O andas listo o te afeitan el mostacho |
Aquí, metidos en pleno San Fermín, aunque confieso mi pereza
matinal que me impide madrugar para ver los encierros en directo, pero no pasa
nada, basta con coger el móvil o conectarte a Internet y en dos patadas ya te
han destripado el encierro de pe a pa, cosas de tener amistades madrugadoras.
¡Ay! Si mi padre me viera, me daría un cachete, él que se preocupaba de
levantarme a las siete de la mañana, cuándo soltaban los toros a esa hora, para
verlos correr por las calles; luego me volvía a la cama, eso que no lo dude
nadie. A quién se le diga, que te aficionas apasionadamente a algo por lo que
te han hecho madrugar, sentarte en una piedra al sol, tragar polvo en el campo,
decepcionarte tarde tras tarde, aguantar colas para sacar las entradas, penar
por un abono de estudiante, pero, que hermosa afición. Pero aparte de todas
estas cosas, mi padre no dejaba de repetirme que los toros hacen pupa, que no
era algo a tomarse a la ligera y si no le conoces, si no sabes cómo puede
reaccionar en cada situación, a verlo desde la barrera o la talanquera.
Lo que parece evidente es que los papás de otros niños no
les contaron eso de que los toros hacen pupa, mucha pupa y años después,
gracias a esa falta de adiestramiento taurino, sus retoños nos regalan imágenes
que más parecen trucajes de una revista de humor, que instantáneas reales. Que
lo mismo ves a los toros trepar Cuesta de Santo Domingo arriba, cuándo un
fulano con cámara al cuello se cruza parsimonioso como si paseara su estulticia
por la Plaza del castillo; a todo lo más, un ligero encogimiento de glúteos,
cómo si por dicha plaza esquivara la vomitona de un compatriota de Güisconsin.
Que nadie se ofenda, pero no me digan que no era para darle un empellón y
apartarle lejos de las talanqueras, vallado en Navarra. Pero cuidado, que este
al menos metió para adentro el culete, quizá emulando a sus ídolos taurómacos
cuándo se pasan el toro por semejante parte. Ya me le veo poniendo una
conferencia a casa, a su dady, contándole cómo él y Stone King son hermanos de
culo, perdón, de posaderas, perdón… bueno, ustedes me entienden, ¿no?
Pero lo que ya puede parecer el colmo de la estupidez se
queda chico en comparación con esas fotografías de una señorita oriental pegada
a la pared del callejón que conduce al ruedo, sin otra defensa que taparse los
ojos. Pero, ¡por favor! Que eso de cerrar los ojos y gritar ¡Casa! O ¡No se
vale! Eso era para jugar al “Tú la llevas”, en el recreo del colegio… en
primaria, que en la ESO ya no colaba y además te jugabas las collejas de los
compañeros. Pero, ¿qué me dicen de esa otra joven que camina como disimulando
por el mismo callejón, por la otra banda, así cómo con cara de “yo no fui”? Se
debía pensar que en esto de los toros aún cuela lo del “pío, pío, que yo no he
sido”. Que esto es muy serio y muy peligroso, por favor, señores en paz con el
universo, no vayan difundiendo por ahí esa idea de la docilidad y amigabilidad
del toro de lidia, porque el toro mata, en la plaza, en el campo, en la luna,
en Marte y por supuesto, también en los encierros de Pamplona. Que anda por ahí
un señor, aunque el cuerpo me pide llamarle canalla, que anda divulgando un
vídeo de él mismo retozando con un ternero de carne, haciendo creer que es un
toro de lidia, salvado de la muerte en la plaza de Barcelona, cuándo el
animalito contaba unos pocos meses de edad. Que habrá quién se lo crea, pero
con meses no solo no se sabe la plaza de destino, sino que ni tan siquiera se
puede asegurar que vaya a una plaza. Un vídeo que aún siendo falso de cabo a
rabo, podría parecer inofensivo y bien intencionado, pero la realidad evidencia
todo lo contrario, más bien el hacer extenderse la creencia de un carácter
bonachón y apacible de todo animal con cuernos, más parecido a un perro de
aguas que a la fiera que es el toro, que ataca hasta en sueños,
afortunadamente, porque eso le hace único, especial y sobre todo, el
convertirse en el principal protagonista y tótem de una cultura.
Así que eso de las lecturas épicas desde el punto de vista
de la fiesta de don Ernesto, el naturalismo y la idea del toro cómo ser libre
en las dehesas celestiales en las que vive el toro Ferdinando, esa sensación de
rito de iniciación de la tribu, ese querer vivir el desenfreno del jolgorio sin
límites, todo eso, todo está muy bien, pero párense a reflexionar por unos
segundos, señores ciudadanos de otras latitudes, que desde hace siglos, los
mozos de por aquí llevan corriendo toros, intentando conocer al toro, sus
reacciones, su forma de comportarse, la diversidad de encastes, cada uno con su
aquel, que se rompen la cabeza escogiendo el tramo que mejor les viene, que se
preparan para que el físico, la cabeza y las piernas, les respondan, que
vestidos de blanco y rojo no han ni tan siquiera olido el alcohol y que aún
tomándose esto muy, muy en serio, hay veces que se ven sorprendidos por una
inoportuna cornada, ¿dónde van ustedes con chanclas, con cámara al cuello, con
el móvil desparramando selfies y deambulando como zombies por el encierro?
Hagan el favor, háganse a un lado, porque aunque su papá no se lo dijeran en su
día, los toros hacen pupa.
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