martes, 31 de mayo de 2016

Unos hablaban japonés y los otros en ornitorrinco arcaico, cerrado

Si el toro se complica y sale respondón, hay más recursos que ponerle una velita a san Modorro mártir y esperar a ver qué pasa


Pretender que alguien se entienda con otro, cuando cada uno se expresa en una lengua diferente y además sin que ninguno haga el menor intento por aprender a hablar como el otro, puede ser un rasgo de locura o de estupidez. De locura por pretender un imposible y de estupidez, cuando ambos, o al menos el de la mente superior, siempre va a querer mantener que eso siga siendo un perfecto imposible. Que los hay que se manejan por señas y cuando tienen hambre agitan las manos muchos, abren los ojos como lunas y emiten sonidos guturales y les ponen un pollo, cuando ellos querían un simple filete con patatas, pero bueno, comen, no les gusta el pollo, pero comen. Pues eso le pasa a Rafaelillo, que agita los trapos, se agita él, y mucho, y hasta el público se agita, pero al toro que ofrecía macarrones, así por las buenas le tiró el plato a la cara y se puso a comerle las pezuñas. ¡Qué valor eso de comerle las pezuñas al toro! Pero, ¿no eran más apetecibles los macarrones, así con su queso, sus tropezones de carne y ya puestos, hasta un vasito de vino, de brick, pero vino al fin y al cabo. Por su parte, Castella y Escribano no quisieron ver ni los macarrones, ni el vino, ni na’ de na’, decían que ellos eran más de angulas, perdón, de gulas del norte y no estaban para pastas.

Rafaelillo es un torero, murciano para más señas, que se ha investido de un halo de santidad, valor y honestidad que pasea por los ruedos del mundo, como si se lo creyera y todo. Y aquí voy a expresar mi opinión personal, muy personal. Rafaelillo es un torero muy limitado tanto para lidiar, como para intentar hacer el toreo y se limita a estar por ahí, esquivando derrotes mortíferos que tiran a la yugular. Igual hay alguien que esté de acuerdo en esto, pero en lo que viene a continuación, lo mismo no coincide nadie. Y es que esa cortedad de recursos le lleva a que si el toro no pega derrotes, hay que hacer que los pegue, porque lo de correr la mano y hacer el toreo templado y con mando, eso no va con él, Me dirán que soy excesivamente duro y hasta injusto y lo tengo que admitir, pero realmente uno está cansado de este número que repite una y otra vez. Y metámonos en harina. Su primero, pobre de cabeza, al segundo capotazo ya le obligó a darse la vuelta y a ceder terreno hacia los medios. Rafaelillo, lejos de intentar alargarle el viaje, se lo acortaba retirándole el capote de golpe, al tiempo que echaba a correr para atrás. En segundos en el ruedo se organizó una magnífica capea, el toro fue suelto al caballo, le hicieron la carioca, sin que se le castigara, se salió suelto por la grupa y prosiguió su vagar por el ruedo. Una segunda vara con el pica atrincherado en tablas, para ya pegarle algo más mientras le tapaba la salida, un vicio que se repite permanentemente. Yo tengo la sensación de que es como si a un boxeador le agarran entre tres, le vendan los ojos y le ponen frente a un muro a reventarse a pegar puñetazos, para que luego Giulianni Kid le sobe el morro a placer. Hubo un tercer encuentro con el caballo, en el que Rafaelillo intentó ponerlo en suerte, para que al final lo hiciera el peón con bastante mayor destreza. Al pasito, para que el de aúpa descargara un poquito el brazo. Trapazos por abajo para comenzar la faena de muleta y hacer que el de don Adolfo diera con sus huesos en la arena. Me llamó la atención el que muchos recibieran con agrado el abuso del pico y los retorcimientos lumbares. Muy fuera, mucho enganchón, carreras, trallazos, que solo servían para que fuera pasando el tiempo.

Y salió el cuarto, del que me van a permitir que no emita juicios, simplemente voy a intentar contar lo que yo vi, que por otro lado, también puede ser que tenga que agarrarme a una oferta de esas de “Progresivas a 199 €”. Recogió Rafaelillo al toro con capotazos por abajo, intentando alargar el viaje estirando los brazos, todo lo que este torero puede alargar. Eficaz y sin echárselo tan encima como en otras ocasiones. De nuevo se montó la capea, dándose capotazos por decenas. Sin pararlo fue al caballo, puyazo trasero que el animal recibió simplemente dejándose. El matador lo quiere dejar lejos y pierde el capote; más capotazos y capotazos de todo el que pasaba por allí, hasta el cocacolero casi se anima. Puyazo en mitad del lomo haciéndole la carioca. Pidió Rafaelillo el cambio, pero el usía no se lo concedió, picotazo leve en buen sitio. El toro iba bien en banderillas, franco, permitiendo incluso cierto lucimiento de José Mora. Y ya en la muleta, el murciano le soltó un trapazo y el Adolfo al suelo. Trapazos por abajo quitándose de repente y haciendo que el toro se revolviera a buscar el trapo. Le acorta las distancias de repente, pases escapando a las orejas, quitándole la muleta antes de acabar el pase y huyendo a las orejas. Sí es verdad que el toro se vencía por el pitón derecho en este momento. Cambió a la mano izquierda, con más de lo mismo, pico y a medio camino, respingo y a quitarle el engaño de repente. Pero curiosamente, cuando no daba el respingo, el animal hasta medio seguía la tela. Pases de uno en uno, desplantes histriónicos y tras una lidia peor que nefasta, el matador se sentía en ese barullo como pez en el agua. Además, si esto gusta y se lo jalean, pues adelante con los faroles. Pinchazo y entera, soltando la muleta, que hizo rodar al toro. Y Rafaelillo se sintió plenamente satisfecho, aunque esta vez no hubo lágrimas.

También andaba por allí monsieur Castelá, que por lo menos hacía dos días que no venía a Madrid, nos tenía “abandonaos”. Verónicas sin echar la pata para atrás, echaba las dos. Al toro le dieron poco castigo en el caballo, aunque le taparon la salida en los dos encuentros, yendo dándole distancia en la segunda vara. Con la muleta, monsieur Castelá le aplicó una conferencia en turco osmanlí, que el toro escuchó atentamente, pero sin enterarse de nada. Pases y más pases, sosísimos, aburridísimos, despegadísimos, con la muleta atravesadísima, mientras el toro ofrecía nobles embestidas, pero al que estaba delante no le sonaba de nada eso de torear con verdad, templando y mandando, sometiendo al toro. Parece ser que al finalizar uno de sus toros, por canal amigo de la fiesta manifestó que no se puede torear más despacio. Bueno, monsieur Castelá, usted domina muy bien el castellano, de forma envidiable, pero a ver, no es lo mismo pegar pases despacio a un toro que lleva el ritmo de un caracol, que torear con temple y despaciosidad. Pero seguro que se apunta al curso “Mejore su Castellano, de CCC” y seguro que en nada le queda claro el matiz. Y al matricularse le regalan la guitarra y unas medias para favorecer la circulación.

Su segundo le hizo darse sus carreritas entre capotazo y capotazo, para inmediatamente hacer que el matador se diera la vuelta de espaldas hacia los medios. Mil capotazos, aproximadamente, para acercar el toro al caballo, para que este se durmiera bajo el peto mientras le tapaban la salida. El peón de brega andando por allí por el ruedo a ver si lo ponía al caballo de nuevo y monsieur Castelá allí parado como una estatua de sal, viendo como pasaban toro y torero por sus inmediaciones. Luego ya vino el repertorio de siempre, con muletazos muyyyyyyyy lentos, con un toro que no podía caminar más rápido, que el espada no paró con la muleta, ni le templó, ni le mandó, simplemente acompañó al animal que se arrastraba en busca del trapo. No paraba de embestir y al pobre no le dieron ni un derechazo, ni un natural, diciéndole por dónde. Será que monsieur Castelá es tan delicado que no quiere imponer nada a nadie y menos a animal tan extremadamente noble.


¿Sabían que Manuel Escribano quiere poner banderillas en todos sus toros? Pues díganle que las ponga, pero que no las tire. A portagayola en ambos toros, el primero muy parado de salida, lo que le obligó al matador a aguantar allí de rodillas hasta que el toro hiciera por él. Muy corretón, frenándose ante los engaños. Gazapón, de gira, pasaba por el caballo y le daban un puyazo mientras le tapaban la salida, él cabeceaba, al paso en la segunda y solo se dejó, y luego lo de las banderillas de Escribano. Pues vale, pues ya está dicho. Se le quedaba corto por el derecho en la muleta, tiraba arreones y don Manuel a lo de todos, al pico y sin saber por dónde echarle mano a un toro incierto. Acabó de un bajonazo mucho más abajo de dónde caen los bajonazos. En el sexto más de lo mismo, el toro suelto, se fue al caballo al hilo de las tablas para que le zurraran a modo, se fue suelto de nuevo, para otra segunda vara en la que también recibió el de don Adolfo. Inicio de muleta por detrás, que la parroquia agradeció, pues ya eran demasiados días sin ver a un señor doblarse cómo un arco los lomos; carreras, pico, el toro se le mete por dentro, pico, corto, a correr y menos mal que la cosa terminó, porque aunque pueda parecer divertido, resulta muy estresante presenciar una representación en la que unos hablaban japonés y los otros en ornitorrinco arcaico, cerrado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En primer lugar decir que en conjunto no me gustó la corrida de Adolfo. Les vi faltos de picante, con las fuerzas justas y sosos. Ahora bien, tontos no eran, sobre todo un par de ellos. Las miradas que echaban son como para ponerse a temblar.

A Castella le sorprende que se le pitase, quizás aún no le han explicado lo que es el toreo periférico, ponerse fuera de cacho, torear con el pico, etc. Acostumbrado a que en ninguna plaza le afeen estas conductas inapropiadas, viene a Madrid y se encuentra con que la gente no traga con sus pases pararrelojianos.

De Escribano ya ni me acuerdo, me parece un torero honrado que da lo que tiene pero debe saber que en Madrid no gusta tanta portagayola o esos pares de banderillas que pone. Antiguamente se decía que, cuando banderilleaba el matador, tenía que hacer algo distinto. Jamás ayudarse de los peones, ni tomar el olivo (motivo más que justificado para tener que dejar la profesión). Estaría bien que se fijara en banderilleros con formas más puras como Fernando Sánchez, Angel Otero y algunos otros.

Me temo que no vamos a ponernos de acuerdo con Rafaelillo. Que podía haber lidiado mejor…por supuesto. Que hemos visto alimañas que superaban en fiereza al cuarto…no cabe duda. Estoy firmemente convencido que esos recortes capoteriles de salida afectan mucho a este tipo de toros y les resabian antes de tiempo. A estos encastes cuanto menos se les toque, mejor. Pero el cuarto era un prenda y poco más de lo que hizo Rafaelillo podía haberse hecho con él. Mejor lidiado hubiera llegado menos resabiado a la muleta y dándole más distancia hubiera facilitado la labor del matador pero hay que reconocer que Rafaelillo estuvo hecho un tío y se la jugó sin trampa ni cartón. Que mató mal, ya lo sabemos, pero me parece injusto que se fuera sin una oreja cuando ha habido mucha oreja barata durante la temporada, empezando por la primera puerta grande de Curro Díaz. ¿Tal vez Roca Rey hubiera podido hacer las espaldinas y trapacinas que son tan del gusto de los isidros? Ni de coña.

Un abrazo
J.Carlos

Enrique Martín dijo...

J. Carlos:
Ya ves que su idea dista y mucho de la nuestra, que parece que o nos amoldamos al gusto ofiacial o nos quedamos fuera, pero bueno, mientras nos queden fuerzas y voz, seguiremos ahí.
De Rafaelillo lo que no me gusta nada es ese malear a los toros y luego ponerse a merced de ellos, como si fuera un gladiador. Precisamente el último es el que iba por caminos más lógicos, pero de repente decidió que era un barrabás. Por supuesto que no era bueno, evidente, pero tan, tan, tan malo como quiso hacer ver. Me recuerda a Liria, que todos los toros se le revolvían igual y a Ponce, que de repente decide que un toro es malo y que va a dar una "lección" de cómo se lidia un manso. Y este, curiosamente siempre lo decide con un Valdefresno en Madrid.
Del carnaval de las orejas, pues eso, poco que decir.
Un abrazo