Quizá antes de acabar con los pantalones cortos en los tendidos, se debería devolver el traje de luces al buñolero de la Plaza de Madrid. |
Las cosas, y sobre todo las cosas bien hechas, no se logran
en un chasquido de dedos, hace falta paciencia, despacito y buena letra que nos
decían las monjas en parvulitos. No sé qué se pensará la gente a la hora de
juzgar al señor Casas, don Simón, el pobre, que solo recibe críticas en su
mayoría, sin que nadie le ofrezca el hombro para consolarse y anda que no hemos
tenido tiempo para ofrecernos al señor Casas, don Simón, para escuchar sus lamentos;
ya desde antes de que se iniciara la temporada, cuándo escuchábamos aquellos
proyectos, aquellos planes de grandeza y felicidad extrema, a medida que se le
fueron viniendo uno por uno abajo, ya podíamos haber hecho cola como
consoladores, con perdón. Parece que hace un siglo del fracaso de la feria de
San Isidro, en la que esperaba el señor Casas, don Simón, cien mil espectadores
más que el año anterior y levemente supero los asistentes del otro San Isidro
pero con más festejos que en el 16. ¿Y dónde estaban ustedes para consolarle
después de semejante trompazo?
Lo que le afectaría semejante revolcón, no se sabe si a él o
a sus socios, porque aún nadie ha dado razón de lo ocurrido, pero que de la
noche a la mañana se descolgaron con que no había más toros en Madrid, hasta
mayo del siguiente año, ni temporada, ni temporado, aquí se corta por lo sano y
punto. Pero ni eso le salió cómo esperaba a la Plaza Uno, que menos mal, porque
cómo hubiera dos iguales, ¡todos a cubierto! Que le pensaban echar las culpas a
la señora Carmena, hecho que algunos ediles madrileños se apuntaron como
propio, hasta que doña Carmena dijo que el Ayuntamiento no pintaba nada en esa
trifulca y la Comunidad, sin tardar ni un suspiro, confirmó que iba a haber
toros cuándo tenía que haberlos. Otro berrinche para el Casas, don Simón, y
hala a continuar con la temporada, aunque eso sí, sin demasiado entusiasmo; es
como si el Casas, don Simón, se hubiera hecho con el negocio de una churrerría
y ¡venga! A montar festejos, o mejor deberíamos decir, festejillos. Novilladas
a tutiplén, a horas más bien de irse de copas que de sentarse en un tendido a
contemplar las ocurrencias de el Casas, don Simón. En su haber puede contar la
Plaza Uno, el haber montado un verano, además de la feria, más pobre que se
pueda recordar, que hasta a los guiris les parecían penosos los carteles. Que
ratos más malos ha tenido que pasar el Casas, don Simón, cuándo le contaran por
teléfono, videoconferencia o vaya usted a saber, el solar en que estaban
convirtiendo a las Ventas. Eso sí, el señor productor no se ha pasado por
Madrid, ni para ir al aeropuerto, debe haberse dado unos rodeos por la M-45, la
M-50 y hasta la M- 70, que está sin proyectar, para no tener que pisar Madrid.
Con las ganas que tenía de que le dieran las Ventas y lo poco que la está
disfrutando. Eso sí, no hubo, ni parecer ser que hay, hombro en el que él
desahogara sus pesares.
Monta un certamen novilleril, con unos resultados más que
pobres, gana un chaval, un novillero con la ilusión del que empieza y con
ciertas maneras ilusionantes y ni se acuerdan de él para la Feria de Otoño. O
sea, que por lo que se ve, lo del certamen les importaba entra nada y menos,
que solo era un producto más de la churrería que se acababa de agenciar el
Casas, don Simón, para tapar los huecos del verano y que en cumplimiento a lo
ofertado para que se le adjudicara la plaza, debía cubrir el señor empresario.
Pero cuidadito, que en fecha tan señalada cómo la presentación de los últimos
carteles del año, donde se incluyen los de Otoño, el Casas, don Simón, no puede
evitar ese afán de querer arreglar esto del toro y ni corto, ni perezoso inicia
su enésimo proyecto para la plaza de Madrid, aunque este pareced empeñado y
comprometido a llevarlo a buen fin. Queda prohibido terminantemente a esa
chavalería de la Grada Joven, acudir al coso de la calle de Alcalá, en
pantalones cortos. Ya era hora de que alguien se tomara en serio los verdaderos
problemas de la fiesta de los toros y para ello, ¿qué mejor sitio que la plaza
de Madrid? Pues ninguno. Y no me vengan con que los carteles cojean por todas
partes, que unos parecen descolgados de la última y gloriosa feria de San
Isidro, la de las mil puertas grandes, y otros montados por el doctor
Franckenstein, que si interesan los hierros anunciados, es echar una mirada a
los alternantes y dan ganas de poner una vela a Santa Rita por la vuelta de
Taurodelta. Que me lo dicen hace diez meses y ni me lo creo. Que alguien
lograra hacer buenos a los Choperita y adyacentes, ¿cabe mayor disparate? Pues
sí, el disparate de el Casas, don Simón. Pero no se me desvíen del tema, no se
me relajen y centrémonos en lo importante, que lo de los toros fofos con
figuras aún más fofas, lo de los torazos para toreros poco y mal toreados, lo
de los novilleros puestos por el Ayuntamiento y demás lindezas, nada comparado
con lo de los pantalones cortos. Que uno también lo entiende, porque claro, si
a todo el mundo le da por ir enseñando cacha y fresquitos, por aquello de
aguantar los más de 30ª C en esas tardes de estío, ¿adónde iría a parar la
industria del abanico y el agua, agua fresca a la vera de la plaza? Y lo que es
peor, que vamos casi desnudos con las canillas descubiertas y nos dan ganas de
protestar, sobre todo esa panda de jovenzuelos que se creen que a los toros se
va a protestar cuándo les están guindando la cartera. Pues no, no y no. A ver
si ya nos enteramos de una vez y dejamos las cosas claras, calladitos a
aplaudir con agrado y que se sepa, ¡venga hombre ya! En la churrería del señor
Casas no se va en pantalones cortos.
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