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Había torerillos de las talanqueras con más sentido de la lidia que algunos que se pasean por Madrid |
Que ternura desprendían las plazas de carros, de talanqueras y sobre todo cuando se honraba al patrón o la patrona, todo era jolgorio, bidones de sangría y una entrega absoluta a los torerillos que se calzaban las rosas, hicieran o dejaran de hacer y si además era el chico de un fulano del pueblo, “pa qué más”. Sentimientos, sensaciones que han quedado en el pasado... ¿en el pasado' ¿Olvidados? No señor, siempre quedará alguien que se preste a portar el cetro del espíritu de las talanqueras y las plazas de carros y en cuanto puede se lanza a jalear la ineptitud y la vulgaridad con aquel entusiasmo del que disfrutaban los capas el día en que les permitían calzarse el chispeante. Y el que dude de lo que digo es porque no se ha pasado por la plaza de Madrid la tarde de los Palha. Que es una crueldad hacerle creer a algún torero que está bien sin estarlo, de acuerdo, pero ese rato de jalear no se lo quita nadie. Que luego puede que vayan a pedir un sitio en un cartel, incluida la plaza de Madrid y se encuentren con que el que firma los contratos le eche entre burlas, pues también. Eso sí, si a ese empresario, el que sea y por lo que sea, le viene bien alguien que salga barato como un saldo de mercadillo, pues igual llama a esta víctima de aquel espejismo para rellenar y tan contento que se nos pondrá el torero en cuestión. Que sí, que todo esto suena a cuento de hadas, pero hay que tener una cosa muy presente, que el ponerse delante de un toro no es ninguna broma.
No eran ninguna broma los de Palha, que lucían divisa negra en memoria de Joaquim Carlos, mayoral de la casa. Desiguales de presentación, quizá recordando la variedad de procedencias de esta vacada, pero con el denominador común de la mansedumbre, con interés, pero yéndose del caballo, aquerenciados en tablas, derrotando en el peto con desesperación, aunque también hay que ser justos, se les pegó en el caballo como para ir pasando, acudieron algunos hasta tres veces, se les picó mucho peor que mal, en mitad del lomo, en la tripa, siempre traseros y cuando más se empleaban era al taparles la salida y al no sentir el palo. Y a esto hay que añadir la mala suerte que tuvieron con la terna que les tocó, el primer inconveniente para que quizá pusieran haber lucido de otra manera. Una terna ausente en los primeros tercios y sobre todo invitados de piedra para auxiliar a los banderilleros en el segundo. Mal colocados y sin el ánimo, ni compañerismo, ni afición para estar al quite a la salida de los pares, permitiendo que los animales apretaran a los toreros indefensos.
Rafaelillo pensó que una buena lidia era poner una tercera vez al toro al caballo y a distancia, sin pensar en terrenos y especialmente en las reacciones de su oponente. Por una vez no abusó de eso de los capotazos yéndose a refugiar a las orejas del toro antes de que pasara, pero los brazos largos, el pico y el aperrearse se lo dejó para el último tercio. Cortando el viaje de golpe y siempre fuera. En su segundo, al que el pica persiguió hasta la segunda raya dándole candela, le pasó a la carrera, marchándose antes de completar el muletazo, sin parar de bailar, que sí que los hay que le tienen fe al murciano, pero de ninguna manera justificó futuras presencias en esta plaza, aunque no se apuren, seguro que volverá. Como seguro que volverá Juan Leal, máximo exponente de ese espíritu de las talanqueras y plazas de carros. Que hay quien percibe eso tan valorado de la emoción, pero claro, una cosa es la emoción que pone el toro sobre la mesa y otra la incapacidad de un alma errante de torería, incapaz y ausente de cualquier conocimiento de la lidia, que es lo que encarna a la perfección el galo, que por otro lado sí que presta orejas para las palmas de la talanquera, pero no para los pitos y protestas de la plaza de Madrid. Cuestión de eso que llaman percepción selectiva de algunos. Su actitud durante la lidia de su toros, ya no hablamos del resto, es insultante; hay momentos en los que puede estar más cerca de la lidia, del toro y el caballo un caballero sentado en el tendido alto, que el propio espada, que se aleja, se aleja y se vuelve a alejar. Eso sí, dando voces, ordenando y haciendo ademanes que quizá solo entiendan los del espíritu de plaza de carros. Y con la muleta, a ver cómo se puede explicar, es una inconexa sinfonía de trapazos, banderazos al aire, enganchones, ahora con la diestra, ahora con la zurda pero hago un cambio de mano y vuelta a... quién sabe a dónde vuelve. Pero ya les digo, no había enganchón no jaleado, mientras otros pitaban, pero ya he dicho que eso no llegabas a los tiernos oídos de Leal. Y ya cuando se mete entre los cuernos, para qué contar. En su primero arreó un sartenazo trasero de esos de encerrarle en Alcatraz una larga temporada y en su segundo, tras pinchazo tirándose sobre el pitón, un bajonazo de efectos fulminantes que mientras unos protestaban, otros se mesaban las guedejas como si hubieran visto al mismísimo Pedro Romero redivivo, pero no, solo era Juan I el Vulgar, rey imperator de Vulgaria, con uve. Y por eso de lo selectivo, se dio una vuelta al ruedo, que siempre viene bien estirar las piernas, como si el caballero no hubiera corrido bastante durante la faena que le hizo al personal que aspiraba a ver aunque fuera un asomo de toreo.
Y llegaba Francisco de Manuel, aquel que un día en el que ese espíritu talanqueril también rebosaba en la plaza, aunque con un divo de otras latitudes, pero que el hombre da para lo que da y la verdad es que da para muy poco. Inoperante con el capote, se las ve y se las desea para algo tan simple como poner un toro en suerte. Sin mando en ningún caso con la muleta, yéndose de las suertes, sin parar de bailar, sin recursos para intentar parar a un toro que parecía ponerse gazapón. Pero él iba a soltar trapazos y más trapazos, no entraba en sus esquemas eso de tener que torear. Paradójico, pero así es, les contratan para torear y no cuentan con tener que hacerlo. En el que cerraba plaza ya se mostró demasiado inseguro de capote. Tras el mitin en banderillas, él que pretendía eso de pegar pases y más pases, tras un desarme en los primero compases se descompuso totalmente, sin parar un momento. Desconfiado, muy desconfiado ante un toro, como toda la corrida, que no tiró un mal derrote, que solo exigían un mínimo de mando, de poder, de toreo, pero los designados para ellos no estaban por la labor, total, ¿qué más daba? Si por lo que parecía, toda la tarde estaba abocada a recuperar ese entrañable espíritu de las talanqueras.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
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