martes, 15 de agosto de 2017

Que Morante se hace a un lado


Pues sí, fue una gran ilusión lo que provocó Morante de la Puebla, pero al final...


Menudo revuelo que ha montado el señor Morante de la Puebla, que de la noche a la mañana va y dice que se va, que nos deja, que nos abandona el último artista fértil, que nos deja el vació, el desierto más árido e inhóspito que la mentalidad taurina pudiera imaginar, sin agua, sin vegetación, sin puestos de claveles, sin dónde comprar pipas, ni echarse un yintonis al coleto, ni tan siquiera dónde poder montarle un altar al genio; que por genio lo tienen muchos y ven con él desvanecerse todo motivo por el que seguir en esto. Se nos va un torero que un día enloqueció a la plaza de Madrid con un puñadito de quites, un torero que es posible que en su momento haya enamorado a todo aficionado a los toros, pero que con el paso del tiempo fue perdiendo adeptos al mismo ritmo que ganaba detractores que no entendían, ni compartían sus maneras. Un torero que fue construyendo un personaje cargado de adornos fuera del ruedo al tiempo que vaciaba de contenido sus presencias en las plazas.

Morante de la Puebla, aquel chaval que medio ilusionaba en sus comienzos, que tenía algo diferente, pero que tampoco era para perder los papeles, sufrió una etapa complicada que le llevó a alejarse de los ruedos con más pena que gloria y demasiadas decepciones. Quizá aquella decisión fue la más sabia y no vamos a entrar en las causas, pues esas son particulares del hombre y no creo que nadie tenga derecho a ponerse a cuestionar lo que entonces sucedió. Afortunadamente se cruzaron los caminos de Morante y de Rafael de Paula y quizá fue en ese momento cuándo brotó una personalidad que en los primeros compases sonaba a música celestial, a toreo excelso, eterno y fue cuándo es posible que se le valorara más por lo que se atisbaba que podía ser, que por lo que realmente fue. A continuación vino el cambio de apoderamiento y un cambio de sentido de 180º, sobre todo en las intenciones, en la filosofía del torero y en sus modos de enfrentarse al toro.

Morante de la Puebla inició un camino en el que todo su empeño era buscar su acomodo, sin importarle demasiado lo de alrededor, atender a la lógica y mucho menos al bien de la fiesta de los toros. Tal fue su obsesión por encontrarse cómodo, que al final más bien parecía una obsesión por adecuar el mundo a sus caprichos. Sería interesante pararse a pensar y reflexionar sobre el bien que ha hecho Morante a la fiesta, sobre cómo estaba cuándo él se incorporó y cómo la deja ahora que se va, ¿qué ha aportado a la fiesta, de importancia? Si le preguntamos a los más fieles, esos que a las críticas respondían con que era la envidia lo que guiaba a sus detractores, nos responderán que es el arte puro, la imagen viva de la estética más solemne del toreo, la expresión del artista único, pero claro, todos los artistas dejan un legado, una obra, un ejemplo de su entender el arte. ¿Qué ejemplos, qué modelos nos deja Morante de la Puebla? Y vayamos a plazas de primera, aquel día de Bilbao del casi centenar de muletazos, lo que ya dice bastante de su toreo, los quites de Madrid y momentos muy puntuales en Sevilla y poco más. No tiene un dos de mayo cómo Joselito, ni un 5 de junio cómo José Tomás, ni un toro blanco, ni una Beneficencia con un sobrero para bordar el toreo, ni una tarde en la plaza de Carabanchel, ni catorce Puertas Grandes de Madrid encarnando lo que es el toreo al natural, ni… ¿Para qué seguir? 

Lo que nos deja en la memoria Morante de la Puebla es la vergüenza de los bailes de corrales las mañanas de toros; el puro; el cafelito; cambiar el color de las rayas de picar; la chepa de Madrid, que se bajó para que hiciera el ridículo y no poderla poner de excusa; el traje de lince; el vestido de dos colores; apuntillar vilmente a un borrego estando atrincherado detrás del burladero; acuchillar a otro sin sacar el primer estoque; saludar henchido de soberbia tras recibir los tres avisos; la negativa permanente a no matar nada que no sea de las ganaderías escogidas afines al sistema; el repucharse cuál manso pregonao cuándo las cosas no iban, exigiendo no se qué respeto que cree merecer en esas circunstancias, por parte del público; la exigencia a ser idolatrado como el mayor genio parido en la tauromaquia, y ahora que si el toro es… yo qué sé cómo dice que es el toro, porque a lo mejor, lo que le sobra es eso, el toro, quizá su ideal sería el vestir de luces, pasear luciendo palmito y contoneando genialidad al abrigo de las tablas, sacudir al aire las telas y pasar a recoger las “merecidas” ovaciones que los que pagan están obligados a regalarle, haga o no haga, pero basta con que esté. Unos dirán que se va un genio, otros que un fraude y otros, hasta puede que tengan sus dudas por si tras esta despedida no se esté preparando ya la vuelta en loor de multitudes o si serán efímeras apariciones como un mesías resucitado, dos, tres tardes a lo sumo, imitando el método José Tomás, pretendiendo cobrar su buena pasta, sin complicarse la vida, sin entrar en competencia y a la fiesta… a la fiesta que la den. Que ya estaría bien que uno de sus enterradores ahora nos se nos pusiera flamenco y decidiera echar un cuarto a espadas para revitalizar esta agonía, aunque antes tendría que ganarle la pelea al personaje que parece haber ido devorando al torero, al hombre. Pero no teman, que eso no lo verán nuestros ojos, que lo único cierto, por el momento, es que Morante se hace a un lado.

6 comentarios:

Xavier Gonzalez Fisher dijo...

Don Enrique: Muchos dicen que el toreo se ha quedado huérfano. Pero visto con objetividad y leídas sus apreciaciones, veo que lo único que sucedió es que se adelantó un final previsible. Ahora me pregunto: será en bien de esta fiesta o seguirá todo igual? Un abrazo.

Enrique Martín dijo...

Xavier:
tal y cómo está el sistema, lo triste es que creo que no cambiará nada ni estando, ni sin estar; otra cosas hubiera sido que hubiera sentido el aliento de un torero que viniera apretando por detrás y poniéndole las peras al cuarto a los acomodados, pero eso solo ocurrirá en nuestros mejores sueños, me temo.
Un abrazo

MARIN dijo...

Enrique:
Ya sabes que no voy a ocultar lo que un día fue mi Morantismo. Lo vi empezar sin caballos, placeado por las plazas de la provincia de Huelva que, por aquel entonces, llevaba el padre de Emilio Muñoz, Leonardo Muñoz. Y ya se veía que este iba a ser otra cosa.
Morante es tan diferente, que va a tardar mucho tiempo en que una madre traiga al mundo un torero así. Pero ya lo hemos hablado muchas veces, incluso en el programa lo he dicho en directo: Hace mucho tiempo que se me fue ese José Antonio para que Morante lo devorase por completo. Y no voy a añadir mas cosas de las que ya has dicho, porque las comparto totalmente. Creo que la decisión llega tarde.

Yo si soy de esos a los que Morante dejó huerfano de torería. Yo si soy de los que le presentó los papeles del divorcio por maltrato a la fiesta. Yo si soy de los que anhelo esas verónicas de corte barroco y esas medias eternas. Porque la fiesta está por encima de todo. Yo también fuí Morantista.

Un abrazo.

Ramón C. Rodríguez dijo...

Firmo al pie y me permito apostillar con la última entrada de mi blog. Saludos.

http://toreandoenlosmedios.blogspot.com.es/2017/08/figura-del-toreo.html

Enrique Martín dijo...

Marín:
Resulta que nos enamoramos de alguien que nada ha tenido que ver con lo que esperábamos y suponíamos. Ahora mismo no sé si sería más larga la fila de ex, que la de los incondicionales. Y puede que no hiciera falta un metro para comprobarlo.
Un abrazo

Enrique Martín dijo...

andanada del nueve:
Pues visitaremos su blog en cuanto sea posible.
Un saludo