El recogimiento que lleva a las proximidades , increíbles proximidades y en definitiva, al toreo |
Dicen que en el toreo se hace necesaria una evolución, y lo
que esos llaman evolución, otros no dudan en llamarlo degradación; dos mundos
enfrentados y difícilmente condenados a entenderse, pues hay cosas que son que
no y no hay que darle más vueltas. El Polo Norte no puede encontrarse con el
Polo Sur, que por mucho que nos empeñemos, cada uno está, y nunca mejor dicho,
en el polo opuesto. Unos parecen vivir la fiesta de una forma expansiva,
rebosante, sin reparar en signos externos que les ayuden a manifestar su
taurinismo, lo mismo luciendo en los puños de sus camisas el rosa de los
capotes, que pasear bolsos de señora confeccionados con la misma tela, que
enfundarse la camiseta de la peña el Julipie de Tortaporquera, que ponerse de
tono del móvil un sonoro y repetido ¡Bieeeejjnnnn torero bieeeejjjnnn! Otros prefieren vivir su afición de una forma
más discreta, con más recogimiento y, tal y como están las cosas, hasta con
grandes dosis de resignación.
Pero esto es solo pura apariencia y las formas en que cada
uno lleva esta afición/ pasión/ religión/ vaya usted a saber. Esto va más allá.
El toreo actual parece ser expansivo por naturaleza, empezando desde la salida
del toro a la arena, desde el momento en que los “profesionales” no son capaces
de fijarlo y le dejan a su aire, correteando por el ruedo; hace unas décadas
eso podría convertirse en un problema, por aquello de que el toro igual se
orientaba, pero eso le pasa a los encastados, a estos de ahora ya le puedes
meter una guindilla por la oreja, que como si nada. Tan expansivo resulta todo
esto, que no pasa nada porque a un toro le pique el picador de tanda y el que
guarda la puerta, eso en el caso en que el ruedo permita que salgan dos
picadores y que tras un primer `picotazo no se esfumen los dos pencos como un
soplo en el aire. Hasta el toreo de capote se ha contagiado de estos aires
expansivos y el casi olvidado toreo a la verónica ha mutado en exagerados
volatines de telones al aire, que provocan el entusiasmo general de público y
transeúntes taurinos. Para acabar con la faena de muleta, que a veces, solo a
veces, parece querer ser una continuación de los aspavientos capoteros,
continuándolos con vistosos banderazos al aire, mientas el animalejo pasa por
delante, por detrás o por dónde caiga. Eso sí, el señor aventador solo tiene
que parecer que no se menea, aunque un segundo antes haya pegado un respingo
para hacer a un lado y si se retuerce ostensiblemente esquivando la embestida,
mejor. Entonces ya nos expandimos todos. Mientras el toro pase, da lo mismo por
dónde pase, ni cómo lo haga o cómo le manden, si es que hay quién le mande. El
agradecido público se felicita al ver cómo esa expansión recorre todos los
tendidos, mientras el oficiante de turno se dedica a extender mano, brazo y
trapo, para que el animal pase lejos, muy lejos, cuánto más lejos mejor, que
será para ocupar mucho espacio, que para eso está el ruedo, para pisotearlo en
toda su extensión, lo primero es la expansión, expansión física y de ánimo;
voces, algarabía, ademanes exagerados, aquí tiro las zapatillas, que se sepa
que por allí pasó el maestro, hay que dejar huella y como to0do es llegar
lejos, hasta las estocadas muestran su fidelidad a esta nueva filosofía,
olvidando el hoyo de las agujas y en su afán conquistador, llegar cerca de
mitad del lomo del lomo del toro. Y una vez que el animal dobla, rienda suelta
a esa expansión indómita, alborear de pañuelos, con una, con las dos manos, hay
que cubrir tendido y cuándo el usía saca el pañuelo blanco, entonces la
expansión pasa a convertirse en orgía, eso sí, muy expandida.
Y parece mentira que todo esto tuviera su origen en un
precepto absolutamente contrario a esa locuaz y dicharachera expansión. Todo
nace a partir de un profundo recogimiento, del afán de medir todos los aspectos
de la lidia. De salida había que recoger al toro, fijarlo y evitarle correrías
innecesarias, con esa obsesión por los terrenos, que el toro no se oriente,
pocos capotazos, bien colocado ante el caballo, castigo medido, lances los
justos, un pase por cada par de banderillas, si no hay más remedio y las faenas
de muleta, que adquirían valor y su máxima expresión si esta se desarrollaba en
dos palmos, había que mandar y someter, impienso que el animal marchara por el
ruedo a su libre albedrío. Muletazos metiendo el toro para adentro, justo para
el siguiente y en un “na” y menos ligar el natural con el de pecho, pero todo
muy recogidito, casi consiguiendo que el azabache del toro y el oro de los
alamares se fundieran en uno. Hasta los olés parecen salir explotando y
rompiendo ese recogimiento, contrariamente a esos expansivos “¡Bieeeejjjnnn
torero bieeeejjnnnn!”. Para terminar con una estocada en todo lo alto, en el
mismo hoyo de las agujas, todo muy recogidito, dónde apuntaron los puyazos, los
garapullos y la estocada final y certera, rubrica del verdadero arte del toreo,
el clásico, el eterno, pero que no logrará, afortunadamente, que nunca sea lo
mismo, por mucho que se empeñen, la
expansión y el recogimiento.
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2 comentarios:
Enrique, en una palabra, degeneración. Y no esperes que esto tome otro rumbo porque eso no va a suceder. Hoy por hoy, lo único que me emociona es el toro. Por lo tanto, si no preveo que pueda ver toros en toda la extensión de la palabra, no iré a la plaza (quitando los festejos del abono cautivo, ya que no queda otro remedio). Al menos te evitas cabreos innecesarios.
He disfrutado en los desafíos ganaderos más que en toda la temporada venteña. Eso ha sido lo que me ha disuadido de abandonar el abono porque el fiasco torista de San Isidro fue de órdago.
Un abrazo
J.Carlos
J. Carlos:
Así es, solo el toro nos ha animado y solo el toro podría arreglar esto, pero para eso tendrían que estar dispuestos los negociantes de esto y que no les importara renunciar a su negocio, o al menos a que esto se mantuviera simplemente por inercia y con el menor esfuerzo posible.
Un abrazo.
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