miércoles, 28 de mayo de 2014

Mansitos para triunfar

Ángel Otero se asoma al balcón y mira si hay conocidos en el parque


Se veía venir una catástrofe ganadera en la corrida en la que Fuente Ymbro sustituyó a los de José Luis Pereda y la Dehesilla, hasta era difícil entender el motivo de que fuera elegida esta y no otra, pero al final las cosas fueron bastante mejor de lo previsto. Aunque ni el aficionado, ni mucho menos el ganadero, creo que debería lanzar las campanas al vuelo. Pero aparte especulaciones y centrándonos en lo que pasó en Madrid, se puede decir que la corrida era mansa, de esto no hay duda, pero que permitía torear al que estuviera dispuesto y preparado para ello. No se puede decir que no se les picara, sí es cierto que se les castigó poquito, muy poquito, que ya es suficiente motivo como para preocuparse, aunque sin llegar a eso de levantar el palo antes de que llegue el toro al peto. El comportamiento general fue el de empujar poquito, casi todos de lado y en cuanto veían el campo libre se marchaban del caballo. En el quinto se pretendió eso de no aprieto y hago que me estoy desriñonando, pero el toro descubrió el truco y echó por tierra a montura y montado. Si es cierto que más de uno luego apretaba para los adentros, pero al menos no salían despavoridos buscando la puerta de salida. ¡A lo que estamos llegando! Una corrida mansa a la que le damos cierta coba, porque no eran mansos “pregonaos”. Me leo lo escrito y no me lo creo. Quizá puedo añadir en mi descargo que no fue un aburrimiento de los que tanto padecemos. Había cierto interés y que me perdone mi maestro que estará allí arriba echándose las manos a la cabeza de lo que escribe su pupilo.

Pero claro, a estos también hay que torearlos y muchas veces aunque no quieran saber nada de caballos y capotes, es ponerle los capotes delante, se obnubilan y no paran de buscar la telita “colorá”. Uceda Leal
ya debía venir obnubilado de casa, manteniendo esas maneras y ese porte que parece que va pisando barquillos, deleitándose con el crujir de la galleta, pero que al coger los trastos parece más bien un torero soso, apático y aburrido, que un matador pleno de elegancia y sensibilidad. Si alguien les dice que no hizo nada con el capote, no le hagan caso, lo sacudió, le quitó el polvo y lo dejó listo para guardarlo para otro día. Con la muleta se lió a dar muletazos a su primero, primero trapazos por ambos pitones, dejando que le tocara demasiado la tela, para seguir con derechazos y naturales, sin abandonar la misma tónica. Muy perfilero, excesivamente perfilero y manejando la muleta como si fuera un trapo de cocina, hecha un burruño y sin hacer que los vuelos envolvieran las embestidas. El primero era más bonachón y le permitió llegar a los cien trapazos, lo que debió ser el mérito principal para que le dieran una oreja. La verdad es que yo no encontré otro motivo. En el segundo, ya más complicadito, le rondaba por un lado y por otro, pero no acababa de ver por donde atacar, banderazos, mantazos, carreras, retorcimientos y para acabar un sablazo innoble.

Curro Díaz era un torero artista, con pellizco, como se dice por ahí abajo, que en las condiciones más adversas movía las telas y hacía que surgiera el arte. Pero haciendo memoria de lo que ha dado en las últimas apariciones por esta plaza, ya parece uno más, ya ha dejado de ser ese torero al que sus paisanos seguían a base de tragar kilómetros, aunque compensaba, porque el paisano se lo agradecía con arte. Pero esto parece tan lejano. Si hubiera sido un pegapases como tantos, pues solo cabría la resignación, pero estamos hablando de un torero que molestaba por sus buenas condiciones. Que resultaba incómodo incluso para el Sumo Sacerdote del arte torero, el de la Puebla, entre otras cosas por carecía del amaneramiento de este y poseía muchísima más naturalidad y torería que el artista al que le molesta hasta que tosan mientras torea. Curro era otra cosa. Pero su realidad presente también es otra cosa. Inédito con el capote, con la muleta todo fue abusar del pico, mantenerse en la pala del pitón, retorcimientos, carreritas constantes para recuperar el sitio y la sensación de ser un torero mecánico. Lo peor en un espada con sus condiciones y su expresión.

Pero si eso de mecánico, de torero autómata, se lo aplicamos a Matías Tejela, seguro que nadie se asombra, ni se ofende. En su primero se sintió torero y lo recibió rodilla en tierra, pero cuando ya había pasado el toro. Acompañando la embestida, sin torear, desaprovechó el buen pitón izquierdo de su primero, pero esa falta de mando le convertía en un toro pegajoso que se volvía en seguida en busca de la tela. El torero no le daba tiempo a colocarse, quizá porque no era él que tenía que hacerlo, es más probable que fuera al toro al que habría que dejar en su sitio a base de llevarle sometido con la muleta. Y si estos mismos defectos se reproducen con un toro no tan claro, pues pasa lo que le ocurrió con el sexto, que le echaba la cara arriba, que se mostraba incierto y que sus arrancadas eran arreones destemplados.


Quizá la benevolencia inicial sea achacable al buen sabor de boca que dejó el peonaje en los aficionados. Primero Montoliú, quien empleando las facultades en la justa medida para superar los problemas del toro, dejó un buen par en la cara del de Fuente Ymbro. Más tarde fue Jesús Romero, quien tras un par de mérito al tercero y aguantar el acoso del toro haciendo hilo con él, aguantó la embestida y dejándose ver y midiendo la embestida, encontró el punto justo del embroque clavando también en la cara. Pero permítanme entusiasmarme con Ángel Otero, que dejó un primer buen par en el último de la tarde, pero el segundo fue de levantar al público de la piedra. El toro ya le había apretado por el pitón derecho, pero con mesura le ganó perfectamente la cara e incluso se permitió dejarle llegar demasiado y evitando el viaje que le tiró el animal, cuadró y clavó en todo lo alto, para salir del compromiso con torería. ¡Qué bonito es el toreo cuando se hace de verdad! Y es que ya lo decía al principio, los de Fuente Ymbro fueron unos mansitos para triunfar.

2 comentarios:

fabad dijo...

Enrique, en Céret tuve la suerte de ver a Ángel Otero (y su hermano) en una novillada de un hierro portugués a la que no había forma de poner una vara. Menos mal que estaban allí. Un espectáculo...
Son sobrinos del matador y después banderillero jerezano, José González "Copano", fallecido no hace mucho.
Menos mal que esta es la mejor feria de la Historia...
Un abrazo.

Enrique Martín dijo...

Fabad:
No recordaba el nombre del hermano, aunque sí que está al nivel de Ángel. Lo que no sabía era su parentesco con Copano.
Ya ves, la mejor feria de la historia y lo mejor sin de todo es lo que más se ajusta a lo clásico, que además suele contar con el acuerdo de todo el mundo. Lo otro, pues ya sabemos.
Un abrazo