viernes, 30 de septiembre de 2016

¡Feliz día de San AutoRes y San AVE!

Ni los faroles parece que puedan iluminar esta fiesta inmersa en tanta oscuridad


De bien nacidos es ser agradecidos y en tal fecha como es el último día de septiembre, en Madrid, en su plaza, se celebra la festividad de San AutoRes, famoso por su no parar por esos caminos de Dios, y San AVE, quien en lugar de hollar los caminos, volaba por las vías de RENFE. La cantidad de cosas y milagros que tenemos que agradecer a ambos santos, algunos más que otros; y si no, que les pregunten a los tres espadas que se anunciaban en la feria de Otoño de Madrid en tan señalada fecha. Tres maestros en eso de mover al paisanaje a las Ventas para, no sin desmedido entusiasmo, conseguir que sus paisanos se vuelvan a casa con algún despojo que otro. Eugenio de Mora, que me he enterado hace poco que hace un toreo puro y clásico, Juan del Álamo, muy querido en su tierra, y Román, que torear no sabrá, pero, ¿y lo que entusiasma al paisanaje y al los presidentes que no distinguen entre petición insuficiente y petición mayoritaria?

Lo de Fuente Ymbro ha salido una corrida colaboradora, con ritmo y sin toros informales. ¡No, no! No se crean que me he “volvido” loco o que he perdido la noción, es que si hablamos de torillos modernos, para toreo moderno, hay que ponerse a la altura. Pero les confieso que no me manejo en esa terminología, mis disculpas, así que vamos a lo clásico. Corrida justa de presentación, sin alardes, con alguno más con tipo caprino que otra cosa. Quizá entre toda la corrida habrán recibido entre medio y tres cuartos de puyazo, so pena de que cayeran redondos a la arena. Flojones, sin casta, pero que era ver la muleta y hala, a ir y venir como el perrito que busca la pelotita. Y ahí estaban tres gladiadores para plantar cara a semejantes fieras corrupias. Esos tres que en el verano gozaron del favor de un puñado de los animosos que durante el verano venteño apenas cubrían un cuarto de plaza y que con quince pañuelos y un fulard ponían los despojos en manos de los tres actuantes en cuestión y de otros muchos. Y de aquellos polvos, este aburrimiento, esta vulgaridad y esta incapacidad manifiesta para hacer el toreo, que no para pegar pases, que de estos largan docenas y docenas como si no costaran.

Eugenio de Mora, ese torero que dicen que es recuperable, como si algún día hubiera sido un provechoso matador de toros; a todo lo más disimulaba la trampa un tanto mejor. En esta de otoño no ha sido el caso. En sus dos toros ha obviado el primer tercio, no pudiendo ni tan siquiera poner el toro al caballo, ejecutando en su segundo la afamada suerte del piano, que no es otra cosa que llevar el caballo al toro y no al revés, emulando a aquel concertista de piano que arrimaba este a la silla y no al revés; cuestión de personalidad que diría aquel. A su primero le recibió de rodillas, por aquello de que los trapazos de hinojos tienen más valía, pero los trapazos, trapazos son. Acompañaba las embestidas sin rematar jamás un muletazo, sin mando, dando aire al burel. Con la muleta completamente atravesada por el izquierdo, no mejoró lo hecho con la derecha. A su segundo, ni tan siquiera pudo trapacear, pues el animalito no se quería quedar por dónde hubiera un trapo rojo. Medio lo sujetó por momentos, pero la querencia huidiza era más fuerte que la voluntad del espada.

Juan del Álamo, que venía a Madrid tras un tour veraniego confeccionado al calor de los ecos de las orejas recibidas en Madrid. A su primero no hicieron ni intento de disimular el que el picador iba a cobrar por estar y no por picar. Ni amago de regañar tan siquiera al toro. Trapazos plenos de enganchones, carreras para recuperar el sitio, pico y escupiendo al toro de la suerte, un todo pa’ fuera insoportable. El segundo le hizo apurarse un poquito más en los capotazos de recibo, en los que el animal se quedaba debajo de la tela, pegajosito, al salmantino le costaba hasta quitárselo de encima y como el animal era un informal y un maleducado, no paraba de seguir el engaño de del Álamo. En el último tercio varios conatos de trapazos, pero el de Fuente Ymbro medía el suelo a hocicazos una y otra vez, pero el espada, erre que erre, que no quería llevarse de vuelta ni un trapazo. El toro ya estaba demasiado parado y la absurda insistencia no tuvo otro premio que un feo revolcón, que afortunadamente no le impidió seguir en el ruedo.


Y salió el animoso Román, recibiendo al tercero rodilla en tierra, aunque a veces esta tocaba la arena una vez había pasado el toro. Lo que son las cosas, hasta puso l toro en suerte aseadamente; que ya sé que esto debería ser la norma, pero no me dirán que no hace ilusión el ver que un coletudo pone cuidado en ello. Yo hasta le habría pedido ya la oreja por semejante detalle, pero en seguida se me pasaron las ganas. Primero por no poder ver picar medianamente bien y luego por la retahíla de trapazos que se nos venía encima. Bien es verdad que en los primeros compases de la faena el animal parecía vencerse un tanto por el lado derecho, pero no hasta el punto que llegó tras pasar por la muleta del valenciano. Un toro que tomaba el engaño con codicia, citando de lejos en las dos primeras tandas, pero tanto le atravesaban la pañosa, que no paraba de tirarse por el hueco que quedaba entre esta y el bulto. Así una u otra vez, sin que nadie le mandara ni una vez, y pasándole por la cara la muleta, echándose Román el toro encima, él solito. Quería hacer ver que el toro era un marrajo, pero bastante poco acusó lo mal que le hicieron las cosas, dejando al aire la absoluta incompetencia del joven matador. Muchas ganas, pero poca ciencia.  Cerró con una entera muy trasera, asomaron algunos pañuelos y el usía le regaló un despojo. ¡Ay, Madrid! En su segundo quería Román rubricar la Puerta Grande, que si con nada dan una oreja, igual con un poquito caía la segunda, pero no. mantazos a la última cabra montés del encierro, el bicho a su aire, que me quedo en este penco, que me voy a por el capote que de Mora andaba meneando inoportunamente antes del segundo puyazo. Un primer estatuario apartándose y a correr detrás del animal que se fue corriendo a refugiarse en los terrenos del cinco. Más trapazos, mucho aire al hocico, sin temple, un cambio de manos ejecutado muy torpemente y pa’rriba al quedarse descubierto en la cara del toro. Pero al público hasta parecía gustarle, porque a veces la emoción provocada por la misma incapacidad, parece como disimulara esta. Otra torpeza y otro tantarantán, seguido de un aviso antes de montar la espada. Pero verán ustedes como tanto a este Román, como a sus compañeros, los vemos de nuevo de la mano del producer del arte. Que no es que ninguno tenga ni asomo de arte, pero son baratos, no dan guerra, taren a una buena representación del paisanaje y si si es cuestión de dar ambiente y colorido, ¿para qué más? Pero nada, en fecha tan señalada, ya saben ¡Feliz día de San AutoRes y San AVE!

1 comentario:

fabad dijo...

Jopé (por no escribir otra cosa). Estoy harto de pasar miedo (encima lo paso desde la TV). Hay que aprender el oficio. Admito que la disposición de Román es de agradecer.. pero ¿tanto le cuesta aprender el oficio antes de ir a Madrid con los de Fuente Ymbro?. Entre los novilleros pasotas y los matadores ignorantes.. mejor ver a Morante regando la plaza o saludando los tres avisos. Y yo pensaba que esto me guastaría toda la vida...
Que mérito tienes desde tu grada seis...