Si nos ponemos a buscar a alguien que no haya oído nunca eso
de que el cliente siempre tiene razón, igual encontramos a un indonesio que no ha
experimentado tal experiencia, aunque también puede ser que porque no sea capaz
de distinguir entre tal frasecita y la de “marchando una de boquerones”. Y
siempre el cliente es el que paga, ¿no? Las dudas vienen cuándo no caemos en la
cuenta de quién es el que paga; ahí vienen los conflictos. En este mundo de los
toros, la tauromaquia como dicen los modernos y decían los antiguos romanos, el
cliente se supone que es el que pasa por taquilla, abona su entrada y se sienta
en la piedra de las plazas o en esos asientos de colores que el progreso ha
plantado en los tendidos. Hasta aquí parece que todo está claro, unos cobran y
se exponen al público a desarrollar lo que llevan dentro y otros juzgan y
exigen. Que no son demasiados los que exigen, pero bueno, aunque solo sea para
que se sepa lo buen afisionao que es, pueden hasta aparentar exigir y quejarse,
que si el yintonis está caliente, que si el pan del bocata está correoso, que
si las pipas rancias o que las orejas no se le van cayendo al señor presidente
por el caminito que lleva al palco.
Luego hay otros que exigen otras cosas, que se desesperan al
ver cómo los aspirantes a ser toreros, a ser en esto del toro, ya sean
matadores de alternativa o novilleros, deambulan por las plazas como si ya
estuvieran hastiados de fincas, dineros, mercedes, deportivos, fiestas
flamencas y ya dominaran el “moonwalker” como el mismísimo maestro Ponce,
crisol de artes, crisol de culturas, de razas y de más cosas, que me enseñaron de
chico que no se dicen. Y no les digas nada, que en un pispás te saltan por las
redes sociales y te ponen de hoja perejil. ¿Y por qué esta soberbia tan fuera
de lugar? Que parece que los que pueden exigir son ellos, exigen entrega,
triunfos prefabricados, la sumisión de los presidentes lo mismo para que les
regalen trofeos que para que les indulten el animal ante el que se niegan a
montar la espada y si hace falta te sueltan el baja tú. ¿Se imaginan, como me
contaba el otro día un joven y buen aficionado, que de repente bajara un
caballero del tendido, le dieran tres tandas al burel y dejara en ridículo al
de las medias rosas? Que no digo yo que no pudiera eso pasar ahora aunque, pensándolo
bien, no creo que el mismo que desafía al tendido lo permitiera. El que quiera
torear, que se lo pague, como lo hace mi papá. ¿Quéee? A ver si va a ser eso.
¿Que para torear hay que aflojar la mosca? Primera noticia. Entonces, si el
cliente es el paga y el cliente siempre tiene razón, igual resulta que el
cliente es el que se viste de luces o mejor dicho, el papá o ponedor del chaval
y entonces, claro, se ven con todo el derecho del mundo a exigir.
Señores aficionados, que va a ser verdad que no se puede
protestar en una plaza de toros. Que si les protestamos a esos chavales, a los
novilleros que creemos que quieren abrirse camino, es como si en un restaurante
nos pusiéramos a abroncar al señor que está comiendo el pollo con los dedos.
Paga el menú y encima se lleva el chaparrón de los demás parroquianos. Y claro,
el menú que pagan los novilleros no es de once euros el cubierto, es un pico y
medio más. Que lo mismo pueden ser unos miles de euros a tocateja, que vender
una montonera de entradas, que vaya usted a saber y a la hora de hacer cuentas,
el papá aún tiene que aflojar el valor del coche, de medio negocio o la casa
que le dejaron los abuelos. Que pensando, pensando resulta curioso que cuando
se habla de un novillero siempre hay alguien que te informa de la profesión,
negocios o posesiones del padre. ¡Caramba! Entonces, ¿quién le va a exigir al
chaval? Pues nadie, porque quién debería hacerlo y conducirle en esto del toro,
quien tendría que enseñarle eso de la colocación, del saber estar en el ruedo,
de estar pendiente de la lidia, de saberla llevar, a ese todo eso le importa un
bledo, él solo se preocupa de desplumar al que pone el dinero. Le camela con
que el chaval tiene maneras, con que tiene un corte de torero magnífico, con
que torea dos en Cantapotras y Villamodorro, de ahí a Zarzaparranda y el salto
a Madrid. Llenamos un autobús de paisanos, para los que habrá que arrimar unos
euros para pagarles la entrada y la merienda, aparte del transporte, y así, en
un dos por tres, como el vals, se va la fortuna familiar dando giros por el
salón de los primos y cuando los bolsillos del papá estén del revés, pues nada,
es que esto es muy difícil, el chaval no ha sabido aprovecharlo, yo he puesto
todo lo que sé y hasta luego Lucas, a buscar al siguiente panoli, Que además,
tampoco tienen que buscar mucho, porque en las escuelas tienen a sus criaturas
todas juntas, basta ir preguntando a qué se dedica el papá y en dos patadas
tendremos a la siguiente víctima servida en bandeja de plata, basta con
aliñarlo un poquito con palabrería y aplicar la fórmula de siempre. Entonces,
con el pastizal que se gastan para vestirse de toreros, ¿entienden que no
puedan consentir la más mínima crítica?
Luego pasa lo que pasa: que toman la alternativa y pretenden
que la cosa siga igual, que ellos puedan seguir en esa burbuja de alabanzas y
encumbramientos de película y que los que también pagan, porque aquí paga todo
hijo de vecino, les doren la píldora como los aprovechados que tan bien les han
mantenido ciegos, sordos y desorientados en su caminar por el toro. Luego
entran otros mecanismos, en los que quizá no hay que poner tarde tras tarde.
Luego viene eso de cuadrar las cuentas a final de temporada y cuando empieza el
taurino con que si tanto para los voceros, tanto en dádivas y presentes, que si
lo de aquel día en aquella finca, que si picos, palas y azadones y después de
una temporada que el chaval y su familia creían triunfal, con el planeta
taurino y la afición entregada a sus pies, más de cuarentas tardes y ¡catapum!
Que aún debe tropecientos mil euros. Lo que no sabremos es si entonces
entienden cómo otros con los que alguna vez alternaron no estrenaban vestidos
de torero, trastos de torear y que para verse anunciados tenían que pasar las
de Caín. Y entonces es cuando el papá, o quien sea, el que iba adelantando
dinero a costa de darle bocados a la fortuna familiar, se da cuenta de la
realidad y cae en la cuenta de que el cliente era él.
Enlace programa Tendido de Sol de 10 de septiembre de 2017:
https://www.ivoox.com/tendido-sol-del-10-septiembre-de-audios-mp3_rf_20789062_1.html
Enlace programa Tendido de Sol de 10 de septiembre de 2017:
https://www.ivoox.com/tendido-sol-del-10-septiembre-de-audios-mp3_rf_20789062_1.html
2 comentarios:
¿cuantas veces hemos mantenido esta misma conversación Enrique?. No voy a añadir ni un solo punto ni una sola coma, pero también te comento que siempre hay quien se niega a pasar por el aro. No acaban siendo recordados, ni nadie les da palmaditas en la espalda, y además son tomados como mindundis, pero bueno, por lo menos llevan la cara alta. Te suena aquello de... ¿Pero tu padre no puede pagarte los gastos?. Pues eso.
Un abrazo.
Marín:
No es que me suene, es que lo tengo presente en muchas, muchas ocasiones, porque esa es la imagen de esto cómo la lógica parece no tener sitio, porque efectivamente, el padre no era quién quería ser torero. ¿Mindundis? Bueno, son puntos de vista. Si mindundi es atreverse a renunciar a algo porque hay quién se lo hace imposible y que no se deje arrastrar, ni cegarse, ni permitir que nadie se lleve el trabajo de una familia por delante. Hace falta mucha madurez y un corazón muy grande para eso. Y lo que es más, no guardar ningún rencor a la fiesta y seguir amándola incondicionalmente. y todas estas cosas son las que a algunos nos llena de felicidad el poder decir, un abrazo, torero.
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