Menos mal que esos toros, toros, los imposibles para el "jarte", cada vez frecuentan menos las plazas y así no hacen pasar malos ratos a esos chavales que con tanto salero se menan por los ruedos |
Antes se decía que el toro ponía a cada uno en su sitio, ¡qué
cosas! Lo que se decía antes. Ahora ya no te colocan ni los acomodadores, que a
todo lo más te señalan a un punto y te dicen: “¿Ve aquel señor de la camisa
roja que está al lado de la señora del vestido malva y el cubata con un
chorrito de bifiter y tres hielos? Pues ocho puestos más pa’llá”. Y ahí te las
apañes. Como para que el pobre animalito que echan a la arena los señores
criadores se ponga a poner a nadie en ningún sitio. Ahora, quien se ocupa de
regular todo esto es la buena voluntad del respetable, el ansia enaltecedora de
los microfonoparlantes y los señores “productions managers! que te ponen a su
pupilo una y otra vez, una y otra vez, hasta que a los que pagan les sangran
los ojos de verle hacer cucamonas y acaban hasta cogiéndole afecto al chaval.
Ya saben eso de que del roce nace el cariño.
¿Y cuáles son los méritos que llevan a un mozalbete al
estrellato? Pues hombre, tienen que ser muchos y variados, no podemos pensar en
una cualidad única. Al menos tiene que ser majete, insistente, casi pesado,
buen intérprete, haciendo creer al respetable que está realizando un esfuerzo
supremo ante el animalejo que le plantan ante él. En estos casos ayuda mucho
eso de corearse a si mismo los pases con un sonido entre grave y agudo, fuerte,
pero flojo e intenso pero leve: Eeeeeeeeeeeeeeh. También vale el
Aaaaaaaaaaaaah, pero solo en casos de gran dramatismo táurico. Si el público no
se entrega, es que no tiene entrañas... o tiene tapones en los oídos. Y por
supuesto, no olvidar al final de cada serie, el pegar un golpe de tupé al
cielo, así como si se quitara las migrañas a cabezazos, acompañando con una
feliz sonrisa plena de orgullo y satisfacción. Da gusto tratar con estos
próceres de la tauromaquia, que acaban su labor y te explican con pelos y
señales lo sucedido en cuanto le ponen el micrófono de la “Ce y el más”, con un
desparpajo que nada tiene que envidiar a “Marron” o al “Hombre de Negro”,
cuando te explican un experimento de mucho asombrar. Con estos mimbres, ¿quién
no se entrega sin reservas a estos chavales?
¡Vale! ¡Vale! ¡Vale! No nos pongamos puntillosos. Será que
no han visto ustedes nunca a una figura que no sabe por dónde se anda en el primer
tercio y que mientras sale y se mete el caballero del penco empetado no
encuentra un sitio en el que pararse quieto. Reconozco que no es habitual, más
bien sería la excepción, eso de fijar a un toro, de ponerlo al caballo sin
salir por el “culo del mulo”, cuando no se quedan plantificados a la derecha
del jaco. De lidiar ni hablamos, que eso ya es cosa pasada, caduca y que no
viene a cuento. La cuestión es darle mil y un pases al animalito, pero con la
muleta, que es cuando el contador se pone en marcha para eso de las orejas. Se
habrán dado cuenta de que he obviado al toro, pero si ellos y los amantes del
neotaurinismo lo hacen a cada momento, ¿quién soy yo para enmendarles la plana?
Pero como nada es perfecto, hay días en que los maestros no están para nadie y
no logran alcanzar las glorias para las que estaban predestinados; puede ser
que no estén a lo largo de una temporada entera, incluso dos o más, pero,
¿ahora nos vamos a mosquear por un quítame allá esas pajas? ¡Por favor! Un
poquito de humanitarismo taurino, comportémonos como buenos aficionados, esos
que saben esperar y sobre todo, saben callar. Lo primero es la paciencia y si
hace falta, se les ofrecen contratos y más contratos, hasta que les den
calambres en la mano de firmar.
Pero pensarán ustedes que en esto de la tauromaquia todo el
monte es orégano. ¡Nooo! ¡Ni mucho menos! Siempre tiene que haber esos
elementos discordantes que ni son simpáticos, ni tienen desparpajo ante los
micrófonos de “Ce y más” y que no teatralizan el esfuerzo con elevados niveles
de dramatismo táurico. ¡Anda que no! Esos que se tienen que conformar con
enfrentarse al toro, toro, a ese que los maestros de verdad no ven ni en los
cromos de los bollycaos. Los pobres, que los hay que se empeñan en salir del
pozo de las ganaderías duras, pero por mucho que quieran, cuando no se tiene
garbo y salero... Ahí los tienen, que no es que todos sean un dechado de
virtudes lidiadoras, pero que a pesar de todo tienen que tragar saliva a base
de bien una tarde sí y a la otra también. Fíjense ustedes la falta de
categoría, que hasta se tienen que jugar el pellejo a cada arrancada de esos
animales hijos de unas ganaderías que dan miedo con solo oír su nombre. Sí es
verdad que hay emoción para regalar, pero, ¿y el “jarte”? ¿Endendónde está el
“jarte”? Pero, ¿esto qué es? Menos mal que los que saben de esto, los taurinos,
los buenos aficionados, los que saben esperar a los que componen, esos dechados
de paciencia, a la mínima despachan a estos toreros en el momento en que no
abren las puertas grandes de todas las plazas del “Mundo Mundial”, del “Cielo
Celestial” y de todo el Universo de España, Francia y naciones del continente
americano. Porque hay que ser justo y saber a quién conceder los favores. Que
siempre nos saldrá el sieso, ese tío antipático y amargado, ese que no entiende
de “jarte”, ni del que lo inventó y que se atreve a decir que “La justicia
taurina no parece tan justa”.
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