domingo, 27 de septiembre de 2009

Les queda mucho que aprender


A pesar de lo que puedan pensar muchos novilleros, incluso algunos matadores, todavía les queda mucho que aprender. Pero esto tampoco puede ser una coartada para hacer que todo valga. En la primera de la Feria de Otoño a la que la empresa de Madrid, Comunidad Autónoma y Sumsum Corda nos obligan año tras año, incluso a pesar de los carteles, hemos sido testigos del hacer de tres prometedores novilleros.

El primero de los tres, Javier Herrero, se encontró con un noble y buen novillo al que se dispuso a pegar trapazo tras trapazo, ignorando las buenas condiciones del animal. Es verdad que intentó lucirlo en la faena de muleta citándole desde muy lejos, cosa que demuestra su generosidad y que además es de agradecer, pero torear es algo muy distinto que pegar pases. Pases dio muchos, pero ninguno de calidad y en ninguno toreó. Trapazos y trapazos sin ton ni son a un buen novillo, justito de fuerzas pero bueno, que acabó tropezando se con la muleta y enganchando la tela que le presentaba Javier Herrero. Era el colofón a una oportunidad desaprovechada. Habrá quien me diga que era un chaval, que es un novillero, pero si se llega a Madrid y te sale uno como el de Montealto, hay que hacer crujir los tendidos. Y la prueba más clara es lo que ocurrió en su segundo, un jabonero peligroso, muy peligroso que no estaba para alegrías y que más que embestir, arrollaba. Protagonizó un caótico tercio de varas en el que uno de los caballos salió en estampida atravesando el ruedo, para acabar estrellándose contra las tablas de forma estrepitosa. Después de este triste espectáculo el de Cuéllar cogió la muleta y se fue para el toro a intentar torearle, pero la cosa pintaba en bastos. Después de un tremendo revolcón, el matador se rehizo y volvió a la cara del toro, pero al segundo tantarantán el animal le echó mano y le caló; una cornada grave que le impidió continuar en el ruedo. Una lástima y un alto precio para pagar la lección de que las ocasiones que se van ya no vuelven.

El segundo era Pablo Lechuga. Una figura incipiente del escalafón novilleril y que como tal se comportó. Pero no como una figura del toreo de verdad, como una figura de esas de ahora que pasean altaneramente su ignorancia y que se limitan a aplicar todas las triquiñuelas que les inculcan sus mentores, aunque según he oído uno de ellos está desde ayer o anteayer en el Gran Hermano. Eso si que es aprovechar la ocasión. Pero esto tampoco puede ser excusa. No creo que a Lechuga se le haya olvidado colocarse, poner la muleta, tirar del toro y rematar el pase atrás sólo por ver a su apoderado en la tele, encerrado en una jaula de grillos. Quizás lo de este novillero sea más de actitud que de aptitud, aunque de esto también haya algo.

Y el tercero era un francés, Thomas Jouber, con ese no se qué que parece sacado de un libro de Teófilo Gautier. El hombre lo ha intentado durante toda la tarde. Ha entrado en quites, ha recibido a su primero en los medios, aunque el toro no lo sabía, y ha intentado un toreo con los pies quietos, muy vertical, muy amanoletado, pero como si no pensara las cosas en el momento, como si ya las trajera pensadas de casa. Era como aquel cómico que repite los mismos chistes de leperos una y otra vez porque son con los que más se ríe la gente, pero que va a actuar a Lepe y no cambia de repertorio. Pero yo, sinceramente, entre este Jouber y la suficiencia de los maestros postmodernos, prefiero al francés. Éste al menos tiene ganas y parece que quiere aprender. Si se da cuenta de sus carencias, estará más cerca de superarlas y volverá a Madrid y veremos sus progresos y nos encantará ver como ha avanzado en esto de la torería y lo adoptaremos como torero del foro y… Jouber, ¿ves cómo no hay que correr, ni precipitarse? Como decía el gitano, el correr es de cobardes. Así que poquito a poco, que esto de ser torero y torear bien, como decía Joaquín Vidal, además de ser muy difícil, es muy peligroso.

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