Aficionados o no aficionados, es ver el toro en la calle y se revolucionan las almas |
Seguro que no hay quién me diga que nunca se ha encontrado
como, siendo aficionado a los toros, ha tenido que aguantar que le cuenten cómo
es, sencillamente porque alguien, vaya usted a saber quién, un día decidió que
o cumplías una serie de clichés o no podías ser aficionado a los toros. Pues
bien, permítanme que yo le aclare a estos señores cómo somos de verdad.
¡Atención! Y no repito más, los aficionados a los toros somos gente alegre, que
nos gusta, aparte de los toros, la juerga, el fino, el flamenco, somos de
derechas, muy de derechas, no entendemos estar haciendo permanente referencia a
los toros, nosotros no cruzamos la calle, cambiamos los terrenos, no somos
directos, entramos por derecho; cuándo no le dedicamos poco esfuerzo a algo,
hacemos una faena de aliño: no salimos emparejados con nuestra/o chuti, vamos
en colleras o mano a mano; no se nos ocurre ir a un bar que no tenga cabezas de
toros a tutiplén por las paredes del
local. Las vacaciones se adaptan para ir a todas las ferias del norte, del sur,
de la Francia taurina y ya puestos a buscar un destino exótico, a la feria del
Cristo de los Milagros. Al primer niño se le llama Juan o José y al segundo,
Belmonte o Gallito, que el cura sabrá entenderlo. ¿Qué es niña? Macarena. A los
aficionados a los toros nos gusta el cante y si nos ponen un pasodoble, tiramos
de servilleta, toalla, rebequita o kleenex y nos liamos al natural, la verónica
o con una larga cambiada. Los aficionados a los toros no saludamos estrechando
la mano, nos largamos un abrazo de sonoras palmotadas en el lomo del ajeno y le
llamamos maestro, seguido de un “me alegro verte”. Seamos de Porriño,
Canillejas o Medina del Campo, no podemos evitar que se nos deslice un cierto
deje de ahí abajo, nunca el Sur, se dice ahí abajo, salpimentado con estratégicos “¡Ohú!”. A ninguno le puede
gustar, ¿qué digo? Ni agradar tan siquiera, ni el fútbol, ni la música en inglés,
ni esas barbaridades de la enebeá. ¿Lectura? Libros de toros, revistas de toros,
periódicos de toros y hoja parroquial de toros. En invierno nada de abrigo, ni
gorro de lana, ni bufandas y los guantes, para los ladrones. Un tres cuartos
sobado, los cuellos arriba, camperas y la gorrilla de visera de medio lado y si
acaso, cuándo la rasca sea contumaz, soltar un castizo ¡Ohú! Luego, según el
opinador, hasta podrán creernos unos sádicos que nos pone la presencia de la
sangre, que ve en los animales un ser que está ahí para nuestro uso y abuso.
Eso sí, excepto los caballos, que en esos nos damos largos paseos y son ideales
para lucir estampa.
Pues bien, ahora ya saben cómo somos los aficionados a los
toros, ¿no? Para que nadie les cuente milongas y para que inmediatamente que se
encuentren con uno de nosotros, sepan de que reata venimos. Pero, ¿y si todo
esto nada tuviera que ver con la realidad? Y si resultara que con tales trazas
no se encontrarían un aficionado a los toros así ni en toda la producción del
señor Arniches o los Álvarez Quintero. ¡Qué decepción! Que no digo yo que no haya
uno que igual se acerque, pero señor no aficionados, los sí aficionados tenemos
dos piernas, dos brazos, dos ojos… que tampoco quiere decir que si la desgracia
te ha arrebatado algún órgano, ya te borren de la nómina de aficionados. El
aficionado a los toros es una persona, lo que no es poco, que vive en su
tiempo, que sale de los toros y se va a casa a ver la Súper Bowl escuchando en
el coche a Bisbal, la Travista, the Rolling o Concha Piquer, si es que no va
oyendo los deportes. Que juega al tenis, que no juega a nada, que le gusta el
sushi o lo odia, que no se ha puesto unos botos en su vida, que le gusta Paul
Auster, Cervantes o Naguib Mafoud. Sufre con que su equipo no gane el domingo,
que se lleva mal o bien con sus cuñados, que les gusta guisar o que lo odia.
Espera con ansia la temporada de esquí, un verano en la playa, bebe fino,
cerveza fresca, mojitos, coca cola, colacao y hasta cerveza sin alcohol. Que lo
mismo hasta va a los toros con la camiseta de su equipo a vivir la tarde
intensamente, para después largarse al fútbol, que se va de cena fin de curso,
fin de carrera o fin de matrimonio; que los hay casados, descasados, así así o
que se lo están pensando.
Que va ser verdad que los aficionados a los toros son como
tantos, con una pasión que les da la vida, llenos de contradicciones, que aman
al toro y entienden que su único fin es morir en la plaza, sacrificado como se
sacrifica a un dios. Contradictorios al exigir al torero que arriesgue el alma,
pero sin querer que caiga jamás en la arena. Los aficionados se rebelan cuándo
se quiere hacer desaparecer el riesgo, pero que no entienden el riesgo sin
sentido. Reniegan una y mil veces de esta fiesta, claman que nunca más, que no
volverán a pisar una plaza de toros, mientras se están despidiendo hasta el
domingo siguiente. Los toros les da la vida y se ven sin ellos solo en la
muerte. Quizá lo que diferencie de verdad al aficionado a los toros es eso, que
sin los toros no entendería vivir. Luego pueden tener sus gustos, sus maneras,
profundizarán más o menos en ese querer descifrar el misterio del toro, pero
siempre sentirán el hechizo que este provoca sobre ellos y sobre su forma de
sentir. Pero esto también es una interpretación particular que puede que sea
verdad el que así somos, o no, los aficionados a los toros.
Enlace programa Tendido de Sol del 28 de enero de 2018: