Es muy frecuente escuchar cómo se denomina con tal término a
los que se considera aficionados a los toros extremadamente exigentes, casi
diría yo intransigentes, y a su vez observar que el destinatario del “piropo”
lo recibe entre el regocijo y el orgullo. Corríjanme si no es así, pero tengo
la sensación de que se califica de talibanes a los mismos que se llama
toristas, a esos que cierran los ojos predeterminadamente a las figuras, aunque
en casi todos los casos al final haya que darles la razón, o a todo lo que sea
Domecq, que también tienen su razón, aunque aquí sí que hay esperanzadoras
excepciones. Pero tampoco creo que sea bueno entrar en el detalle, pues el
propio termino tengo la sensación que obedece más a una filosofía que a
realidades concretas. Repito que es apreciación personal, muy personal, pero
más bien parece que es un extremismo que a veces mantiene una posición
ultradefensiva, temerosos a cualquier asomo de grieta, no vaya a ser que pueda
peligrar esa imagen de aficionado íntegro, que se desvela por guardar el tesoro
de la pureza, lo que por otro lado no está mal, pero si tenemos una obra de
arte única, tampoco pasa nada por dejar que los visitantes se acerquen a
contemplarla; con el cordoncito de seguridad, por supuesto, no vaya a ser que
alguien empiece a meter los deditos, que no, las manos al bolsillo, solo abrir
los ojos, mucho, y lo que es más importante: las entendederas.
Que conste que no pretendo hacer ni el menos amago de
crítica, faltaría más, porque hay virtudes que veo en ellos, que ya me
gustarían para mi mismo; pero yo no me veo cómodo en la totalidad de los
parámetros que se le suponen a un talibán. Tengo que confesar que en ocasiones
ha habido gentes generosas y de buen corazón, llenos de buenísimas intenciones,
que me han querido regalar el oído con eso de talibán. Se lo agradezco en el
alma, pero más por las intenciones que por recibir la dignidad de talibán. Es
una camisa que no se ajusta a la percha de servidor, que uno tiene ya su
tripita, los brazos igual más largos, las espaldas más anchas o el cuello
estrecho, que a otros les cae como una pintura, pero no todos gastamos la misma
percha.
Entiendo que el aficionado a os toros debe ser flexible, muy
flexible y acomodar las reacciones a las circunstancias, pero que no se me
malentienda. Las normas, escritas o transmitidas por tradición, tienen que
estar ahí, deben respetarse, escrupulosamente, pero sin que estas supongan unas
cadenas que nos oprimen el cuello. Quizá es más cuestión de predisposición que
de otra cosa. Que no piensen que me he vuelto loco, ni que he recibido un sobre
mullidito, ni un Guijuelo pata negra, que va. Que sigo siendo el mismo que iba
a la plaza deseando de que le gustara Espartaco ¿Cabe mayor rasgo de optimismo
y apertura de miras? Otra cosa es que no lo consiguiera nunca, pero eso no era
cosa mía, eso era más bien por lo que me venía dado del exterior. Que aunque no
lo crean, uno espera cosas de una tarde Victoriano del Río, Núñez del Cuvillo,
El Juli, Perera y compañía, pero tampoco somos tontos, que el ir abierto a todo
no quiere decir que no tengamos memoria, que no nos escuezan los escándalos
pasados, que no nos amosquemos esperando que los bailes de corrales puedan
hacerse presentes, que nos tiren a la cara una manada de borregos para
lucimiento de vulgarotes pegapases. Que no hablo de hacer tabla rasa cada
tarde, porque de la misma forma que es de buen aficionado tener memoria de lo
bueno y agradecerlo al final del paseíllo, también lo es el tener presentes los
antecedentes y en casos de ese vaivén de ganaderías, tampoco resulta
descabellado comenzar la protesta antes del paseíllo o al acabar este, pues los
propios protagonistas ya se ocuparon de que se iniciara el festejo en el
momento del reconocimiento, si no antes. Que si seguimos avanzando, lo mismo me
pueden decir al final acabamos en el mismo punto al que llegan los talibanes,
no les digo yo que no y tampoco es para rasgarse las vestiduras, pero sí que me
reconocerán que al talibanismos puede estar ciego por momentos, pero no por
incapacidad o ignorancia, nada más lejos, simplemente es una ceguera
voluntaria, que más puede obedecer a no querer que se le pueda tildar de
blando. El aficionado a los toros no creo que tenga necesidad de
autoetiquetarse como exigente, el más exigente, ni irlo pregonando por peñas,
clubes, asociaciones, restaurantes, bares, tabernas, tascas o garitos de mala
nota, baste con acudir a la plaza y manifestarse y de la misma forma que no hay
que presuponer la negatividad al de enfrente, tampoco hay que dejarse llevar
por las preferencias, que es muy humano, es hasta una muestra de lealtad al
torero afín o al ganadero hospitalario, pero, ¿y la lealtad a la Fiesta, al
toro? Ahí sí que me perdonen, pero nada por encima de eso. Que nadie se lo tome
a mal, que nadie vea ni tan siquiera un intento de adoctrinamiento desde el
púlpito, nada más lejos de mi intención, ni de mis creencias, no soy nadie para
tales cosas. Eso sí si ustedes quieren halagarme, llámenme pibón, pibonazo, tío
bueno, monumento, tío cachas, macizo, macizorro, lo que quieran, aunque ande
lejos de la realidad evidente, que yo se lo agradeceré en el alma eternamente,
pero talibán, no, por favor.
Enlace al programa Tendido de Sol del 18 de diciembre de
2016:
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