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sábado, 16 de agosto de 2025

Lo de toros de El Torero ya era una pista

Toros buscan toreros amigos con disposición para darles muchos pases, que ellos están por colaborar... pero algo tendrán que poner los de luces de su parte.


Última corrida de toros en Madrid antes de la feria del caballo. Que no es que se puedan comprar un equino después de arreglar el precio y un apretón de manos, no. La cosa es que la empresa Plaza 1, en su afán por apartar, desilusionar, defraudar y maltratar casi por igual a la plaza de Madrid, como al aficionado de Madrid, desde hace años decide que la segunda quincena de agosto sea para goce de los amantes del galope y toros desmochados. Pero vayamos con lo que toca, una corrida de El Torero, que era para los toreros, como dicen los modernos, pero lamentablemente los de luces no se han debido enterar, nadie les avisó. Que será que han llegado con el tiempo justo a la plaza y nadie les ha avisado. Que eso de toros para el torero ya es algo que hace que a algunos aficionados se les pongan los pelos de punta. Pero no se crean, que también los habrá que afirmen con toda la autoridad de la que ellos mismos se invisten, que eran toros de vacas. Los mismos que luego te vienen con lo de la variedad de encastes, de la importancia del primer tercio y que si a un borrico que cantó la gallina no lo ponen una tercera vez al penco, sueltan eso de que nos están robando el primer tercio. Que pueden ponerse a discutir con ellos de esto o de lo otro, que si no les das la razón te dirán que no tienes ni idea, que es muy posible, y que eso ha sido así de toda la vida de Dios, que es muy posible que no, pero no esperen coherencia; se iban a cansar esperando.

Lo de El Torero, procedencia Domecq, como casi todo, con mucha leña, correctamente presentados, sin alardes, pero que ya me gustaría que esto fuera la tónica habitual, además con mucha leña. Otra cosa es el comportamiento irregular de los animales. Los impares y el sexto han manseado en el caballo, cabeceando en el peto y alguno hasta queriéndose marchar de la pelea. Segundo y cuarto, hasta parecía que no rehuían la pelea, pero como sucedió al segundo, un jabonero, tuvo la mala suerte de que le tocara un partelomos de la acorazada montada. Mal picados, haciéndoles la carioca, tapándoles la salida, sin ponerlos jamás en suerte, sin cuidar ni terrenos, ni distancias, lo cual tampoco debía importar ni a los de luces, ni a sus partidarios, porque lo importante venía después, los trapazos muleteros.

Confirmaba la alternativa el mismo que encabezaba el cartel, Lama de Góngora, que ya de salida mostró su poca pericia capotera y la nula para llevar la lidia. Pero lo fetén era la muleta, y aquí viene lo de toros para el torero. En los medios, el animalito empezó a ir una y otra vez detrás del trapito que el espada movía aceleradamente, que por un instante hasta pareció que medio conducía la embestida, pero a esa aceleración y asomo del toreo ventajista con el pico, hubo que sumar el que acabara alborotado. Trapazos en línea con la muleta atravesada con la zurda, muy fuera y sin dominar por abajo el viaje. Más trapazos apelotonados y siempre a lo que el toro decidía. Bajonazo y fin de la cuestión, pero algunos pensando que a alguien se le había ido un toro de esos que tanto piden. Que si ya decimos que con ritmo y formal, les consiento que me lapiden en la plaza pública, pero es para que los modernos me entiendan, aunque servidor no entienda esta terminología. Había que echar el resto y en el cuarto salió a quemar las naves. A portagayola y el toro que salió por la derecha sin reparar en el caballero de luces. Más o menos salió del paso con una larga de rodillas, pero nada de en la puerta de la jaula. Nadie paraba al corretón que circulaba por el ruedo a su capricho. Y ya en el último tercio, quién corría era el espada. Trapazos trallaceros y sin parar quieto un momento, evidenciando que la incapacidad para sujetar y poder al toro. El animal se quería ir, que le había gustado eso de irse de gira. Una tanda medio sujetándolo, pero siempre con prisas, sin templar en ningún momento, citando desde muy fuera, sin que aquello lo arreglaran más trapazos con la zurda y por supuesto, mucho menos un bajonazo indecente.

El padrino del confirmante era Rafael Serna, quién también probó eso de la portagayola, que convirtió en un todos al suelo. Manteo rectificando en cada sacudida de capote, para continuar con una ineficaz lidia. Comenzó el trasteo rodilla en tierra para pasarlo por abajo, escupiendo al toro de la suerte. Trapazos demasiadas veces tropezados con la diestra, siempre con el pico y sin tan siquiera apuntar una idea de temple. Con la izquierda más atravesar el engaño y más enganchones entre carrera y carrera, evidenciando una absoluta falta de ideas para poder a aquel animal que como piden los modernos, se movía, aunque quizá no como se requería, que iba a su aire; claro, si nadie le enseñó, qué se esperaba. En el quinto, otra portagayola y otro cuerpo a tierra. Se dolió del castigo durante la lidia, pero era llegar al último tercio y de nuevo el milagro, iba y venía, sin que su matador fuera capaz de hacerse con él. Trapazos, enganchones y siguiendo el guión que mandaba el de El Torero, hasta acabar Serna aperreado de mala manera.

Y cerraba el cartel José Fernando Molina, que tiene una gran virtud, que con un toreo vulgar, tramposo y sin fundamente, aparenta que hace, lo que provoca el entusiasmo sobre todo de los partidarios, que acabaron jaleándole hasta los enganchones. Si eso no tiene mérito, ya me contarán. Que ni Anthony Blake emboba mejor a las masas. Con el capote siempre, en cada lance, enmendándose. Lidia nefasta, sin poder evitar que el toro vaya a su aire y acabe en el que guarda la puerta. Que lo importante era lo del final, la muleta. Trapazos retorcido tirando de pico y corriendo para recolocarse a cada pase. Mucho enganchón y otro que no podía hacerse con aquellas embestidas, siempre muy fuera, para acabar citando y moviéndose él en lugar de hacer que pasara el toro. Muy bailón y muy vulgar, aunque ya digo, a los partidarios les llenaba el ojo, aunque si demasiado entusiasmo. Al cornalón sexto le recibió primero a pies juntos y después con el compás abierto, pero siempre con el pasito atrás, pero para esos fieles, la apariencia era como si estuvieran viendo al mismísimo Curro Puya, con perdón. Pero oiga, que había que cortar algo, aunque fuera la respiración. Y como él creía que con una orejita le ponían en San Isidro, pues allá que se fue muleta en mano de rodilla, que me lo paso por el culo, que le tiro naturales echándolo para fuera, vulgar, pero efectista. En pie con la derecha, venga picazo y lo mismo por el izquierdo, venga enganchón que te crió, mano alta, más enganchones y el personal en mitad del delirio. Que eso de jalear los enganchones ya dice bastante de la concurrencia. Siempre fuera, poniéndose ya pesadito, que no veía el momento de parar aquel delirio talanquero. Pero el no ser tan eficaz con los aceros, hizo que el personal se enfriara y ni tan siquiera hubo la tradicional y populachera vuelta al ruedo en el sexto, cuando los tendidos casi se han vaciado. Una corrida propia de la modernidad, para que los de luces se hubieran explayado, pero nada, que no se enteraron y eso que lo de toros de El Torero ya era una pista.


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viernes, 15 de agosto de 2025

Mira papá, otro toro amarillo

 

Contaban los plumillas que lo de Vázquez, después Veragua, eran de una asombrosa variedad de capas; pues ahora parece que solo existe lo jabonero y si es un niño el que lo cuenta, solo hay toros amarillos.


Lo bueno de esto de la variedad de encastes es que como son de distintos colores, así es muy fácil saber de cuál es cada uno. Grises, de Adolfo y Victorino; amarillos de Veragua, todos amarillos; marrones de... de muchos ; y negros... negros... de Fuente Ymbro, ¿no? Y, ¿qué diferencia a unos de otros? ¿Solo el color? Pues quizá depende de a quién preguntes. Si vas a un aficionado, igual hasta te hace una disección clara y exhaustiva de lo que es cada color. Eso sí, si antes no le explota la cabeza al escuchar eso de separar los toros por colores, como si fueran fichas del parchís. Y si le pregunta usted a los novilleros de la víspera de la Paloma, o a sus mentores, lo más normal es que les respondan que todo es lo mismo, que esto va de dejarlos a su aire, sean del color que sean y luego, ¡hala! A pegar trapazos como si no hubiera un mañana. Y así pasa, que les echan una de Aurelio Hernando, sangre Veragua, según los escritos oficiales, y andan más perdidos que Pinocho en una serrería.

Seis de Aurelio Hernando, todos jaboneros, unos más claros y alguno jabonero sucio. Pero vamos, si los quieren llamar amarillos, jabonosos, enjabonados o como gusten, ya tampoco pasa nada, que si hoy en día llamamos toro a según que espécimen y toreo a según que práctica, tampoco vamos a ponernos exquisitos con los colores de las capas de los toros. Correctamente presentados, pero con poco dentro y lo poquito que había los actuantes tampoco sabían cómo y cuándo se les podía sacar. Mansearon en el caballo, dónde en ningún caso se les puso correctamente en suerte. El que no derrotaba con un pitón lo hacía con el otro o echaba la cara arriba descaradamente, cuando no tomaban las de Villadiego en el momento en el que no se les tapaba la salida o se les hacía la carioca. Malos comportamiento acrecentados por unas lidias nefastas, por un dejar a los animales a su aire, como si fuera miembros de la secta monoencastada al uso. Mal picados, con cuchilladas traseras, como una que casi le sirve al piquero para extirparle de un marronazo las piedras del riñón al de don Aurelio.

Con una pobrísima asistencia, aún había entusiastas aferrados al paisanaje que animosamente jaleaban los trapazos y enganchones como si fueran pinturas. Que dirán que por qué sabíamos que eran paisanos. Pues muy sencillo, porque en el trascurso del festejo anda cada uno a lo suyo y cuando llega el chico de la Filomena, venga a bienear al muchacho. Y al ver caer al animal, sea de un bajonazo o no, venga a sacar pañuelos con frenesí, sin que nadie más, aparte del paisanaje, secundaran su propuesta orejil. Álvaro Seseña no era la primera vez que se pasaba por Madrid, pero muy bien podía ser la última. Inoperante con el capote, inoperante en la lidia, A su primero, que buscaba amparo en las tablas constantemente, se lo sacó en el inicio del trasteo, para luego soltar su repertorio, trapazos de uno en uno muy en corto, venga a tirar de pico y una sosería malamente aguantable. Sin parar quieto un momento y como culmen de su arte, a citar dando el culo y metiendo el pico de la muleta como queriendo exagerarlo ¡Ay señor! Se ponen así y luego pretendemos que lidian cada encaste de acuerdo a lo que este sea. El cuarto, que notaba la puya entre protestas airadas, aguantó poco. El primero al menos tardó un poquito más en ponerse en modo burro descastado, pero a este le faltó tiempo para mostrar sus modos acemilares. Y el espada, pues a ver si alguien le iluminaba, porque no sabía por dónde meterle mano al bicho. Y tras mucho esfuerzo tan solo para cuadrarlo, todo lo arregló con un bajonazo, como en el que abría plaza.

Valentín Hoyos, otro que repetía, se encontró con un manso que tiraba derrotes al peto con saña. Le dejaron a su aire, quizá con la esperanza de que con la muleta iba a ser otra cosa, pero... fue lo mismo de siempre. Banderazos muy bien bailados, a merced del novillo, sin amagar jamás con bajar la mano, muleta exageradamente al bies, hasta que pronto lo que parecía un toro se transformó en la mula Francis. Que esta ha sido una tónica general. Que quizá los animales tenían arrancadas para dos tandas a lo sumo y no para ponerse exquisito al natural o con derechazos, quizá el darles por abajo, el poderles, a los seis, habría sido lo más recomendable, pero no, había que dejar claro que no se podía con este ganado y al final los mansos cambiaban los arreones por entradas de burro. En el quinto, Valentín Hoyos insistía en demostrar su escaso bagaje para estar en Madrid, como tantos, y su toreo trapacero sin parar quieto, siempre fuera, hasta encimista y con el pico le daban para muy poco. Cuchillada va y cuchillada viene con la espada, metisaca en los blandos y quizá se despedida de esta plaza al menos en un tiempo suficientemente prolongado.

Y el tercero, el más acompañado según las formas y actitudes de muchos, David López, que se presentaba, pero visto lo visto, parecía que le habíamos visto mil veces mil. Lo de todos, sin tan siquiera dejar atisbos de una personalidad que le distinga de esa legión de novilleros con poco garbo taurino. Ausente de la lidia ¡Novedad! El Aurelio echaba la cara arriba con desesperación en el peto, pero en el momento en que se le quiso citar por abajo con trallazos muleteros, se iba al suelo. No quedaba otra, debió pensar el debutante, que tirar de pico, piquero desde lejos, largar tela y empezar a ponerse encimista. Le sorprendió un par de veces por el pitón izquierdo, pero no pasaba nada, a pegar más derechazos, que de eso siempre hay. Y apareció el mulo después de no sé cuantas tandas de trapazos. Que mala forma de aburrir a una borrica. Que sí, borrica, pero hombre, se acorta el trasteo, porque esto es así y evitas ese mal trago al ganadero. Bajonazo tirando el trapo y, ¡oiga! Que todavía afloraron pañuelos blancos, como afloran las malas hierbas en un patio abandonado. Que hasta iba decidido a darse un garbeo por el ruedo, pero alguien le dijo, ¿dónde vas, Tomás? Y se frenó. Gracias al que le hizo ver la luz. Al sexto le costaba mantenerse en pie y a poquito que le exigían, al suelo, lo que no impidió que el ídolo de unos pocos se pusiera decididamente a liarse a trapazos, más al aire, que al novillo. Arrimón, que eso siempre calienta a la parroquia, pero el mal uso de la espada, tras pasar un ratito merodeando por allí, más un bajonazo, nos evitó el mal trago de la ya tradicional vuelta al ruedo en el sexto, cuando todo el personal se ha marchado, ¿todo? Todo no, se quedan los allegados y ahí viene la trampa, vuelta al ruedo para cuarenta y cuatro mal contados. Y al final, ni jaboneros, ni Veraguas, ni nada, que el crío tenía razón cuando le dijo a su progenitor, mira papá, otro toro amarillo.


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viernes, 1 de agosto de 2025

Esos entusiastas de los pañuelos que nunca fallan

En Madrid cabe todo, hasta la suelta de vaquillas al final del festejo, pero al menos que los mozos no se vistan de luces, que pueden confundir al personal y algunos, con su pañuelico blanco al cuello, hasta puede llegar a pensar que está viendo a matadores de alternativa.

Después de haberse devorado las Ventas, ahora vienen las noches de pesadilla en las Ventas, pero sin un cocinero que intente poner orden por aquellos lares. Y más o menos, lo de siempre, los de siempre, que van a los toros con esa esperanza la de ver toros, pero... ¡Ay el pero! Un cartel encabezado por una ganadería que iba a ir para Francia, pero perdió el billete y se quedó en Madrid, tres espadas que igual no se creían que los pudieran anunciar en esta plaza y la guinda de los que nunca fallan, esos paisanos entusiastas que fletan buses como si fueran Álvaro de Bazán mandando su Invencible para conquistar el mundo, aunque luego ya se sabe, ni don Álvaro, ni conquista alguna. Que ya los veías antes de entrar con su pañuelico blanco al cuello, que es la señal inequívoca de que se va a los toros en disposición de darlo todo, todito, todo, para encumbrar al paisano. Que si hay que jalear un marronazo en mitad del lomo por parte del de aúpa, se jalea, que vale con atinar en lo negro. Que los trallazos enganchados los cuentan como esculturas taurinas, quizá pertenecientes a la escuela más abstracta del arte taurino, pero si a ellos les parece arte , y lo que es más importante hoy en día, les emociona, pues adelante con los faroles. Que oiga, a ver si nos salen con eso de la emoción unos por ver corretear a su paisano y no se lo vamos a permitir a los de los autobuses y los pañuelicos blancos. Hasta ahí podíamos llegar.

Toros de puro encaste Graciliano, ¿no? O igual... Pero no me vayan ahora a quitar esa ilusión, no tengan tan mala... Pero claro, uno los va viendo salir y, ¿qué quieren que les diga? Cornalones, eso nadie lo discute, escurriditos, que igual lo discute alguien, pero que en nada recordaban a aquellos que se decían del gasoil. Ha pasado mucho tiempo y por lo que se ve, ni del gasoil, ni de alcohol de quemar. Y si ya buscamos eso de Graciliano, mejor evítenselo, porque a nada que se pongan, no me extrañaría que se dieran a cualquier vicio perjudicial para la salud. Mansos como la madre que... Aunque igual la madre era un dechado de bravura y la pobre no tiene culpa, pero la mansedumbre les rebosaba. Con complicaciones, lo que hacía que la cosa no fuera tan soporífera como en otras ocasiones, y era lo que daba un poco de emoción, paisanajes aparte, a lo que allí ocurría. Emoción acrecentada por la incapacidad lidiadora de los de luces, caballistas incluidos. Capotazos mil, para no llegar a ninguna arte. Los banderilleros negados, aunque todavía hicieron saludar a Iván García, cosas del programa, y que con esas actitudes atléticas, llega como un rayo a los tendidos. Quizá el más aseado en un par fue David Adalid, que a la salida se vio complicado y muy complicado por el toro que hizo por él. Hay que reconocer el oportunísimo quite de Rafael Cerro a cuerpo limpio, primero por estar atento y segundo por ese saber cruzarse en el momento justo. De los picadores, pues si ya he dicho que se les jaleaban los marronazos. Eso sí, no se escuchó lo de “hay que picar”, que solo faltaba eso, animarlos. Ensañados con el palo y yo siempre digo que si el toro no va al caballo, pues tendrá que ir el caballo al toro, pero, ¡hombre! Eso va después de ponerlo en suerte, de cambiar los terrenos si es preciso, pero no de primeras; que se veía que el toro estaba ya parado, pero al menos, que lo dejen ver un poquito. Pero esto quizá sea parte de ese pragmatismo moderno, en el que todo es un trámite para llegar a la muleta. Y los toros, ante tanto barrenar, taparles la salida, hacer la tourmix, la carioca, navajazos traicioneros y todo tipo de tropelías desde el penco, se limitaban en el mejor de los casos a dejarse pegar.

Los espadas iban encabezados por Rubén Pinar, ese torero que tanto afecto muestra a las madres de los que le protestan, que cada día deben ser más y más, hasta ser legión. El segundo, Rafael Cerro, al que parecía que le habían dado el puesto a raíz del vídeo de un quite en una capea de pueblo, que como el de Adalid, oportunísimo. Y cerraba el cartel el confirmante Raúl Rivera, que seguro que estaría muy ilusionado por al fin confirmar en Madrid. Tres toreros que en el pasado año sumaron cinco festejos entre los tres. Que mirado estadísticamente, cada uno toreo un festejo y pico en el 24, pero yendo a la realidad, es que Pinar sumó cuatro, Cerro uno y Rivera... echen cuentas. Y no hablaremos de las plazas en las que sumaron esas actuaciones, peroles doy una pista, seguro que los de los pañuelicos blancos no necesitaron fletar ningún autobús.

Pinar no defraudó, perdido e incapaz como es habitual, que no le dio ni para explayarse con el pico, pero sí para bailar y bailar, probar que si por aquí no y por allí menos y a por la espada. En su segundo que si me lo saco de la raya, que si pruebo con la diestra y luego con la siniestra y como no lo veía claro, a otra cosa. A ver si un mal revolcón le iba a hacer perderse algún contrato. Rafael Cerro, que parecía que si iba a manejar con el capote, pues no, paso atrás, todo muy crispado, con la muleta más de lo mismo, sin poder jamás, venga enganchones, sin pararse quieto. En el quinto lo mismo, sin saber por dónde meterle mano, sin parar un momento, ventanazos, trapazos al cielo, que si ahora me pega un achuchón, que si en lugar de ir de luces me lo ponen de calle, más de uno se pensaría que estaba viendo a uno de las capeas de Arganda, Ciudad Rodrigo o cualquiera de esos pueblos de Dios que aún mantienen las ganas de dar toros. Y tras una media demasiado caída, ¡Oh, milagro! Cae el Fraile y asoman como margaritas en primavera, los pañuelicos blancos concentrados en el cinco bajo. Que después de lo del triángulo de las Bermudas, ese recuadrito es uno de los grandes misterios de la naturaleza. Que oiga, no se crea, que todavía los había que a la salida se quejaban del señor presidente. Que los hubo que te animaban a ser generoso porque llevaba una década sin venir a Madrid, que si tal, que si cual. Que poco ayudan estos entusiastas del pañuelico a los que consideran que tienen que hacer triunfar como sea. Que no voy a decir que me apetezca volver a ver a Rafael Cerro otra vez, pero si viene con esta grey autobusera...

Y cerraba Raúl Rivera. Que si Cerro recordaba a los que salen a las capeas hoy en día, este nos traía a la memoria a los capas de antaño maestros en asaltar corrales y agenciarse un par de gallinas. Que no es que no parara quieto, es que se quitaba con descaro en cada embestida, apartándose aún más de lo alejado del cite, largando el trapo allá dónde fuera, dejando bien a las claras el no saber por dónde echarle mano a aquello de negro. Unos bajonazos monumentales, que se iba tanto, tanto, que el llegar con el acero a cualquier parte del toro ya era meritorio, pero claro, eso no cuenta, el pegar la cuchillada caída no es de mérito, es de mucho demérito, demérito vergonzante.. Que los tres, como todos, se empeñaban en lo del derechazo y el natural, algo que no casaba con los de Juan Luis Fraile, que todo lo que se podía hacer con ellos era lidiar, macheteos por abajo, con poder y simplemente prepararlos para la suerte suprema. Y así, hasta podía ser que alguien les hubiera pedido la orejita, pero eso dicen que ya no gusta. Pues nada, que sigan a lo mismo y a ver cuántos festejos suman este año. Al menos el de ninguno en el 24, ya tiene uno en el 25, gran año para él. Pero que nadie se alarme, porque toreen las que toreen y dónde las toreen, que esos entusiastas de los pañuelos que nunca fallan.


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viernes, 11 de julio de 2025

Los mismos de siempre, con borrachos debutantes

Y si no quieren ir a los toros a Madrid, póngase el encierro de Pamplona, presentado por un confeso anti de las corridas de toros, pero que si le pagan bien, madruga por San Fermín y se traga sus elevados principios éticos y morales.


Esto de “Engúllete las Ventas” es una oda a la catástrofe. Catástrofe jaleada por la empresa y jaleada y auspiciada, promovida y patrocinada por la Comunidad de Madrid, que también tiene entre sus funciones el alardear de que defienden la Tauromaquia ¡Miau! Que hay muchas formas de entender esto de defender; que claro, como a los madrileños nos gustan las cañitas, las terrazas y el colegueo de hago lo que me sale de mis santas... pues la plaza de Madrid es el ejemplo perfecto, el paradigma de la defensa de la Tauromaquia, nadie mejor... o quizá nos supera el sol de Pamplona, aunque eso ahora parece algo inalcanzable, pero demos tiempo al tiempo. Las Ventas es el mayor botellódromo y el mayor despropósito del mundo de los toros. Chavales, a mansalva, que empiezan a notar los efectos báquicos... que narices báquicas, del alcoholazo garrafero, a partir del tercer toro. Chavales que no paran de pasear por tendidos gradas y andanadas a su aire, sin importarles si hay algún incauto que se interese por lo que sucede en el ruedo. A ellos, evidentemente y como se dice vulgarmente, les suda los... bueno, tan vulgar no hay que ser. Que les importa nada, vamos. De pie, de espaldas a la arena de charla con este, con aquel y eso sí, cuando ellos deciden, ¡Sssssssshhhh! ¡Sssssssshhhh! ¡Sssssssshhhh! ¿Y antes? Y vívases por aquí por allí, apareciendo el hijo de..., el cabr... con solemne descaro, lo que ya les digo que sorprende y ofende a los habituales de las plazas de toros, al menos la de Madrid. Que uno lleva... unos pocos años por esos lares y nunca, salvo ebrias excepciones, había escuchado tal terminología ¡Vivir para ver... y escuchar! Y por si alguien dudaba de lo que había, pudimos ver el triste, tristísimo espectáculo de como a un chaval, porque era un chaval, se lo tenían que llevar sujeto entre sus “colegas!, porque el crío no se sujetaba en pie. Y esto dicen que es defender la Tauromaquia.

Y la empresa sin poner personal de plaza, porque ver un polo azul intentando poner orden es un imposible en estas noches de botellón. Qué gran empresa y que cosa más nefasta. Que el grupo inversor y los de la agencia de viajes deben estar encantados, hasta la Comunidad de Madrid debe estar encantada, pero, ¿ha habido una empresa que haya podido hacer tanto daño a los toros y a la plaza de Madrid? Y anda que no lo tenían fácil, pero lo ha conseguido con creces. Y ya he nombrado dos veces, tres con esta, a la Comunidad de Madrid, concretamente al Centro de Asuntos Taurinos, que no es que intente controlar la gestión de Plaza 1, no es que se abochorne del deplorable espectáculo que se viene produciendo en la plaza de las Ventas, es que ha asumido su posición de subordinada ante la empresa, se ha postrado de hinojos como los siervos ante el tirano, diciendo a todo que sí y que bueno, la Discoventas, el macrobotellón ya habitual, los precios, los carteles, las fechas de festejos, los... si es que son tantas cosas ¿Y el aficionado? Lo primero, ¿qué es el aficionado? Si hablamos de los abonados, pues unos están encantados con que se liberen los precios, pensando que a ellos no les tocará la china -pobres ingenuos, pobres ilusos que igual hasta se ahogan con su propio y abundante baboseo- Los que esperan con ansias el indulto y el rabo, los que jalean al amigo o paisano y les sacan a saludar antes de empezar, los que quieren las ganaderías amigas, los que meriendan como todos y reniegan de las meriendas ajenas, los que pasan lista por si va Pepito o Juanito -que miden el nivel de afición por el desgaste de culo en la piedra- Pero al final, tragan como benditos, tragan y tragan y ya ni montan broncas, no vaya a ser que el periodista amigo, el ganadero amigo, el torero amigo, el amigo del torero amigo o el lucero del Alba, les afee esa actitud tan poco taurina, porque que no se olvide nadie, ellos también quieren ser taurinos, ¡pobres ingenuos, pobres ilusos!

Y me dirán que, ¿y del festejo, qué? Pues un encierro de los Chospes en el que la mansedumbre se enseñoreó a sus anchas, en que cada novillo superaba al anterior y el siguiente al anterior, echando sobre todo tres novillos finales que en muchas plazas pasarían por toros sin ningún esfuerzo. O quizá no, pero más bien porque algunos decidirían que con esa presencia no hay quién se pueda expresar. Blandos, en algún caso en demasía, muy mal lidiados; perdón, corrijo, no lidiados. Con tres novilleros, Nino Julián, Mariscal Ruiz y Juan Alberto Torrijos, que venían a hablar de su libro, a dar trapazos muleteros a diestro y siniestro, dejando el resto para el peonaje, que allí anduvo como Dios se las dio a entender. Los picadores, pues en su línea, pero también hay que reconocer algo, que los dejan a merced, lo que no influye para que peguen un navajazo en la paletilla. Pero si un toro no quiere capotes y mucho menos caballo y se arranca de mala manera, además de evitarse un marronazo, los de a pie, especialmente el matador de turno, deben estar al tanto para sacar al animal del peto y no ponerse a lo lejos a levantar la mano. Y si el toro no va al caballo y el caballo tiene que ir al toro, porque ya solo se trata de picar, no pasa nada porque se pise la raya. Que al final veo que va a montarse la Asociación de amigos de la cal, integrada por esos que luego relinchan una y otra vez, una y otra vez lo de “picadoooor, que malo...”. Que sí, que son muy malos, pero a veces, si nos paráramos a pensar y además pensáramos que esto no es un acto mecánico, pues...

Nino Julián tiene las maneras de un torero del Folie Bergere. Zarandea el capote sin idea, pone banderillas amanerado, como todo lo que hace, y unas veces sobre un pitón, otras al quiebro, según pase. Con la muleta, pues uno de tantos, que si más telonazos o más culerinas, cites descarados con el pico. Sin ningún criterio lidiador, que si el toro se le va a tablas, allí va él sin pensar si en terrenos, si en querencias. Y si su segundo quiere escapar constantemente, pues nada, hay que seguir dando trapazos a tutiplén y si la cosa no pita, entre los pitones. Y la espada... pues eso, bajonazo, pinchazo y siempre tirando el trapo al suelo. Un fenómeno.

Da cosa hablar de mariscal Ruiz después del trompazo que dejó conmocionada a la plaza, pero quizá no nos quede otra. Que el hombre, lo que se dice duende, pues no tiene y además se esfuerza en dejar evidente su vulgaridad en el trapaceo, pico, tirones, manivolazos y perdiendo el tiempo alrededor del novillo. Como sus compañeros, ni piensa en fijar a un toro, que ellos están para dar pases, a ver cuándo nos enteramos. Y en el quinto, que entraba cómo un buey y después de unos telonazos, en un momento se quedó descubierto y allí que tiró el manso el derrote que le levantó y tras una caída a plomo, inmóvil en la arena y con espasmos, fue llevado a la enfermería y los móviles ardiendo, con el personal deseando ver un avance del parte. Salió un banderillero y se señalaba el costado, sin otros ademanes, lo que al menos tranquilizaba algo. Parece que la cosa quedó en solo ese trompazo, que ya es bastante y que pudo haber sido otra cosa.

El tercero era Juan Alberto Torrijos, que ya con el capote dejó evidencias de su escasa pericia capotera. Que claro, si todo tu saber se reduce a irse a portagayola, pues ya es para no esperar demasiado. Con la pañosa, pues, poco que contar, que a veces parecía que era el prólogo al Empastre y el Bombero torero. Trallazos absurdos, enganchones y manteniendo ese nivel de diez en cuanto a la vulgaridad. Vulgaridad en la misma concepción del ciclo, de los carteles, del respetable que no se respeta, de los responsables de la empresa, la plaza y hasta del que vende fantas y al final solo queda en que a esto siempre van los mismos de siempre, con borrachos debutantes.


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viernes, 4 de julio de 2025

El que dijo que esto no podía ir a peor... se equivocó y de qué forma

Igual la cosa sea volver a los orígenes, pero viendo cómo está esto, lo mismo hay que remontarse hasta...


Segunda merienda multitudinaria y ya parece que han devorado el poco prestigio que le quedaba a la plaza de Madrid. Bien servido en unas cajitas de cartón muy monas, con salsa al gusto y una buena bañera de lo que guste para inundar el gaznate y a devorar como hienas esta plaza que un día fue algo que se echa tanto de menos. La afición, por ejemplo, ¿dónde estará la afición? Pues igual ya va camino del panteón de personajes ilustres, pero sin boato, sin plañideras, sin apenas nadie que lamente tal pérdida, quizá porque entre tanta zampa y tanto trasegar alcoholazo, al personal se le va la cabeza y más que pensar en prestigios y tradiciones, está más por eso de ir y venir a por más carnaza que obnubile los sentidos, que ciegue la vista y aceporre el sentido común. Y si a todo esto le unimos la lluvia, pues pasa lo que pasa, que las Ventas enloquece; que siempre quedan unos cuantos, cada vez menos, que no dan crédito, que por las horas, pues se llevan su bocata, que eso no es malo, y su lata o latas de lo que sea y son capaces de seguir el festejo. Y si llueve, pues se mojan, que es lo que tiene el estar al aire libre, pero intentan no perder detalle de lo que pasa en la arena. Pero ya digo que esto son contados, que hasta casi podemos ponerles nombres, que si Alberto, Carlitos, Adrián, Felipe, David y alguno más que sí, que iban a cenar, pero sobre todo iban a los toros, que cenar en los toros ya digo que no es un deshonor, pero ir a cenar y si acaso ver algo de los toros, eso es otro cantar. Que caen cuatro gotas y para arriba, a saltar a las gradas, que como la empresa apenas pone personal para estos días, pues aquello se convierte en una gymcana gigante. Que afloja, pues para abajo otra vez. ¡Ay, que llueve! Venga para arriba, que para, pues... y así toda la santa noche. Y además las visitas al festival del gourmet de las jornadas de “ponga su colesterol a mil”, “A tomar por... la operación bikini” o “Abuela, que eso tiene mucha sal y grasa y... un día es un día”. Que si se pasa un antropólogo estudioso del fenómeno taurino como rito atávico enraizado con la esencia de la civilización mediterránea y ve esto, se vuelve a su casa y quema todos los legajos escrito durante años, para empezar otra tesis de nuevo cuño: “La Tauromaquia del s XXI o el co... de la Bernarda”.

Que dirán que por estas tampoco voy a hablar del festejo, pero, si ustedes hubieran vivido lo que hemos vivido, entenderían mi desamparo, mi sensación de que el fin del mundo ha empezado por Madrid, por la calle de Alcalá. Que no vivas han soltado, que entre el trasiego y el trasegar no daban para más. Que sí, que era una novillada de Sagrario Moreno, una señora novillada de aspecto impecable, seis láminas, seis novillos que en esas plazas del mundo igual habrían pasado tranquilamente como toros. Que a alguno igual algún figura de áureo palmito no lo habrían querido ni ver, ni que les mostraran una foto de los animales. Pero luego han dejado ver demasiada flojedad, más de lo admisible. Eso sí, flojos y todo, pero que han podido con creces con los tres actuantes que estaban anunciados. Que habrá quién piense que nocturna, novillada y que van y ponen a tres que apenas han ido por el mundo, pero ni mucho menos. Fabián Jiménez volvía para demostrar que la primera vez era nada y ahora sigue siéndolo. Bruno Aloi, que seguro que tiene predicamento en México, que ya ha repetido varias veces en eta plaza, pero al que se sigue sin entender que siga viniendo. Y Pedro Luis, novillero llegado de Perú, que lo que ha copiado de los fenómenos de aquellas tierras es el ponerse a torear de salón mientras sus compañeros se las están apañando con el novillo en el ruedo. Será que esto se lo enseñan en las escuelas de allende los mares.

Tres escuelas diferentes que convergen en una, la escuela del mantazo capotero y el trapazo muletero, rematado con sartenazos que deberían ofender hasta a los del sube y baja, baja y sube, pero no, estos lo celebraban, quizá porque así podían volver a la barra a por más pitanza, aunque... si les daba igual que hubiera toro o no, si ellos transitaban por los tendidos como Juan y Manuela.

Que esta escuela de la modernidad ahora dicta que el toreo de capote es sacudir la manta sin criterio ninguno, que igual se ponen a dar chicuelinas o lo que sea de salida... ¡Caramba! ¡Igual que sus mayores! Pero el manejo del capote para simplemente fijar a un toro, eso lo dejan para otra tarde, lo mismo que el poner el toro en suerte. Venga capotazos y más capotazos y al final el toro se les va. Que sí, que lo de Sagrario Moreno andaba suelto y hasta buscando los terrenos de toriles de salida, pero es que nadie le ofrecía un capote para sujetarlo mínimamente. El comportamiento en el caballo ha sido más que discreto, aunque en los tendidos siempre se gritaba eso de ¡Picaaaadoooor! Incluso en el sexto, que no quería caballo de ninguna de las maneras y para poderlo picar, en lugar de ir el toro al caballo, ha ido el caballo al toro y ha tenido que pisar la raya ¡Anatemaaaa! La raya no se toca. En fin, lo de siempre. Luego venga trapazos, sin que el personal hiciera demasiado caso, y cuando se lo hacían, pues venga a jalear lo injaleable. Pico descarado, en los tres, escupiendo al toro y pasándoselo lejos, los tres, venga a pegarse carreras y más carreras, los tres, y dejándosela enganchar hasta la desesperación, los tres. Que como estos sean el futuro, futuro, no vengas. Que algunos nos acusarán de que no vemos nada positivo, pero de verdad, es que está muy difícil el querer ver algo bueno o simplemente nuevo. Que seguiremos yendo a la plaza, faltaría más, pero de verdad, el que dijo que esto no podía ir a peor... se equivocó y de qué forma.


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viernes, 27 de junio de 2025

Cénate las Ventas... y no olvides las sales de frutas por quintales

¿Es esta la fila para los torreznos? ¿El último?


Este invento tan... tan... tan hortera, chabacano y vulgar de convertir la plaza de Madrid en la feria del tocino frito, la pizza de morcilla y el pincho de saín en vena a las ricas hierbas de ortigas ya ha empezado. Que algunos pensaban que las Ventas no podía caer más bajo; pues no apuesten, que con estos gestores de Plaza 1, lo que va mal puede ir peor y lo que puede ir peor puede acabar en el Cénate las Ventas y en la Discoventas de después del festejo, con un pincha o dj, de lo más animoso, que dan ganas de no irse a casa y quedarse a ver si te toca una tostadora o una muñeca Chochona, porque el speaker en cuestión a nada lo confunden con Manolo, el animoso locutor de la tómbola de la verbena del barrio de Canillejas en sus fiestas de septiembre. Y digo Canillejas, para que no se me ofenda nadie, aunque igual ustedes tienen otros candidatos que le disputarían el puesto de charlatán del año. Bueno, no, que ese título lo tienen in pectore lo mismo el señor Casas, que el señor Garrido. Bueno, este más sería de tómbola parroquial. A cada uno, lo suyo.

Que si hacemos caso a cómo anuncian tan magno evento los señores Plaza 1, esto va de llenar el buche, que solo respirar los aromas de las planchas y el colesterol se te dispara y alcoholazo, mucho alcoholazo, para que a partir del tercero de la noche los vivas broten como enjambres de chicharras en plena canícula. Y dirán ustedes, ¿y los toros? Pues de los toros, ni noticia, que el cartel solo hablaba de pitanza, no de toros, toreros, ganaderías, ni perrito que le ladre. Y es entrar en la plaza, con solo una puerta abierta, no vaya a ser por las otras se escape el gato, subir a la primera planta y empezar el campeonato de slalom de mesas, sillas, plantones con el vaso en una mano y lo que sea en la otra. Y no molesten, que estamos en la hora de la cena. Bueno, pues me salgo por las terrazas y así esquivo esa manifa de mesas por todos los pasillos, pero... nada, que está peor. Pues habrá que ir pidiendo paso, permite, perdón, permite, perdón, le importa, perdón... y si logra llegar a unas escaleras para subir a la localidad, ¡alabado sea el torrezno! ¡Oiga! ¿No sabe que puede bajarse a los tendidos, como la gente pudiente y se evita el subir a los cielos de gradas y andanadas? No, es que prefiero ir a mi sitio de... Desagradecido, ¡qué gente tan ingrata! Que te dicen que vayas al tendido, no por ver el ruedo desde más cerca, sino porque así tardas menos en salir al pasillo, pedir unas alitas o o que sea, dos barreños de alcoholazo y volver al tendido.

¡Ah! Que además ha habido una novillada, muy anovillada, excepto el sexto, del Retamar, con la que no han podido de ninguna manera los tres de las medias rosas. Dos primeros para estar toreando hasta que se acabaran los torreznos y los pinchitos de morcillas, un tercero por el estilo, pero menos claro. Y tres mansos en la segunda parte que fueron incapaces de fijar mínimamente, pero que sin comerse a nadie, se comían a los tres actuantes. Pérez Pinto, que se presentaba en Madrid y que le veías y parecía capeado por esas plazas de pueblos del mundo, pero para ser el que daba cuatro trapazos seguidos, porque en el momento en que la cosa exigía algo más, como llevar una lidia, poner el toro al caballo o darle cierto sentido al trasteo, enseguida uno se daba cuenta de que solo está para eso, cuatro trapazos en el Carnaval del Toro, tres en las capeas de Arganda y poquito más. Que así se explica que se presentara en Madrid casi una década después de debutar de novillero y de los dos festejos del año anterior. El segundo era Tomás Bastos, que volvía a Madrid, no me pregunten por qué. Este, ni capeado, ni sin capear, un chavalín modernito, que a puntito ha estado de ver a su segundo irse vivo y cuyo punto fuerte, según cree él, el irse a portagayola. Que igual lo es, porque de torear, lo que se dice torear... ¡unas bravas para el caballero! ¿Otra cervecita? Manolo, saca el barreño, que el señor quiere otra cañita. Y el tercero era Pedro Montaldo, que no es que se parezca a sus compañeros, porque ya hasta parece que hay nuevas escuelas de ineptitud y la de este es el dar trapazos a toda velocidad, dando vueltas como un giraldillo en un vendaval, mientras se vivea a todo lo que se mueve. Y venga vivas. Eso sí, el hombre no tiene suerte con la espada y suma las entradas por pérdidas de muleta. Pinchazos en los blandos una y otra vez y el trapo al suelo. Que como dijo una vez alguien con mucho acierto, tendrían que ponerles una pulserita como el mando de la Wii, a ver si así no pierden el engaño con tanto descaro. Eso sí, que llegas a casa y te enteras que el mozalbete se ha dado una vuelta al ruedo en el sexto. Que imagina uno que habrá sido multitudinaria, tanto que quedarían los familiares y los de las almohadillas echando al personal, que había que recoger y se hacía tarde. Pero claro, tanta grasaza, tanto alcoholazo, tantos vivas a la plancha, tanta chabacanería... Pero nada, que no decaiga esto de Cénate las Ventas... y no olvides las sales de frutas por quintales.


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lunes, 23 de junio de 2025

Con los inválidos no hay lugar para posturitas grotescas y vulgares

 

Se creen divinidades de la tauromaquia y solo son... la nada


Cuando era niño, después de adolescente y ya mayorcito, bastante mayorcito, mis mayores, loa que sabían tanto de esto, me decían que en esto de los toros, de lo que se trata es de poder, dominar y mandar sobre un animal fiero y con un poder desmesurado. Eso se me quedó grabado a fuego en mis ansias de querer llegar a ser algún día un aficionado a los toros y más concretamente un aficionado de Madrid, mi plaza, mi casa, mi refugio, el lugar dónde tanto he recibido y dónde quizá haya querido dejar algo para poder corresponder, pero siento que estoy muy lejos de poder hacerlo. Pero al menos, cuándo veo un espectáculo como el vivido en esta tarde de Valdefresnos, con Luis David Adame, José Fernando Molina y Christian Parejo, no puedo por menos que indignarme y rebelarme contra esta idea ñoña y simplista en que quieren que se convierta esto que un día nos legaron aquellos de los que tanto pudimos aprender. Aquello del poder, dominio y mando ante un toro, ha mutado, porque de una mutación de trata, en un espectáculo, un show, en el que el toro ha desaparecido, porque lo que sale por chiqueros solo llega a a caricatura y en tardes como esta, a caricatura inválida. Y claro, entenderán que en el momento en que no hay toro, nada importa de lo que vaya a suceder en el ruedo. Pero en este nuevo... llámenlo cómo prefieran, el objetivo es que los de luces, paisanos, primos o lo que sea, corten despojos a mansalva, aunque su actuación sea deplorable, vulgar, cateta y vacía de todo lo que debería ser el toreo. Que con esta introducción, igual se hacen una idea de lo que ha sido la última corrida de toros hasta mediados de agosto. Que dicho así, suena fuerte, pero esa es otra, esto es lo que nos ofrece nuestra nunca bien ponderada plaza 1, que tantos desvelos le provoca el tener que cubrir una temporada completa, aunque que no se agobien, que con esto de las obras de la plaza se la van a quitar de encima de un plumazo y lo mismo hasta hacen el gran esfuerzo de que no vuelva, siempre con el amparo y la complicidad de la propietaria de la plaza, la Comunidad de Madrid. Los defensores de la Tauromaquia se proclaman ¡Viva el cinismo!

El esperpento se ha empezado a construir sobre una infumable corrida de Valdefresno, que lo mismo uno era aplaudido por los carniceros, que otro parecía un vaco feo y destartalado, otro más justo, pero todos escasitos de fuerzas, inválidos, ante los que el señor presidente de la corrida ha hecho el Tancredo y lo mismo hasta rezaba para que no se fueran al suelo una vez más de todas las que se fueron, para sí no devolverlos a los corrales. Que si hubiera sido el usía poseedor de un mínimo de afición, igual se habrían vaciado los corrales de las Ventas, porque se podrían haber devuelto la corrida en pleno. En el caballo apenas se les picó, siendo generosos en la valoración, y curiosamente todos peleaban con un solo pitón, el izquierdo y echaban la cara arriba. Unos buscaban más los terrenos de chiqueros, sin que los de luces intentaran fijarlos en los capotes. Inválidos, pero con los que no podían los tres acartelados. Ausentes durante la lidia, mal lidiados, sin orden, ni concierto, para después intentar mantenerse en pie. Eso sí, con estos ejemplares, tampoco pudieron, el colmo de la falta de dignidad taurina.

Luis David Adame muy inseguro y desconfiado, aparte de las ya mentadas carencias lidiadoras, todo su bagaje fue un toreo ventajista, vulgar, con mucho enganchón y contando cada muletazo por un tirón destemplado. Sin saber qué recursos oponer ante sus blandos oponentes. Muletazos en los que era él quién se movía y no el toro, se pasaba solo. Resultó cogido en su primero al entrar a matar, cogiéndose solo, sin pasar, sin hacer la cruz o como en el cuarto, tirando el trapo a la cara del animal.

José Fernando Molina venía con su incondicional grey de partidarios, dispuestos a jalearle hasta saltar a la comba, si así quisiera. Y con estas, ya podía estar dando trapazos a un inválido, que él a lo suyo, a ver si el paisanaje se calienta y le piden un despojo, como ya ha ocurrido con él en esta plaza. Y claro, si se engorda la estadística, te lo ponen otra vez, porque aquí cuenta el cuánto y poco o nada el cómo. Trallazos, pico, muy despegado y a poner posturas mientras el de Valdefresno besaba la arena. Enganchones a mansalva, pico y al tirarse para cobrar un bajonazo, al quedarse en la cara del toro, sufrió un revolcón, por lo que tuvo que pasar a la enfermería. En su segundo, ya con vaqueros y sin chaquetilla, que debe ser muy incómoda, hasta medio lo sujeto con el capote mientras le cedía terreno. Le dejó a su aire por el ruedo, hasta llegar al último tercio, donde le recibió de rodillas, muy chabacano él, dando trapazos de todo tipo y seguir ya en pie con más sacudidas de trapo, corriendo detrás del Valdefrresno, que tenía fijación con irse a tablas. Alargando el brazo, abusando del pico, enganchón tras enganchón y hasta los jaleos del personal sonaban ridículos. Debían creer que los despojos se ganaban a voces, pero Molina se empeñaba en llevarles la contraria, cada vez un pasito más hacia la vulgaridad y penando detrás del toro, como si este ya estuviera harto de tanto trapazo. Los repetidos fallos con los aceros impidieron que los entusiastas hicieran aún más el ridículo pidiendo despojos. Pero que alejado de la realidad está el albaceteño, lo mismo que muchos que visten de luces, que después de semejante parodia, hasta amagó con darse un rulo por el ruedo.

Y si hablamos de partidarios sin sentido del ridículo y de torero alejado de la realidad, quizá Christian Parejo sea un buen ejemplo de esto. Incapaz de sujetar un toro, permitiéndole andar a su aire por el ruedo, ya con la muleta, pues lo de todos, pierna de salida exageradamente atrás, trapazos a un animal que se quería ir, pico abusivamente descarado, siempre fuera y bajonazo. En su segundo, el de menos trapío, con diferencia, parecía desesperantemente desganado, inhibido de la lidia, como si fuera el toro de otro, hasta el punto que con el toro debajo del peto, aunque se cambiara el tercio, él se marchó a pegarse su buchito de agua, a templar la muleta, sin importarle si sacaban al que supuestamente era su toro, del peto o si se lo llevaban a Malta de vacaciones. Y ya con el animal aquerenciado en tablas, allá que soltó todo su repertorio de vulgares trapazos, sin parar quieto un momento, sin otro fin que acumular sacudidas de la tela, una y otra y otra y otra más, hasta la desesperación del personal al que ya no le cabía ni una gota más de chabacanería. Tras un bajonazo aún había quien sacaba los pañuelos de dos en dos, pero lo que quedaba en el espíritu de la ya escasa afición de Madrid es que esto se ha convertido en un esperpento en el que solo valen los despojos a costa de lo que sea; será para comentarlo en el viaje de vuelta. Que este cartel no se puede repetir en mucho, mucho tiempo, ni por el ganado, que bien podría quedarse en la finca varios inviernos seguidos y sin anunciarse en Madrid. Y por supuesto la terna que si de inicio no tenía justificación para asomarse a la calle de Alcalá, al acabar quedó más en evidencia que si quieren, que toreen en su casa, a ver si van los mismos entusiastas vocingleros que solo idolatran los despojos y que si lo creen oportuno, tampoco es necesario que aparezcan por aquí para tirar la honra de la plaza por los suelos. Que ya está bien de tanta chabacanería casposa y a ver si toreros y hooligans se meten en la cabeza que con los inválidos no hay lugar para posturitas grotescas y vulgares.


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lunes, 16 de junio de 2025

¡Ay, Madrid! Quién te ha visto y quién... ya no te ve

La Plaza de Madrid, una gran desconocida para los que vivieron algo muy distinto

 


Quizá alguien recuerde aquello de que Madrid daba y quitaba, de que era una afición que sabía lo que quería, que sabía valorar con justicia y justeza, que era generosa, pero que no se chupaba el dedo. Pues si se han pasado, aunque fuera de refilón por la “In memoriam a Victorino Martín”, mejor que se olviden de todo lo anterior y casi hasta mejor que se olviden que estuvieran en la plaza de la calle de Alcalá. Porque Madrid se ha convertido en un despropósito, el despropósito al que ha llegado todo este mundo de los Toros, en que ni toros, ni toreros, ni toreo, ni nada de lo que en otros momentos pudiera ser referente, motivo de orgullo. Que ya parece haberse impuesto el agarrarse al triunfalismo, en ocasiones dando la sensación de que esos provocadores del triunfalismo se agarran a esto como a un clavo ardiendo. Dejan pasar y pasan por encima de demasiadas cosas, tantas de esas que antes encendían el ánimo de Madrid y por menos del canto de un duro te montaban un bronca de impresión. Eso sí, quizá porque ahora el personal está más leído, sean las lecturas que sean, tienen más argumentos, más excusas para justificar su ansia triunfalista. Que si hay que elevar a los altares a un coletudo, basta con que ha estado hecho un tío, con que ha dado dos muy buenos o que simplemente le premian por ser quién es, algo vivido muy recientemente. Y si es para homenajear a un toro, basta una frase, que es que el toro perfecto no existe. Y con eso ya han barrido, o ellos se lo creen, cualquier crítica que sea acorde con ese triunfalismo desbocado y hasta un tanto irracional. Y no es solo que preparen los mimbres para esos triunfos, es que la crítica habitual se desactiva, enmudece, dependiendo de quién se trate. Pues así estamos y en este supuesto homenaje al ganadero de la “a” coronada, al menos a la conclusión del festejo, esta vez sí que estaba la furgoneta esperando al caballero que sacaban a cuestas. Algo es algo o quizá también puede ser que el caballero en cuestión no tiene el pedigrí de quien hace una semana justa... Bueno, todo llegará, bastará con que se cumplan veintiocho años de alternativa, porque con diez años doctorado solamente, ese derecho aún no ha sido adquirido. Ya saben, que aún hay quién mide los méritos por años de estancia y no por conocimientos, cualidades o vaya usted a saber qué.

Corrida Victorino Martín que ha sido ovacionada en algún que otro toro, aunque bien es verdad que con cierta timidez. Cuatro primeros impresentables para esta plaza, que más recordaban el género caprino, que el bovino descendiente del bos primigenius. Y los dos últimos que tenían un pase, pero que ni mucho menos eran para recibir ningún parabién. Eso sí, al quinto se le aplaudió por la leña, no por el trapío. Los ancestros de esta sangre eran toros que solían lucir en el caballo, así que si quieren recrearse en ello, pónganse a hacer memoria, pero tómenselo muy en serio, que si no... Al primero apenas se le picó, con la cara alta, derrotando el peto o lo que pillará, a pesar de que por momentos le barrenaron tapándole la salida. Más derrotes, especialmente por el pitón izquierdo. El segundo, con marronazo trasero y caído, tirando viajes por el zocato y más tarde apenas solo se dejaba mientras le tapaban la salida. El tercero, solo se dejaba, mientras apenas le castigaban, tirando derrotes en la segunda vara, dónde al menos se le dio algo más, pero sin llegar a nada considerable. El cuarto sí que planteó cierta batalla y recibió más que sus hermanos, no así en el segundo puyazo caído. El quinto que se fue andandito al caballo, donde le taparon la salida para no picar, mientras solo peleaba de lado y con el derecho, para pasar a que no le picaran, tirando derrotes con el otro pitón. Y el sexto, al que habrá que prestar más atención, un toro que echaba las manos por delante de salida, ya en el caballo, al que no le debía hacer gracia acudir, le pusieron a cierta distancia, para liarse a cabecear en el peto de lado y solo por el izquierdo. En el segundo encuentro ya más cerca, casi en la raya, le castigaron poquito, mientras solo se empleaba por el izquierdo.

De los componentes de la terna, Paco Ureña, Emilio de Justo y Borja Jiménez, iremos a continuación, intentando aplicar cierta minuciosidad. Paco Ureña se encontró con un primero escaso de bríos, al que de salida se le vio que no podía con él. Con la muleta solo acompañó el viaje y aún así, muchos interpretaban esto como temple, algo muy habitual en esta “tauromaquia” presente. Muchos trapazos al aire a un moribundo, retorcimientos, exagerando el pico y después cuartos de muletazo que eso siempre gusta en estos días. Luego que dejo el palo para largar tela en cada trapazo. Muy vulgar, venga enganchones y teniendo que recolocarse constantemente, para culminar con un bajonazo. En el cuarto, a darse la vuelta para perder terreno hacia los medios. Ya en la faena de muleta, trapaceo por abajo acortando el viaje. Cites con el pico, inseguro, sin bajar la mano, mucho trapazo y muchas carreras, hasta que el animal acabó yendo como un burro al trapo. Siempre muy fuera, venga enganchones y alargando aquel suplicio innecesariamente, para cerrar con una media muy caída.

Emilio de Justo, torero con excesivo predicamento en esta plaza, y en muchas más, es incapaz de mandar en la lidia, limitándose a plantarse en mitad del ruedo y que los peones vayan haciendo, un supervisor de lujo. Con la muleta es un simple pegar trapazos, zarandear la muleta, que si se la engancha, que la enganche, en mitad de un maratón de carreras para recolocarse y un recital de voces y gritos para llamar al toro... o para lo que a él le venga bien. Que se lo llevan al máster de tenis y no desentonaría en cuestión de voces. Siempre citando desde muy fuera, tanto, que hasta los desplantes los hace desde las orejas del toro. Y como cierre, un bajonazo muy trasero. En el quinto, como en su primero, mantazos y a girarse de espaldas a los medios, algo que parece que a la parroquia le gusta sobremanera, que gusta eso de perderle terreno a los toros. De nuevo inhibido de la lidia, allí de plantón a una distancia prudencial. Y ya con la pañosa, pues carreras y más carreras, cazando trapazos por doquier, ahora unos trallazos con la zurda, sin parar quieto un instante y sin mandar jamás al de Victorino, que tampoco es que fuera Barrabás de cárdeno, pero si las cualidades son tan escasas, pues ese es el resultado, piernas y más piernas. Alargando el brazo, citando desde fuera y venga a abusar hasta lo inaudito del pico. Pero sería por las carreras, sería por los alaridos, una orejita que regaló el generoso usía, don José Luis González, conocido por los habituales de la plaza por su buen corazón con los de luces. Tan generoso como es público amable que hoy en día ocupa la plaza de Madrid, unos con pañuelos de un torero, otros con polos con el hierro del día, otros con chapitas, pero que son de un buena gente, que tira pa trás.

Y llegamos al tercero en liza, Borja Jiménez, que pasó por la plaza en sus otras apariciones sin pena ni gloria y quizá para algunos ya iba siendo demasiado. Quizá echaban de menos ese prototipo de toreo moderno sin el que ya parece que muchos no pueden vivir. En su primero, trallazos por abajo en el recibo de muleta, que si un enganchón por aquí y dejando ver que no podía con la chiva de Victorino, con perdón. Excesivas carreras, muleta atravesadísima y que el animal no se le viniera al suelo. Y será que no ando muy bien de memoria, pero que no recuerdo una estocada de este torero que no fuera un bajonazo, aunque pocos como el que propinó casi en la barriga a este su primero. Y salió el sexto, ese que no cumplió en el caballo, ni de lejos, que se limitó a pegar cabezazos en el peto, que tras el segundo tercio se acomodó en tablas y al que todo el trasteo hubo de hacérselo al amparo de estas. Se lo empezó sacando por abajo, para continuar con la zurda y en el último pase de la tanda, ¡un natural! Un natural, damas y caballeros, gran hazaña, gran logro. Que me dirán que si estoy con lo del toreo de bisturí y no podré más que darles la razón, perdonen la emoción. Y ya digo que próximo siempre al olivo, comenzó la sinfonía de trapazos siempre, pero siempre, con el pico de la muleta, atravesándola de manera muy especial con la zurda, cuartos de muletazo, dejándosela tropezar y teniendo que colocarse entre trapazo y trapazo constantemente, para acabar entre contorsiones muy celebradas, harto vulgar y con demasiadas trampas. Acabó, como es la habitual marca de la casa, con un soberbio y solemne bajonazo, que a nadie debió importar, en especial al que regalaba orejas como el que regala papeletas a la puerta del metro. Que si un pañuelo blanco, que si otro más, que lo del bajonazo son pequeñeces y para colmo, la vuelta al ruedo al toro. Un toro que lo del caballo no era su ideal de vida, pero, ¿qué más da? ¿No estamos de fiesta? Pues que no pare la juerga. Que el señor ganadero estará encantado con su corrida, con la escasa presentación, con el suspenso en varas y con cierta flojedad que limitaba mucho muchas cosas, pero era día para estar feliz como una perdiz. Y que el que no lo esté, que se quede en su casa, eso es. ¡Ay, Madrid! Quién te ha visto y quién... ya no te ve.


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sábado, 3 de mayo de 2025

Si es que jaleaban hasta los enganchones

Quizá no lo queríamos ver, pero ya son demasiadas las evidencias de que la plaza de Madrid está para que la presida Mario Vaquerizo y el personal se ponga una nariz roja mientras aplaude y aplaude y jalea o injaleable.


Qué gran tarde, que tarde de emociones, de sensaciones encontradas. Grande, porque con este nuevo horario, hay luz hasta muy tarde; de emociones, porque un ratito antes había caído la mundial y se esperaba que escampara, a ver si al final había toros; y de sensaciones encontradas, pues porque a esa hora unos no sabían si darle a la cerveza, al yintonis o directamente al calimocho, que la elección no era fácil. Pero en estos casos parece que como el pueblo es sabio, pues decidió al instante, se le da a todo y así nadie se enfada. Aunque igual lo vivido en esta tarde del 2 de mayo no tiene nada que ver con ninguna ingesta de sustancias que alteran el entendimiento, simplemente era que en los tendidos había un público muy majo, amable, cariñoso y... un poquito raro. Que daba la sensación de que alguien se había cogido un taco de entradas y se había dedicado a repartirlas por ahí. Tú me caes bien, dos entradas y dos para tu cuñado. Tú pareces simpático, hala, dos entradas más y otra para que te acompañen los suegros, para que tu suegra conozca las Ventas. Y así, hasta llenar casi tres cuartos. Y no faltes, que viene la presidenta, afisioná de las güenas, que ya ni pregunta por qué le ponen faldas a los caballos, ya sabe que es porque cuidan mucho el decoro y no les gusta enseñar las patas.

Pues con este panorama, si todavía alguno esperaba un mínimo de seriedad, pues que siga esperando. Que vaya forma de conmemorar el levantamiento de los madrileños contra los muchachos de Napoleón. Que uno se acordaba de otro 2 de mayo de hace... de una lección de toreo por parte no solo de un madrileño, sino también de uno hijo del barrio de la Guindalera, de al ladito de la plaza. Pues borren cualquier recuerdo, porque si no, ya les digo que se me van a echar a llorar desconsoladamente. Que si mirábamos el cartel encabezado por los de Baltasar Ibán (1º, 2º y 5º) y los de Algarra (3º, 4º y 6º) pues al menos cabía esperanzarse con ver toros, pero si se iba bajando, ahí la cosa ya exigía unas cargas monumentales de optimismo.

Confirmaba Diego García, torero al que se la ha visto hasta la saciedad de novillero. Ya de salida recibió al primer Ibán sin parar de bailar y perdiendo terreno de espaldas a los medios. Que el hombre hasta parecía querer, que si ponía al toro de lejos al caballo, pero ahí el animal ya dejó claro que lo suyo era buscar sus querencias de manso con desesperación, que no le picó el que guardaba la puerta, porque en mitad de esa lidia con poco control, alguien supo apartarlo y reconducirlo al de tanda, para no picarle. Muchas precauciones con la muleta, intentando en principio recargar todo por el pitón derecho, para evitar por el que se vencía con cierto peligro. Trapazos con el pico, enganchones, pero el simpático publico no estaba por afear nada, aquí se jaleaba todo. Y el Ibán aprovechaba la mínima para salir de najas al olor del olivo. Que los había ya calentando palmas y las batieron incluso después de un bajonazo. Pero, si la espada está en lo negro, qué protestan? O será que con el tatatá piden música como en otras latitudes. Pero no, no se pedía música.

Encabezaba el cartel Francisco José Espada, que en los primeros compases ya parecía que sus cualidades lidiadoras no eran para tirar cohetes. No pudo con un animal al que de salida ya le acortaba el viaje, cediendo terreno, sin fijar al animal, que iba a su aire por el ruedo. Ni el del caballo picó, ni el de los cuernos peleó, los dos se quedaron durmiendo el sueño de los justos amparados por un peto. Ya con la pañosa, Espada deleitó con su sinfonía de enganchones, venga a largar tela y sin olvidarse jamás de meter el pico. Venga carreras y más carreras y a acortar en exceso las distancias, medio trapazo y a quitar la tela de golpe, para culminar con una serenata de pinchazos en los que ni por una vez pensó en eso de bajar la mano que dicen que mata, la izquierda y a trompazos, el que gana es el de los cuernos. En su segundo, el cuarto, quiso hacer un alarde de intenciones y lo recibió con largas de rodillas. Según me comentó un aficionado, este cuarto salió con una cornada, igual que el sexto. Algo que nunca se había considerado admisible en la plaza de Madrid, pero... Aquí ya vale todo, lo imaginable y lo inimaginable. Y el espada Espada, pues evidenciando sus escasas capacidades, lo mismo durante la lidia, que en el trasteo. Pico, enganchones lejano, muy vulgar, para terminar subiéndose encima del Algarra, que tal y como estaba la plaza, ya se sabe, eso de meterse entre los pitones es algo que se aprecia mucho en según que latitudes.

El que hacía segundo era Álvaro Lorenzo, que entró sustituyendo al que se anunció en un principio, Rafael de Julia. Si hay algo que hay que reconocerle a Lorenzo es su capacidad para desplegar un repertorio tan vulgar, chabacano e insoportable, como pleno de ausencia de toreo. Como es norma en casi todos los coletudos del momento, lo del capote y la lidia, pues eso, Lidia, la jovencita del quinto. Ni poner un toro en suerte, aunque fuera para que no se le picara. Luego vino lo güeno, lo de los trapazos a tutiplén sin criterio alguno, bueno, sí, dar muchos, muchos. Enganchones, trapazos con el pico, muy fuera, soso, como el de Algarra, que lo mismo se aturullaba, lo que el público jaleaba como si hubiera metido un gol el Escalerilla en la Champions. Metido entre los cuernos para trapacear de uno en uno, que ahora por aquí, que ahora por allí, que ahora le hago cantar, que... insufrible ¿Insufrible? No para todos. Que los había que bieneaban los enganchones como si fuera un natural del Viti ligado con el de pecho. Pero, no los de pecho eran banderazos como para hacer señales a un Fantom para que aterrizase entre las rayas del tercio de las Ventas. Que te distraías un poco y cuando pensabas que ya... ¡Noooo! Ahí seguía y por si fuera poco, unas bernadinas para ofender al mismo don Joaquín. Y tras un bajonazo, pues después de tanto jalear, ¿no le iban a dar un despojo? Pues claro que sí. Faltaría más. Y salió el quinto, había que echar abajo la puerta de Madrid, porque Madrid bastante abajo estaba ya. A este en una vara le dieron lo de toda la corrida, le dejaron estamparse contra el peto y el último de Ibán optó por echarse un sueñecito a pie de peto. Y allí que fue Lorenzo dispuesto a pasear más despojos, siempre con las mismas maneras, pico, uve de la muleta, alargando el brazo en exceso, muy fuera y venga enganchones y más enganchones, con los que el personal vivía en el delirio más absoluto. Venga a volver entre los cuernos, que eso calienta mucho, a una borrica que ya apenas iba y venía. Otro bajonazo aún peor y aunque los enganchófilos se desgañitaban pidiendo el despojo, el señor del palco tuvo la prudencia de aguantarse las ganas. Habría sido ya demasiado una salida a cuestas con dos bajonazos. Que en este caso no habría tenido sentido el pañuelo blanco, pero es que en el otro pasaba tres cuartos de lo mismo y ya vimos lo que pasó.

Y cerraba su tarde histórica Diego garcía, histórica por lo de la confirmación, porque por otros motivos, fue para olvidar. Vamos, para que a estas horas ya no se acuerde. Que es un moderno, se ve en el momento en que su manejo del capote se ciñe a acortar el viaje del toro y terminar el recibo con chicuelinas. Así son estos jóvenes de esta juventud juvenil. Pero lo que sí sí hizo fue llevar el toro al caballo, ¡aleluya! Y lo que no deja de sorprenderme es que si el caballo pisa una raya, si la roza, ya la tenemos, pero el que se coloque el caballo en el seis, eso no parece importarle a nadie. Bueno, seguro que ya me lo explicará alguien que sepa; lo agradeceré. Que el inicio del trasteo hasta pudo hacer pensar a algunos que allí podía haber algo, pero no, inmediatamente se dejó vencer por la modernidad y ya tiró de pico y enganchones, mucho baile y recursos populacheros finales. Que lo de Ibán y Algarra, bien presentados, quizá a excepción del quinto, más cortito y con kilos de más, no fueron nada del otro mundo, pero quizá habrían lucido un poco más, tampoco mucho, no se hagan ilusiones, si hubieran recibido otro trato. Pero el personal no estaba para toros, estaba para ver despojos y ya les digo, que así pasaba, si es que jaleaban hasta los enganchones.


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lunes, 28 de abril de 2025

La incapacidad y el descaro no pueden con los toros

Respetar la suerte de varas no es solo el que hay que picar, sobre todo es el no convertirla en una carnicería en el que el de arriba tira puñaladas allá dónde caigan.


Y llegó el último caramelo que la empresa regalaba al aficionado, no creo que gracias a su inexistente generosidad con el que paga, con el que acude fielmente a la plaza de las Ventas una y otra tarde, sino que más bien se puede pensar en que es una forma de callarles la boca y que así dejen de darles la tabarra con eso del toro, el toro y otra vez el toro. Que si alguien les viene con lo de siempre, ellos, como siempre, siguiendo su guión marcado desde hace demasiado tiempo, responderán que a estos festejos no va nadie, que no son rentables, que si son ganaderías que no embisten y toda esa serie de argumentos que más que tales, son un insulto al aficionado y al sentido común; la coartada perfecta para esa fiesta que ellos proclaman y alimentan. Pero coartadas para estos festejos, que no publicitan, sacarlos de la feria de San Isidro, que es dónde deberían estar y con esos figuritas de postín, pero claro, si anunciamos a tres que ni rebuscando y rebuscando justifican su presencia y además los otros, los que le suenan al personal no habitual, al fiel de la tele, al aficionao muy aficionao que va dos veces al año a los toros, esos dicen que estos hierros, que los toree Rita la Cantaora, que ellos ya no están para estos saraos. Y te lo dicen tan ufanos y creídos de pertenecer a una casta superior; pobres ignorantes carentes de verdadero amor propio, que no confundir con la arrogancia que se alimenta del desconocimiento y falta de afición.

Corrida de Saltillo bien presentada y de juego variado. Tenía yo ganas de poder decir esto. Que hay que reconocer que algunos pensábamos que igual alguno se nos quedaba corto, pero, ¡ni mucho menos! Feliz de entonar este mea culpa. Bendito error del que me ha han sacado el ganadero y los seis mozuelos de la rueda de carro en la grupa. Que ya me gustaría que los de luces me sacaran todas las tardes de mis múltiples errores, pero no, esos persisten en su actitud.

El trato dado a la corrida no ha sido el mejor, ni de lejos, ni tan siquiera el conveniente. Decir que se les ha picado mal, muy mal, sería ser generoso con los de aúpa y estúpidamente optimistas. Se les ha dado leña a modo y lo que deberían ser puyazos los han convertido en ofensivas puñaladas traperas, en las que el único fin parecía atinar al animal, aunque fuera en la tripa. Que se habla muchas veces de sanciones, pero pocas veces habrían estado tan justificadas. Al primero, que cabeceaba por el derecho, le picaron trasero, aparte de darle mil y un capotazos de sobra. Cristóbal Reyes, que confirmó muchas cosas aparte de la alternativa, le trapaceó por abajo de forma ratonera, para proseguir con un trapaceo sin aguantar firme en ningún momento, abusando del pico, pegando tirones, todo sin sentido, quizá pensando que el animal era un zampatrapazos al uso, pero no. Daba la sensación, antes de tomar la espada, que caminaba con paso firme hacia los tres avisos, que por fortuna para él y desgracia para los demás, se quedaron en dos.

Javier Castaño, maestro de ceremonias, ya demostró nada más recibir con el capote a su primero que no podía, incapaz, sin poder quitarse del medio a aquel vendaval que le obligó a darse la vuelta y perderle terreno hacia los medios. El Saltillo peleó en el peto bajo el palo que le castigaba en mitad del lomo, le taparon la salida, le sacaron, pero él estaba con el caballo, volviendo una tercera vez contra el peto. Tomaba los engaños con codicia, hasta que con tanto trapazo tramposo, lejano, desconfiado y trallacero, Castaño consiguió que entrara al trapo sin meter la cara, cansado de tanta vulgaridad. Al final tuvo el feo gesto de irse descaradamente a buscar las tablas para morir y allí, al abrigo de estas, se quería agarrar a la vida, pero no había que olvidar esa vergonzante peregrinación para cobijarse bajo el olivo.

El tercero era para Luis Gerpe, al que saludó con un prolongado e ineficaz manteo danzarín. Picó el caballero delantero, lo que no acababa de molestar, pero, y aquí viene el pero, perdió el punto y empezó a ver si atinaba con el palo por todo el morrillo, y lo que no es morrillo, del animal. Puyazos traseros, traicioneros y con una saña inadmisible. Se dolió de los palos el de Saltillo, que al inició de faena, más agachado que por abajo, respondió entrando a arreones, a los que el espada no opuso ni el más mínimo atisbo de mando. Derechazos dando vueltas como un giraldillo en medio de un vendaval. Trapazos dando aire con la zurda, más vueltas con la derecha, para cerrar con un golletazo delantero y... dos avisos después de volver a entrar.

Volvía Castaño a vérselas con otro al que no fue capaz de sujetar en el recibo, dando la sensación de que el animal se le comía. Navajazos traseros y caídos, mientras el Saltillo se negaba a humillar en el peto. Notó bastante los palos y ya en el último tercio, su matador no sabía por dónde meterle mano y sujetarle aunque fuera un tantito así. Muchas precauciones, un desarme y Castaño sin poder hacerse con el mando de la situación y limitándose a seguir allí. No atinaba con la espada, ahora cojo el verduguillo, vuelvo a la espada con el animal aculado en tablas y de nuevo a la de cruceta. Al final la sensación fue que le faltaba mucho para poder enfrentarse a un toro, ya sin aquella cuadrilla que tantos contratos le reportó en su día, solo para verlos llevar la lidia. Pero eso ya es pasado, pasado muy lejano.

El quinto, para Luis Gerpe, salió emplazándose, queriéndose enterar de lo que allí se cocía. Capotazos marcando la salida antes de tiempo por el izquierdo. Cumplió en las tres varas, traseras, por supuesto, que se le dieron, aunque también es verdad que se mostró más codicioso al no sentir el palo; ya saben, esa costumbre tan de ahora, tan jaleada y hasta pedida a gritos de muchos, el levantar el palo con el toro debajo del peto, cosas de nuestro tiempo, que se levante el palo, en lugar de que el señor armado de capote vaya a sacarlo una vez medido el castigo. Mantuvo ese grado de codicia durante el resto de la lidia y en el tercer par, hasta prendió a Joao Pedro, sin que nadie estuviera al tanto a la salida del par, algo que también se viene produciendo con demasiada frecuencia. Y siguió y siguió el Saltillo queriendo ir en busca de los engaños, entrando como un tren a estos, a lo que Gerpe solo respondía con trapazos acelerados y descompuestos, sin parar quieto un instante, largando tela y permitiendo que el toro se hiciera el amo. Y en una de estas, absolutamente embarullado, el diestro fue prendido por el pecho, lo que ya le sirvió a muchos para despertar de la siesta y empezar a jalear esa monumental vulgaridad del trallazo, del enganchón y del soez abuso del pico. Que no atinaba ni para cuadrarlo para el momento final. Eso sí, Luis Gerpe no tuvo reparo en pasear su incapacidad con descaro e insultante arrogancia, mientras la mitad de la plaza le regalaba sus protestas con palmas de tango, pero el chico se debió creer por encima de todos los presentes y allá que se fue. Pues eso, que se vaya allá adónde gusten estas cosas impropias de un matador de toros.

Cerraba Cristóbal Reyes, aquel que abrió plaza dos horas antes y que lucía un vestido de caramelo, que parecía el ideal para bailar con las telas en la mano. Lo quiso poner de lejos al caballo y aparte de picarle en mitad del lomo, a la primera vara apenas señalada le siguió otra de no te menees. Vaya tarde de los de a caballo, para enmarcar... y echarla al fuego para calentarse. Y ya en el último tercio, pues lo de siempre, trapazos y más trapazos, ahora por un pitón, ahora un cambio de mano, ahora al otro, sin criterio alguno, bueno sí, el de darle aire al toro, trapazo ventolero por aquí, por allí, por dónde cayera, desde muy fuera y sin cansarse, el personal ya un poco sí. Para acabar escuchando dos avisos más. Que habrán podido ver que los de Saltillo salieron unos mejores que otros, uno manseaba, otro pegaba arreones, pero que no permitían el sopor de muchas tardes, sobre todo las de postín con hierros de postín. Era una tarde para hacer otras cosas a las que habitualmente los coletudos nos tienen acostumbrados y esperemos que alguno haya aprendido bien la lección, que la incapacidad y el descaro no pueden con los toros.



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lunes, 21 de abril de 2025

Ese entrañable espíritu de las talanqueras

Había torerillos de las talanqueras con más sentido de la lidia que algunos que se pasean por Madrid


Que ternura desprendían las plazas de carros, de talanqueras y sobre todo cuando se honraba al patrón o la patrona, todo era jolgorio, bidones de sangría y una entrega absoluta a los torerillos que se calzaban las rosas, hicieran o dejaran de hacer y si además era el chico de un fulano del pueblo, “pa qué más”. Sentimientos, sensaciones que han quedado en el pasado... ¿en el pasado' ¿Olvidados? No señor, siempre quedará alguien que se preste a portar el cetro del espíritu de las talanqueras y las plazas de carros y en cuanto puede se lanza a jalear la ineptitud y la vulgaridad con aquel entusiasmo del que disfrutaban los capas el día en que les permitían calzarse el chispeante. Y el que dude de lo que digo es porque no se ha pasado por la plaza de Madrid la tarde de los Palha. Que es una crueldad hacerle creer a algún torero que está bien sin estarlo, de acuerdo, pero ese rato de jalear no se lo quita nadie. Que luego puede que vayan a pedir un sitio en un cartel, incluida la plaza de Madrid y se encuentren con que el que firma los contratos le eche entre burlas, pues también. Eso sí, si a ese empresario, el que sea y por lo que sea, le viene bien alguien que salga barato como un saldo de mercadillo, pues igual llama a esta víctima de aquel espejismo para rellenar y tan contento que se nos pondrá el torero en cuestión. Que sí, que todo esto suena a cuento de hadas, pero hay que tener una cosa muy presente, que el ponerse delante de un toro no es ninguna broma.

No eran ninguna broma los de Palha, que lucían divisa negra en memoria de Joaquim Carlos, mayoral de la casa. Desiguales de presentación, quizá recordando la variedad de procedencias de esta vacada, pero con el denominador común de la mansedumbre, con interés, pero yéndose del caballo, aquerenciados en tablas, derrotando en el peto con desesperación, aunque también hay que ser justos, se les pegó en el caballo como para ir pasando, acudieron algunos hasta tres veces, se les picó mucho peor que mal, en mitad del lomo, en la tripa, siempre traseros y cuando más se empleaban era al taparles la salida y al no sentir el palo. Y a esto hay que añadir la mala suerte que tuvieron con la terna que les tocó, el primer inconveniente para que quizá pusieran haber lucido de otra manera. Una terna ausente en los primeros tercios y sobre todo invitados de piedra para auxiliar a los banderilleros en el segundo. Mal colocados y sin el ánimo, ni compañerismo, ni afición para estar al quite a la salida de los pares, permitiendo que los animales apretaran a los toreros indefensos.

Rafaelillo pensó que una buena lidia era poner una tercera vez al toro al caballo y a distancia, sin pensar en terrenos y especialmente en las reacciones de su oponente. Por una vez no abusó de eso de los capotazos yéndose a refugiar a las orejas del toro antes de que pasara, pero los brazos largos, el pico y el aperrearse se lo dejó para el último tercio. Cortando el viaje de golpe y siempre fuera. En su segundo, al que el pica persiguió hasta la segunda raya dándole candela, le pasó a la carrera, marchándose antes de completar el muletazo, sin parar de bailar, que sí que los hay que le tienen fe al murciano, pero de ninguna manera justificó futuras presencias en esta plaza, aunque no se apuren, seguro que volverá. Como seguro que volverá Juan Leal, máximo exponente de ese espíritu de las talanqueras y plazas de carros. Que hay quien percibe eso tan valorado de la emoción, pero claro, una cosa es la emoción que pone el toro sobre la mesa y otra la incapacidad de un alma errante de torería, incapaz y ausente de cualquier conocimiento de la lidia, que es lo que encarna a la perfección el galo, que por otro lado sí que presta orejas para las palmas de la talanquera, pero no para los pitos y protestas de la plaza de Madrid. Cuestión de eso que llaman percepción selectiva de algunos. Su actitud durante la lidia de su toros, ya no hablamos del resto, es insultante; hay momentos en los que puede estar más cerca de la lidia, del toro y el caballo un caballero sentado en el tendido alto, que el propio espada, que se aleja, se aleja y se vuelve a alejar. Eso sí, dando voces, ordenando y haciendo ademanes que quizá solo entiendan los del espíritu de plaza de carros. Y con la muleta, a ver cómo se puede explicar, es una inconexa sinfonía de trapazos, banderazos al aire, enganchones, ahora con la diestra, ahora con la zurda pero hago un cambio de mano y vuelta a... quién sabe a dónde vuelve. Pero ya les digo, no había enganchón no jaleado, mientras otros pitaban, pero ya he dicho que eso no llegabas a los tiernos oídos de Leal. Y ya cuando se mete entre los cuernos, para qué contar. En su primero arreó un sartenazo trasero de esos de encerrarle en Alcatraz una larga temporada y en su segundo, tras pinchazo tirándose sobre el pitón, un bajonazo de efectos fulminantes que mientras unos protestaban, otros se mesaban las guedejas como si hubieran visto al mismísimo Pedro Romero redivivo, pero no, solo era Juan I el Vulgar, rey imperator de Vulgaria, con uve. Y por eso de lo selectivo, se dio una vuelta al ruedo, que siempre viene bien estirar las piernas, como si el caballero no hubiera corrido bastante durante la faena que le hizo al personal que aspiraba a ver aunque fuera un asomo de toreo.

Y llegaba Francisco de Manuel, aquel que un día en el que ese espíritu talanqueril también rebosaba en la plaza, aunque con un divo de otras latitudes, pero que el hombre da para lo que da y la verdad es que da para muy poco. Inoperante con el capote, se las ve y se las desea para algo tan simple como poner un toro en suerte. Sin mando en ningún caso con la muleta, yéndose de las suertes, sin parar de bailar, sin recursos para intentar parar a un toro que parecía ponerse gazapón. Pero él iba a soltar trapazos y más trapazos, no entraba en sus esquemas eso de tener que torear. Paradójico, pero así es, les contratan para torear y no cuentan con tener que hacerlo. En el que cerraba plaza ya se mostró demasiado inseguro de capote. Tras el mitin en banderillas, él que pretendía eso de pegar pases y más pases, tras un desarme en los primero compases se descompuso totalmente, sin parar un momento. Desconfiado, muy desconfiado ante un toro, como toda la corrida, que no tiró un mal derrote, que solo exigían un mínimo de mando, de poder, de toreo, pero los designados para ellos no estaban por la labor, total, ¿qué más daba? Si por lo que parecía, toda la tarde estaba abocada a recuperar ese entrañable espíritu de las talanqueras.



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lunes, 14 de abril de 2025

¡Peligro! La vulgaridad puede ser hipnótica

El soñar está bien, pero si confundimos lo onírico con la realidad, si nos dejamos hipnotizar por lo vulgar, el sueño solo será una pesadilla.


Las ganas que tenía el personal de ver los Valdellanes en Madrid, las ganas de que esta ilusión no acabara frustrándose en los reconocimientos previos, como otras veces ha sucedido en el pasado. Pero esta vez el ganadero apostó todo a ganador, toros de edad, algunos rondando los seis años, y toros muy cuajados, quizá pasados de peso; y lo que no fue un obstáculo para pasar, lo fue para que rindieran en el ruedo. Pudo ser ese exceso de peso el que los hiciera blandear en demasiadas ocasiones, aunque sin rodar como sacos por la arena, que también los hubo que perdieron las manos, pero los animales parecían querer mantenerse en pie. Pero luego, ya digo, lo que dieron de sí fue otra cosa. Si bien es verdad que por reglas generales se les castigo en el caballo y bastante mal, por cierto, con los de aúpa picando allá dónde mejor les parecía, en la paletilla, en mitad del lomo, haciendo la carioca, tapando las salidas de los animales y sin que los maestros colaboraran ni a poner un toro en suerte, ni a sacarlos del peto para evitar castigo por demás. Quitando el segundo, el más feote, todos eran una lámina, torazos de impresión, pero ya digo, lo que llevaban dentro. En la muleta hasta llegaban a entrar bien despacito, pero siguiendo el trapo como el perrillo que sigue la toalla que le presenta el amo y le hace sentirse la reencarnación de Lagartijo el Grande. Pero los hubo, como el sexto, que ofrecía una embestida de acémila. Y de regalo, uno de los Maños, que era como invitar a un cumpleaños al primo guaperas del pueblo. Que parecía con carita aniñada, pero un pibón, eso sí, quizá también un pelín pasado de kilos, que tampoco se le pudo ver demasiado, porque tampoco hicieron por lucirlo. Eso sí, desde el primer momento se le veía queriéndose enterar de todo.

Los espadas, Antonio Ferrera, David de Miranda y Alejandro Mora, pues, depende a quién pregunte; si lo hace a alguien que nada tiene que ver con ellos, pues lo mismo le suelta que Antonio Ferrera es un maestro en embaucar entre voces, una teatralidad fuera de límites y una vulgaridad que hipnotiza y hace creer que... David de Miranda con una frialdad exasperante y sin otro recurso que las excesivas cercanías. Y un Alejandro Mora al que no quedan ganas de verlo de nuevo. Pero si pregunta a los partidarios, a los que se dejan enjaular, hipnotizar y enamorar por la vulgaridad y a lo mejor por el paisanaje, pues el primero un maestro eterno, el segundo un valor seco y el tercero... es que al tercero, a Mora, parecía que le empezaron a jalear la colonia extremeña, luego solo los de la provincia de Cáceres, luego solo los de su pueblo, para acabar aplaudiéndole solo los de su calle, los vecinos de su bloque.

Antonio Ferrera practica un toreo eléctrico, de muco zarandeo, sin parar quieto un momento, bueno, sí, cuando se pone erguidito en el momento en que tiene al toro a su altura, porque antes corre y corre para coger sitio y antes de rematar el muletazo ya está danzando de nuevo. Ya saben toreo fotogénico. Con el pico, por supuesto, de lejanías y muy jaleado, pegando voces permanentemente, vocingleando hasta los enganchones, que son muchos, sin mando en ningún momento. Y si tiene que ponerse pesado, pesado hasta lo indecible, pues se pone, porque claro, que aún habrá quién no se haya enterado que hasta que no tira el palo y se pone a trapacear con la diestra sin palo, Ferrera no da por concluida su presencia; que todo sea dicho, mejor concluir así, que no con sendos bajonazos yéndose a escape. Pero oiga, que aún había que creía que merecía una ovación. Y dirán que con el capote es variado. Bueno, más bien aparenta con el capote, porque lo sacude mucho, pero a veces hasta está a punto de enredarse el solito en la tela. Que igual de aquí a principios de junio se nos han olvidado todo este zascandileo de Ferrera, pero tranquilos, que en cuanto vuelva al ruedo, él solito nos refrescará la memoria, siempre y cuando no hayamos caído en un estado de profunda hipnosis, esa tan poderosa que la vulgaridad ejerce sobre las mentes de los que pueblan la piedra.

David de Miranda, ha vuelto de nuevo a Madrid y como en actuaciones previas, en nada hace recordar a aquel torero que un día salió en vilo a fuerza de verdad y entrega. Un recibo de capote aparente que quedó diluido en el momento en que no hizo por llevar el toro al caballo, por limitarse a acercarlo al señor del peto, pero sin ponerlo en suerte. A su primero se empeñó en torearlo en corto, sin plantearse si dándole un metrito más igual le ayudaría a que aquello luciera de otra manera. En su segundo no pasó de un trasteo largo y aburrido, con demasiados enganchones, siempre fuera y sin mando alguno. Falta saber si en algún momento podrá volver a ser aquel torero por el que muchos se hacían cruces al no verle en Madrid después de un triunfo sonado.

Alejandro Mora confirmaba la alternativa y sí, la confirmó y también confirmó otras cosas no tan dignas de celebración. Inédito con el capote, incapaz de fijar a su oponente y que anduviera a su aire por el ruedo, por más telones rosas que se le ofrecieran. Con la pañosa trapazos y más trapazos salpicados de algún enganchón, despegado y a ver si cazaba algún muletazo, mucho pico y demasiados bailes. Y con tan mala suerte que en el de la confirmación, después de un pinchazo extraño y accidentado, no siendo capaz ni de parar al de Valdellán y cuadrarlo, después de haber alargado sin necesidad la faena, fue escuchando un aviso y otro y un tercero, no pudiendo pasaportar al toro de la ceremonia, la cual ya empezó torcida cuando Ferrera, el padrino, se empeñaba en sacar a Juan Mora para participar en el acto, como si en lugar de lo que era, fuera el cumpleaños del Jonathan. Menos mal que el invitado sabe de esto, del rito, de lo de salir un señor al ruedo de calle y millones de cosas más que igual Ferrera no llega a entender. Y en el que cerraba plaza, Alejandro Mora ya de principio volvió a mostrar su incapacidad para sujetar a un animal y evitar que se fuera suelto al caballo de punta a punta del ruedo. Que sí, que no quería caballo, que se fue suelto, que iba como un burro, pero tampoco es para desentenderse de él. Acabó estando a merced del animal, sin parar de bailar, mientras algunos todavía pensaban en haber visto detalles de torería excelsa, que será el embrujo de la danza con un trapo en la mano, del paisanaje, de que era un confirmante, vaya usted a saber, pero ándense con cuidado y estén atentos. ¡Peligro! La vulgaridad puede ser hipnótica.


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