Cuando la sangre de los Saltillos se pone en ebullición, hay que estar muy firme para que no te abrase. |
Qué lástima da ver la plaza de Madrid, que pena; aquella que
fue grande, aquella que en su piedra acomodó a una afición principalmente justa
y sensible, que valoraba lo que allí sucedía con mesura, sin dejarse llevar por
modas o imposiciones de los que ostentaban el poder taurino, porque con la
plaza de Madrid, de ninguna valieron componendas. En la de la Puerta de Alcalá,
la de la carretera de Aragón y por último en la que construyeron en el barrio
de Ventas, en distintos cosos, una misma afición. Viajando en calesa, a pie, en
jardineras, simón, tranvías, autobús, trolebús, taxi, coche o metro, pero el
espíritu no cambiaba, iba pasando de generación en generación. La temían los
mediocres, la respetaban los más grandes, ella era única, mejor o peor, pero
única. Dura, exigente, pero justa, siempre justa y sabiendo lo que quería.
Bulliciosa, hasta escandalosa, pero entregada no había amante más apasionada.
Madrid, Madrid, Madrid. Pero la vulgaridad se hizo fuerte, quisieron que fuera
lo que nunca fue, la engañaron queriendo convencerla de que su esencia era
callada, sumisa y verbenera, para anular su energía, su saber y su humanidad.
La querían vulgar y vulgar, ignorante, altanera e intolerante es como la tienen
ahora. Qué pena Madrid, ya no existe. Quedan las piedras, pero no su plaza, su
plaza ha sido invadida por autómatas sin alma que obedecen las doctrinas que
mamaron de la televisión, esa que se puso al servicio de las figuras, los
taurinos, los charlatanes y mercachifles que hacen perder la cordura a quienes
les prestan atención. Qué pena mi Madrid, se me fue un día y no me di cuenta de
que nos dejaban a merced de una burguesía taurina, acomodada y complaciente que
solo se preocupa por el gin tonic, el bocata, lucir almohadilla forrada con
tela de capote, su pulsera con calcomanías de tema taurino y de ser testigos de
muchas orejas cortadas. ¿La Fiesta? A la Fiesta que la den. Cuando me canse de
ella me iré a otra parte a lucir mi look de vulgar hortera encharcado en
colonia, pantalones pesqueros con zapatos sin calcetines o con pantalón corto y
la camisa por fuera con la manga a medio brazo, del brazo de su “perica”,
apretada hasta reventar, subida en unos coturnos indomables.
¿Que qué es lo que tiene que ver todo esto con la corrida de
Victorino Martín? Pues mucho, porque estos son los que no se enteran de que un
toro manso no va al caballo de lejos, que un toro bravo no pega desesperados
cabezazos en el peto, ni es bravo el toro al que le mantiene vivo la casta, que
no el impulso de defender su territorio queriendo ser el rey. Y que si un toro
con genio, se lleva por delante a un puntillero, no es por bravura. Y que si un
torero se pone delante de un toro y no puede con él dándolo todo, aunque sea poco,
no se merece que le piten y abucheen como si les hubiera querido robar la
cartera. Con ciertos toros no hay posibilidad de ponerse a buscar la cartera
del respetable, no da tiempo, hay que estar pendiente del de las patas negras,
no vaya a ser que te mande al hule.
Si tuviera que calificara la corrida que ha mandado
Victorino Martín a Madrid, diría que ha sido más tirando a buena, que tirando a
mala, pero ¡cuidado! Así dicho parece que estoy hablando de una corrida que
regalaba el triunfo. Nada más lejos de la realidad. El triunfo era posible,
pero había que ir a buscarlo y para lograrlo, antes había que pasar mil
penalidades, tener mucho acierto y no permitirse ni un fallo, porque este,
cuando hay casta de por medio, te lo pueden hacer pagar de muy malas formas. De
la misma forma que si digo que la terna no ha estado a la altura de las
circunstancias, que nadie se piense que han estado para mandarles al paredón.
Esto es lo que tiene el toro cuando es íntegro, que hace que los que se ponen
delante mantengan íntegra su dignidad. ¡Faltaría más!
Uceda Leal volvió a exhibir ese distanciamiento y esa
frialdad que le envuelve cuando no está, y lleva mucho tiempo ausente, capoteando
sin intención, como para pasar el trámite. No fijó a su primero, permitiendo que
anduviera a su aire por el ruedo. Empujó y se empleó en la primera vara, sin
que el picador apretara demasiado. A la segunda se fue suelto cuando le
convino. Siguió correteando e hizo por los banderilleros que estaban
preparándose; Ferrera, bien colocado, se mantuvo impasible, quieto como una
vela, para en el momento oportuno, cuando el toro entraba en jurisdicción,
desplegar el capote y echárselo al hocico, haciendo que desviara su camino y se
frenara en seco, librando a los rehileteros de un posible percance, pues se
encontraban en un terreno de nadie en el que correr no era la mejor opción,
aunque sí la única. Las muestras que daba el de Victorino eran de no estar
picado y que en cualquier momento podría venirse arriba peligrosamente.
Distraído en el segundo tercio, esperaba a los banderilleros a que entraran en
su coto privado.
Uceda trasteó con sosería, sin parar de moverse y dando
pases, pero sin torear, que era lo que el toro pedía a gritos y además con
mucho mando. Sin rematar los pases abajo, dejando la mano alta al vaciar las
embestidas, le corta el viaje por el pitón derecho, por el izquierdo se
revuelve todavía antes, lo que no hizo que Uceda pensara en plantarle batalla
cara a cara. Su segundo, de salida ya exigía por ambos pitones. Fue tres veces
al caballo, empujando con fijeza, especialmente con el pitón izquierdo, le
picaron trasero en la segunda vara, le taparon la salida y le dieron bastante.
En la tercera acudió con alegría al caballo y desde más lejos, para que le
pusieran un puyazo delanterito. Con la muleta Uceda Leal empezó con pases por
alto, levantándole la mano, lo que probablemente no era lo más indicado.
Muletazos que solo servían para abanicar al de Victorino, al que no acababa de
ver claro por dónde entrarle. No estaba ni mucho menos apropiado para aplicarle
una faena al uso de esas en las que los mantazos se suceden y que a poquito que
le insinúen, el toro se torea solo. Pero estos cárdenos deben ser más tontos
que los demás, no solo no se saben torear, sino que exigen que se les marque el
camino con autoridad, porque si no, se ponen ellos a decidir y la cosa puede
ser todavía peor. Este solo se aburrió y la cosa no fue a más, pero, ¿y si le
da por querer saber lo que había detrás del trapo?
Antonio Ferrera podía tener el ánimo de torero espectacular
y corretón que se abandona a esas poses forzadas y poco estéticas o el de
torero atento a lo que pasa en el ruedo y dispuesto a echar una mano en todo
momento o una mezcla de ambos. Quizá lo que prevaleció fue esto último. Ya he
comentado ese fantástico quite a los banderilleros en el primer toro, lo que
indica que hay que estar muy metido en lo que pasa en el ruedo y ser muy
consciente de lo que hay allí delante. A su primer lo recogió con el capote
queriendo empezar a ser él quién gobernara durante la lidia. Muy pendiente de
todo, dejó al toro de lejos en la primera vara, para que este se arrancara
pronto y con alegría. Un marronazo que el picador no tuvo a bien rectificar.
Una bonita revolera con la rodilla flexionada para dejarlo al segundo puyazo.
El cárdeno volvió a ir con buen estilo. Se le dejó una tercera vez, más lejos,
pero ahí ya dijo que no y acabaron metiéndolo debajo del peto de mala manera.
Quiero destacar eso de poner el toro en suerte con un recorte; no me gusta cuando
lo van queriendo llevar y de repente deciden que ahí y el torero se marcha sin
más. Con esos recortes, aparte de ser mucho más torero, tengo la sensación de
que al toro se le dice ven por aquí y te quedas ahí, para después infringirle
el correspondiente castigo con el palo. Ferrera pareó, como es habitual, y como
es muy frecuente, a toro pasado. Trasteo inicial por ambos pitones, demasiadas
prisas, uso del pico y sin parar quietos los pies. Naturales levantando la
mano, vaciando la embestida en la lejanía y en línea recta, y el toro poniendo
la casta sobre la mesa, haciéndose del dueño de aquello. Demasiadas carreras
para recolocarse en cada pase, acabó demasiado aperreado con el animal. El
mando que hubo fue el que impuso el toro. Luego unos naturales con la derecha
tirando el estoque al suelo. ¿Se imaginan a Fernando Alonso despreciando su
coche y echando a correr por el circuito solo con el casco? Vale, vale, seguro
que igual iba más rápido sin coche, que con el Ferrari, pero seguro que ustedes
me han entendido por donde iba.
En el quinto, Antonio Ferrera se encontró con un toro que no
ofrecía las posibilidades de suyo anterior. Para entrar al caballo no había
alegrías de ningún tipo, se acercaba al paso y descargaba todo su genio pegando
cornadas al peto. Una mezcla entre genio y casta que le hacían especialmente
complicado. Aún así, podía adivinarse un pitón derecho con posibilidades. Pero
claro, hablar de un buen pitón derecho en estos casos no tiene nada que ver con
los dóciles borregotes a los que nos tienen acostumbrados. Ferrera optó por un
macheteo para comenzar la faena. Quizá excesivo, pues tampoco era cuestión de
meterse por los riñones del toro. Incluso hasta puede ser que esto acabara con
cualquier asomo de poder darle algún muletazo. El toro exigía mucho mando,
tenía mucho que torear, pero creo que no valoró en su medida las
contraindicaciones de la medicina que aplicó. ¿Estuvo bien? Pues no, pero
tampoco se ganó esa bronca monumental con que le despidió el público. ¡Qué
pena! Tras una tarde responsable y dando la cara con este ganado, el público
que estaba en la plaza de Madrid le dedicó una tremenda bronca. Hasta hubo
menguados sociales que lanzaron almohadillas al ruedo. ¿Pero, ¿qué es esto?
Recordaba cuando se medía la actuación de los toreros de acuerdo al toro. Pues
sigamos recordándolo. Al final de la lidia de este toro, cuando Manolo Rubio se
disponía a apuntillar al Victorino, este se levantó de repente y le arrolló,
tirándole gañafones sin piedad. Eso sí, no se quería morir, la casta le
aguantaba en pie. Incluso hubo quien se deshizo en aplausos según le
arrastraban. Pero, ¿quién viene a la plaza de Madrid? ¿Son esos que te exigen
que te calles cuando un señor se pone bonito con un moribundo desmochado? ¿O
los que se sienten molestos cuando protestas esos inválidos o esas posturas? Hemos
perdido el rumbo.
Alberto Aguilar fue el tercero que se enfrentó a estos
Victorinos que parecían llegados del pasado. Su primero le sorprendió por el
pitón izquierdo, muy rebrincado, lo que no debería haber impedido que le
pusieran al caballo y que no fuera al relance. Empujaba con ganas cuando notaba
que el palo apretaba, mientras el montado le hacía la carioca. En la segunda
vara fue desde algo más lejos, tardeó, pero acabó cumpliendo en el peto. Eso sí
todos los viajes los pegaba con el izquierdo, en cambio por el derecho embestía
con franqueza. Aguilar se lo sacó por abajo, una tanda por ese lado derecho,
pero sin parar quieto, muchas carreras, mucho recolocarse y poco a poco el toro
iba ganado la pelea. Se precisaba mucho mando, mucho dominio de las embestidas,
porque si no, podía ocurrir lo que acabó sucediendo, que el toro se comía al
matador. El Victorino se fue viniendo arriba, hasta que ya no había ningún
hueco por el que meterle mano. Ya se complicó por el derecho, aún más por el
izquierdo y a los más que podía optar Alberto Aguilar era a dar pases según
venía el toro a su aire.
En el sexto no hubo ni esa opción de aprovechar un buen
pitón. Ya de salida pegaba tornillazos según tomaba los capotes, el matador
tuvo que darse la vuelta y ceder los adentros al toro, para, perdiendo terreno,
llegar a los medios. Un toro complicado al que no era conveniente dudarle, ni
mucho menos hacerle regates con el capote en la cara, tal y como hizo el madrileño.
Se fue suelto al picador, que pasó ciertos apuros para mantenerse en pie. Mucho
capotazo que no conseguían fijarle. Le taparon la salida en el segundo puyazo,
le pegaron bien mientras se deshacía derrotando en el peto. No obstante, el
toro quedó demasiado crudo. Esperaba y hacía hilo por el derecho y cortaba el
viaje por el izquierdo. Una joya. Tiraba bocados al espada, que acabó
macheteando al Victorino. A diferencia de otros días, la suerte suprema fue un
suplicio.
No seré yo el que diga que los espadas estuvieron bien,
incluso no haré esas consideraciones de que bastante hicieron con ponerse
delante. Dentro de lo que es el encaste Albaserrada, dejaron pasar sus
opciones. No fueron los Victorinos de Domecq que son los que parecen habituales
en estos tiempos, pero tampoco aquellas alimañas que no permitían un pase, a
excepción del sexto. El problema es que ya no hay quien sepa lidiar este ganado
y si se puede, hasta hacer faena. Los toreros se harán cruces con este tipo de
toro, pero que sepan que cuanto más cacareen, más dejarán al descubierto sus
limitaciones. Aún así, tampoco era para esos abucheos injustos e
injustificados. Pero no hagan demasiado caso, ni en lo bueno, y a veces tampoco
en lo malo, porque pobre Madrid, ovaciona el genio, pensando que era bravura.
10 comentarios:
Extraordinario Enrique.
Un abrazo.
Totalmente de acuerdo en todo Enrique. Ayer era una tarde de silencios. Ni de ovaciones ni de broncas. Si acaso para el tercero en el arrastre. Pero así esta la plaza de tu pueblo, mi querida Madrid, que ya hace tiempo que perdió el norte y se ha convertido en una plaza de talanqueras por mas que me duela.
Ya sabes que he decidido no entrar en detalles de ningún tipo sobre el festejo. Un abrazo.
Creo que sí, estuve viendo la corrida de Victorino. Hasta leerte lo había dudado.
Gracias Enrique.
Enrique, hemos estado de acuerdo en casi toda la feria pero en esta ocasión nuestras opiniones están en polos opuestos.
Uceda Leal, pese a que le cayó en suerte el lote más potable, fue incapaz de sacar algo en claro, estuvo por debajo de las posibilidades de ambos toros y no paró de ceder terreno a los victorinos en todo momento.
Pongo en valor que Alberto Aguilar dio la cara en todo momento e hizo honor a su profesión pero se vio superado por el tercero. El toro, tras la gran brega de Rafa González mostrando que metía la cara con nobleza siempre y cuando fuera bien llevado, llegó ante una muleta nada poderosa e incapaz de aguantar y someter al victorino durante los primeros muletazos. A partir de ahí Vengativo se hizo amor y señor del ruedo y el único sentido de alargar la faena era la de justificarse ante el público. Muy pocos, si es que hay algunos, de los matadores actuales hubiera podido con el toro por lo que tampoco quiero cargar las tintas sobre Aguilar. Hizo lo que pudo y supo y eso es bastante pero el toro se le escapó. El quizás fue aún más complicado de salida pero en nada ayudó la labor de la cuadrilla. Ese no picar delantero a un toro que cabecea y pega tornillazos, esa manera de barrenar por parte del picador, esa capea que supuso su lidia, esa falta de temple por parte de un Raúl Ruiz al que tropezaba continuamente las telas y que se limitaba a acompañar el viaje del toro sin el más mínimo mando en los capotazos hizo que el toro llegara complicado al último tercio y el diestro, contagiado por el desastre de la tarde optara por quitar las moscas a Cominero tras un mitín con la tizona.
Es palmario que Ferrera este año no está ni a la mitad de la altura del año pasado, excepto en los quites y como director de lidia. No me entra en la cabeza que un matador con su experiencia ponga en suerte al segundo de la tarde desde tan lejos cuando todos sabemos que no es la forma de hacerlo en las corridas concurso. Tras ver que manseó en la primera vara, erre que erre, vuelve a poner en suerte de lejos al manso (esta vez más cerca que la anterior) y, como es obvio, canta la gallina de manera estrepitosa. El toro acude pero sale de najas rápidamente. Pero no queda ahí la cosa, hay una tercera vez y esta vez más lejos de la segunda (esa en la que había cantado la gallina). El resultado fue el mismo: tardeando y sin hacer nada en el peto. Curiosamente, tras ver que el toro acudía de largo, llega la hora de coger la muleta y el diestro acorta distancias. Recurso archiconocido para que el toro no te deje en evidencia, ahogando la embestida para hacer ver que al toro peor de lo que realmente es. Hasta por 3 veces se quitó del viaje del toro en el primer muletazo y poco más que decir del resto del trasteo.
La polémica de la tarde llegó en el quinto. Ferrera, que ya había visto cómo se las estaban gastando los toros no se apartó ni un ápice del guión original: capotazos de recibo sin ningún sentido, sin enseñarle a embestir, sin ver cómo respondía el toro por ambos pitones e incluso enseñándole mal con capotazos sin recorrido y recortando el viaje del toro. Manseó en el caballo pero tuvo una codicia exagerada en banderillas, era recibir los palos y el toro respondía con una velocidad de reacción semejante al despegue de Usain Bolt cuando oyé el tiro en la salida de los 100 metros lisos. Un hombre de su experiencia sabe sobradamente que hay que someter al animal por bajo, doblarse con él, meterle el pico en muletazos largos para enseñarle a embestir e irle dominando poco a poco haciéndole crujir las vértebras al rematar cada doblón. En vez de eso se dedicó a hacer recortes de mala manera para que cualquier opción de hacer embestir a Majito quedara anulada. Después un intento de hacer ver a la gente que el toro no pasaba, ¡cómo iba a pasar si ya le había enseñado a no hacerlo!
Saludos y nos vemos en la miurada
J.Carlos
Fabad:
Muchas gracias.
Un abrazo
Marín:
Poco hay que decir, porque se puede discutir sobre como fue tal o cuál toro, pero lo del público este año es una vergüenza. Estaban como locos por conseguir desnaturalizar esta plaza y lo han conseguido.
Un abrazo
Patxi:
Muchas gracias, esta afirmación es un elogio muy grande y que agradezco profundamente.
Un abrazo
Sentí vergüenza cuando se abroncaba a Ferrera en el segundo y se aplaudía a toro en el arrastre. Bochornoso. Y ahí terminó para mi la corrida.
Un saludo.
J. Carlos:
Quizá yo vi algo más en los toros, no sé, y menos en los toreros, aunque no creo que fuera para apedrearles, dieron lo que tenían, que por otro lado no es demasiado. Uceda es un torero que ha toreado muy bien,pero con toros que no le exigían demasiado toreo. Ferrera tuvo esos detalles de que he hablado, pero ya, no hay más y cuando ofrece un poquito, suele emborronarlo con esas maneras suyas, ese banderillear y ese histrionismo que no va a ninguna parte. Y Alberto Aguilar, pues basa todo en aguantar estar a merced del toro y si resulta que es un día en el que no está muy dispuesto a ello, pues se diluye y se queda en muy poquito. Ahora ya tengo que hacer memoria de los toros, pero sí que recuerdo que los cuatro primeros ofrecían posibilidades de torear, que no pegar pases, pero siempre haciéndoles las cosas muy bien,porque al primer fallo ya te estaban esperando. No eran toros de pases y más pases. Eran para darles su lidia y pienso que si así hubiera sido, otro gallo habría cantado. Eso sí, lo de ponerse bonito no entraba en los planes de los toros. El quinto fue peor a medida que le hacían las cosas mal. No quiero decir que fuera bueno, ni mucho menos. Pero si se le hubiera lidiado, al menos habríamos tenido la posibilidad de ver como se quedaba, aunque no tenía nada que ver con los cuatro anteriores. El sexto ya fue otro cantar. Y me gustó el ver como si no se les mandaba, poco a poco se iban haciendo los amos, hasta que decían que ya era suficiente y entonces la cosa se complicaba aún más.
Un abrazo
Franciso:
Fue un momento en el que no entendí lo que estaba pasando. No había lugar a bronca, ni mucho menos a esas palmas al toro.
Un saludo
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