Por mucho que se quiera disimular, al final cada uno se pone
en su lugar y basta con dejarle abrir la boca, para que nos aclare lo que
sospechábamos o lo que tanto quisieron ocultar; y si hay alguien que se retrate
con una nitidez fotográfica, ese es Julián López Escobar, el Juli. No es el
único, pero si uno de los más destacados miembros de la cofradía de “Por la
boca muere el pez”. Parece ser que se le queda chica la hermandad de los de
“Por sus hechos les conoceréis” y de tanto en tanto nos regala sus enseñanzas
en forma de perlas cultivadas, dentro de las ostras que él tanto cuida y aburre
con su insufrible “magisterio”.
Debía pensar que no teníamos bastante con su colección de
grandes éxitos de la literatura, la trilogía formada por “Historias de
corrales”, “Relatos en los despachos”, “La lejanía y el dolor de lomos” y
“Cuando me callo, mejoro”. Vale, son cuatro, pero para los maestros, las
trilogías pueden ser de tres o más clases magistrales. De la cuarta de la
trilogía procede su última enseñanza, esa en que nos ilumina afirmando que a
partir de ahora va a abrir los carteles, porque así se ha posicionado el
público y así lo demanda. Que dice que es el momento de alternar con los
jóvenes, que ahora el interés se genera incluyendo a estos en los carteles.
Vamos a ver; a veces uno se cree que está quedando como un marqués y la
realidad es que queda como la Chencha. O sea, que hasta ahora, él, el gran
maestro, se permitía el lujo de poner o quitar a otros compañeros a su antojo,
que se anunciaba con él, aquel al que su magnanimidad se lo permitía,
importantándole un bledo el aficionado y sin que se atisbara el más mínimo
asomo de dignidad, vergüenza torera y orgullo de querer ser el mejor y
demostrarlo en el ruedo en competencia con todos. O sea, que según parece, eso
de la comodidad y el veto a los que le podían molestar, es tal cual muchos
suponían. ¡Caramba! Y se queda más ancho que pancho tras confesar semejante
tropelía que se ha convertido en norma a lo largo de los años. No, si ya nos
parecía que algo de todo esto había en el mundo del toro y más concretamente en
las altas esferas, en esas supremas instancias de las figuritas.
Que nos suelta que los jóvenes han mostrado su capacidad y
que interesan y que por lo tanto ahora es el momento de competir con ellos.
¡Ah! Señor supremo, que ya ha decidido que esa plebe coletuda puede gozar del
privilegio de respirar el mismo aire que el más grande. A ver si hay borregos
para todos y no tienen necesidad de echar mano del toro alguna tarde perdida.
Pero seguro que en las tardes en las que don Julián haga el paseíllo, siempre
habrá un mojicón que echarse a la boca y si estos escasean, pues no se sortea y
punto. Que tampoco va a ser la primera vez que esto suceda. Al final cundirá el
ejemplo de algunas tardes de la temporada pasada. Y no es que uno se lo
invente, que fue un hecho reconocido hasta por los mismos que perpetraron
semejante atropello.
Lo que ahora nos preguntamos muchos es si este virus, que no
sé muy bien si es el de la verdad o el de la necedad, seguirá afectando a
Julián López Escobar o si le habrán administrado el oportuno tratamiento. A ver
si ahora nos suelta que ha decidido dejar de torear la mona y que va a empezar
a ponerse delante del toro de verdad, del toro íntegro, que abandona esa filfa
del monoencaste y que va a empezar a sentirse torero y no asalta plazas,
toreando ganado de todo tipo; no quiero decir encastes, porque me niego a
seguir ese juego de la encastefilia. Basta con que asuma torear el toro en toda
su variedad. ¿Se lo imaginan con una de Moreno Silva, Pedraza de Yeltes,
Fraile, Adolfo, Escolar, Miura, Ibán, Cuadri y hasta Parladé o Juan Pedro, pero
de los complicados, no de los de siempre. Que sí, que son de diferentes encastes,
claro que sí, pero empecemos a recuperar el sentido de la ganadería, a
reconocer la mano del criador y dejémonos también nosotros de adorar al santo
por la peana pidiendo tal o cual hierro por ser de un encaste determinado,
cuando sus reses no soportan el más mínimo grado de exigencia como toros de
lidia.
Puestos a elucubrar, quizá El Juli nos anuncie que ya no va
a montar las peloteras matinales a las que nos tenía acostumbrados por esas
plazas de Dios a la hora de los reconocimientos, que eso ya es historia y que
como un niño bueno, se arrepiente y no lo volverá a hacer más, que va a
respetar los criterios de cada plaza, las decisiones de los veterinarios,
presidente y al tiempo mantendrá una máxima observancia de la dignidad de la
Fiesta y del respeto por el aficionado. A ver si ya puestos, también decide que
abandona esas trampas que tanto ha perfeccionado a lo largo del tiempo, que no
habrá más retorcimientos, ni toreo periférico, ni pases en línea recta, ni ese
arrastrar la muleta desde antes de iniciar el muletazo, ni el no cargar la
suerte, ni mucho menos esa forma traicionera de sacrificar al toro en el
momento en que tendría que hacer honor a eso que se dio en llamar la suerte
suprema. Estaría bien, así igual podríamos disfrutar por un lado de esta
transformación deseada y por otro del espectáculo de ver como los palmeros
justificaban lo nuevo sin desdecirse de lo viejo. Pero tranquilos, no hay que
aventurarse demasiado al pensar que no habrá nada de todo esto, porque nada de
todo esto parece importarle, al menos mientras no le afecte a su negocio al
señor Juli. Así que de momento, que se nos quite la cabeza cualquier asomo de
mejora, olvidemos cualquier posibilidad de transitar por los caminos de la
verdad y meditemos sobre un hecho que en si mismo dice más de lo que su autor
habría imaginado jamás y es que Julián I, el Generoso, abrirá los carteles a
los jóvenes.
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