miércoles, 13 de septiembre de 2017

El cliente era él


Se pasó de ese vagar por los pueblos tragando con toros pasadísimos de edad, a este cuidado excesivo, que además quita la posibilidad de aprender realmente lo que es el toreo, a unos chavales que no saben de otra cosa que de la comodidad que puedan pagarse

Si nos ponemos a buscar a alguien que no haya oído nunca eso de que el cliente siempre tiene razón, igual encontramos a un indonesio que no ha experimentado tal experiencia, aunque también puede ser que porque no sea capaz de distinguir entre tal frasecita y la de “marchando una de boquerones”. Y siempre el cliente es el que paga, ¿no? Las dudas vienen cuándo no caemos en la cuenta de quién es el que paga; ahí vienen los conflictos. En este mundo de los toros, la tauromaquia como dicen los modernos y decían los antiguos romanos, el cliente se supone que es el que pasa por taquilla, abona su entrada y se sienta en la piedra de las plazas o en esos asientos de colores que el progreso ha plantado en los tendidos. Hasta aquí parece que todo está claro, unos cobran y se exponen al público a desarrollar lo que llevan dentro y otros juzgan y exigen. Que no son demasiados los que exigen, pero bueno, aunque solo sea para que se sepa lo buen afisionao que es, pueden hasta aparentar exigir y quejarse, que si el yintonis está caliente, que si el pan del bocata está correoso, que si las pipas rancias o que las orejas no se le van cayendo al señor presidente por el caminito que lleva al palco.

Luego hay otros que exigen otras cosas, que se desesperan al ver cómo los aspirantes a ser toreros, a ser en esto del toro, ya sean matadores de alternativa o novilleros, deambulan por las plazas como si ya estuvieran hastiados de fincas, dineros, mercedes, deportivos, fiestas flamencas y ya dominaran el “moonwalker” como el mismísimo maestro Ponce, crisol de artes, crisol de culturas, de razas y de más cosas, que me enseñaron de chico que no se dicen. Y no les digas nada, que en un pispás te saltan por las redes sociales y te ponen de hoja perejil. ¿Y por qué esta soberbia tan fuera de lugar? Que parece que los que pueden exigir son ellos, exigen entrega, triunfos prefabricados, la sumisión de los presidentes lo mismo para que les regalen trofeos que para que les indulten el animal ante el que se niegan a montar la espada y si hace falta te sueltan el baja tú. ¿Se imaginan, como me contaba el otro día un joven y buen aficionado, que de repente bajara un caballero del tendido, le dieran tres tandas al burel y dejara en ridículo al de las medias rosas? Que no digo yo que no pudiera eso pasar ahora aunque, pensándolo bien, no creo que el mismo que desafía al tendido lo permitiera. El que quiera torear, que se lo pague, como lo hace mi papá. ¿Quéee? A ver si va a ser eso. ¿Que para torear hay que aflojar la mosca? Primera noticia. Entonces, si el cliente es el paga y el cliente siempre tiene razón, igual resulta que el cliente es el que se viste de luces o mejor dicho, el papá o ponedor del chaval y entonces, claro, se ven con todo el derecho del mundo a exigir. 

Señores aficionados, que va a ser verdad que no se puede protestar en una plaza de toros. Que si les protestamos a esos chavales, a los novilleros que creemos que quieren abrirse camino, es como si en un restaurante nos pusiéramos a abroncar al señor que está comiendo el pollo con los dedos. Paga el menú y encima se lleva el chaparrón de los demás parroquianos. Y claro, el menú que pagan los novilleros no es de once euros el cubierto, es un pico y medio más. Que lo mismo pueden ser unos miles de euros a tocateja, que vender una montonera de entradas, que vaya usted a saber y a la hora de hacer cuentas, el papá aún tiene que aflojar el valor del coche, de medio negocio o la casa que le dejaron los abuelos. Que pensando, pensando resulta curioso que cuando se habla de un novillero siempre hay alguien que te informa de la profesión, negocios o posesiones del padre. ¡Caramba! Entonces, ¿quién le va a exigir al chaval? Pues nadie, porque quién debería hacerlo y conducirle en esto del toro, quien tendría que enseñarle eso de la colocación, del saber estar en el ruedo, de estar pendiente de la lidia, de saberla llevar, a ese todo eso le importa un bledo, él solo se preocupa de desplumar al que pone el dinero. Le camela con que el chaval tiene maneras, con que tiene un corte de torero magnífico, con que torea dos en Cantapotras y Villamodorro, de ahí a Zarzaparranda y el salto a Madrid. Llenamos un autobús de paisanos, para los que habrá que arrimar unos euros para pagarles la entrada y la merienda, aparte del transporte, y así, en un dos por tres, como el vals, se va la fortuna familiar dando giros por el salón de los primos y cuando los bolsillos del papá estén del revés, pues nada, es que esto es muy difícil, el chaval no ha sabido aprovecharlo, yo he puesto todo lo que sé y hasta luego Lucas, a buscar al siguiente panoli, Que además, tampoco tienen que buscar mucho, porque en las escuelas tienen a sus criaturas todas juntas, basta ir preguntando a qué se dedica el papá y en dos patadas tendremos a la siguiente víctima servida en bandeja de plata, basta con aliñarlo un poquito con palabrería y aplicar la fórmula de siempre. Entonces, con el pastizal que se gastan para vestirse de toreros, ¿entienden que no puedan consentir la más mínima crítica? 

Luego pasa lo que pasa: que toman la alternativa y pretenden que la cosa siga igual, que ellos puedan seguir en esa burbuja de alabanzas y encumbramientos de película y que los que también pagan, porque aquí paga todo hijo de vecino, les doren la píldora como los aprovechados que tan bien les han mantenido ciegos, sordos y desorientados en su caminar por el toro. Luego entran otros mecanismos, en los que quizá no hay que poner tarde tras tarde. Luego viene eso de cuadrar las cuentas a final de temporada y cuando empieza el taurino con que si tanto para los voceros, tanto en dádivas y presentes, que si lo de aquel día en aquella finca, que si picos, palas y azadones y después de una temporada que el chaval y su familia creían triunfal, con el planeta taurino y la afición entregada a sus pies, más de cuarentas tardes y ¡catapum! Que aún debe tropecientos mil euros. Lo que no sabremos es si entonces entienden cómo otros con los que alguna vez alternaron no estrenaban vestidos de torero, trastos de torear y que para verse anunciados tenían que pasar las de Caín. Y entonces es cuando el papá, o quien sea, el que iba adelantando dinero a costa de darle bocados a la fortuna familiar, se da cuenta de la realidad y cae en la cuenta de que el cliente era él.

Enlace programa Tendido de Sol de 10 de septiembre de 2017:
https://www.ivoox.com/tendido-sol-del-10-septiembre-de-audios-mp3_rf_20789062_1.html

2 comentarios:

MARIN dijo...

¿cuantas veces hemos mantenido esta misma conversación Enrique?. No voy a añadir ni un solo punto ni una sola coma, pero también te comento que siempre hay quien se niega a pasar por el aro. No acaban siendo recordados, ni nadie les da palmaditas en la espalda, y además son tomados como mindundis, pero bueno, por lo menos llevan la cara alta. Te suena aquello de... ¿Pero tu padre no puede pagarte los gastos?. Pues eso.

Un abrazo.

Enrique Martín dijo...

Marín:
No es que me suene, es que lo tengo presente en muchas, muchas ocasiones, porque esa es la imagen de esto cómo la lógica parece no tener sitio, porque efectivamente, el padre no era quién quería ser torero. ¿Mindundis? Bueno, son puntos de vista. Si mindundi es atreverse a renunciar a algo porque hay quién se lo hace imposible y que no se deje arrastrar, ni cegarse, ni permitir que nadie se lleve el trabajo de una familia por delante. Hace falta mucha madurez y un corazón muy grande para eso. Y lo que es más, no guardar ningún rencor a la fiesta y seguir amándola incondicionalmente. y todas estas cosas son las que a algunos nos llena de felicidad el poder decir, un abrazo, torero.