miércoles, 29 de junio de 2011

Gracias a todos, gracias a Manuel, a Alejandro, Miguel Ángel, José Antonio, David, José María, Enrique, Julián, Cayetano y a todo el mundo del toro











Esto nunca se puede llamra arte







¡Ahíii vaaaa!






El julipie y la cumbre del mando y del dominio










No creo que se vaya a manchar el traje, será por si hay foto de indulto







Malamente saldremos así del bache ¿no?



Uno va, se plantea más en serio que nunca el parar, lo anuncia para que se entere todo el mundo, recibe el calor de muy buenos aficionados, se queda todos los buenos deseos que le han hecho llegar a través de Toros Grada Seis y a las primeras de cambio, imitando de mala forma a grandes maestros del toreo, sin su grandeza, sin su forma de hacer y lo que es más importante, sin haber aportado nada al toreo, al contrario que los Rafael el Gallo, Domingo Ortega, Manolo Vázquez, Antoñete, Camino y tantos otros que se cortaron la coleta, pero que se dejaron el pasador preparado para por si acaso.

Pues este es mi por si acaso, aunque seguiré con mis intenciones de calma y sosiego. Esta panda que está poniendo todo su empeño en hundir el toreo no ve límites a sus desmanes. El indulto de León no ha sido nada más que la espoleta que me ha hecho explotar. ¿Cuándo se estarán quietecitos de una santa vez estas figuras del toreo que llevan años mendigando el reconocimiento de la afición, de esa gente que vive por el toro sin sacar provecho de él, de esos que nada esperan y nada pueden recibir a costa de un perverso halago? Tenéis a los cautivos en vuestra mano, pero no tenéis a los que más deseáis. Os consideráis dioses, héroes de la antigüedad, pero nunca las figuras de la tauromaquia fueron tan cuestionadas como lo sois vosotros. Nunca supuso tan poco un triunfo en Madrid, esa plaza que no os entiende, que os tiene manía y que no sabe de vuestras glorias toreras, esa de la que no salís a hombros, os sacan a cuestas como pesados fardos. No voláis sobre los hombros de una afición entregada. La misma que no hace mucho veneraba a César Rincón por su verdad, que se entregó dos tardes a José Tomás mientras todavía tenía el corazón encogido, la que respeta y se esfuerza en hacer eterno a Frascuelo, la que cuando hay un toro en el ruedo rebaja sus exigencias y cae rendida a quien se le enfrenta y le vence. Pero por decreto no señores, aquí no se obliga a nadie a que le impongan gustos de baratillo, aquí hay que ganárselo. Y puede que llegue el momento en que todo esto pegue un vuelco tal que no lo conozca ni la madre que lo parió, y que volvamos al toro, que es el único importante; sin él ninguno de vosotros vale un duro. Y si ahora solo tenéis torería para el medio toro, pues igual como mucho valéis diez reales, que no es ni un céntimo de euro. ¡Menuda cotización!

En León un pegapases que desconoce cualquier asomo de la lidia, indulta un toro; en Granada se condena a los espectadores a una pasarela Cibeles de borregos desmochados; en Alicante se os cuela un paria del toreo y os pega un repaso de arriba abajo, mientras las figuritas se miran los alamares; en Málaga se echa a patadas de su casa a un joven torero que quiere ser algo; y mientras hay toreros que se van dejando los muslos en los pitones de los toros, aunque sin ese glamour y esas excentricidades de estas figuras de opereta.

Todo es maravilloso, grandioso, histórico y no se cuantos adjetivos más vaciados de significado, pero ya no interesáis, no llenáis las plazas ni juntándoos a todos en una misma tarde. En los carteles estáis vosotros, los borreguitos de turno y Portland, Holcim o Cemex. ¿En que se traduce el tirón que debería tener vuestra maestría y majestuosidad? En plazas con el cemento al aire, como vuestras vergüenzas.

Es difícil hacer tanto daño a algo tan bello y tan extraordinario como es la fiesta de los toros, el rito de la tauromaquia, las corridas de toros, el toreo o simplemente los toros, que cada uno tome el término con el que más se identifica. Estamos provocando la extinción del toro de lidia, sustituyéndolo por un animal que según las manifestaciones de estos sabios del toreo, no lleva dentro el instinto de embestir, ni la acometividad sobre la que nace el toreo. Hay que hacerles que embistan, no dirigir las embestidas. Por selección hay que inocularles la toreabilidad. Valiente sandez. Se están eliminando todos los indicios de toreo verdadero que pudiera servir de espejo a los toreros de mañana. Los chavales ya no quieren imitar la forma de torear de este o aquel, no admiran el poderío, el arte, el mando, el ser buen lidiador o el conocedor de gran número de suertes del toreo, ahora solo quieren tener su dinero y su capacidad para mangonear, quitar y poner y decidir que nombres le acompañaran en los carteles. Esto es lo que hay.

Mientras seguiremos aguantando esta sarta de vulgaridades, fraudes y pantomimas, y seremos testigos de cómo las fotocopiadoras echan humo repitiendo carteles y repitiendo crónicas, titulares y triunfos. Seguiremos pensando que ese torero solo tiene un bache, que dura siglos y mientras el camino escogido es el del lado oscuro del toreo; a otro se le consiente porque ya ha vuelto como clon de JT y se le jalea lo que a otros no se les tiene en cuenta; también está el que vive de lo que pudo ser y nunca llegó a alcanzar y que despacha a los públicos no afines con una mirada de perdona vidas; luego el que paraba los relojes, pero que desde hace tiempo ni adelantan ni atrasan, mientras podemos contemplar cómo el matador está completamente fuera de tipo; el correcaminos, que pone mucha voluntad, pero para ser velocista; el maestro indultador que sale por la Puerta de Madrid casi a hurtadillas mientras no sale de su asombro; el magnánimo maestro que definitivamente se ha instalado en su burbuja y que mientras contempla los resultados de su obra se esfuerza en seguir estirando su carrera por carreteras comarcales; el incomprendido dios del toreo, rey de los trucos y alivios ante el medio toro; el figurín que ahora indulta un toro y que no es capaz de seguir la lidia ni con apuntador; todos esos que se agruparon para presionar al Sumsum Corda hasta conseguir su último capricho, las mesas hechas astillas que solo pretendían obtener más privilegios y los corifeos de los medios que parece que solo quieren alcanzar la edad de jubilación sin importarles un pepino lo que quede detrás.

Como si fuera el imperio romano o el español, galopamos hacia la decadencia con paso firme y seguro. Ojalá que alguien abra los ojos y le dé tiempo a pegar un volantazo y cambiar el rumbo. Yo me vuelvo a mi retiro y prometo que el día en que decida seguir regularmente lo haré con bastante menos amargura, entregándome a todo aquello que un día me hizo caer hechizado en los brazos de algo muy grande. Pido disculpas por esta vuelta repentina, pero creo que una cosa es decir que uno se lo va a tomar con más calma y otra quedarse callado, haciendo el Tancredo, y abandonar esto que para algunos de nosotros es muy importante. Tan importante como que en muchos casos es la herencia más valiosa que nos dejaron nuestros mayores, a los que no les fue posible legarnos tierras, empresas o una finca en Salamanca.




PD: No están todos los referidos en las fotos, aunque creo que éstas ya son suficientemente elocuentes. Fotos que debo agradecer a un buen aficionado que ha tenido la gentileza de prestármelas. J. Carlos, va por ti.

viernes, 24 de junio de 2011

Los toros, el fútbol y hasta pronto




Recuerdo cuando los más añejos aficionados a los toros se posicionaban lo más lejos que podían de los futboleros, la antítesis por definición de la tauromaquia y de toda su historia y tradición. Incluso a veces se escuchaba en la plaza como cuando alguno sacaba mínimamente los pies del tiesto se le gritaba: “¡Vete al fútbol!” Pocas cosas podían ser tan ofensivas como esta. Pero hoy las cosas han cambiado y los que profesamos esta fe, la taurina, también podemos confesar nuestros colores en materia futbolística.

A veces estos dos mundos se acercan más de lo que podemos imaginar. Solo tenemos que echar mano a El Retoñal, bético y recreativista, Hasta el Rabo todo es Toro, madridista, El Toro de la Jota, del Real Zaragoza, y el sentimiento rojiblanco atlético declarado de Toros de Tinta; y no creo que ninguno esté dispuesto a apostatar de su fe taurina. Pero estos ejemplos no son los únicos, yo mismo me encuentro entre esos futboleros que atienden al balón y al toro en invierno y casi solo al toro en verano. A nadie le sorprenderá que yo ahora me declare colchonero y aunque muchos no lo crean, ambas pasiones tienen mucho en común.

El momento de la fiesta y la situación que atraviesa el club de mis amores desde hace años, no es el mejor de la historia para ambos. Tanto unos como otros llevamos años en los que el principal sustento de nuestra afición es la ilusión y la esperanza en que el futuro sea mucho mejor que el presente y que las glorias por venir harán olvidar de un plumazo las penas pasadas. Unos sacamos el abono cada año esperando la reaparición de Domingo Ortega, cosa poco probable, y los mismos renovamos nuestro abono pensando que ese es el inicio de un camino de rosas hacia la conquista de nuestra primera Champions League.

Tenemos la virtud de leer e interpretar los signos del destino en los que nadie antes ha caído, pero que para nosotros no pasan desapercibidos. Una tarde en que sale un toro encastado que hace volar los petos, es la muestra evidente de que esto no está muerto. Una remontada ante el mejor equipo del momento y nos creemos los dueños del mundo, un mundo que pronto lucirá los colores rojiblancos. Una salida a hombros a ley es como una visita a Neptuno con la familia, pues si alguno se pierde la ocasión pueden pasar años sin volver a disfrutarla.

A los atléticos nos han hecho creer durante años que nuestro sino era el del perdedor, el condenado a no ver jamás triunfar a su equipo del alma, igual que también quieren meternos en la cabeza que las corridas de toros tienen como uno de sus ingredientes principales al aburrimiento y que solo podremos disfrutar de este arte el día en que esta pesada compañía decide no acudir a la plaza. De la misma manera que unos cuantos interesados y mediocres decidieron que el nuestro debía ser un club pobre y sin aspiraciones, lo que han conseguido con creces, que un día fue grande y que a pesar de todo sigue siendo el tercer equipo del país; mentira. Igual que también es mentira que el toreo viva un momento de excelencia y que somos unos privilegiados por poderlo vivir.

Unos gozamos de tener vestidos a rayas a unos de los mejores jugadores del mundo y otros de contar con una amplísima baraja de toreros únicos que nos hacen tocar el cielo, que paran los relojes y que sientan cátedra taurina allá donde desparraman su sabiduría. Si se gana al último de la tabla, somos únicos, y si se indulta un borrego, estamos ante un acontecimiento histórico. No sé, a veces se me entremezclan sin demasiad claridad estás dos formas de entender el mundo y la conclusión es que aunque sean dos aspectos muy importantes de mi vida, la verdad es que suponen una gran fuente de satisfacciones, más bien todo lo contrario, aunque de momento no me veo apartado ni de los capotes, ni de las rayas. Uno acude cada domingo y día entre semana que hay fútbol en el Manzanares, con frío abrigado hasta las cejas y con calor aguantando el sol cayendo de plano, igual que allá por mayo coge su almohadilla y su entrada y se va a Las Ventas con la ilusión de volver a ver algo que le hizo emocionarse, y mucho, y que al volver por la noche a casa casi siempre intentas olvidar el fraude del que has sido testigo.

A partir de aquí vamos a tomarnos esto con más calma, no voy a abandonar ni los toros, ni el Aleti, pero sí que me voy a relajar un poco, no me pondré como obligación el aparecer cada cuatro o cinco días en Toros Grada Seis, seguiré pensando en el toro y cuando crea que tengo algo que decir apareceré por aquí para compartirlo con tanta gente que tantas veces me ha dado tanto bueno, que me han llevado en volandas durante la feria de San Isidro, que muchas veces se han mostrada de acuerdo y otras no, pero en que en todos los casos me han hecho sentir un tremendo respeto y satisfacción. Pero bueno, creo que tampoco hay que darle más coba a esto, así que como de momento no creo que tenga mucho que decir, pues habrá que tomarse las cosas con más calma, aunque seguro que siempre habrá alguno que me cite de lejos, que haga sonar el estribo, que mueva el caballo y que me haga volver a arrancarme para meter los riñones y, si hay fuerzas, hasta romanear.

martes, 21 de junio de 2011

A propósito de Madrid y III. El público de la primera, es de tercera.

El imprescindible programa de mano de Madrid, ideal para abanicarse, taparse ddel sol o para compartir y entablar amistad con el compañero de localidad


Antes de empezar las ferias de Madrid, flotaba una incógnita en el ambiente taurino después de lo pasado en Sevilla, ¿cómo reaccionaría el público de Madrid ante el medio toro y las figuritas que se anuncian con él? Pues tatachín, tatachín, creo que ya tenemos la respuesta. Madrid se suma a la fiesta o al despropósito, dependiendo del color del cristal con que se mira. Pero si miramos algunos de los signos que ha dejado ver la nueva afición de Madrid, el cambio no está exento de sus buenas dosis de mala conciencia.

Quizás el triunfo más rotundo, más aclamado y también el más discutido ha sido la Puerta Grande de José María Manzanares. Los que fueron el primer día no querían quedarse atrás de lo ocurrido en Sevilla y a la primera ocasión que tuvieron, ¡zas! orejazo. Ya hemos hablado de lo ocurrido aquel día, así que no seguiremos por ahí. Pero ese runrún que le quedó a los orejófilos fue el que provocó que en su segunda actuación se le mirara con más detenimiento y rigor, inferior aún al de la última actuación del alicantino. Para que el pobre Niño Manzanares se volviera loco. Primero me adoran y luego parecen de la Benemérita, o como diría Chiquito, de la Menetérica.

El caso es que el público ha sido muy cambiante durante la feria, dependiendo de quien se anunciara cada tarde. Los días de figuras, todo parecía estar a favor de los coletudos, con ninguna exigencia en cuanto al ganado, ninguna en cuanto a la lidia, incluido el tercio de varas, y nula en cuanto a lo que supone el toreo de verdad y sin trampas. En cambio, en las corridas que se marcaron como toristas, ya podía el toro pegar la espantada en el caballo, que a poquito que hiciera en la muleta, se dejaban las manos dando palmas en el arrastre. Y entre un extremo y otro, siempre nos quedaba la opción de los paisanos que acudían en autobuses fletados por la peña de turno, a jalear todo lo que hiciera el chico de su pueblo, porque en su pueblo también tienen derecho a tener un torero, mérito equiparable a tener una iglesia del siglo XV o a tener unas fiestas patronales declaradas de interés turístico.

Recuerdo que un día, en esta vorágine de entradas en la que me metí yo solito, escribí que hacían suspender a Madrid, cayendo en ese error que tanto detesto de pensar que los malos son los del pueblo de al lado y no los del propio. La plaza de Madrid era sabia, pero unos ajenos eran los que manchaban el buen nombre de una afición inmaculada. Pero, afortunadamente, cuento con muy buenos lectores y con gente que aunque en la lejanía, me ha debido tomar cierta simpatía. Y desde México Xavier González Fisher me dijo que no, que lo que era, era. Y que verdad tan grande. Ese es uno de los signos que identifican a los habitantes de Las Ventas, una plaza con una afición permanente cada vez más exigua, que se alimenta durante las ferias de los isidros de los pueblos de alrededor y de aquellos capitalinos que solo acuden a los toros una o dos veces al año, siempre en mayo. Pero esto no les quitaba ni un ápice de esa autoridad taurina que infunden las piedras de la plaza a todo aquel que la habita durante unas horas.

Puede que sea verdad que los transeúntes ocasionales, consciente o inconscientemente, se esmeran en trasplantar a Madrid los usos y costumbres de otras plazas y en poner en práctica las enseñanzas que reciben en las retransmisiones de televisión, pero eso, y visto lo visto, se ha convertido en una característica más de esta afición. El público venteño no se parece al que fue hace años, desgraciadamente, pero no podemos negar que ya no es moreno, de ojos verdes, ni supera el metro ochenta, ni luce ese porte señorial, elegante y distinguido. Ahora somos bajitos, rechonchos, con panza cervecera, con amplitud de frente y escasez de pelo y paseamos nuestra camiseta de tirantes que se clarea debajo de la camiseta del bar “Los Dos Hermanos”, y cuando nos agachamos se nos ve la hucha por detrás. Y si a alguien no le gusta el nuevo aspecto, cultivado desde hace años con esfuerzo, no tiene más que pasarse por el sastre, apuntarse a un gimnasio y, lo que es más importante, esmerarse en recuperar el criterio que tuvo una afición y no desgañitarse profiriendo todo tipo de insultos a los pocos que aún lo conservan, y que poco a poco van haciendo mutis por el foro, porque sienten que esa ya no es la plaza que ellos conocieron aunque, nos pongamos como nos pongamos, no deja de ser la plaza de Madrid.

sábado, 18 de junio de 2011

A propósito de Madrid II. El toreo: triunfalismo, orejas y vulgaridad.

Cuando los toreros se cruzaban.


Cuántos toreros y novilleros habremos podido ver durante mayo y parte de junio en Madrid, y que poquitas cosas se nos han quedado en el ojo. Cuántas veces ha habido que sacar el bisturí para encontrar un natural, un derechazo, una verónica o una media y decir que no ha estado mal. Pero en cambio, no ha habido ninguna faena que nos haya levantado de los asientos, por lo menos al que esto escribe. Luego venía el juicio de Salomón, que si dos orejas no, que si una es suficiente, que si la estocada, que si patatín, que si patatán, pero en definitiva, nada de nada.

Las ferias nos han dejado una cosa clara, a mí por lo menos y es que el toreo se construye desde abajo y que son los pies los que marcan la verdad del toreo y el mando y el dominio sobre el toro. Si nos olvidamos de esto, tendremos lo que tenemos ahora, vulgaridad, pegapasismo y aburrimiento y como mucho, hacer de cirujano sacando pases sueltos para seguir alimentando esta afición.

Si hay que valorar el conjunto de una actuación por encima de las demás, yo me quedo con Iván Fandiño, quien ha dejado muy claras sus intenciones de ser alguien. Para mi es el único que ha salido mejor de lo que entró. Bien es verdad que ante uno de los toros de la feria, Podador de Cuadri, no estuvo a la altura de las exigencias del toro, pero ha sido una de las excepciones en que se ha colocado para torear como dios manda; resultaba curioso verle citar al toro con la pierna contraria escondida y como al momento se le notaba incómodo y rectificaba, echando la pata para adelante. Y estuviera bien, mal o regular, siempre cerraba tirándose detrás de la espada como si le arrastrara un pura sangre. Eso que decían que era lo mínimo que se le podía exigir a un matador de toros, matar. Luego ha habido pequeñas decepciones achacables al infumable ganado que les han puesto delante. Ahí me encuentro con Diego Urdiales y a última hora se sumó Sergio Aguilar. Quizás uno de los males que afectan a estos dos toreros sea que quieren ser como los demás y eso, afortunadamente, no es así. Al contrario que las figuras, ellos necesitan toros, no borregas descastadas y bonachonas.

Luego está ese grupo de toreros de pitiminí, que ya no se preocupan del toro de Madrid, ni del de Sevilla, ni del de Marte, ellos vienen con el “kit triunfalismos 2011” y se traen los banderilleros, picadores, novillotes con cara de niños, prensa especializada en odas al figurón y un público adoctrinado que garantice la apoteosis histérica, pase lo que pase en el ruedo. Manzanares ha triunfado como si fuera un héroe clásico. La cosa venía rodada y se produjo el acontecimiento taurino más grande desde la presentación de Lagartijo en Madrid. El Juli nos mostró ese toreo de banderazos y su “personalísima” forma de apiolar a los toros, lo que le vale verse recompensado con los despojos auditivos de los borregos que mata. Castella, el clonador de faenas, se diluyó en la vulgaridad de su pegapasismo, sin enterarse del Alcurrucén que tenía delante. César Jiménez por su parte despreció a uno de los toros de la feria, Rodalito de Peñajara, que merecía un chalet en la sierra o un collar de diamantes, pero que se tuvo que conformar con una montonada de pases en la lejanía que no permitieron el lucimiento del toro. Todos ellos pasearon las orejas por el ruedo de Madrid, pero aunque estos ídolos se crean lo contrario, así no se entra en el corazón de la afición de las Ventas. Ésta no pide orejas, pide toreo y ¿qué le dan? pues orejas y le niegan el toreo. Luego los sesudos profesionales de la pluma hablarán de esfuerzos, profesionalidad, empaque incluso, arte sublime, pero la realidad es que contentaron a sus partidarios porque hubo premio, y no demostraron nada nuevo a los que llevamos años esperando para verle una mínima intención de hacer el toreo de verdad.

Aparte podemos dejar a Talavante, aunque tampoco muy alejado del grupo de los postmeodernistas. Quizás la tarde de El Ventorrillo no fue tan mentiroso como sus compañeros del G10 y alrededores, pero tampoco nos contó toda la verdad. Su toreo eren medias verdades, pero ya se sabe, una verdad que no lo es plenamente, no deja de ser una mentira.

De la novillería nos quedamos con ganas de volver a ver a Jiménez Fortes, que se fue a la cama tras deshacerse del Flor de Jara que le levantó los pies del suelo. De los demás, Víctor Barrio mantuvo algunas de las esperanzas que muchos han puesto en él, aunque siempre está ahí ese afán de parecerse a sus mayores, que también es mala suerte tener al G10 como modelo de nada.

Y como el año anterior, uno de los triunfadores fue Jesús Arruga, que repitió triunfo con los palos y el otro un tercero, Domingo Navarro, que en una misma tarde dio un recital de colocación, oportunismo y torería. Que poquita cosa para tantas tardes de toros, sobretodo si nos creemos eso de que vivimos en un momento dulce de toros y toreros, en el que no hay una única figura, son muchas las que van a levantar esto, pero de momento ninguno ha hecho intención de comprometerse en el empeño. Y así seguimos, con un exceso de triunfalismo que no va a ningún sitio, con las orejas como único fin de todo esto y la vulgaridad haciéndose dueña y señora de la fiesta.

miércoles, 15 de junio de 2011

A propósito de Madrid (I). ¿Dónde está el toro?

¿Dónde está el toro?



Que larga puede hacerse una feria tras otra, que largas se hacen las continuas tardes de borregos descastados, flojos y escuchimizados, pero que rápido pasa el tiempo cuando hay un toro de por medio. Lo malo es que solo ha habido cuatro o cinco días en que se ha visto el toro o algo que se podía parecer a él. Quizás esta sea la causa principal del fracaso que todo este serial ha sido para el aficionado. Y fracaso es en el sentido en que de 28 corridas y novilladas de a pie, los picadores solo han trabajado cuatro y media, el resto han sido las estrellas invitadas a la pantomima que protagonizaban sus matadores, que patrocinaban empresarios, ganaderos y medios de comunicación y que aplaudían los cada vez más numerosos, ignorantes y agresivos isidros.

Han sido pocas las corridas para el aficionado, pero en todas ellas venía la sorpresa, no aprovechada, para que el coletudo de turno subiera a los altares con la beatificación taurina bajo el brazo. Rafaelillo se vino abajo con Tartanero de José Escolar; César Jiménez despreció la calidad de Rodalito de Peñajara, más pendiente de abrir puertas que de hacer el toreo de verdad; Iván Fandiño no llegó al nivel de Podador de Cuadri y ya en otro orden, Talavante fue el que más se acercó a lo que le Cervato, de El Ventorrillo, le ofreció, algo muy diferente a Monsieur Castelá, que a lo suyo, no se enteró que por allí andaba Escribano de Alcurrucén, para redactar el acta de un triunfo incontestable.

Luego sí que ha salido algún toro de esos que buscan los veedores en compañía de un zahorí, vagando por el campo agarrados a un palo y cuando este se pone a temblar delante del bovino, ¡hala al camión! y que tenga la suerte de encontrarse a un inminente pegapases, pero éstos que todo el día están con el “que se mueva, que no moleste, que entre al trapo” y todas esas cosas que parecen la canción del verano, resulta que les sale uno de estos y están “desganaos”. “¡Pero niño! ¿Cómo los quieres? Es que no sé. ¿qué no sabes?” Y el animalito se va sin torear y con los despojos colgando, porque el niño no lo veía claro.

También ha habido decepciones que se llevaron por delante muchas ilusiones, como los Palha, que repiten fracaso en Madrid y que parecen empeñados en hacer pensar que aquella gran tarde de hace ya mucho, fue un espejismo. Parece que ya se ha agotado la casta que entusiasmo a Madrid y aquella impresionante presencia de algunos pupilos del señor Folque. Tampoco respondieron a lo deseado los del Partido de Resina, que no reeditaron en las Ventas los éxitos de otras plazas. Habrá que seguir esperando.

El resto del ganado ha adolecido de falta de fuerzas, muchos no han recibido ni un puyazo, aunque lo simularan muy bien los montados, han evidenciado unas alarmantes muestras de mansedumbre y en demasiados casos presentaban bastante menos trapío que las novilladas, lo que ya resulta sangrante e injusto. Igual que ganaderías de postín, como Núñez del Cuvillo, la más importante del momento, la mejor de la historia, la de más calidad del planeta, la de los toros bonitos, la de todas esas cosas que vuelven locos a los veedores, público de clavel y taurinos de pro, esa que se ganó el derecho a traer dos corridas a la feria, esa que ha tenido que ampliar la planta de rehabilitados en la finca, donde se le apelotonan los toros indultados a la puerta de la sala de curas, esa, esa misma, no consiguió juntar una corrida completa para Madrid. ¿Qué digo una corrida? Si no echó ni un solo toro que tal cosa pareciera. Toros y más toros para pasar el reconocimiento veterinario, los representantes de las figuras “opinando” por los corrales y al final la vergüenza que saltó al ruedo, en la que quedaron retratados la empresa que los contrató, el veedor que no los vio, el apoderado que dio el placet, los toreros que se partían la cara con quien fuera por anunciarse con ellos, los isidros que repiten lo que oyen, la prensa que dice lo que le mandan y todos los que sustentan con mentiras esta pantomima.

Las ferias apelotonadas de Madrid han dejado suficientemente claro que hay que cambiar el sentido de la marcha ya, que mañana es tarde, que o cambia el toro o esto se nos va, que la fiesta que ya no es embrión, que ya empieza a ser la única, está acabando con cualquier signo de grandeza. Y si sale alguna corrida como las indicadas más arriba, no pierden un segundo en atacarla y empezar con eso de que son imposibles, intoreables, que no se les puede hacer el toreo, que no caben en la muleta y todas esas milongas que tienen tan bien aprendidas.

Y es urgente este cambio porque no es posible que sea inmediato. No sé si será verdad lo que muchos aficionados dicen, que seguro que en el campo hay toros mejores que estos; pongámonos en lo peor y pensemos que no, lo que nos lleva a tener que esperar que los ganaderos seleccionen con más exigencia este año, que a las vacas elegidas se les eche el toro, que liguen y que el producto se acerque a lo deseado, que en el mejor de los casos será solo una ligera aproximación. Así que el producto de este cambio, igual es para generaciones pasadas y no para el aficionado de hoy. La pregunta es ¿aguantará esto todo ese tiempo? Así que de momento hay que buscar en el campo, habrá que coger el GPS de los veedores y borrarles la memoria y donde pone Núñez del c… que ponga, no sé, no se me ocurre nada, pero por decir algo diré ¿Valdellán? ¿Flor de Jara? Y que conste que no tiene nada que ver el indulto de Sahún, la concurso de Vic, ni que acabe de ver el vídeo que me ha mandado Javier Salanmanca, en el que se ve un Buendía que no es el toro chiquito que nos querían vender, que en la primera y segunda vara echaban la cara un pelín arriba y que en las dos siguientes, sí, sí, las dos siguientes, el toro va desde más lejos y encima mete la cabeza y empuja con fijeza. Pero ya digo que esto no tiene nada que ver. Le sale este toro a cualquier figura en la feria de Madrid, y cuando el animal está debajo del peto, piden el cambio a la segunda vara.

Estará por nacer, estará escondido por las dehesas del mundo, lo tendrán oculto los taurinos, nos dirán que no vale para el toreo moderno, pero no podrán impedir que preguntemos ¿Dónde está el toro?

domingo, 12 de junio de 2011

¿A que no me ganas?

Y al final, ¿dónde está el toro?


Admiro el espíritu de superación del ser humano y esa ansia de querer siempre el primero en todo. El que de niño quería sacar las mejores notas de la clase, ser el más popular en el colegio o en el barrio, meter más goles que nadie, ganar a las chapas a todos los niños, ganar más canicas que ninguno o ser el que más corriera de todos. Y como dicen los mayores, algunos de estos rasgos marcan a una persona para toda la vida. Y si no, vayan a Granada y pregunten a los compañeros de aula de David Fandila, quién era el que más corría en el patio. A mi no me cabe la menor duda, si ahora corre lo que corre con ese incómodo atuendo que es un traje de luces, con chándal y zapatillas tenía que ser un trueno. Pero la cosa no es correr en línea recta, eso para otros; él es capaz de correr para adelante o para atrás, o para adelante y para atrás al mismo tiempo. Que es fácil decirlo, pero hay que hacerlo. El único problema es que cuando decidió ponerse las medias rosas, nadie le dijo que el correr era de cobardes y que para atrás un torero no debe ir jamás si tiene muleta y estoque en la mano. Una frase llena de segundas lecturas que pronunció en su momento Pedro Romero, pero que quizás debería haberla desarrollado más, e incluso pensar en unas actividades a modo de ejercicios, como en el cole, para los aspirantes a toreros.

Madre del amor hermoso, lo que nos ha costado llegar hasta aquí, como si no hubiéramos tenido bastante, de postre La Palmosilla y El Fandi, caramba con los de Taurodelta, si es que tiran a dar. Nos creíamos que ya se habían acabado los parches, pero nos quedaba uno, el de los dos de Carmen Camacho y el sobrero de El Torero. Entre todos les mandan levantar una piedra, no muy grande, que cupiera en una mano, y seguro que no pueden. Cuanta flojedad, cuanta invalidez, cuanta croqueta por el ruedo de las Ventas. Pero luego, si el toro va tres veces a la muleta, nos olvidamos del esperpento del caballo y empezamos a decir que fue un buen toro y a maravillarnos de cómo iba en el último tercio. Yo entiendo las ganas de los buenos aficionados de ver algo que se les clave en el ojo, pero así creo que no ayudamos demasiado a que esto se regenere. Si aceptamos que a una corrida entera no se le pueda bajar la mano porque si no se cae y admitimos el toreo sanitario, entonces tragamos con la mentira y la asumimos.

Carmen Camacho remendó el encierro y abrió la corrida con el peligroso primero que esperó a todo el que se le acercaba por el pitón derecho y que cuando se notó herido soltó el traicionero derrote que llevó a Miguel Abellán a la enfermería. El otro, el quinto, empujó en el caballo lo que sus escasas fuerzas le permitieron. Debió ser devuelto inmediatamente, pero quizás la cosa no se veía tan clara desde el palco presidencial. Resultaba extraño que D. Trinidad López- Pastor Expósito otras tardes tuviera la mano presta a sacar el pañuelo verde y que de repente se le hubiera encasquillado el brazo ante semejantes muestras de invalidez. El sobrero de El Torero, con un aspecto más caprino que bovino, manseó descaradamente en el peto, queriéndose quitar el palo constantemente, saliéndose suelto en cuanto no le taparan la salida. Luego, después de las carreras que tuvo que echarle a El Fandi, no se le podía bajar la mano ni para echarle de comer, no se aguantaba en pie. Los tres de La Palmosilla que quedaron no recibieron un puyazo entre los tres juntos; Quizás habría sido mejor que no salieran los picadores y que hubieran llamado a Super Nanny, por lo menos así alguien les hubiera puesto las peras al cuarto. Se dolían de la puya, corneaban el peto, les molestaban las banderillas y los trapazos de sus respectivos matadores se reducían a cariñosos banderazos.

Miguel Abellán salió bajo de revoluciones, dando sensación de apatía. Tanto por el pitón derecho como por el izquierdo, su toreo se reducía a abusar del pico y a las carreritas para colocarse a cada pase. Y aunque el toro era un inválido sin cura posible, quizás le tendría que haber castigado con la muleta y si se caía, que se cayese, pero por lo menos a lo mejor le habrían quedado menos ganas de soltar derrotes a traición. A mí me gustaría saber que ocurriría si los matadores empezaran a torear por bajo a los toros que, aunque tullidos, por su mala condición la cordura exige que se les baje la mano. Lo mismo muchos se darían cuenta del estado del toro de lidia. Igual los públicos de esas plazas de Dios empezaban a poner el punto de mira en el toro y puede que los empresarios empezaran a comprar ganado de hierros que aguantaran el primer tercio y que en la muleta no rodaran por el suelo. ¡Qué iluso! A veces hablo de la gente del toro como si todo esto les importara algo y no lo vieran como un negocio familiar heredado de sus mayores, los que sí tuvieron afición, que lo mismo les podrían haber dejado una ganadería, la gestión de plazas de toros o una farmacia. Pero a lo que iba; Miguel Abellán acabó en la enfermería por el golpazo que se llevó en la cara. Primero parecía que era un palotazo, pero solo pudo llegar a las tablas, donde se desmoronó, para ser sacado del ruedo instantes después.

El Fandi tuvo la oportunidad de demostrar lo que da de si en un toro más, lo malo es que da muy poco de si. Su actuación se basa en las facultades físicas, en la resistencia de piernas y pulmones, lo que a alguno nos rechina bastante. Intenta cosas como llevar al toro al caballo con un galleo por chicuelinas o tirando de él metiéndolo en los vuelos del capote, pero todo resulta tan violento, tan rápido, tan destemplado, sin tener en cuanta al toro y tan sin sentido, que resulta grotesco. Con las banderillas el espectáculo que otros proclaman es la carrera y el abuso de un animal inválido. Todo son ventajas. De frente siempre deja pasar al toro antes de clavar, con brincos y exagerando el culo fuera. Cuando va hacia atrás le da tiempo a medir la salida, no se encuentra nunca entre los pitones en el compromiso de tener que salir del embroque apoyándose en los palos, porque cuando clava ya está fuera. O esos recortes en los que deja parado al toro para clavar desde la pala del pitón. Y lo del violín, pues eso, muy musical, pero desentonando. En postura de contorsionista clava los palos cuando el toro está camino de Ávila. Aunque al menos no se le cayeron los palos y no se le vio el truco de los rehiletes cosidos por la punta. Con la muleta demostró que no sabe torear, que le han contado que el derechazo es con la derecha y con la espada de mentira, porque tantas facultades y no puede torear con el acero en la muleta; el natural como el derechazo, pero con la izquierda y sin el palo agrandando la tela. Lo de citar, cruzarse, rematar atrás y esas cosas, eso son tonterías de cuatro chalados. Pico, retorcimientos, muchas carreras, como no, y trapazos en línea recta que parecen más cómicos que toreros. Todo este esperpento se acerca más al abuso de un animal que a la tauromaquia de siempre. Con la espada le preocupa más hundir el acero en lo negro, que ver donde la deja, y si en estas hay que soltar la muleta en el hocico del toro, pues se tira. Pero todavía habrá quien alabe su “espectacularidad”.

Daniel Luque salió con la idea de torear, o eso debería ser, pero casi se vio obligado a quitarse los alamares y cambiarlos por una bata blanca y unos guantes de látex, un palito y pedirle al toro “Diga treinta y tres”. A su primero le recibió con unas verónicas rectificando, que no es que me importe esto demasiado, pero que lo hagan todos los días en todos los toros y que no acaben de tomar la medida de los terrenos, ya cansa ¿no? Empezó a muletear al palmosillo con trapazos cariñosos para evitar que rodara por el suelo. Naturales alternados con carreritas delatoras de la falta de mando y dominio, pico, trapazos, derechazos de igual condición, pero sin bajar la mano, eso no por favor, que luego el animalito se cae y la gente se ofusca. Que si no le bajo la mano y no se cae, estos ni se enteran. Pues sí nos enteramos y él se dio cuenta de su error en el otro de su lote, el de Carmen Camacho, al que en medio del escándalo solo pudo matarlo de infame bajonazo, que no le produjo ningún sonrojo.

Y así llegamos al final de estas ferias, que creo que no han defraudado, ni sorprendido a nadie. Los triunfalistas están encantados con sus orejas y sus puertas grandes, con ver a las figuras con los despojos en la mano y felices de haberse conocido, aunque tal y como han sucedido las cosas, creo que andan con la mosca detrás de la oreja, pensando que aquello no fue tan bueno como creía. Y los que auguraban un desastre ganadero y artístico, pues han acertado de pleno. Y no creo que sea por que sean más listos que los demás, simplemente llevan años viendo lo que pasa y que esto va a peor. Pero todo esto lo dejamos para alguna entrad más en la que cuente mis conclusiones de esta eternidad en la piedra de Las Ventas. Luego igual decidimos dejarles descansar. Muchas gracias a todos por dedicarme todos los días un rato a leer mis cosas, por sus opiniones, unas a favor y otras en contra, pero con un respeto que me ha conmovido, que no sorprendido, porque sé que los que se pasan por aquí, además de saber ver toros, tienen educación para hablar de ellos sin aspavientos de mal torero, y que día a día me han obligado a darle vueltas a lo visto en la plaza de Madrid. A todos, MUCHAS GRACIAS.

sábado, 11 de junio de 2011

A merced del calendario

El toro, ¿volverá algún día a ser el rey?


La verdad es que empiezo a no entender demasiadas cosas. Seguro que algo tiene que ver la larga duración de las ferias encadenadas de Madrid, el que esté atorado y con la cabeza embotada, pero he tenido la sensación de que a actuaciones parecidas el público ofrece respuestas muy dispares y que en ello pueden influir decisivamente los nombres; los nombres de la ganadería y los nombres de los matadores. Ha sido una corrida como poco rara. Aunque siempre desde mi punto de vista, que ya digo que puede estar algo viciado por la acumulación de toros. He visto como los de Javier Pérez Tabernero han aprobado en todas las fases de la corrida. ¿Se les ha picado? Pues ni mucho, ni bien, se han limitado a estar, lo que no quiere decir que haya habido demasiados puyazos casi ni señalados. ¿Han ido bien a la muleta? Pues también, pero con muy poquita emoción, no era el ir y venir del toro bobo, pero más o menos. Si esta corrida me la ponen el 8 de mayo, igual mis comentarios serían bien distintos, pero claro, si me pongo a comparar, esta no ha sido tan mala. Y ahí puede que esté el verdadero problema, que la mediocridad la comparamos con la vulgaridad y se nota la diferencia, pero ¿y si todo lo comparamos con lo óptimo? Entonces ahí se nos viene el castillito abajo.

Los de Javier Pérez Tabernero por momentos parecía que no estaban en el ruedo; el primero empujaba con la cara alta, pero en la segunda vara ha tenido que ir a buscarlo el picador más allá de la raya, como si le llevara al caballo de las orejas. Luego en la muleta no de le podía bajar la mano para que no se cayera, pero seguía los engaños con una bondad manifiesta. El segundo se ha limitado a estar en el caballo y en la muleta ni ha rechistado, entraba, salía y calladito para no molestar. El tercero, que salió echando las manos por delante, incluso derribó al picador, por esa manía de no apretar de primeras. Le hicieron la carioca y empujaba de lado; luego en la muleta entró, salió y no osó fastidiar el mitin de Pinar, no fuera a ser que se lo echaran en cara al ganadero. El cuarto más cariocas, visitas al caballo al relance para cornear el peto, se dolió en banderillas y acabó en toriles. Al quinto se le picó muy mal, en la paletilla, mientras corneaba el peto como un descosido, en la muleta la misma historia de siempre, embestía, pero no entusiasmaba. El sexto iba por el mismo camino y el señor presidente permitió que nos mostrara su invalidez hasta el segundo tercio, en el que inesperadamente lo mandó a los corrales. Salió uno de Valdefresno, tan inválido o más que el devuelto, al que no llegaron ni a echarle una regañina en el caballo. En el último tercio pudo seguir la muleta gracias a las nulas exigencias del matador, que no dudaba en llevarle casi con los dos pitones fuera de la muleta, que ya sé que es un imposible, pero Pinar casi lo consigue.

En la rareza de la tarde Antonio Ferrera fue el más previsible, que no destacable. Fiel a su repertorio, manteó y bailo simultáneamente al torear de capote, bailó y corrió al poner banderillas a toro pasado entre saltos, cabriolas, exageraciones con el culo fuera y quiebros destemplados. Con la muleta practica un toreo realmente peligroso; tanto banderazo un día va a despistar al piloto de un 747, que va a intentar aterrizar en el ruedo, que como todo el mundo sabe, no es sitio para que haya aviones. Trapazos muy lejanos, sin ajuste alguno, destemplados, inconexos y vulgares, pero que muy vulgares. Este torero hace tiempo que decidió adoptar la velocidad como parte esencial de su tauromaquia y todo lo convierte en un agotador frenesí.

Sergio Aguilar ha exhibido una pulcra colocación, casi desconocida durante el extenso serial; adelantaba la pierna de salida y presentaba la muleta honestamente plana, lo que repitió en los pases siguientes, sin esconderla a las primeras de cambio. No se le puede reprochar casi nada al madrileño, pero todo estaba envuelto por una frialdad que evitaba que aquello cogiese vuelo. Aquí se me presentan dos opciones. Si el toro es bueno, entonces es el torero el que falla o si el torero se pone de verdad y la cosa no llega, entonces el mal está en el negrillo. Incluso puede ser que ni una cosa ni otra. Yo soy más partidario de que a Sergio Aguilar no le van los toros excesivamente noblotes que van y vienen, es un problema de los toreros; y si no, solo tenemos que recordar el caso de Diego Urdiales. Con esa colocación y esa honradez de cara al aficionado, si eso lo hace delante de un toro, probablemente la canción tendría otra letra y otra música. Dio algunos naturales y derechazos muy pulcros y con verdad, pero los de Javier Pérez Tabernero respondieron fielmente a los deseos del ganadero, quien quiere que el torero piense que no hay toro y que este no le moleste. Pues a Sergio Aguilar esto no le vale. Afortunadamente para el aficionado.

Rubén Pinar es otro tipo de torero, muy diferente de lo que es Sergio Aguilar. Éste sí que se sabe mover con estos toros anodinos. Si el toro no tiene emoción ya se ocupa él de ponerla; si hace falta hasta puede corear cada pase con un prolongado ¡eeeeeeeeeeh! y con semejante provocación ¿quién se resiste a jalear también el pase mientras el toro camina en las lejanías del matador, mientras este pone todo su alma en llevarlo enganchado en el pico? Ese destoreo, acompañado de las carreras necesarias para colocarse a cada pase, ya que con la muleta no logra dejar colocado al toro, ese retorcimiento que también practica y que crea la ilusión de que se remata el pase, cuando lo único que se hace es acompañar la rectitud de la embestida del toro y la estocada, bien ejecutada, aunque trasera, hizo que el público le pidiera la oreja. Oreja reglamentaria por el número de pañuelos, pero sin el valor artístico que se le puede exigir a una oreja cortada en Madrid. En su segundo estaba decidido a cortar una más y a salir a cuestas de los porteadores oficiales; repitió la misma receta, con el toro más alejado si cabe y bastantes más carreras aún y unas manoletinas trapaceras como ellas solas, pero la espada nos libró de soportar de nuevo ese lamentable espectáculo de ver a un torero vulgar camino de la calle de Alcalá. Empeñado en no matar con la mano izquierda, pinchó y desinfló los ánimos del personal. Salió trompicado por esa manía de llevar muy alta la muleta, pero afortunadamente todo quedó en un susto.

Y así fue como yo lo vi, aunque entiendo que alguien percibiera todo de otra forma. Incluso estoy seguro qde que el señor Moncholi habrá salido más que satisfecho de todo lo que ocurrió en el ruedo de las Ventas. Afortunadamente es la penúltima de la feria, aunque como esto de la tauromaquia es un mal casi incurable, ya estamos muchos comentando los carteles de las próximas corridas y penando en si la familia va a permitir que nos sigamos escapando a toda prisa después de comer, con la almohadilla y la entrada bajo el brazo, con la esperanza de volver a ver aquello que una vez nos emocionó.

viernes, 10 de junio de 2011

¿Cómo he estado papá?

Citando en banderillas o ¿cómo sentirse torero?


Pues mira hijo, que digo yo que qué te parece aquello de hacerte veterinario, o lo de administrador de fincas, notario, corista de variedades, contertulio voceador, concejal de urbanismo, amante de una famosa o famoso, esteticista, fisioterapeuta o vividor. Sí, pero ¿Cómo he estado papá?

Que difícil es ser padre a veces, porque hay momentos en los que a los hijos hay que ponerles delante la realidad, tan cruda como esta sea y todo lo que no sea eso es engañar y perjudicar a un hijo. Es una de las peores faenas que se le puede hacer a una criatura, no decirle la verdad y que vaya haciendo el ridículo delante de miles de personas. Lo de echar por tierra el nombre y el prestigio de uno, aunque importante, lo es bastante menos que timar a la sangre de tu sangre. Si al menos le hubiera descubierto en su momento los secretos de la lidia y el manejo del capote y la muleta para encauzar las embestidas del toro, algo más tranquilos podrían estar El Capea padre e hijo.

Pero tampoco se puede decir que los de Bañuelos, los toros de frío, como les llaman, dieran demasiadas facilidades. Facilidades para poder hacer el toreo bonito, o para mostrar las cualidades para lidiar de cada cual. El primero parado y peligroso, con un pitón izquierdo para no verlo. El segundo, que se rompió el pitón izquierdo, más empeñado en sus carreras que en entrar a los engaños. El tercero, que apretaba por los dos lados, se fue complicando cada vez más a lo largo de la lidia, poniendo en aprietos a su lidiador, que no actuó como tal. El sobrero cuarto de Adelaida Rodríguez, con una presencia que imponía, fue el que mejor se comportó en el caballo, pero su flojedad le impidió emplearse. Luego hubo quien se empeñó en hacer creer que era un toro imposible, que no era así. Bastante más complicado fue el quinto, que no solo no humillaba jamás, sino que además echaba la cara descaradamente arriba, defecto que se acentuaba por el lado derecho. El sexto se complicó por su querencia a toriles, lo que se convirtió en el origen de los mejores momentos de la tarde por parte de los banderilleros. Iba mejor de lejos que de cerca y se paró cuando se empeñaron en ahogarle la embestida.

Víctor Puerto volvía a Madrid, según dicen gracias a una buena actuación el verano pasado. Yo estuve aquel día y al acabar la corrida, nunca me habría pensado que aquello mereciera algún premio. Este torero tiene experiencia, eso es evidente. Otra cosa es que la sepa utilizar. En su primero, el segundo, el toro no llegó a ir nunca al caballo a contraquerencia. Le robaron dos puyazos a la salida de los picadores ante la inoperancia del matador, que dejó pasar el tiempo en la faena de muleta, unas veces buscando los terrenos más adecuados, tanteo por aquí, trapazo por allá sin pararse jamás y bajonazo para acabar prontito. En el flojo cuarto empezó con trapazos por ambos pitones sentado en el estribo, para ir ganando terreno. A partir de ahí decidió que aquello no era posible darle ni un pase y puso todo su empeño en hacérselo saber al público, quien pensaba que la cosa no era para eso. Yo ahora firmaría que esto no es para ser premiado, pero si Puerto no exige demasiado en cuanto a ganado y emolumentos, igual le vemos de nuevo por estos barrios.

El Capea también volvía después de una actuación de esas que alguien decide que merecen un premio, pero que para lo único que sirve es para demostrar la falta de pericia del matador en cuestión. No se le puede negar el querer, pero se duda mucho de su poder. Entró en quites, puso posturas con la muleta, pero su toreo tan vacío y superficial hace que los toros le vayan comiendo la merienda poco a poco, hasta que ya no haya quien haga carrera de ellos. En su primero llegó a ese punto cuando el toro le pegó un achuchón que solo quedó en susto. Se lo quitó de en medio como pudo y todavía pudo preguntar ¿Cómo he estado papá? Pero el segundo era bastante peor. Ahí no se podía confiar ni un segundo, con la cara muy alta, especialmente por el lado derecho, nunca permitió que el matador se luciera. El Capea casi se limitaba únicamente a poner la muleta como un telón para que el toro la acribillara y acto seguido estuviera más pendiente del bulto que del engaño. Estocada con mucha habilidad y punto. A nadie se le puede exigir gracia, arte y salero, pero sí saber lidiar, poder a los toros y salir más o menos aseado del envite, pero lo extraño es que este torero no haya asimilado los conocimientos que el Capea padre le habrá intentado transmitir.

EL confirmante Jairo Miguel traía la ilusión de alguien que ve convertirse un sueño en realidad y que todo lo malo pasado tiene su recompensa, pero si la corrida elegida es esta de Bañuelos, pues el triunfo estará más lejano. Con el primero, parado, se limitó a pegarle pases en toriles, con mucha inseguridad y escasa pericia. Se le vino encima por el pitón izquierdo, con la cara alta, no tuvo más que resignarse y aceptar que el toro no valía para nada. En el que cerraba plaza declaró cuales eran sus fuentes de inspiración, abusando del pico, toreando muy lejano, lo mismo con la derecha que en los naturales, para acabar ahogando la poca embestida del toro, vulgar y solo jaleado por los paisanos que le acompañaron, que se delataron nada más empezar cuando le gritaban eso tan torero de “guaaapooooooo”.

Lo más torero de la tarde y de muchas tardes, fue la actuación de Ángel Otero, quien en el primero de la tarde vio como antes de parear, el toro se marchaba y se encastilla en los terrenos próximos a toriles. Allá que se fue, citó y cuando el toro se le venía como un vendaval, cuadró y clavó un par en todo lo alto. Luego en el último fue su compañero, Lipi, quien gritó a toda la plaza que se sentía torero. En su primera entrad dejó un buen par, pero en el segundo quiso dejar claras sus intenciones. Tomó los palos y se empezó a dejar ver, se contoneaba, bailaba altor, pero este no estaba demasiado interesado. Junto los palos en horizontal y los sujetó con ambas manos hasta que el Bañuelos volvió a estar con el. Se dejó ver, le enceló, cito y cuando inició la arrancada se fue hacia él, cuadró en la cara, manos juntas y clavó un gran par. Podía haberlo dejado caído o trasero, se podía haber caído uno o los dos, que no, pero se había sentido torero y había toreado. Algo cada vez menos frecuente.

jueves, 9 de junio de 2011

Julián, es que me matas

Aquel Morante y aquel capote desparecidos desde hace tiempo.


Corrida de Beneficiencia, que ya no es ni extraordinaria y casi ni fuera de lo común. Una corrida en la que todo lo relacionado con este adjetivo era la inclusión de Juan Mora en el cartel, porque de los pupilos de Curro Vázquez, hijo predilecto de Madrid, y Roberto Domínguez, al que siempre se esperó, han tomado unos caminos realmente oscuros, como los de sus representantes en los despacho… y quizás también en los corrales.

Pero era un día especial, ¡qué caray! No faltaba “na de na”. El Palco Real en su día oficial de puertas abiertas, el amable público pertrechado con unos barreños llenos de hielo hasta el borde, los claveles reventones, vestidos como para la ópera, saludando con una sonrisilla sardónica a los múltiples famosos que poblaban los tendidos y que no habían encontrado acomodo en el callejón; era tanta la emoción que a muchos se les nublaba la razón y no eran capaz de saber cuál era su localidad y por eso llevaban la entrada en la mano, sin parar de mirarla, como si fuera un GPS que les fuera indicando el camino. Pero no, esta mejora aún no se ha instalado en los billetes; será este el motivo por el que tantos y tantos yupises esperaron al último momento para sentarse en su sitio. O el mismo que les impulsa a pasearse por los tendidos, gradas y andanadas, durante la lidia, ignorando aquella santa norma de que no se puede salir con el toro en la plaza. Faltaría más.

Pero a lo que vamos, a la corrida ya no extraordinaria. Si empezamos por los toros, casi hemos acabado antes de empezar. Novillos para figuras de don Victoriano del Río, esos de los que José Tomás no va a matar ni uno ¡Menos mal! Quizás el primero tuvo más apariencia de toro, pero a partir de ahí, nada. Yo entiendo que las figuras necesitan este torito para hacer sus cucamonas y desplantes de opereta, pero hombre, así no aficionamos ni al príncipe, ni a la princesa, ni al Papa. Aunque todo tiene su compensación, no se les pica y así todo resulta más llevadero para los espíritus sensibles. Para eso son las corridas sin caballos. El más grande de don Victoriano era notar el palo y escapaba como alma que lleva el diablo, a los demás se les simulaba la suerte, en otros era solo un paripé, pero picar, lo que se dice picar, a ninguno. Considerando que el señalar el puyazo desde antes de que llegue el toro al peto, o aguantar el palo sin apretar, no es hacer la suerte de varas. Luego en la muleta, pues valían o no, depende. Si el que toreaba era un torero y exigía un poquito en los derechazos, naturales o pases del desprecio, entonces el toro no aguantaba. Pero si el matador era una fi9gura del toreo que se limitaba a abanicarle el belfo, entonces eran toros de bandera, qué digo de bandea, de indulto y requeteindulto.

Juan Mora encabezaba el cartel como un intruso en esta orgía de vulgaridad y mentira. De él salió lo más artista de la tarde, aunque los yupises no se enteraran y además creían que no alargaba la faena hasta los cincuenta muletazos por jindama. Verónicas mecidas a pies juntos, un estupendo doblón para recibir a su primero, derechazos demasiado despatarrado, aunque uno derrochó clase desde el cite hasta el remate, el del desprecio y la estocada que sorprendió a muchos. Resulta intolerable que no se pegue ese paseíto hasta la barrera, entonces ¿Cuándo achuchamos a la pareja? Al segundo lo recibió con unas verónicas bajas con torería y tuvo el detalle de colocarlo en su sitio en sus dos encuentros con el caballo. Y aunque tampoco se le pudo castigar al de Victoriano del Río, Carlos Prieto le toreó y le pico en el sitio, aguantando los embates del toro. Entre derrotes lo enganchó Juan Mora con la muleta y por bajo, doblándose, macheteándolo, lo sacó hasta los medios para acabar rematándolo con gracia y con gusto. Algún derechazo suelto, pases del desprecio y una estocada entera recibiendo un pelín trasera, emborronada por los cuatro descabellos que siguieron.

Después de estos brotes verdes del toreo clásico vendría la transición, el puente de unión entre ese clasicismo y la postmodernidad. En una tarde en la que no se iban a parar los relojes, el arte por excelencia, el retruécano del toreo, la orquídea de la tauromaquia, la rosa en un vergel, Morante I el Grande. El que enamoró a todos, yo el primero, y que parece haber abjurado de la fe que le inculcó el maestro Paula. Allí salió a torear con el capote rectificando los terrenos en cada lance, metiendo el pico de la muleta con descaro, pasándose el toro muy lejos, cuando teniéndose que pegar una carrerita para recuperar el sitio que no puede mantener a base de muleta y muñeca, para acabar indecorosamente con infames cuchilladas a sus novillotes.

Pero como no hay mal que cien años dure, en estos momentos de crisis y de agonía de la tauromaquia siempre aparece él, El Juli. El número uno de la postmodernidad, exaequo con el Niño Manzanares. Todo torería, todo afición, todo verdad, aunque sea mentira. Ya nos dio una señal en el tercio de banderillas del segundo, cuando él solo, en el centro del ruedo, se puso a dar verónicas al viento con ese toreo de salón que atesoran solo los elegidos. Él no torea novillos, él torea trapío muy concentrado. De capote ni molesta a los toros, será por no agobiarlos, pero cuando toma el trapo rojo, sigue sin molestarlos. Hay que haber librado muchas batallas para ser capaz de ponerse delante del novillo, adelantarle la punta de la muleta estirando mucho el brazo, para después acompañar la embestida en línea recta y muy retorcido, hacer que remata el pase, y echar ceremoniosamente la pata atrás, Y todo ello sin ruborizarse. Lo mismo desposea por el derecho, que decide que en la misma tanda se cambia la muleta de mano y sigue por naturales. Cuanta vulgaridad reconcentrada, cuanta ausencia de gusto en su toreo y cuanta cla que le aplaude hasta en la ducha. Faenas largas, muy largas para finiquitar con el famoso julipié, tal y como lo bautizó Joaquín Monfil hace tiempo. Pero en la Beneficencia dio un paso más y presentó en publico el julipié a la envainadasilla; una nueva suerte del toreo que, en su carrera por no molestar jamás al toro, consiste en ejecutar la suerte como siempre, pero en lugar de meter la espada en los bajos, la mete aún más abajo, cogiendo mucho menos toro, y envainándole la espada, que hace guardia unos 20 o 30 centímetros. Vamos, “pa’ morirse”. En el sexto quiso poner en práctica su estrategia de “la soba”, eso de ponerse a dar pases y más pases, hasta que allá por el sol se empiezan a escuchar los primeros ¡bieeeeejn”, que inmediatamente se extienden por toda la plaza, hasta crear un ambiente de histeria colectiva que necesariamente acaba con la oreja. Acabó con otro julipie trasero, guardándose para otra ocasión la nueva suerte recién inventada.

Al menos el público que asistió a las Ventas fue lógica, no entendió el toreo de Mora, no entendió la brevedad de la faena, ni nada de lo que hizo el placentino, que tampoco fue excesivo, pero sí que vibró con los trapazos de El Juli, se metió en su faena como si bebiera en las fuentes del postmodernismo más vanguardista. Cuanta locura ante algo tan vulgar, aunque yo lo entiendo a la perfección, porque tengo que reconocer que a mi, El Juli me mata.

miércoles, 8 de junio de 2011

Jo… con la mano inocente

Habrá que esperar a Diego Urdiales con el toro toro.


Atribuyen a los competidores de El Guerra esa costumbre sólidamente establecida del sorteo de los toros. Costumbre regulada por el reglamento taurino y que nadie se atreve a discutir. Se hacen tantos lotes equilibrados, como matadores van a actuar en el festejo. A partir de ahí, la suerte y la decisión de una mano inocente marca el destino de cada matador. Y ahí es donde Diego Urdiales tiene un verdadero problema, en quién mete la mano en los sombreros y extrae al bolita con los números de los toros.

Ya son dos años en los que el riojano no puede mostrar su toreo y no se le puede achacar que no sea por falta de ganas, pero este torero tiene un curioso handicap, necesita el toro toro. Lo que en otro tiempo fue una virtud, hoy en día, en estos tiempos del medio toro, es un lastre. Es un inconveniente no poder torear a un torillo porque a la mínima se va al suelo, ni poder bajar la mano ni dar el pase completo, por el mismo motivo o porque el animal se larga a mitad del pase como si eso no fuera con él, renunciando a todo posible asomo de pelea. Da igual que se le deje ir a sus terrenos, a toriles, porque además la cosa se empezaba a hacer pesada.

Los de Los Bayones no aguantaban el inicio de faena del segundo de la tarde por abajo, ni los derechazos con mando a un toro solo preocupado de aguantarse en pie. Con el sobrero de Fraile Mazas, que agotó sus escasas fuerzas intentando saltar la barrera, se colocaba como no lo ha hecho casi nadie desde principios de mayo en esta plaza, le presentaba la muleta plana, con verdad, pero nada de nada. Es lo que tiene el medio toro, que hay que saberle hacer el medio toreo, el del pase lineal sin rematar, en el que el animalito solo tiene que ir y venir, mientras el de luces se retuerce en su jugo. Habrá que esperar otro momento en que alguien decida traer toros a Madrid y entonces llamamos a Diego Urdiales para que nos enseñe de lo que es capaz y se olvide de la frustración que provoca estrellarse contra un mulo.

Rafaelillo habría el cartel y aparte de no saber donde ubicarse durante la lidia, volvió a esa manía ya tan sobada de pasar a todos los toros como si fueran alimañas, lo que resulta un tanto anacrónico con estos medios toros. Su primero se aquerenció en una zona de la plaza que era un verdadero barrizal, donde se defendía sin entregarse en ningún momento. A este le recibió con verónicas muy pocos sosegadas y rectificando constantemente a cada lance. En su segundo llegamos a banderillas y aún nadie había fijado al toro, que andaba por allí como el que espera a una amiga en un parque, paseo para acá, caminata para allá, me quedo, me voy. El murciano tomó la muleta igual que podía haber cogido una bandera. Pases por alto, mantazos en la lejanía, el toro por el suelo, pico, contorsiones y el torillo por allí. No estuvo bien Rafaelillo, al que aunque él no lo crea, nadie quiere que le coja el toro, pero que no luce ante estos animalejos. Él necesita un oponente al que poder vencer y dominar, no estos sucedáneos de toro de Los Bayones.

El tercero, Matías Tejela, al contrario que sus compañeros de cartel, se maneja como nadie en esto del medio toro. Incluso puede llegar a convencer a alguien de que está haciendo el toreo ante un toro de verdad. Esto fue lo que pasó en su primero, al que no se le picó, se le enseñó el palo nada más, pero que el público quiso ver como un buen tercio de varas. Se aplaudió a un picador que hizo la carioca en la primera vara y que no apretó y tapó la salida en la salida. El madrileño recibió a este tercero con pases por ambos pitones, componiendo la figura, pero olvidándose de la utilidad del trapo, no vale solo con agitarlo como si fuera un guardiamarina. Con esa pierna bien retrasadita, con el pico de la muleta como el rey de la faena, con pases sin rematar jamás de los jamases, derechazos, naturales y toda suerte de trapazos, que a muchos engatusó como si estuviera toreando. Ya tenía la orejita en la mano, cuando se despachó con un bajonazo más que infame, que repitió una segunda vez por si alguien se hubiera despistado. Como se pone la gente por unos centímetros, entre treinta o cuarenta, de desviación, si en otras plazas esto mismo habría causado furor. Será esta una de las pocas cosas que distinguen a la plaza de Madrid. Al último inválido, un sobrero de Valdefresno, no le pudo ni destormar, si acaso haberle dado una aspirina para el reuma.

Del ganado poco bueno se puede decir, todos mulos, mansos, incluidos los dos sobreros, unos con aspecto de pelota gorda y corta, otro largo y asardinado, otro anovilladito, pero ninguno con pinta de toro de lidia. Flojos, no querían ni caballo, ni muleta. Y para uno que entraba al trapo, se fue a manos del que mejor destoreaba. Cosas de la fortuna y de una mano inocente que en algunos casos reparte suerte, como los niños de San Ildefonso, y en otros embadurna de mala suerte a su matador, a las cuadrillas y a todos los que están esperando ver a un torero delante de un toro. Habrá que cargarse paciencia y esperar. Lo malo es que son más los que consienten todo tipo de atropellos a figuras y ganadería modernista, pero que se ponen exigentes como el que más con el toro y toreros de verdad.

viernes, 3 de junio de 2011

Que mala es la necesidad

El toro, siempre el toro.


Cierre de feria, corrida de Cuadri y como en otros tiempos pasaba, que el público iba descaradamente con los Victorinos aunque estos pegaran una espantada, ahora están con los toros de Trigueros. De estos no se puede decir que fuera una buena corrida de toros, tal y como siempre se ha entendido, pero claro, si lo habitual es la bobona sin trapío, que unas veces parece buey, otras rata, otras mulo y casi nunca toro, cualquier cosa que nos lo pueda recordar nos parece gloria bendita. Los Cuadri básicamente desplegaron emoción e interés por ver como se les lidiaba, casi siempre mal, y como iban y se comportaban en el caballo, donde se les pegó de lo lindo.

Lo que nadie pone en duda es la presentación, si uno era una lámina, el siguiente lo superaba y quizás por el recuerdo del año pasado, parecía que las preferencias se inclinaban en un principio por ese castaño de impresión. Los toros han ofrecido un comportamiento variado, el primero salió muy parado desde el principio, aunque por momentos parecía que seguía bien los engaños, corneó mucho el peto en el primer encuentro, al que acudió andando, pero poco a poco se fue quedando cada vez más corto. El segundo fue bien llevado al caballo por Fandiño y echó la cara arriba. En la segunda vara le pusieron más lejos, pero solo se dejó a pesar de los esfuerzos por citar del picador que primero picó trasero y luego le tapó la salida. En la muleta no requería las prisas y aceleramiento de Fandiño, y a pesar de ofrecer buenas embestidas, faltó que le templaran. Fue un toro interesante que no quería nada cerca de las tablas, pero que fuera del tercio era un vendaval, con la lógica complicación que esto supone para el matador. Al tercero no se puede decir que le aplicaran una buena lidia, más bien todo lo contrario. Fue al caballo de lejos y con alegría en la primera vara, derribando al jinete. En la segunda ya fue con menos ímpetu, pero metió bien los riñones con fijeza, aunque salió suelto del peto. Fue una tercera vez, en la que volvió a empujar, pero ya estaba más pendiente de irse de allí, que de lo que tenía delante. Buscó los terrenos cercanos a toriles, aquerenciándose en tablas. En la muleta tenía mucho para torear y aguantar y como no le obsequiaron ni con lo uno, ni con lo otro, se fue haciendo dueño de la situación. En cuanto le daban dos trapazos y veía que aquello no era para él, apretaba y achuchaba al matador, quien en una de estas se vio llevado en volandas de pitón a pitón, hasta los medios, sin que afortunadamente el trompicón tuviera peores consecuencias.
El cuarto salió quedándose por ambos pitones, lo cual se agravaba con el vicio de El Fundi de moverse antes de tiempo y salir corriendo al contrario del viaje del toro, lo que le ayudaba a encontrar un motivo para revolverse antes de tiempo. En la primera vara corneó el peto y en las siguientes, a las que acudió sin ningún entusiasmo, soltaba una cornada por cada golpe de la puya, recibiendo un castigo al que no estamos habituados. Sin duda el quinto fue el mejor de la corrida, un señor toro, al que se le colocó bien en el caballo, se le midió el castigo tanto en la primera como en la segunda vara, destacando como toreó a caballo Rafael Agudo, aunque luego picó trasero. En la muleta recibió muchos pases, sin temple y sin mando, dando a algunos la sensación de que se iba a ir sin torear y con las orejas intactas, como así fue. Embistió y embistió sin pegar un mal derrote, solo los obligados cunado le dejaban acariciar la muleta, lo que tampoco es achacable a su condición. Al sexto no se le cuidó en el caballo, no se le puso bien en suerte, en la primera con un despectivo “ahí te quedas”, en la segunda como si las rayas no existieran y en ambas pegándole duro. En la muleta Alberto Aguilar se empeñó en aplicarle el toreo moderno, pero en este caso, aparte de no ser apropiado, no era conveniente, pues a la mínima que veía hueco entre la muleta y el torero, para allá que se iba. Creo que con todos se podría haber hecho algo más, quizás menos con el primero y mucho menos con el cuarto, aunque de nuevo se ha olvidado la lidia a favor del pegapasismo, con lo peligroso que puede resultar con este toro.

De los matadores se puede decir que el Fundi tuvo que pechar con el peor lote, pero con lo que tuvo delante tampoco demostró demasiada solvencia. Quizás su experiencia le podía haber dado para más y no solo para limitarse a ver si los toros soportaban una mala colocación y trapazos a diestro y siniestro. Más parecía que los Cuadri eran alimañas o marrajos tobilleros que buscaran coger, pero tampoco fue para eso. Como en muchos casos, presentaban dificultades, pero no eran imposibles. Y si el toro no vale para torear bonito, también se puede torear sobre las piernas, aunque solo sea para prepararlos para la suerte suprema.

Iván Fandiño fue el más afortunado e incluso sacó muletazos sueltos. Muy acelerado, no templó ni mandó en ningún momento y a pesar de las orejas o no orejas, estuvo por debajo de sus oponentes. Extrañamente abusó del pico, del toreo en las lejanías y de esconder la pierna contraria. Fue en los momentos en que se colocó bien cuando alcanzó sus mejores momentos. Un derechazo bueno, otro de pecho muy bueno y una estocada a ley, que quizás otro día le habría valido una orejita. Estuvo valiente con un toro que pedía más que le sacaran a los medios, donde se transformaba en un vendaval que devoraba todo lo que se le pusiera por delante. En el quinto Fandiño intentó hacer las cosas bien, llevó el toro al caballo para colocarlo en su sitio, quitó por verónicas, destacando dos por el pitón derecho y estuvo pendiente para que le midieran el castigo. Pero fue en la muleta donde no estuvo a la altura del Cuadri. Éste acudía con claridad a la muleta, pero en lugar de echar la pata pa’lante y embraguetarse con él, el espada se limitó a dar muchos pases sin templar, a dar naturales con el pico de la muleta y mucho enganchón y a permitir que un buen toro se fuera sin torear. Lo que podía haber sido un triunfo incontestable se convirtió e una orejita más que bondadosa.

Alberto Aguilar no fue ni de lejos el torero que esperábamos. En ningún momento fue el que llevara el mando en sus dos toros. en su primero solo pretendía darle pases, lo que el animal no le consintió y poco a poco fue tomando el control de la situación, consumando el naufragio del madrileño. En el sexto algo parecido, empeñado en torear a base de pico, según las normas establecidas del toreo moderno, pero con las que el toro no estaba de acuerdo. Se le colocó en innumerables ocasiones cuando le presentaban la muleta atravesada. Necesitaba que le metieran mucho en la muleta y no ofrecerle otra posibilidad que no fuera el trapo rojo. Quizás la no muy lejana cornada, quizás lo atípico de este ganado en estos días de animales de infinita toreabilidad, el caso es que Alberto Aguilar no ha encontrado la fórmula.

Ahora que cada uno saque sus consecuencias, si no las sacó en el momento de la corrida, pero la sensación que a uno le queda es que la afición pide toros encastados, que pueden ser buenos, malos o regulares, pero que exigen un torero que sepa aplicar las normas del toreo clásico. Pero lo que nos toca es una torería que solo sabe dar pases, que no torear, que solo está medianamente preparado para un tipo de toro, el toro carretón, y que todo lo que se salga de ahí es malo, imposible y al que hay que mandar al matadero. Que torean con tanta superficialidad y están tan metidos en su burbuja, que no entienden que en una faena no se pueden dar sesenta o setenta pases, ni que les den un aviso manteando sin haber montado la espada. Que esa es la evidencia de que no torean, que no someten al toro y que el toro ya deja de serlo para convertirse en otra cosa muy alejada del toro de lidia. Y por último, a falta de esa “interesantísima y justificadísima” feria del Aniversario, ¿Cuántos toros bravos han salido en Madrid? o mejor dicho ¿cuántos toros que no hayan manseado han salido en la feria? Pues si alguien tiene la cifra, que me la pase. De momento ese puede ser el motivo por el que corridas como la de ayer nos vuelva locos y es que ¡Qué mala es la necesidad!

jueves, 2 de junio de 2011

Seis mulos y un torero

La importancia de un quite a tiempo



Lo extraña que es la naturaleza humana, estamos a punto de concluir la feria de San Isidro de este año y la gente lo acusa; no es extraño que se le distorsione la percepción de las cosas, los hay que después de tanto toro, tanto pase y tanto torero, se llegan a creer que más de cincuenta pases destemplados más bajonazo, valen una oreja y si se consigue dos veces en la misma corrida, Puerta Grande, pero es que muchos de estos afectados, si vuelven la vista unas semanas atrás, lo mismo, ahora les parece excesivo. Cosas de la condición humana.

Otros fuimos a la plaza a ver los toros de Palha, un hierro que al menos nos garantizaba una lámina y un trapío espeluznante. Y eso se cumplió, su aspecto era espeluznante, aunque no en el sentido en que pensábamos. Es como si hubiéramos pedido un deseo al genio de la lámpara maravillosa y en el resultado se comprueba la ambigüedad del idioma. Unos bichos feos, algunos con pitones de chufla; los grandones, destartalados y los pequeños, anovillados. Pero bueno, lo que hay duda es de que saldrían encastados ¿no? Pues si entrar a los trapos como un burro tirando de una calesa es casta, entonces eran encastadísimos, pero si vamos al diccionario del aficionado, eran eso, mulos descastados hasta decir basta. Pero hombre… pero nada, no hay nada que salve a los Palha; otra vez han protagonizado una gran decepción. Ni presencia, ni casta, ni bravura, flojos, mansos y hasta antipáticos. Dos de ellos no se aguantaban en pie y tuvieron que salir en su lugar un sobrero de Carmen Segovia y otro de Aurelio Hernando, que salió al ruedo cuatro veces y se metió para adentro tres, o esa es la percepción de alguien que lleva ya unas cuantas boyadas este año. Y es que lo hablábamos durante la corrida, el escandaloso número de mansos que han salido al ruedo de Madrid, que aunque se volvieron para los toriles de nuevo, sí que lo estuvieron intentando todo el tiempo que se mantuvieron en él.

De los toreros poco se puede decir y bueno menos. Luis Bolívar, torero que en su momento paseaba la etiqueta de valiente, ahora puede ser catalogado como un torero muy pesado. No se puede estar diez minutos dando trapazos y que el toro/ buey, no se entere y que no acuse ni uno con mando y dominio. Aunque será por esa perturbada percepción de las cosas, pero daba toda la sensación de estar destormando. A su primero, que se acercaba con pasito lento y desanimado tanto al caballo como a los engaños, le recibió con ese original pase por detrás, pero sin emoción alguna por la fea condición del Palha y su cansino avanzar. Empezó el colombiano con el pico y el culo fuera, pero sin exagerar eso de esconder la pierna. Mucha carrera después de cada muletazo con la derecha y al natural, escondiendo la pierna, muy decidido a que el toro no la viera ni de lejos. Y esto de “de lejos” es literal. Pases y más pases hasta la desesperación y hasta escuchar el primer aviso antes de coger la espada. Bajonazo y a otra cosa. En su segundo varió el repertorio y lo del pase lo cambió por banderazos, levantándole la mano a un toro que cabeceaba que era un primor.

Salvador Cortés se vino a Madrid a pasar el día y será por su percepción personal o porque nadie le dijo que los toros eran de Palha, que se presentó sin el manual de intervención rápida para casos de mulos descastados. Él pensaba que iba a ser salir al ruedo y empezar a desplegar su arte a borbotones, pero no, la cosa iba a ser más complicada. En su primero, un manso de echar para atrás, la percepción general podía ser la un toro al que hay que dar distancia, porque se arrancaba con alegría, pero ¡amigo! Esa percepción era más falsa que un duro de madera. Cortés le citó de lejos y el toro se fue hacia la muleta como un tren, pero en el segundo pase, nada de nada. Lo volvió a intentar de la misma forma y para allá que iba el tren, ya con menos carbón en las calderas, y al segundo pase, otra vez parado, ¿Pero qué pasa? Pues pasaba que cuando el Palha veía que detrás del señor del trapo estaba la puerta de toriles, no lo dudaba un segundo, pero al contrario ya le suponía un mundo el alejarse lo más mínimo de la supuesta vía de escape. Estuvo el sevillano buscando los terrenos idóneos durante toda la lidia, pero no había nada que hacer, el manso, aún a favor de querencia, cada vez entraba con más reservas. Todavía le debía quedar algo rondando en la cabeza a Salvador Cortés cuando tuvo que enfrentarse a otro mansote del hierro titular que se frenó de salida y echaba las manos por delante. Mucho enganchón con la muleta, trapazos, muy desacoplado, pico, carreras y la eterna duda para encontrar los terrenos en los que el toro se hubiera desenvuelto mejor. La eterna y gran cuestión de los terrenos.

David Mora dio la sensación en todo momento de querer estar, pero una cosa es predicar y otra dar trigo. Al feo primero, que siempre llevaba la cabeza alta, como buscando a un amigo en el Rastro, costó picarle, costó banderillearle y costó meterle en la muleta. Una primera serie queriéndole meter en el engaño, pero demasiado movida. Pico, citando fuera de cacho, brazo estirado y con el riesgo de que el mulo le levantara los pies del suelo. En el sexto tuvo que apechugar con el jabonero de Aurelio Hernando, el que se dio la vuelta tres veces para volver a los corrales, salió distraído y se pasó los dos primeros tercios deambulando por el ruedo; acudió al caballo en cuatro ocasiones. La faena de muleta fue como una continuación de la del anterior, o para ser más exactos, repitió la faena que hacen todos y el toreo que hacen todos, aunque en algunos pases tiró bien del toro, pero con mala colocación.

Pero a estas alturas habrá quien piense que de todo lo escrito, sea por la percepción personal del lector o del que escribe, no se ha nombrado a ningún torero alabando tal condición. Pues fue lo más real y lo que tuvo más verdad en toda la tarde, y no es otra cosa que la actuación de un tercero, un torero de plata fundido en oro, Domingo Navarro. Empezó sorprendiendo en un quite providencial a un compañero, pero luego vino otro y otro, y otro más, así hasta perder la cuenta. Uno haciendo que se abriera el capote en la cara del toro como un abanico, para distraerle de su primer objetivo, cruzándose con el capote recogido, desde la barrera, soltando el capote un poco para luego dejarlo en toda su extensión, siempre aparecía Domingo Navarro, muy bien colocado toda la tarde, muy atento y oportuno y demostrando toda la afición que tiene. Como puse en mi comentario en Opinión y Toros, fue el Ángel de la Guarda de los toreros y eso vale mucho.

miércoles, 1 de junio de 2011

A Madrid le obligan a suspender

Jesús Arruga, el torero de la tarde


Hace varias semanas me preguntaba que cual iba a ser el resultado de la feria y la posición en que quedaba la plaza de Madrid. Se esperaba San Isidro para ver como respondía el público de las Ventas a los indultos y Puertas Grandes de otras plazas. Pues bien, a falta de los dos festejos eminentemente toristas que quedan, mi opinión es que a Madrid la han obligado a suspender. El público ha suspendido de forma rotunda y la afición solo ha podido ser un convidado de piedra al que se le obligaba a callar y a asentir en medio de este esperpento taurino, so pena de ser insultados, amenazados, vilipendiados y tratados como un elemento molesto al que es mejor arrinconar y expulsar de su plaza.

Ya llevamos varios triunfos mentirosos y varias salidas a cuestas, que no a hombros, por la Puerta de Madrid, que ha sido violentada por las turbas verbeneras y sedientas de glorias, aunque no se sustenten en la verdad del toreo. Un triunfalismo que hace felices a los de la tele, ignoro por qué, y a esos isidros que se pasan una o dos veces al año por la plaza de la calle de Alcalá y que adoran las orejas como los israelitas al becerro de oro. ¿Qué diría Paula? Idolatrar un despojo lleno de chinches. Pues ya lo ve maestro, son el único motivo de la afición de esta gente.

Era la tarde de los Peñajara, la primera de las tres corridas toristas para cerrar el ciclo isidril. Un primer toro con complicaciones no insalvables, al que había que poder, un segundo que hasta el momento es el toro de la feria y al que me habría gustado ver una vez más en el caballo. Noble y bravo y que lo más feo que hizo fue escarbar levemente con una mano cuando su matador montaba la espada. El tercero, cuarto y sexto dieron evidentes muestras de mansedumbre, siendo bastante más complicado el último, al que además se dejó sin picar y quien demandaba una lidia de mano baja, castigo y mando.

Eugenio de Mora volvía otro año más a la feria; ruego que no me pregunte nadie el motivo y los méritos de este torero para venir año tras año a aburrir al personal y a demostrar sus carencias. Practica un toreo muy lejano y abusando del pico, pero si se encuentra con un toro, como el primero, más encastado de lo habitual, puede pasarle lo que le pasó. En cuanto atravesaba la muleta, el toro se quería meter entre el hueco que había entre el torero y el engaño. Sin embargo, si se le ponía la muleta más plana, la seguía, pero había que hacerle las cosas bien desde el principio y el toledano no parecía muy dispuesto. Mucho banderazo, enganchones y poco toreo, lo que cada vez complicaba más la situación y acrecentaba el peligro del toro.

Otro que volvía, por segunda vez en la feria, era César Jiménez, un torero que llevó muy bien su carrera hasta el momento de su confirmación, en que como no podía ser de otra forma, tuvo que venir a Madrid. Y como debieron adivinar los que dirigían sus destinos en aquel momento, su toreo no es para esta plaza. Quizás le vaya mejor por las ferias de la Comunidad y de otras localidades con un público más pendiente de la verbena, que del toreo. A un toro de escándalo solo fue capaz de darle trapazos y de poner posturitas delante de él, sin enterarse de lo que tenía delante y sin pensar en dejarle ver algo más en varas, al menos ese tercer puyacito, que nos hubiera permitido ver en toda su dimensión loa bravura que se adivinaba. Ya se que es un detalle sin importancia, pero a lo mejor ahí estaba la vuelta al toro o no y eso siempre gusta al buen aficionado. Pues allá que se fue el madrileño, arrancándose de rodillas, para dar mantazos sin temple, ni mando, pero bueno, a esa altura es comprensible, aunque al menos fue ganándole terreno hacia afuera. Una tanda por el derecho templadita, pero tirando con el pico de la muleta y dejando0 que el toro pasara más allá de la M 40. Carreritas para recolocarse y enmendar lo que no era capaz de hacer con la pañosa en la mano. Muy despatarrado y escondiendo la pierna contraria, pareciendo que era entrega lo que en realidad era trampa, retorcimiento y toreo en línea recta, sin rematar. Una estocada más allá del rincón y la primera orejita arañada por el público de esa tarde, que no de otras. En su segundo, el sobrero de Carmen Segovia, ya más apropiado para el destoreo moderno, al que se le podía mal lidiar, ponerle al caballo por dentro de las dos rayas y al que con la muleta ya se le podía solo acompañar la embestida, sin tener que tirar del toro. Más toreo de M 40, y casi, casi de M 45, muy lineal, sin torear jamás, mal por el pitón derecho y peor por el izquierdo, para acabar con otra menos caída que la de su primero, pero rinconera que provocó el vómito. Otra orejita para los que estaban como locos por volver a casa diciendo que había visto como a un ti con las medias rosas le sacaban a cuestas a la calle. Que César Jiménez no toreó, creo que lo he dejado suficientemente claro, y él lo debería saber, si a lo que aspira es a ser un buen torero, pero claro, si eso le importa un pito y lo que le interesa son los despojos, pues entonces hay que reconocer que es un tío lógico y se explica a la perfección su lamentable actitud ante los que le protestaron tanta orejita de regalo. Si cuando estás acabando de dar la vuelta al ruedo, justo después de pasar por el sol, llegas al 7, lo que no puede hacer un torero es pararse a hacer una reverencia a los que protestaban y si el saludo era para un primo de Fuenlabrada, pues te lo evitas y luego le abrazas en el hotel. Porque sea el 7, el 8 o el 15, hay que saber como se ha estado, hay que respetar las opiniones adversas y reconocer que encima esos “díscolos” tenían razón. Como los penalties injustos, esas orejas no te las va a quitar nadie; la diferencia es si las puedes exhibir con orgullo o las tienes que guardar en el fondo del esportón, donde se esconden las vergüenzas.

Javier Cortés estuvo voluntarioso, pero desde casi cuando tomó la alternativa, parece haber llegado a su tope. De novillero parecía que quería hacer el toreo puro, pero parece que ya se ha decantado por el otro, el de todos. En su primero se libró de una cornada segura cuando, después de ser zancadilleado por el toro, cayó en la cara de éste, pero el destino quiso que se le quedara mirando y que no hiciera por él. Si esto hubiera sucedido en el sexto, puede que otro gallo nos habría cantado. Un toro que hacía hilo con una mosca, que cuando creía que tenía la presa segura apretaba que daba miedo y pegaba unos arreones de miedo. Poco picado, llegó demasiado entero al caballo y ahí tampoco se le aplicó la lidia deseada. Derrote por aquí, tarascada por allí, un desarme y va a buscar la muleta con saña a ver qué es eso. Javier Cortés pretendía torear por naturales y derechazos a este manso, pero la cosa no estaba para eso.

Hubo muchos momentos de emoción en la tarde, cuando el tercero saltó la barrera y el arenero corriendo con los resoplidos del Peñajara casi en el cogote, pero para mi lo mejor de la corrida y una de las mejores cosas que se han visto en la feria, fue la actuación de un torero que ya el año pasado, en compañía de Carlos Casanova, fue el triunfador del ciclo, Jesús Arruga. En su primer par al segundo puso un par estupendo, citando, esperando a que el toro se arrancara, cuadrando en la cara y clavando con mucha verdad. Pero esto se quedó corto al lado del que puso en el quinto. De nuevo citó, le dio la ventaja al toro, que apretaba y al que había que apurarse mucho para ganarle la cara, pero que sintiéndose torero, cuando estaba llegando a jurisdicción, se descaró con él, le cuadró en la cara, se asomó al balcón a ver si había ropa tendida y clavó un magnífico par, el par de la feria, sin importarle que el de Carmen Segovia le pegara un derrote echando la cara arriba y poniéndole con el pitón el flequillo; el torero solo veía el morrillo del animal y donde estaban clavados los palos, para apoyándose en ellos, salir de la suerte y dejar claro que los toreros son otra cosa muy diferente a los figurines que ponen posturas y que quieren convertir el toreo en una pantomima. Pero el toreo es mucho más. El toreo es lo que hace grande a Madrid y a todas las plazas. La mentira es lo que obliga a Madrid a suspender, muy a su pesar.