Hasta una revolera puede calmar la sed del aficionado |
Quienes se hayan dado un paseo por el desierto de un par de
semanas y se hayan encontrado al cabo de los días con un oasis de aguas frescas
y cristalinas donde poder reposar a la sombra de unas palmera, quizá podrían
explicar mejor que uno mismo la sensación que nos ha generado Juan Ortega la
tarde del Domingo de Resurrección en Madrid. Un torero que ya había despertado
cierta expectación en su anterior actuación y que si el señor Casas, don Simón,
no lo remedia, solo le veremos una tarde más en esta plaza. Que será por lo
largo que se nos ha hecho ese deambular por las arenas de fuego, que ya hay
quién ve en el sevillano la salvación del toreo, el todo en uno, pero no
corramos tanto, que parecemos especuladores inmobiliarios, que nos encontramos
con un oasis y ya queremos convertirlo en un resort con campos de golf, pistas
de padel, siete piscina con distintas ambientaciones, con olas, barcas de
recreo, luz y sonido y una barra en medio sirviendo zumos, cócteles y panceta a
la brasa con aceitunas con pimientos rojos. Que aquí se nos va la mano en
cuantito que nos dejan un poquito.
Que no se puede decir que Ortega lo tuviera fácil, pues la
corrida de El Torero no daba facilidades para ponerse exquisito, que el que no
manseaba, se caía, el que no, medio se aguantaba en pie y los que salieron con
un pelín más de chispa le tocaron a Pablo Aguado, así que nada de nada. Pero
con este material, Juan Ortega dejó ver que quería, que ya es bastante. Que
vale que de recibo a su primero se le enganchara por momentos la tela, pero ahí
se quedó quieto. Que costaba llevarlo, pero para dejarlo en el caballo lo hizo
con una revolera plena de gusto, de buen gusto. Luego un quite a la verónica
que si bien es verdad que deslizaba para atrás la pierna de entrada, llevó
embarcado al toro, muy embebido en el capote. ¡Caramba! Un tío que sabe
manejarse con el capote y que no lo utiliza solo para levantar polvo y aire.
Ligadas una y otra, otra y una. En el último tercio inició con muletazos por
abajo, llevándolo, tirando, templando y la muestra de ello es que en el remate
pegó un tirón y el toro se le fue al suelo, evidencia de que el temple tiene
ese poder de hacer que los toros no se caigan tanto. Se echó la tela a la
derecha e instrumentó varios redondos aseados que podían hacer pensar en algo,
pero quizá atravesaba demasiado el engaño, llevando al animal con el pico, para
rematar con un buen trincherazo, que evidenció de nuevo el gusto de este
matador. Si hasta parecía sevillano, de cuando a los sevillanos se les notaba
la cuna. Igual algo tiene que ver el maestro Pepe Luis, Vargas, que andaba por
el callejón, siempre con estricta observancia de la discreción que debe
mantenerse, sin vocinglerías, ni ademanes exagerados. Por el izquierdo poco
hubo, medios pases rematados delante, para volver de nuevo a la diestra, ahora
exagerando más el pico. Quizá el toro le hubiera ayudado más un poco más
abierto, no más de la raya del tercio, dónde es posible que se defendiera
menos, pero también estaba el aire, que tal y cómo iba la tarde, podía aparecer
en cualquier momento. Faena de las que se dejan ver, que cerró con una estocada
muy caída. No fue el resort que muchos creyeron, pero al menos pudimos calmar
la sed y pensar que, ¿por qué no? Un resort no, pero sí que podamos gozar de un
hotelito con sus comodidades, agradable, con vistas, limpio y que nunca
defraude.
El segundo de Juan Ortega fue un sobrero de Lagunajanda (Gracias Rafa Díaz por corregirme)
, con el que no hubo ajuste desde el comienzo. Un mansote al que si se le bajaba la mano se venía abajo, que se revolvía antes de tiempo por el pitón derecho, mucha carrerita para recuperar el sitio a cada pase. Por el izquierdo se le quedaba aún más, vuelta a la diestra, dejando que le tocara demasiado la tela y yendo allá dónde el de Montealto quería. Pero bueno, al menos nos dejó con las ganas de volverle a ver y buscando qué tarde viene en la feria.
, con el que no hubo ajuste desde el comienzo. Un mansote al que si se le bajaba la mano se venía abajo, que se revolvía antes de tiempo por el pitón derecho, mucha carrerita para recuperar el sitio a cada pase. Por el izquierdo se le quedaba aún más, vuelta a la diestra, dejando que le tocara demasiado la tela y yendo allá dónde el de Montealto quería. Pero bueno, al menos nos dejó con las ganas de volverle a ver y buscando qué tarde viene en la feria.
Quien muy bien podría no volver, ni en la feria, ni fuera de
ella, ni a merendar, es David Galván. Que ya costaba entender su presencia,
pero es que para los indecisos ya resultará imposible entender cualquier
presencia futura, a no ser que sea sacándose una entradita y ocupando su
localidad en los tendidos, gradas o andanadas de la plaza de Madrid. Le salió
un primer inválido al que los del CSI están aún estudiando para ver si el palo
le arañó y simplemente le magulló, que no se tenía en pie, pero al que el
matador quiso mantener en el ruedo y le valió un “pasaba por aquí” cerca del
peto para considerarlo un segundo puyazo, para pedir el cambio. Ya con la
pañosa, el de la Isla intentaba trapacear con posturas flamencas, mientras el
animalito se caía una y otra vez. Que no digo yo que según el concepto de
tauromaquia moderna de don Victorino Martín, al toro se lo masacraron en el
caballo, pero si nos atenemos a la simple lógica, todo era fruto de un querer
poner el tejado antes que las paredes. Un inválido que no se aguanta, lo más
normal es que se caiga a nada que le soplen. ¡Moraleja! No pierdas las
posaderas para pedir el cambio y así no tendrás que pasar vergüenzas después.
Aunque no creo que pasara tales vergüenzas, pues en su segundo, al que igual sí
que apoyaron el palo en el lomo, y a pesar de sus continuados tropezones, se
lió a darle trapazo tras trapazo y mientras el respetable le pedía, le exigía y
le rogaba que acabara con esa pantomima, él ahí seguía alargando el trasteo,
casi hasta llegar a ofender, que más parecía por molestar, que por intentar
sacar algo al inválido y ya moribundo pupilo de El Torero. Que ese alargar sin razón,
ya parecía más una provocación, que si en ese momento se hace una encuesta en
la plaza, quizá un porcentaje muy alto habría votado por el “que no vuelva”.
Pero los de las encuestas parece ser que están liados por otro lado y además el
señor Casas, don Simón, no tiene parné para encargar estudios demoscópicos; y
menos con la rasca que hacía.
Cerraba la terna Pablo Aguado, esperanza de muchos y… de
otros, no. Que da la sensación de que la tarde la prepara con un bombo, con
todas las suertes, para ir sacando papelitos y los pases que salgan habrá que
endilgárselos a lo que sea, que hay toda una tarde para ello. Lo malo es que
también se le debió colar la suerte del “no me entero de nada”, que esa la
borda. Su primero le sacó un poquito de chispa y el sevillano se limitaba a ver
cómo se quitaba de allí, hasta que en una de estas el toro tiró al tremendo
hueco que había entre el bulto y el engaño y le levantó del suelo. Menos mal
que todo pareció quedar en nada. Muy acelerado, pegando tirones hasta para plegar
la pañosa sobre el brazo. Incapaz de conducir una sola embestida, todo eran
trapazos y carreras, quedando siempre mal colocado. En el sexto, con el
personal dudando entre pedir una bolsita de agua hirviendo o de acurrucarse con
el vecino de localidad, Pablo Aguado siguió con las mismas, mantazos sin parar
quieto con el capote, para concluir con otra faena en la que ni acompañaba el
viaje, lo que hacía que el toro le tirara derrotes. Muletazos tropezados,
aperreado con este que tenía algo más de picante, pero que se aguantaba
simplemente con un mínimo de mando. Daba lo mismo si con la diestra o la
siniestra, trapazos, carreras, banderazos, respingos, le escarba, más trallazos
y brazo estirado. Pero este será otro de los que veremos de nuevo y en el que algunos
seguirán depositando sus ilusiones, aunque no creo que haya muchos de los que
le han sufrido en este Domingo de Resurrección. Una tarde en la que se pudo ver
de nuevo la falta de afición, de compromiso y de saber estar. Señores
banderilleros, si su matador pasa a la enfermería, uno de ustedes tiene que
hacerse presente durante la lidia del toro de un compañero y no dejar a la
suerte el que otro banderillero se vea en compromiso por no estar un señor en
su sitio a la salida de un par, por ejemplo. Pero a pesar de todo el público
salió con esa sensación del que tras caminar días y días bajo un sol que
aplasta, se encuentra con un oasis en mitad de la aridez modernista.
1 comentario:
Muy buen post. Qué gran arte este nuestro.
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