La historia del toreo está llena de hechos curiosos,
sorprendentes coincidencia e hitos que se mantienen en la memoria de los
aficionados, por muchos años que hayan pasado y aunque sus protagonistas ya no
estén presentes. En estas fechas ha adquirido especial protagonismo una mesa.
Otro de los caprichos del mundo del toro en que cualquier objeto, por banal que
pueda ser su naturaleza, de repente el destino quiere que se convierta en algo
único. Esa mesa quizá no lo sea solo por el nombre de los que en su día la
poseyeron, lo que ya será suficiente, sino por haber sido soporte o testigo del
transcurrir de la historia. Quizá sobre ese tablero aquel joven maestro, aquel
genio del toreo, garabateo y trazó lías proyectando la plaza perfecta, la que
debería ser el ideal para el buen trato del toro, de los toreros y, sobre todo,
para que allí se pudiera dar la lidia perfecta. Esta llegaría o no, pero las
condiciones estaban, nunca mejor dicho, encima de la mesa. Allí, quizá, se
establecieron las dimensiones de un ruedo, para que las querencias no viciaran
la posibilidad de poder ver al toro en toda su dimensión y quizá sea mucho
aventurar, a lo mejor hasta se vio con buenos ojos que hubiera una pendiente en
el piso, pero ya digo, que esto es mucho aventurar.
Quizá en esa mesa era dónde se cerraban los contratos que en
la plaza de Madrid enfrentaría al Rey de los Toreros con cualquiera que
empezara a despuntar, cualquiera al que los aficionados empezaban a ver como el
nuevo mandón del toreo. Esa plaza no parecía ejercer ninguna mala influencia
sobre su dueño, empujándole a esquivar hasta el ridículo estar en la plaza de
Madrid, ante la afición de Madrid, ante ganaderías de compromiso y con el
compromiso de codearse con quién pretendiera ser en esto del toro y al tiempo
no dejar pasar la ocasión de dejarle claro quién realmente ya era y quién se lo
iba a poner muy crudo si alguien que calzara taleguilla quisiera descabalgarle
de la posición conquistada. Esa mesa quizá vio cómo nombres de promesas emergentes
iban paseando del brazo de su dueño por los contratos que allí posaba la
empresa de Madrid. Uno, otro, otro, otro más y hasta aquel que calificaban de
revolucionario, que hasta disputó la hegemonía del toreo al Rey, y al que este
nunca hizo ascos para alternar cuándo fuera, dónde fuera y las veces que
fueran.
Es posible que sobre esa misma mesa, lo mismo se escribieran
las misivas exigiendo corridas de Miura, porque esas las debían matar los
mejores, los más capaces, que se esbozaran los planos de una Monumental en
Sevilla, que se tomaran notas, ideas sobre cómo mejorar la lidia, cómo mejorar
la fiesta, trazando el tipo de toro que permitiera ese toreo en redondo que
calaba en los públicos y en los propios toreros, la firma de seis toros de Martínez,
el esperar a que se parara al toro para que salieran los montados. ¿Quién nos
dice que esa mesa no es en si misma un compendio de torería, de historia del
toreo? Pero los tiempos son otros y del maestro indiscutible, la cabeza
pensante del toreo, aquella testa privilegiada, hemos pasado a otros modos, a
otras intenciones no tan reconfortantes y fructíferas para el aficionado. Allá
dónde hubo grandezas, ¿quién nos dice que no se ha pedido que se rectifique a
aquel Rey de los torero? Lo mismo en dimensiones de ruedos, que en chepas
alisadas, que en negarse a matar nada que puede parecer un toro, que se
comporte cómo un toro, que sea encastado cómo un toro y que en definitiva, sea
un toro. Puede que sea aquí dónde se veten ganaderías de las llamadas duras, se
exijan otras de las denominadas comerciales y hasta se establezcan estrategias
para manejar el cotarro las mañanas de apartado, cuándo no se cumplan los
caprichos sin sentido de quién se piensa maestro.
Más bien parece que la mesa que en su día soportó los
papeles que generaba una leyenda, ahora solo sirve para que un personaje
excéntrico diseñe su nuevo disfraz de lince, de cigüeña o de pollino de Sierra
Morena; quizá allí sea dónde se planeen chiquilladas de niño travieso, pero que
muchos aplaudirán cómo genialidades. Y cómo las genialidades se supone que son
exclusivas de los genios, hasta se atreven a querernos hacer creer que tal
personaje lo es. Que se entiende esa necesidad de algunos de tener siempre un
ídolo ante el que postrarse, pero entiendan que a veces resulta complicado,
porque el supuesto genio lo pone muy difícil, tomarse en serio todo este
numerito de varietes. La única diferencia es que la vedette no bajará la
escalinata zarandeando esbelto plumaje, sino que lo mismo hoy se sienta en ese
añejo escritorio para redactar una retirada que nadie creyó, que para exigir
firmar allí mismo su vuelta a Sevilla, allá para San Miguel. Que igual nos
cuentan que es con el afán de iniciar ahí su temporada, que por muy optimista
que se sea, a todo lo más que llega es a esta, la de San Miguel, el Pilar, la
feria de Otoño de Madrid y la feria de Jaén. ¡Un temporadón! Aplaudan los que
quieran aplaudir, muestren su desacuerdo los que no quieran almorzar ruedas de
molino, aquí solo hemos querido contar lo que sobre aquel tablero ocurrió un
día, esto no es más que la historia de una mesa.
Enlace programa Tendido de Sol del 3 de diciembre de 2017:
2 comentarios:
Si es un genio,mis turmas son fresones de Aranjuez.
C.U.
C.U.:
Y yo me pregunto que, ¿qué idea tendrán de la genialidad quienes así le califican? Mientras, otros ven estupidez en eso mismo que aquellos ven algo extraordinario.
Un saludo
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