Quizá lo que se aplaudió en otras épocas hoy escandalizaría al personal, a los entusiastas de las palmas |
Los tiempos han cambiado, eso es evidente, y quizá nos damos
más cuenta de ello cuando decidimos detenernos a contemplar detalles de la cosa
en cuestión. Que sí, que algunos, aunque no nos lo queramos creer, ya tenemos
una edad y quizá por eso mismo, nos hemos quedado anclados en unos modos, unos
usos que ya no están demasiado de moda. Que estoy convencido que si ciertas
maneras volvieran, alguno más, muchos de esos aplaudidores del momento, se
apuntarían a aquello que a algunos nos aficionamos con pasión. Que ahora nos
quieren convencer que lo fetén es esto que nos toca vivir y que lo que añoramos
no solo no es posible, sino que es una utopía que nunca fue. Bueno, allá cada
uno, aunque permítanme que no les consienta que me digan lo que vi o dejé de
ver, porque si lo admito, admitiré que no solo estoy carente de cordura a día
de hoy, sino que lo he estado toda mi vida. Y hombre, que te llamen falto así
por las buenas y sin saber de qué hablamos, pues igual no digo que ofenda, pero
molesta. Que luego nos dirán que han visto no sé cuántos vídeos, pero… que
igual les convendría a muchos ver en vídeo lo que acaece a fecha de hoy por
esas plazas del mundo.
Pero si nos paramos a pensar en lo que provoca hoy el aplauso,
el delirio, la locura traducida en despojos e indultos, igual hasta alguno se
puede sentir incómodo. Que hablando de plazas como Madrid, que es la que mejor
conozco, o la única que conozco un poco, se ha pasado de la exigencia a hacer
salir a saludar después del paseíllo al primer fulano que nos cae bien, con el
que un día cruzamos dos palabras o con el que en la excepcionalidad compartimos
mesa en fecha señalada. Pero si seguimos avanzando, eso de que vaya a
portagayola ya merece una ovación cerradas, seguido de un clamor a la salida
del toro, haya sucedido la larga de rodillas o en su lugar haya acaecido un
cuerpo a tierra por parte del recibidor de la res, tirando el trapo al cielo o
adónde mejor pudiera. Continuando, si el maestro no es capaz de hacerse y fijar
a su oponente y se gira de espaldas a los medios perdiendo terreno, palmas y
más palmas, y si en estas, sin venir a cuento, asoman unas chicuelinas
apartándose o quites floreados con el capote volandero, ni les cuento. O eso de
echarse el capote a la espalda parsimoniosamente, como el que se pone una
gabardina un día nublado.
Que habrán escuchado ustedes eso de la importancia del
primer tercio, que el caballo por aquí, que si las puyas por allá, pero no vean
lo que gusta cuando el se aúpa levanta el palo mientras el animalito se
desmocha contra el peto. Eso de apenas rozar el cuero del toro es delicia para
los ojos de muchos; que incluso levantan la voz pidiendo, ¡qué digo! Exigiendo
que se levante le palo. Y del segundo tercio, ni hablemos. Basta con atinar en
el bulto que se mueve, para hasta hacer saludar al ejecutante, ya haya clavado
en mitad del lomo y cuando los pitones ya apuntaban desde hacía rato el golfo
de Vizcaya. Sin contar con que hay que entregarse al caballero de luces que en
el programa dice que se llama así o asao y que además alcanzó la fama por unas
supuesta formas muy flamencas y unos aderezos capilares más que notorios.
Ustedes me entienden, ¿no?
Pero avancemos, que aún quedan más palmas, además de las que
dejamos atrás por no extendernos demasiado. En esto que el maestro toma la
muleta y el palo o espada de mentira, aunque ahora pomposamente los entendidos
califican de otra manera, pero allá ellos, por mucho que se le cambie el nombre
no deja de ser un palo con apariencia de espada, pero de mentira. Y allá vamos,
que si el sujeto en cuestión inicia de rodillas dando trapazos como un
giraldillo en día ventoso, las palmas trocan en delirio y vocinglerío
apasionado. Esto es el no va más. Pero hay otra versión, la de que el animal
pase por el culo, banderazos por delante y más trapazos por la retaguardia.
Litros y litros de tila serían necesarios para calmar ese estado de locura sin
mesura. Que ya me dirán ustedes que eso no es torear y no seré yo el que diga
lo contrario, ni mucho menos, yo estoy con ustedes al mil por cien, pero ya
ven, ni ustedes ni yo somos dueños de las palmas y ese clamor que provoca en
tantos otros. Que el ambiente ya está bien caldeadito y entonces entramos en la
parte jugosa, que había quién hablaba tiempo ha de dominio, de quietud, pero
eso ya… Ahora se jalea y se considera firmeza a ir cazando trapazos aquí y
allá, trapazos en línea, sin llevar al toro, sin rematar, enganchones aparte,
culminando con una carrerita para recolocarse. Que decía uno que se ven
obligados a hacer con las piernas lo que no son capaces de conseguir con la
muleta. Que será verdad, ¿no? Que esa caza del trapazo puede discurrir por
todos los terrenos de la plaza en dirección a toriles, pero si hay que
aplaudir, pues se aplaude, ¡qué caramba! Y no les digo nada del arrimón. Eso ya
es para vivirlo. La plaza callada, ahogada por el sopor y de entre la masa
brotan las palmas de un afisionao y ahí que van los demás, ¡válgame el vía
crucis! Y para culminar, se palmotea cuan focas monje un pinchazo caído, otro y
otro más, se forma la marimorena con un bajonazo y ya puestos, hasta los avisos
se aplauden. Que no, que no se me echen las manos a la cabeza, que se ha
llegado al punto de que después de los tres avisos y con el burel en los corrales,
se saca a saludar al incapaz que no logró despenar a su oponente. Que dirán que
nos dejamos muchas más circunstancias aplaudidas hoy en día, los toros
inválidos que no vieron el caballo, los que mansearon pero iban y venían y
tanto y tanto más que esos más viejos no llegan a entender y que por mucho que
les digan que se tienen que acostumbrar, ni se acostumbran, ni tienen intención
de hacerlo. Pero ya saben cómo está esto y aparte de otras muchas más
barrabasadas, todo esto hace que la gente aplauda con frenesí.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
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