado su presencia en este mismo ruedo en su última actuación. Torero poco placeado, pero con un toreo más cerca de la verdad, que de lo accesorio. Así lo empezó a dejar entrever en su recibo al segundo de la tarde, con unas verónicas a pie firme, sin moverse, cuando el toro venía por el pitón izquierdo. Por el derecho se cruzaba una barbaridad. En el caballo el animal se dejaba pegar sin más, poco castigado, embestía como un burro. Inició el trasteo a una mano por ambos pitones, quizá demasiado mecánico y acelerado, soso y casi aburrido, pero dejando que el toro pasara cerca. Volvió en cuarto lugar, a la espera de que Abellán pudiera recuperarse para matar su toro. Recibió al toro con sosería, pero en cambio lo dejaba bien en el caballo, que se limitó a cumplir. Con la muleta instrumentó unos estatuarios quedándose muy quieto, sin gracia, pero colocándose como se debe, sin estar mal, pero faltando ese algo que impulsa a cruzar esa línea que delimita el triunfo. Puede que parte de culpa de esto fuera el rematar los muletazos arriba. En un instante presentó la muleta torcida y el toro hizo por él, pegándole una cornada en la parte posterior de muslo izquierdo. Poco más que voluntad, pero a pesar de todo es un torero al que creo que merece la pena volver a ver.

A quién ya empieza a cansar el verle en Madrid es a Joselito Adame, que parece que va a acabar en la nómina de los habituales en Madrid. A su primero le dejó que anduviera muy suelto por el ruedo. Fue solo al caballo, donde se lió a pegar derrotes desesperadamente, con fijeza cuando le tapaban la salida, para acabar yéndose a refugiar a terrenos del 1, donde no había nadie que le molestara. Seguía suelto cuando el de Aguascalientes le recibió con un trincherazo rodilla en tierra, del que quedó traspuesto, como si se hubiera convertido en estatua de sal, el matador, que el toro estaba de gira por el ruedo. Vuelve, le toma por bajo y casi sufre un percance al perder la muleta. Un peón se cae en la cara del toro, lo que incrementa el caos existente en el ruedo. Adame no conseguía superar las complicaciones que el toro presentaba. Dudas y falta de quietud, para acabar con un macheteo que podía entenderse como anacrónico. Si el comienzo del trasteo hubiera sido con muletazos eficaces que limaran las asperezas del burel, puede que no hubiera acabado tan aperreado como acabó con su primero. Hay veces en que los toreros hacen al toro peor de lo que es y luego sufre las consecuencias. Al sexto de la tarde tampoco le logró parar, vagando por el ruedo intentando frenar ese desesperante correteo del toro. No había llegado el toro a empotrarse contra el peto, cuando ya quería quitarse el palo con desesperación. En la segunda vara le dieron a base de bien, mientras el toro medio empujaba de lado. Esperaba mucho por el pitón izquierdo. Estatuarios de recibo junto a las tablas, para continuar pasándolo sin correrle la mano, un derrote y le desarma. Se limitaba a acompañar las embestidas, sin mandar en ellas, lo que hacía que el toro fuera complicándose más por momentos. Se puso peligroso, a su aire, haciéndose el amo de la situación. Un arrimón que no venía a cuento y que evidenciaba aún más la incapacidad del torero.


La del Montecillo fue una corrida mansa, que fue sacando bastantes complicaciones, que a medida que se le hacían las cosas de mala forma adquiría más sentido y se ponía más difícil eso de ponerse delante. No se puede decir que los toreros estuvieran grandiosos, no, ni mucho menos, pero sí que se puede afirmar que estuvieron dignos, muy dignos, que pueden ser anunciados más tardes con más merecimiento que muchas figuras y decir categóricamente “yo soy torero”.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha parecido una corrida interesante que no nos ha permitido quitar ojo de lo que estaba pasando en el ruedo. Los toros tenían mucho que torear y mucho que lidiar ante unos matadores que han venido a poner sobre la mesa el guión que traían desde el hotel sin tener en cuenta la difícil condición de los de El Montecillo. Los tres han estado mejor en la segunda parte de la corrida, digamos que han estado “en novillero” pero no sólo por su disposición, pundonor y valentía sino porque andaban muy verdes para lo que tenían delante.

Los montecillos no me han disgustado, eran mansos complicados y con una cualidad muy apreciada en estos días: apenas se caían y, si lo hacían, reponían rápido. Nada que ver con la moruchada de las figuritas.

Abellán tiene la cualidad de que enseña a los toros, les cita de largo y es algo de apreciar como también lo es que torea con ventajas y con el defecto de llevar la muleta retrasada durante gran parte de la faena, lo que le hace quedar descubierto y da oportunidades a quién no se las debe dar, como así acreditó el tremendo topetazo en el primer toro. La faena al quinto de la tarde estuvo llena de altibajos, así como de puesta en escena y, todo sea dicho, estuvo valiente. Lo suficiente como para calentar los tendidos y llevarse una oreja para casa que no pedí pero que tampoco era para protestarla (aunque sea por las ganas, la valentía y por el peligro del toro).

Ureña era mi gran esperanza después de haberle visto bien el Agosto pasado y simplemente aseado en Octubre. En su primero se desvanecieron mis esperanzas. En el cuarto de la tarde y por momentos nos recordó algo de lo que habíamos visto el año pasado pero sin lidiar adecuadamente y ahogando en exceso al toro, uno o dos metros atrás hubiesen provocado embestidas más alegres y hubiéramos visto otra cosa.

De los tres el que menos se salió del guión fue Adame, horribles lidias en toros que las requerían (sobre todo el tercero) por parte de la cuadrilla y de él mismo. Ese dejar ir y venir el toro por donde quería, esos doblones recortando bruscamente el viaje del toro y demás inocentadas hicieron al tercero de la tarde el toro más peligroso del encierro. Adame estuvo insolvente y muy a merced. El sexto fue de mejor condición y eso es lo que le salvó de no visitar la enfermería porque la lidia fue igualmente desastrosa iniciando por estatuarios una faena que debía haber empezado doblándose por bajo habida cuenta de la condición de la res y que no estaba precisamente mermado de fortaleza como para echarlo al suelo. El toro quedó rebrincado y moderadamente complicado aunque el mexicano estuvo hecho un tío en un parón de hombre macho. Del sartenazo final mejor ni hablamos.

Saludos
J. Carlos

P.D: ¿contratarán a los de El Montecillo para el siguiente ciclo ferial?

MARIN dijo...

Enrique:
Los toreros...lo que son los toreros. En tardes como esta se da uno cuenta lo que son este tipo de gente, que cuando el toro cumple con su obligación de coger, se vienen arriba y se crecen en el castigo.

Mira, lo de ayer de Abellan, independientemente de que su tauromaquia nos guste mas o menos, pero la oreja es de esas que se justifican solas. Ayer fue de esas tardes en las que había en el ruedo eso que tanto falta ultimamente: EMOCIÓN. Y no lo digo por las volteretas o por las cornadas, sino por la verdad que hubo en ese ruedo tanto por parte de los toreros como de los toros. Criticamos a veces lo que los toreros desarrollan o dejan de desarrollar en el ruedo pero que no le quepa duda a nadie que para todos los que amamos esta fiesta, el torero es un ser único y grande.

No voy a dar apuntes sobre la corrida porque no puedo añadir nada mas a lo que has dicho. Solo que la cogida de Abellan en su primero si que fue culpa de el. Empezó a tirar del toro una décima de segundo antes y cuando el toro llegó a el había un abismo entre la muleta y el torero, y los toros cuando te ven no te perdonan. Y después, cuando los toros te echan mano así se orientan y ya te buscan siempre.

Bueno, lo cierto es que cada tarde como esta, uno admira mas a los toreros. Un abrazo y perdona por la chapa.

Enrique Martín dijo...

J. Carlos:
Mil disculpas por la tardanza en la respuesta, pero tengo la sensación de que durante la feria los días duran menos. Si habláramos de la corrida en otras épocas, quizá habríamos sido mucho más duros con ellos. Abellán me sorprendió para bien, pero esto no supone incondicionalidad abellanista. Ureña quizá sería para verlo de nuevo y Adame es para tardar ,mucho en verlo.
Un abrazo

Enrique Martín dijo...

Marín:
Yo es que creí ver que el toro venía a por él desde mucho antes de iniciar el pase, se fue directo desde muy lejos, como si no hubiera hecho caso a la muleta. No aprecie tan claro eso de que le diera salida antes de tiempo. Igual por la tele se vio de otra forma y más claramente el por qué del percance.
Un abrazo