¿Quién dice qué? |
Qué gran acontecimiento fue aquel día en que la Comunidad de
Madrid le concedió la gestión de la Plaza de Madrid a don Simón Casas y
compañía. Unos se lanzaron a rasgarse las vestiduras sin demora, mejor antes
que después, otros, entre los que me incluyo, pensamos que había que dejarle
actuar y otros que no se podía desconfiar cuando aún no se había ni sentado en
su mesa de las Ventas. Es que no se puede ser tan negativo, ni ver todo mal,
que es verdad, pero, ¡hombre! Que cada uno tiene sus antecedentes y el señor
Casas, don Simón, tiene los suyos, que ni son pocos, ni tranquilizadores. Pero
no había empezado la temporada y ya llevaba una larga lista de promesas
incumplidas, que otra cosa no, pero defraudar, este señor no defrauda, se
esperaba un disparate y respondió con una montonada de ellos, a cuál más
descabellado. Pero no les voy a aburrir contando los planteamientos de la
feria, ni de la temporada que estaba iniciándose. Vayamos al final de la feria,
que según él, los medios oficiales y sus seguidores más fervientes, los que se
quedan siempre con lo bueno, loaron el ciclo como el mejor de no sé cuántos
años. Daban cifras de más de 600.000 espectadores, más que el año anterior,
pero sin contar que con un mayor número de festejos; pero eso no lo decían. Nos
hablaban de las puertas grandes, algo que no es mérito del señor Casas, don
Simón, pero no de la forma en que se produjeron. También nos tiraban a la cara
los muchos toros que embistieron a la muleta, de lo que tampoco se puede
aprovechar el señor Casas, don Simón, más si nos paramos a ver cuántos de esos
toros soportaron medio puyazo, por dar un dato, ni del bajón en la presentación
del ganado no solo durante la feria, sino desde que comenzó la temporada. Todo
era idílico, ¿a ver qué espectáculo reúne a tantos miles de personas durante
tantos días? Decían los pancistas de la tele, como si nunca hubiera ocurrido lo
que no hace tanto era norma, la sucesión de llenos que empezaban con la primera
y se cerraban con la última, eso sí, con un ligerísimo descenso en la
asistencia en los días de novilladas. Pero todo era felicidad, gloria, jolgorio
y alegría, aunque yo me hacía una pregunta: ¿estará realmente satisfecho el
señor Casas, don Simón? Pues parece que no demasiado.
La verdad es que el señor Casas, don Simón, comenzó con un
ritmo difícil de mantener, porque no se puede soportar por mucho tiempo eso de
maquillar la asistencia a base de regalar entradas. Circunstancia que igual
también rondaba la cabeza de los señores de Plaza 1 y que quizá provocó cierta
inquietud entre el señor Casas, don Simón, y su socio, Nautalia, lo que se vio
reflejado en la desaparición del callejón del caballero francés a las primeras
de cambio durante la feria. Bastaron cuatro protestas y dos toros devueltos,
para que alguno decidiera esconder la testa. ¡Ay que ver! Ni un corte de mangas
que nos ha dedicado a la afición de Madrid. Todo lo bueno se lo guarda para sus
paisanos. Y cuando ya todo parecía discurrir por las calmadas aguas de la
temporada madrileña, los festejos con menos de un cuarto de plaza con
torerillos baratos y ganado más barato aún, ¡zas, cataplum, chimpún! Que se
corta la temporada de Madrid, que hay que hacer obras en la plaza para
garantizar la seguridad de los asistentes y que ya si acaso, pero que aún no se
sabe, igual para el próximo San Isidro se volvía a abrir el portón de los
sustos en Las Ventas. ¡Caramba! Eso sí que es arte y del bueno, del que te
estremece y hace que no te llegue la camisa al cuerpo, que a más de uno se le
encogió la pajarilla y aún no se le han destensado las cervicales. Pero, ¿qué
broma es esta? ¿Qué broma de mal gusto, de pésimo gusto es esta? ¿A qué estamos
jugando? Resulta que antes de la temporada nadie se había enterado de que había
que hacer obras, que se liaron a poner cámaras y a tirar cableado y no hubo
cristiano que pensara en que había que echar mano de Manolo y Benito para
meterse en reformas y si llegaba el caso, darle una manita de gotelé a la
“primera plaza del mundo”. Pero según parece, solo según parece, ha bastado que
el ayuntamiento de la capital negara la correspondiente licencia para lo de las
motos, para que al señor Casas, don Simón, se le encendiera la luz de
emergencia. ¿Allí no se podían dar espectáculos no taurinos? Pues de los otros,
los supuestamente taurinos, tampoco. Y punto, se corta la temporada y el
domingo 25 con la corrida de Martín Lorca se echa el cerrojo y a otra cosa. Un
hecho que solo tuvo lugar durante la Guerra Civil, sin precedentes en tiempos
de paz, pero que al señor Casas, don Simón, le debe importar un bledo. Lo que
me gustaría saber es si tal anuncio contó con la anuencia de la propietaria de
la plaza, la Comunidad de Madrid, o si se ha lanzado a la piscina por su
cuenta, en cuyo caso, la señora Cifuentes y su equipo, aparentemente siempre
tan preocupada por los toros, deberían actuar de inmediato y aclarar todo este
embrollo. Si bien es verdad que el consejero portavoz del gobierno regional,
don Ángel Garrido, ha salido a desmentir tal suspensión, se deberían dar
detalladamente los motivos y sucesión de los acontecimientos que propiciaron
tal anuncio.
Lo que está claro es que si alguno aún dudaba de la
condición del señor Casas, don Simón, igual con esto se le han abierto los ojos,
a no ser que esa ceguera parcial sea propiciada por el grosor de sus buenos
fajos de billetes. Me gustaría oír a la señora Cifuentes que en caso de
incumplimiento del pliego de contratación se aplicarán las medidas
administrativas pertinentes, me gustaría también saber si se mantendrá el rigor
necesario a la hora de aprobarse los carteles, para lo que resta de temporada,
para la siguiente y para las ferias de Otoño y de San Isidro. Son muchos
aspectos que ahora parecen cogidos con alfileres. Así como recordarle al señor
Casas, don Simón, y a su socio de Nautalia, que firmaron un contrato con una
administración pública y que su incumplimiento no sale gratis. Ahora solo queda
esperar que la Comunidad de Madrid sea capaz de llevar a cabo las obras necesarias
y dar satisfacción a las demandas del Ayuntamiento de la capital, al que hay
que agradecer ese innegable desvelo por la seguridad de los ciudadanos que
acudimos a la plaza de las Ventas, siempre y cuando vayamos a las motos, a un
concierto, al circo o a la Copa Davis, porque si vamos a los toros, ya se nos
puede caer encima el palo de la bandera. Aunque tampoco hay por qué alarmarse,
pues no me cabe la menor duda de que ya sea en el caso de que pudiera peligrar
nuestra seguridad, ya sea porque de repente nos hurtan la temporada de toros a
la afición madrileña, seguro que aparecerá la Fundación del Toro para
defendernos de cualquier entuerto o injusticia con el yelmo de Mambrino calado
hasta las orejas, la adarga antigua y el galgo corredor. Los seguidores del señor Casas, don Simón, ya fuera
desde los micrófonos de la tele, desde los medios de comunicación oficiales,
desde la propia administración o desde la barra de la tasca del Pedernales nos
pedían paciencia, pero, y ahora, ¿qué nos piden? ¿Cabestrear?
P.D.: Y servidor que pensaba tomarse un descanso...
2 comentarios:
Soy abonado y asiduo a la plaza desde los años sesenta,no hay en Madrid ningún recinto más seguro que las ventas,seguro que se puede mejorar pero a día de hoy es totalmente seguro,e desocupa en menos de 5 minutos
Antonio:
Quizá sea tal cómo dice, pero si la plaza se quiere utilizar ya para cualquier cosa, igual ahí vienen los problemas, que por otro lado no pueden hacerse extensibles a la celebración de festejos taurinos, como parecen pretender estos caballeros.
Un saludo
Publicar un comentario