Dios me libre de los que me quieren salvar no llevándome a la plaza. Si quieren que viva, vayan a las plazas de toros |
Te escucho y te leo cuándo hablas de la barbaridad, de lo
salvaje e incivilizado que es matar a un toro en el ruedo, de los energúmenos
que vamos a “divertirnos” viendo cómo se sacrifica a un animal, porque a veces
habláis del toro como si lo hicierais de un gato, un perro de compañía, una
cigüeña o el pato Donald y su troupe de impertinentes sobrinos. No se puede ser
más sanguinario, ni desalmado, porque te crees que los que van a los toros, los
que vamos, lo hacemos llevados por una sed de sangre irrefrenable; hasta hay
quién nos ha negado el derecho a querer a los nuestros, a sentir como lo más
grande el abrazo de nuestros hijos. Os preguntáis cómo somos capaces de volver
de la plaza y apretujarnos con todo el amor imaginable contra esos niños que
nos dan la vida. Nos negáis esa capacidad de amar a los animales, de amar y
disfrutar la naturaleza y veis un imposible el que podamos albergar una gota de
sensibilidad.
Miradme bien, que no digo que me veas, digo que me mires, al
que comparte mesa y alegrías contigo en las celebraciones familiares, el que
llora con la pérdida de los seres queridos, el que juega, regaña y se preocupa
de sus hijos, el que se preocupa y siente cuándo tú estás mal, cuándo lo están
los que me rodean, el que se indigna con la barbarie entre seres humanos, el
que no entiende de guerras, de abusos, de violencia sin límites, el que no
soporta la injusticia, los gobiernos despóticos, los políticos trincones,
apáticos y complacientes ante los poderosos. Soy el mismo que se apasiona con
su equipo, que se emociona con el deporte, que se estremece ante un cuadro, que
se ve empequeñecido ante la grandiosidad de una escultura, una catedral, una
pequeña ermita, el mismo al que se le remueve el alma con una película, la
música o un libro, porque sí, los aficionados a los toros, los que vamos a la
plaza también leemos libros y los hay que hasta también los escriben.
Cuando llames asesinos a los que van a una plaza de toros no
te olvides de llamarme por teléfono, de llamar a mi puerta y decirme a mí lo
mismo, ¡asesino! Porque yo voy a los toros, siempre que puedo y el día que no
es posible, me rebelo y me fastidia, ¿cómo no? Pero no porque sufra el síndrome
de abstinencia que todo sanguinario sufre cuando no ve fluir ese rojo “manjar”;
no porque necesite ver a un animal despellejado y despiezado colgando de un
gancho. Cuando voy a la plaza no voy a ver cómo matan a un animal, que por otro
lado es un toro; ningún otro animal podría ser lidiado como él, ninguno
pelearía hasta su último aliento no por huir, ni defenderse, sino por mantener
su hegemonía, esa de la que está convencido que le pertenece, por conquistar la
cima del mundo. Cada uno tiene su lugar en el reino animal y el toro está
convencido de que su puesto es el de ser el rey, el ídolo al que todos deben
adorar y los aficionados a los toros profesamos esta religión con absoluto
convencimiento y fieles a nuestra fe taurina.
Los que vamos a los toros vamos a ver a un hombre enfrentarse
ante ese tótem y con el respeto que merecen los dioses, vencerle con el respeto
y la devoción que merece el oponente, que no dudará en arrancarte la vida al
menor desliz; pero ese es el juego, vida o muerte y para los elegidos, gloria.
Gloria efímera, porque la fiesta de los toros, este espectáculo, esta fe de la
que abomináis hace que aunque el toro muera cada tarde, siempre permanece vivo,
siempre saldrá un toro al ruedo queriendo conquistar esa cumbre que considera
suya. Los toros, las corridas de toros, son esa permanente presencia del toro,
siempre el toro, la fiesta avala su eternidad, impidiendo que llegue alguien
que decida llevarse este ser por delante, porque no sirve para otra cosa,
porque no hay quien se haga con él, porque siempre querrá salir vencedor y
nunca permitirá que nadie le trate como otro de los muchos animales que ocupan
otro lugar en la naturaleza, pero no el del toro. Qué bella palabra para el
aficionado a esta locura, el toro. No nos cansamos de pronunciarla, toro, toro,
toro. Y, por favor, no caigamos en eso de que el torero tiene ventaja porque
lleva un trapito para defenderse y evitar el vendaval de embestidas del de las
patas negras, que han sido siglos de aprendizaje y a pesar de ello la muerte
siempre está ahí. Resulta inevitable que lo inevitable, la caída del hombre, se
produzca en un ruedo. Quizá tú lo verás como la victoria del toro, pero en esto
no hay vencedores ni vencidos, es mucho más sencillo, todo se acaba con la vida
o la muerte y las emociones que genera en el espectador, que para intentar
entender lo que pasa ahí abajo no cesa en sus ansias de aprender, de desvelar
ese misterio que es el toro, de conocer ese imperfecto imposible que es el
toreo y de este sentimiento que son los toros. Si quieres saber de ello, vente
y siéntate a mi lado y a ver si entre los dos podemos saber algo más de este
misterio, pero si no, amigo, primo, vecino o conocido, recuerda que a mí me
gustan los toros.
Enlace programa Tendido de Sol del 27 de noviembre de 2016:
14 comentarios:
Sencillamente GENIAL. Tan fácil y difícil de entender Enrique. Toro, toro, toro...
Un abrazo
Es verdad, qué fácil de entender y qué difícil de explicar.
Enrique, esto debería ser texto de estudio para tanto llenapáginas que hay por ahí.
Lo imprimes y lo ponemos en la puerta grande de Las Ventas, pero por dentro, para que tengan que entrar a leerlo unos y otros
Un abrazo
Precioso. Alto y claro....SOY TAURINO
Marín:
Fácil para los que lo vivimos y lo sentimos y difícil para los que no han tenido toda la vida para llegar a entenderlo. Unos hemos empleado ese tiempo en querer conseguirlo y otros dedican el mismo tiempo en negarse y cerrarse a ver nada. Y luego nos pasa, como a ti mismo, que todo nos parece poco.
Un abrazo
Juselín:
Muchas gracias. Estaría bien eso de pegarlo en una pared, pero yo diría más, ¿por qué no podría ser que todos los aficionados pudieran pegar sus pensamientos en la misma pared? Yo correría leer lo que dicen tantos y tantos que se desviven por esto. Que nos quejamos mucho, pero al final...
Un abrazo
Anónimo:
Muchas gracias y enhorabuena por poder gozar de esto, resulta esperanzador y satisface el leer como alguien manifiesta así su afición.
Un saludo
¡¡¡¡Y DESCONOCIDOS¡¡¡¡dejarnos en paz ya con nuestra aficion
Sencillamente hermoso.
Toro, Toro, Toro.
a ti te ponía yo a que te clavacen pinchos en la espalda y te cortaran las orejas ...
Julián:
Pues so, que nos dejen tranquilos.
Un saludo
Anónimo:
Muchas gracias.
Un saludo
Francisco:
Que bella palabra.
Un saludo
Luciano:
Pues a su disposición, si a usted le va a satisfacer eso, pero ya le digo que no es lo mismo que lidiar a un toro.
Un saludo
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