Todavía nos acordábamos de Uceda y su espada |
Que pena me ha dado el ver que se acababa la corrida del
Vellosino. Así, de golpe y sin aviso, se han esfumado unos bellos momentos de
paz, tranquilidad, sosiego, hasta una cierta felicidad y a don Mariano le han
despertado de su siesta. El pobre dobló un poquito después de que Gonzalo
Caballero intercambiara los trastos con Uceda Leal y no ha abierto el ojo hasta
que ha sonado el aviso en el sexto y doña Dolores le ha despertado de un codazo
y quitándole violentamente la almohadilla, que había que recoger, a ver si
llegaban a coger el autobús de y cuarto y ya que era más o menos prontito,
aviaba unas acelgas para cenar. El pobre don Mariano, que ayer se debió acostar
tarde, ha sido apoyar la cabeza contra la columna en la delantera del seis y
con el solecito en la cara se ha quedado traspuesto con una sonrisa de tímida
felicidad, que daba cosa sacarle de su sueño para que no se perdiera la corrida
del Vellosino.
Y que a ciertas cosas le llamen corrida de toros, y que
convoquen manifestaciones para defender estas cosas. Si es que esto no hay
quien lo defienda, no tiene por donde cogerse, ni aunque los aficionados a los
toros nos constituyéramos en secta y nos dejáramos lavar el cerebro. Una
presentación infame, uno parecía una cabra, otro la cabra de la Legión, otro la
cabra de Heidi y así pueden ir adjudicándoles las cabras que más rabia les dé.
Se han mantenido en pie gracias a que nadie ha osado someterlos, porque a veces
ha resultado complicado sujetarlos a los capotes, independientemente de la poca
pericia de los coletudos para hacerse con ellos, y a que no hay un hijo de
vecino que se vista de luces que aplique eso de bajar la mano. Que si lo llega
a poner alguno en práctica, lo mismo estos animalitos modernos le hacen una
peineta al ingenuo que lo intentara.
Habría plaza Gonzalo Caballero, hasta ayer por la tarde
novillero y gracias a la tele, como si fuera “Sorpresa, Sorpresa” o “Tengo un
mensaje para ti”, de repente se ha visto metido en su alternativa. Que forma de
machacarle la ilusión de un día tan especial a un chaval, pero así de generosa,
sorprendente e insensible es nuestra venerada Taurodelta. Allá que salió el
madrileño y de golpe le sale un mulo que no quería telas ni para hacer un
traje. Corretón, huidizo, echando las manos por delante, distraído, peligroso,
sin dejar de escarbar y regalando arreones a todo el que se le acercaba. No se
le picó, pues nada más estamparse con el peto ya estaba el pica con la
minipimer, cogiendo el palo al revés y y moviendo el brazo como si estuviera
cuajando mahonesa. Gaoneras que simplemente eran un testimonio de su buena
voluntad, que no una muestra de toreo, pues por no sé que regla, este lance lo
han convertido en una sucesión de violentos trallazos con el capote a la
espalda. Empezó por alto, en contra de la opinión de los más veteranos, que
recomendaban empezar por abajo. Estatuarios, muy quieto, para ya sí, acabar con
muletazos por abajo. No pintaban mal los primeros derechazos, más bien por las
intenciones que se adivinaban, aunque carecieron de todo sentido del temple,
citando de frente, pero sin acabar de redondear, era un sí pero no en toda
regla. Al natural la cosa ya se iba aclarando, mucho pico, enganchones y menos
temple aún, para continuar trapaceando al mulo y acabar con un conato de
arrimón. Bernadinas que no venían a cuento y tras un bajonazo, Gonzalo
Caballero ya se había convertido en matador de toros.
Parecía que no se le habían esfumado las ganas y recibió al
sexto con unas más que aceptables verónicas, rematadas con una descompuesta
media de rodillas. Con lo bien que se le daba este lance a Julio Robles, pero
claro, no todo el mundo es Julio Robles. El toro campó a sus anchas y se le
permitió que se fuera al picador reserva, donde le dieron a gusto. Ya en el de
tanda, el animal se dejó sin más. Y lo que se enfadó el personal porque a Uceda
Leal se le ocurriera hacer un quite en su turno de quites. ¡Válgame! Como me
decía un amigo, eso lo hacen en mi pueblo, pero, ¿en Madrid? Pues sí, en
Madrid, de un tiempo a esta parte, también pasa esto. Solo les animó el buen
segundo tercio de Curro Robles con los palos. Luego ya con la muleta en la
mano, Gonzalo Caballero destapó, no el tarro de las esencias, más bien el brick
de Don Simón y nos obsequió con una faena propia de estos tiempos oscuros y de
muy escaso buen gusto. Cite desde el centro con banderazo por la espalda,
embarullamiento, naturales con la muleta completamente torcida, lo mismo con la
mano derecha, carreritas entre pase y pase, mucho pico, encimista y el
inevitable arrimón, a ver si así se animaba el personal y despertaba del sesteo
otoñal. Manoletinas y a abreviar, justo en el momento en que don Mariano abrió
de nuevo los ojos al mundo, pero antes habían pasado más cosas.
Uceda Leal volvía a Madrid y lo que son las cosas, ya nadie
le ve como una promesa, sino que ya se le mira como un veterano, da la
sensación de que pasó de crío a veterano en una noche, o también puede ser que
nos quedáramos traspuestos como don Mariano, pero durante décadas. Y la verdad
es que al bueno de Uceda se le nota el paso del tiempo; se le nota en que no
tiene energías para fijar un toro y como en su primero, le deja corretear a su
aire por el ruedo, que lo mismo va al relance al caballo, que ni se preocupa de
que le tapen la salida, ni que apenas le den picotazo y arañazo entre cabezazos
del animal. Su labor con la muleta fue un conglomerado de trapazos
desangelados, echando al toro para afuera. Lo del cuarto fue algo muy parecido,
a dejar al Vellosino que correteara por la arena, dejarle que se fuera suelto
al de puerta y ya en el de tanda, limitarse a contemplar como el animal se
deshacía corneando el peto mientras le tapaban la salida. Un encuentro más y
como nadie se preocupaba de poner el toro en suerte, allá que se fue el
caballero a por el toro. Lo que llama la suerte de acercar el piano a la silla.
Así no es de extrañar que el animalito buscara con ansia los toriles. Tanteo
por ambos pitones y varios intentos de sujetar al abanto que se tragaba el
primer muletazo y que en el segundo iniciaba la huida a favor de su querencia
de manso. Uceda quiso aparentar que hacía, pero la verdad era esa, que no
estaba para complicarse la vida con su oponente. Una buena estocada, que al
menos hacía pensar que había vuelto a cargar aquel cañón que tan buen nombre le
creó.
Otro veterano aparecía de nuevo por Madrid, Eugenio de Mora,
un torero con tan poquito que ofrecer, con un toreo ventajista y sin
fundamento, pero que el público premiaba con orejas, triunfalistas, pero
orejas. Su primero le arrinconó en tablas, pero se supo salir del compromiso
sin tener que darse media vuelta. Mal colocado en el primer tercio,
convirtiéndose más que en un lidiador, en un bulto sospechoso que merodeaba por
allí. El Vellosino echaba la cara arriba y se quería quitar el palo tirando
derrotes al peto. El toledano tomó la muleta y no dio para más que derechazos y
naturales con el pico, estirando el brazo más allá de lo aconsejable por el
colegio de Traumatología de Madrid, sacando el culo, perdón, las posaderas y
dejando entre toro y torero espacio suficiente para que pasara el AVE, de ida y
vuelta, para poner una cafetería, un parking para coches y un centro comercial
con 10 salas de cine. Y esto, sin exagerar. Su segundo fue recibido con
mantazos de trámite y un primer puyazo en mitad del lomo, que el respetable
aplaudió a rabiar porque el caballero logró mantenerse en pie a pesar del
empuje del toro. Y no piensen que el del palo rectificó, ¿para qué? Si la gente
estaba encantada. El animal presentaba bastantes dificultades por el pitón
derecho, complicando la tarea de los banderilleros, haciendo hilo después de
cada par. Eugenio de Mora empezó con banderazos rodilla en tierra, esa práctica
que tan buenos resultados le produjo en otros tiempos. Ya en pie, derechazos
empalmados, que no ligados, muy despegado, naturales más próximos a los
banderazos que a muletazos con mando y sin dejar de estirar el brazo una
barbaridad. Pero claro, después de todo esto, cómo no se iba a amodorrar don
Mariano. Lo raro es que los demás aguantásemos con las persianas levantadas
durante todo el festejo. Y con el solecito que ya resulta agradable en esa
época del año pegándote en la jeta. Así estaba Mariano tan bien acomodado,
abrazado a la columna, con una media sonrisilla de felicidad y gozo, que solo
se rompió al acabar la corrida y al resonar la voz de doña Dolores rompiendo el
sueño y la paz con ese lacerante: Mariano, despierta.
6 comentarios:
Enrique, ¡qué mérito tienes!. No decaigas. He estado a punto de hacerte una visita. Menos mal que no he podido. Habrías tenido otro protagonista que habría hecho como Mariano....
Un abrazo.
Fabad:
Pues ya sabes que habría sido una alegría el tenerte por allí, aunque fuera a costa de que sufrieras lo que estamos sufriendo.Y ya ves, si quieres alguien que no tenga palabra, que diga que no vuelve y que vuelve, ya sabes, aquí tienes a uno.
Un abrazo
Si yo viviera en Madrid, volvería cada día, despotricando eso si. Los taurinos no son conscientes de la falta que le hacemos los sufridores.
Un abrazo.
Esto de “Mariano, despierta” me recuerda aquella anécdota de Camilo José Cela, en su época de senador, cuando un colega de cámara le recriminó por estar amodorrado en su escaño…
-¡Señor Cela, está usted durmiendo!
-No, estoy dormido –respondió Cela
-¡Es lo mismo!
-No, no es lo mismo. No es igual estar durmiendo que estar dormido, al igual que no es lo mismo estar jodiendo que estar jodido.
Apunta Enrique Martín “El pobre don Mariano, que ayer se debió acostar tarde, ha sido apoyar la cabeza contra la columna en la delantera del seis y con el solecito en la cara se ha quedado traspuesto con una sonrisa de tímida felicidad, que daba cosa sacarle de su sueño para que no se perdiera la corrida del Vellosino”.
Pero el bueno de don Mariano, aunque para muchos ni es bueno, ni feo…piensa que para lo que hay que ver, preferible el dormir el sueño de los justos, aunque sea en Las Ventas y toreando Gonzalo Caballero.
También pudo ser posible que en el placido sueño la voz de otra doña Dolores rompiera en el subconsciente la repetida frase: Mariano, despierta.
Uno que pasaba por aquí
Fabad:
Si no lo sabrán, que encima creen que sobramos.
Un abrazo
Anónimo:
Pues sí, así se las gastaba el señor Cela.
Un saludo
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