viernes, 1 de octubre de 2010

La indulgencia con los novilleros


Suele ser norma general que los buenos aficionados perdonen casi todos los defectos a los jóvenes novilleros que pretenden abrirse camino en esta jungla que es el mundo del toro. Pero creo que como en todo, hay que poner límites y hacer alguna excepción. Para abrir boca en esta nueva edición de la feria de Otoño de Madrid, la empresa nos obsequió con una novillada.

Pero el planteamiento erróneo ya se manifestaba de inicio, en eso de seis novillos de don José Luis Pereda. Ahí lo escrito no coincide con la realidad y en lugar de novillos podrían haber escrito 6 mulos 6, con presencia de toro algunos de ellos y de toro antiguo el sexto, cuando se podía ver mucha más variedad de capas por los ruedos del mundo. Ya el señor Pereda tuve que sentirse abochornado después de su anterior presencia en Madrid, a no ser que esté cambiando el negocio y que poco a poco vaya mutando su negocio de la cría de ganado bovino, en la de ganado equino, y esperemos que no caprino. Flojos hasta la invalidez, sin casta, rodaron por el suelo una y otra vez, contando eso sí, con la inestimable colaboración de la acorazada de a caballo, que desconoce eso de no picar trasero mientras se tapa la salida del toro. Pero atención, los milagros existen y en el sexto, ese ensabanado bizco del pitón derecho, vimos la suerte de varas. Un picador, Luciano Briceño, fue capaz de picar arriba y no acribillar al novillo mientras que éste aprieta para afuera mientras le tapan la salida. Hasta dos veces recibió el montado las acometidas del burel contra el peto. Lo único que espero es que por tamaña osadía, los responsables del sindicato de toreros no le quiten el carnet, ni le expulsen del cuerpo montado en público escarnio en el patio de caballos.

Y vayamos a los tres espadas, Cristian Escribano, Damián Castaño y Víctor Barrio. Del primero poco se puede decir, que por momentos parecía que podía estar alejado de las modas que nos martirizan, una verónica sin enmendarse por allí, una media por allá, pero en seguida se le vio el sello postmodernista imperante. Pico, lejanías, contorsionismos y una manifiesta incapacidad para matar a los toros. Todo ello dentro de una apatía desesperante, sobre todo si se tiene en cuenta que la oportunidad que supone para un chaval de 19 años estar en Madrid en la feria de Otoño.

El segundo, el salmantino Damián Castaño, más parece que se limita a pasear su banda de ganador del certamen de novilladas del mes de julio, que intentar ser torero. Muchas pueden ser las virtudes que adornen a este novillero, pero entre ellas no sé si estará la humildad y desde luego que se cuenta la de conocer los secretos de la lidia. De acuerdo que está empezando, pero hombre, para venir a Madrid a hacer las prácticas, al menos hay que conocer las cuatro reglas básicas del toreo. Lo de ser vulgar, basto y no tener gusto para torear, eso lo dejamos a un lado.

Víctor Barrio cerraba la terna de novilleros, un torero del que se vienen oyendo maravillas, que no digo yo que no las haya protagonizado, pero para venir a Madrid o a cualquier otra plaza, no se puede ir con un guión predeterminado. Gestos que no llevan a ninguna parte y que no tienen nada que ver con los fundamentos de la lidia y sí más con enardecer los ánimos del paisanaje, con el único objetivo de arrancar unas pocas orejitas.

Entiendo poco lo de la portagayola, que es más una declaración de intenciones y una manifestación del estado de ánimo, que una suerte que busque poder al toro, pero eso de irse a los medios a sacudir el capote mientras el toro va y viene y se pega cuarenta vueltas por el ruedo sin que nadie lo fije, eso ya me lo tienen que explicar muy despacito, con mucho detenimiento y con paciencia. Muchas poses, componiendo la figura como para esculpirla en mármol, pero dejando de lado la colocación, el sentido de las distancias y los terrenos y hacer el toreo de verdad. Y por si no nos había quedado claro el concepto del toreo que tiene este joven novillero, en el sexto nos obsequió con la última novedad que se puede encontrar en supermercados y grandes superficies, el pase por detrás, por delante, por detrás otra vez y así hasta que el novillo dice que se acabó; Cuánto daño han hecho Perera y Castella con este alarde de banderazos en que el toro va y viene. Lo siguiente fue lo de todos, el pico llevando al toro muy lejos y escupiéndolo de la suerte y pases, pases y más pases.

Los tres están a tiempo de modificar el rumbo, otra cosa es que quieran y que elijan el camino de querer ser figuras del toreo, antes que matadores de toros. Seguro que habrá alguien que les quiera y les diga por donde tirar, aunque ahora pueda hacerles lloran, pero ya se sabe, quien bien te quiere te hará llorar.

La tarde no dejó mucho más, las banderillas de David Adalid y la confirmación de que a José María Manzanares le sustituía Oliva Soto; pues si Dios no lo remedia, allí estaremos, expectantes para ver la confirmación de la revelación de la feria de abril de este año.

2 comentarios:

MARIN dijo...

Gracias por la crónica de primera mano Enrique. Yo también estoy de acuerdo que a los novilleros se les pase por alto algunos "detalles" por ser gente que se está iniciando en esto. Pero los detalles son corregibles, lo que no son corregibles son las formas.
Pero creo que lo de acudir a Madrid de cualquier forma tampoco es todo culpa de los novilleros en si. Creo que los apoderados tambien deben estar para mirar por sus toreros. Y como bien dices quien te hace llorar...
En fin Enrique, un saludo.

Enrique Martín dijo...

Marín:
Muchas gracias por tu comentario, que coincide plenamemte con mi entrada; el ser exigente con ellos no quiere decir que estemos enfrente, y por el bien de la fiesta alguien tendrá que enseñarles como es esto.
un saludo