Si las cosas no salen como se quiere, la estocada es una buena manera de demostrar que se es torero. |
Un día vas a los toros a ver a las más grandes figuras de la
tauromaquia y cuando sales de la plaza procuras evitar el verte en un espejo,
porque no te aguantas la cara de tonto que se te queda, la misma del señor que
llegaba a la estación del Norte de Madrid y le pegaban el timo de la estampita
o el tocomocho. Y vuelves al día siguiente aún con las heridas abiertas y te
dispones a aguantar lo que te echen; lo que no te esperas es que te descarguen
un balde rebosante de torería y valor. En este orden, pues lo primero es lo que
da verdadero valor a lo primero. Y me explico. Esto es que un señor se viste de
luces y aplicando las normas y saber del toreo de siempre se dispone a dominar
a un toro, sabiendo lo que tiene delante y a lo que se expone en cada momento.
Quizá es la diferencia que hay entre una corrida y otra. En unas con el torillo
le pides al matador que de un paso adelante y que se deje de precauciones y en
otras, como la del Montecillo, ruegas a los toreros que frenen sus impulsos y que
reculen, porque los ves constantemente en peligro. Pero ni en uno, ni en otro
caso obedecen a los deseos del público. ¿Qué a qué viene todo esto? Pues a que
Miguel Abellán, hijo del Maletilla de Oro, puso todo de su parte para
encogernos el corazón. No me quiero apuntar al carro de esos sabios que hace
tiempo, años, decían que era un torerazo, porque lo que yo vi a este torero era
una apatía y conformismo desesperante, incluso con aparente valor irreal, que
aparecía por Madrid de la misma forma que desaparecía. Pero señoras y señores,
me descubro ante este torero.
Personalmente, yo salí conmocionado de la plaza, quizá hasta
más que él, pues los toreros hay veces que no le dan tanta importancia a lo que
hacen y, por el contrario, a los que estamos en los tendidos nos parece un
imposible, una verdadera heroicidad lo que desarrollan en la arena. Sonaron los
clarines y timbales y Miguel Abellán empezó a cruzar el ruedo en dirección a la
puerta de toriles. ¡Caramba! Qué malos recuerdos, aún demasiado recientes, se
nos venían a la cabeza. Pero empezando por el sitio elegido para arrodillarse,
la cosa parecía distinta. Salió el del Montecillo, y antes de se le echara
encima, el torero le marcó la salida y le dio una larga afarolada de rodillas.
En esa circunstancia el torero queda en unos terrenos complicados, en los que
poco se puede hacer aparte de liarse a trapazos descompuestos. Pues con mucha
vista, según venía, Abellán le pegó otra larga de rodillas y ya más abierto, se
lo sacó hasta los medios a la verónica. Mal el Soro en el caballo, sin atinar
con el palo en ninguno de los dos encuentros y perdiéndolo en la segunda vara
cuando el toro se marchaba. Este empujaba de lado, por el pitón izquierdo, por
el que se vencía peligrosamente. Chicuelinas con serenidad del matador, más
ajustadas las de ese pitón izquierdo. En la faena de muleta Miguel Abellán
empezó con derechazos sosos e insustanciales. Citando de largo ofreció la
muleta al toro por la derecha y viniéndose de lejos y sin dar lugar a
rectificaciones, se fue directo al muslo del torero. O eso pareció en la plaza,
que le había levantado partiéndole en dos. Una cogida espeluznante. Luego se
vio que tan “solo” le encunó y le pegó un puntazo en la axila, pero el trompazo
fue tremendo. Los entendidos dicen que las cogidas son siempre un error del
torero, incluso estos las asumen como tales, pero perdonen que les diga, que en
este caso no fue así. A partir de ahí el toro iba al bulto por ese lado
derecho, pero mantenía las complicaciones del izquierdo. No se empleaba y
cuando parecía que podía meter la cabeza, simplemente era para probar, porque
inmediatamente levantaba la cara a media altura. Este sií que era un toro
imposible. ¿Y qué hacer en estos casos? Pues lo que hizo el madrileño, mantener
su dignidad en alto, tirándose a matar como un jabato. Tras doblar el toro,
pasó a la enfermería, con claras muestras de ir conmocionado por el golpetazo.
No salió hasta el quinto, cambiando el orden de la lidia.
Recibió a su segundo a la verónica, llevándolo toreado por el derecho y
cortando el viaje por el izquierdo, rectificando, para rematar de una revolera.
En varas el toro cumplió sin más, empujando a media altura y por momentos
echando la cara arriba. En la segunda vara no recibió más que un picotazo.
Cortaba y hacía hilo por el pitón derecho. El tercio de muerte fue
convirtiéndose en un duelo, una pelea entre dos antagonistas. Por el pitón
derecho se quedaba a medio camino u se revolvía con prontitud; si bien es
cierto que seguía los engaños, no lo hacía entregado y siempre cabía la
posibilidad de que pegara el derrote a medio camino. Esa poca certeza de que el
animal llegara hasta el final del muletazo es lo que convertía en muy meritoria
la labor del espada. Cada muletazo era un esfuerzo tremendo en el que había que
mandar y tirar del toro. Lo mismo al natural, quizá algo más torpón. No
adelantaba siempre la muleta, pero allí estaba Miguel Abellán, valiente y
decidido a dejar claro al del Montecillo que el torero era él y quién obedecía
era el toro. Acabó de una entera en buen sitio, que hizo que el público le
pidiera una oreja con fuerza. No diré que fuera una oreja clamorosa, incluso
puede que fuera del gusto de algunos aficionados más inclinados por el toreo
artístico y pinturero, pero creo que a nadie molestó que el madrileño paseara
la que le dio el presidente por el ruedo de Madrid.
El lorquí Paco Ureña aparecía en esta feria después de
haberse ganado su presencia en este mismo ruedo en su última actuación. Torero
poco placeado, pero con un toreo más cerca de la verdad, que de lo accesorio.
Así lo empezó a dejar entrever en su recibo al segundo de la tarde, con unas
verónicas a pie firme, sin moverse, cuando el toro venía por el pitón
izquierdo. Por el derecho se cruzaba una barbaridad. En el caballo el animal se
dejaba pegar sin más, poco castigado, embestía como un burro. Inició el trasteo
a una mano por ambos pitones, quizá demasiado mecánico y acelerado, soso y casi
aburrido, pero dejando que el toro pasara cerca. Volvió en cuarto lugar, a la
espera de que Abellán pudiera recuperarse para matar su toro. Recibió al toro
con sosería, pero en cambio lo dejaba bien en el caballo, que se limitó a
cumplir. Con la muleta instrumentó unos estatuarios quedándose muy quieto, sin
gracia, pero colocándose como se debe, sin estar mal, pero faltando ese algo
que impulsa a cruzar esa línea que delimita el triunfo. Puede que parte de
culpa de esto fuera el rematar los muletazos arriba. En un instante presentó la
muleta torcida y el toro hizo por él, pegándole una cornada en la parte
posterior de muslo izquierdo. Poco más que voluntad, pero a pesar de todo es un
torero al que creo que merece la pena volver a ver.
A quién ya empieza a cansar el verle en Madrid es a Joselito
Adame, que parece que va a acabar en la nómina de los habituales en Madrid. A
su primero le dejó que anduviera muy suelto por el ruedo. Fue solo al caballo,
donde se lió a pegar derrotes desesperadamente, con fijeza cuando le tapaban la
salida, para acabar yéndose a refugiar a terrenos del 1, donde no había nadie
que le molestara. Seguía suelto cuando el de Aguascalientes le recibió con un
trincherazo rodilla en tierra, del que quedó traspuesto, como si se hubiera
convertido en estatua de sal, el matador, que el toro estaba de gira por el
ruedo. Vuelve, le toma por bajo y casi sufre un percance al perder la muleta.
Un peón se cae en la cara del toro, lo que incrementa el caos existente en el
ruedo. Adame no conseguía superar las complicaciones que el toro presentaba.
Dudas y falta de quietud, para acabar con un macheteo que podía entenderse como
anacrónico. Si el comienzo del trasteo hubiera sido con muletazos eficaces que
limaran las asperezas del burel, puede que no hubiera acabado tan aperreado
como acabó con su primero. Hay veces en que los toreros hacen al toro peor de
lo que es y luego sufre las consecuencias. Al sexto de la tarde tampoco le
logró parar, vagando por el ruedo intentando frenar ese desesperante correteo
del toro. No había llegado el toro a empotrarse contra el peto, cuando ya
quería quitarse el palo con desesperación. En la segunda vara le dieron a base
de bien, mientras el toro medio empujaba de lado. Esperaba mucho por el pitón
izquierdo. Estatuarios de recibo junto a las tablas, para continuar pasándolo
sin correrle la mano, un derrote y le desarma. Se limitaba a acompañar las
embestidas, sin mandar en ellas, lo que hacía que el toro fuera complicándose
más por momentos. Se puso peligroso, a su aire, haciéndose el amo de la
situación. Un arrimón que no venía a cuento y que evidenciaba aún más la
incapacidad del torero.
La del Montecillo fue una corrida mansa, que fue sacando
bastantes complicaciones, que a medida que se le hacían las cosas de mala forma
adquiría más sentido y se ponía más difícil eso de ponerse delante. No se puede
decir que los toreros estuvieran grandiosos, no, ni mucho menos, pero sí que se
puede afirmar que estuvieron dignos, muy dignos, que pueden ser anunciados más
tardes con más merecimiento que muchas figuras y decir categóricamente “yo soy
torero”.
4 comentarios:
Me ha parecido una corrida interesante que no nos ha permitido quitar ojo de lo que estaba pasando en el ruedo. Los toros tenían mucho que torear y mucho que lidiar ante unos matadores que han venido a poner sobre la mesa el guión que traían desde el hotel sin tener en cuenta la difícil condición de los de El Montecillo. Los tres han estado mejor en la segunda parte de la corrida, digamos que han estado “en novillero” pero no sólo por su disposición, pundonor y valentía sino porque andaban muy verdes para lo que tenían delante.
Los montecillos no me han disgustado, eran mansos complicados y con una cualidad muy apreciada en estos días: apenas se caían y, si lo hacían, reponían rápido. Nada que ver con la moruchada de las figuritas.
Abellán tiene la cualidad de que enseña a los toros, les cita de largo y es algo de apreciar como también lo es que torea con ventajas y con el defecto de llevar la muleta retrasada durante gran parte de la faena, lo que le hace quedar descubierto y da oportunidades a quién no se las debe dar, como así acreditó el tremendo topetazo en el primer toro. La faena al quinto de la tarde estuvo llena de altibajos, así como de puesta en escena y, todo sea dicho, estuvo valiente. Lo suficiente como para calentar los tendidos y llevarse una oreja para casa que no pedí pero que tampoco era para protestarla (aunque sea por las ganas, la valentía y por el peligro del toro).
Ureña era mi gran esperanza después de haberle visto bien el Agosto pasado y simplemente aseado en Octubre. En su primero se desvanecieron mis esperanzas. En el cuarto de la tarde y por momentos nos recordó algo de lo que habíamos visto el año pasado pero sin lidiar adecuadamente y ahogando en exceso al toro, uno o dos metros atrás hubiesen provocado embestidas más alegres y hubiéramos visto otra cosa.
De los tres el que menos se salió del guión fue Adame, horribles lidias en toros que las requerían (sobre todo el tercero) por parte de la cuadrilla y de él mismo. Ese dejar ir y venir el toro por donde quería, esos doblones recortando bruscamente el viaje del toro y demás inocentadas hicieron al tercero de la tarde el toro más peligroso del encierro. Adame estuvo insolvente y muy a merced. El sexto fue de mejor condición y eso es lo que le salvó de no visitar la enfermería porque la lidia fue igualmente desastrosa iniciando por estatuarios una faena que debía haber empezado doblándose por bajo habida cuenta de la condición de la res y que no estaba precisamente mermado de fortaleza como para echarlo al suelo. El toro quedó rebrincado y moderadamente complicado aunque el mexicano estuvo hecho un tío en un parón de hombre macho. Del sartenazo final mejor ni hablamos.
Saludos
J. Carlos
P.D: ¿contratarán a los de El Montecillo para el siguiente ciclo ferial?
Enrique:
Los toreros...lo que son los toreros. En tardes como esta se da uno cuenta lo que son este tipo de gente, que cuando el toro cumple con su obligación de coger, se vienen arriba y se crecen en el castigo.
Mira, lo de ayer de Abellan, independientemente de que su tauromaquia nos guste mas o menos, pero la oreja es de esas que se justifican solas. Ayer fue de esas tardes en las que había en el ruedo eso que tanto falta ultimamente: EMOCIÓN. Y no lo digo por las volteretas o por las cornadas, sino por la verdad que hubo en ese ruedo tanto por parte de los toreros como de los toros. Criticamos a veces lo que los toreros desarrollan o dejan de desarrollar en el ruedo pero que no le quepa duda a nadie que para todos los que amamos esta fiesta, el torero es un ser único y grande.
No voy a dar apuntes sobre la corrida porque no puedo añadir nada mas a lo que has dicho. Solo que la cogida de Abellan en su primero si que fue culpa de el. Empezó a tirar del toro una décima de segundo antes y cuando el toro llegó a el había un abismo entre la muleta y el torero, y los toros cuando te ven no te perdonan. Y después, cuando los toros te echan mano así se orientan y ya te buscan siempre.
Bueno, lo cierto es que cada tarde como esta, uno admira mas a los toreros. Un abrazo y perdona por la chapa.
J. Carlos:
Mil disculpas por la tardanza en la respuesta, pero tengo la sensación de que durante la feria los días duran menos. Si habláramos de la corrida en otras épocas, quizá habríamos sido mucho más duros con ellos. Abellán me sorprendió para bien, pero esto no supone incondicionalidad abellanista. Ureña quizá sería para verlo de nuevo y Adame es para tardar ,mucho en verlo.
Un abrazo
Marín:
Yo es que creí ver que el toro venía a por él desde mucho antes de iniciar el pase, se fue directo desde muy lejos, como si no hubiera hecho caso a la muleta. No aprecie tan claro eso de que le diera salida antes de tiempo. Igual por la tele se vio de otra forma y más claramente el por qué del percance.
Un abrazo
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