lunes, 14 de abril de 2025

¡Peligro! La vulgaridad puede ser hipnótica

El soñar está bien, pero si confundimos lo onírico con la realidad, si nos dejamos hipnotizar por lo vulgar, el sueño solo será una pesadilla.


Las ganas que tenía el personal de ver los Valdellanes en Madrid, las ganas de que esta ilusión no acabara frustrándose en los reconocimientos previos, como otras veces ha sucedido en el pasado. Pero esta vez el ganadero apostó todo a ganador, toros de edad, algunos rondando los seis años, y toros muy cuajados, quizá pasados de peso; y lo que no fue un obstáculo para pasar, lo fue para que rindieran en el ruedo. Pudo ser ese exceso de peso el que los hiciera blandear en demasiadas ocasiones, aunque sin rodar como sacos por la arena, que también los hubo que perdieron las manos, pero los animales parecían querer mantenerse en pie. Pero luego, ya digo, lo que dieron de sí fue otra cosa. Si bien es verdad que por reglas generales se les castigo en el caballo y bastante mal, por cierto, con los de aúpa picando allá dónde mejor les parecía, en la paletilla, en mitad del lomo, haciendo la carioca, tapando las salidas de los animales y sin que los maestros colaboraran ni a poner un toro en suerte, ni a sacarlos del peto para evitar castigo por demás. Quitando el segundo, el más feote, todos eran una lámina, torazos de impresión, pero ya digo, lo que llevaban dentro. En la muleta hasta llegaban a entrar bien despacito, pero siguiendo el trapo como el perrillo que sigue la toalla que le presenta el amo y le hace sentirse la reencarnación de Lagartijo el Grande. Pero los hubo, como el sexto, que ofrecía una embestida de acémila. Y de regalo, uno de los Maños, que era como invitar a un cumpleaños al primo guaperas del pueblo. Que parecía con carita aniñada, pero un pibón, eso sí, quizá también un pelín pasado de kilos, que tampoco se le pudo ver demasiado, porque tampoco hicieron por lucirlo. Eso sí, desde el primer momento se le veía queriéndose enterar de todo.

Los espadas, Antonio Ferrera, David de Miranda y Alejandro Mora, pues, depende a quién pregunte; si lo hace a alguien que nada tiene que ver con ellos, pues lo mismo le suelta que Antonio Ferrera es un maestro en embaucar entre voces, una teatralidad fuera de límites y una vulgaridad que hipnotiza y hace creer que... David de Miranda con una frialdad exasperante y sin otro recurso que las excesivas cercanías. Y un Alejandro Mora al que no quedan ganas de verlo de nuevo. Pero si pregunta a los partidarios, a los que se dejan enjaular, hipnotizar y enamorar por la vulgaridad y a lo mejor por el paisanaje, pues el primero un maestro eterno, el segundo un valor seco y el tercero... es que al tercero, a Mora, parecía que le empezaron a jalear la colonia extremeña, luego solo los de la provincia de Cáceres, luego solo los de su pueblo, para acabar aplaudiéndole solo los de su calle, los vecinos de su bloque.

Antonio Ferrera practica un toreo eléctrico, de muco zarandeo, sin parar quieto un momento, bueno, sí, cuando se pone erguidito en el momento en que tiene al toro a su altura, porque antes corre y corre para coger sitio y antes de rematar el muletazo ya está danzando de nuevo. Ya saben toreo fotogénico. Con el pico, por supuesto, de lejanías y muy jaleado, pegando voces permanentemente, vocingleando hasta los enganchones, que son muchos, sin mando en ningún momento. Y si tiene que ponerse pesado, pesado hasta lo indecible, pues se pone, porque claro, que aún habrá quién no se haya enterado que hasta que no tira el palo y se pone a trapacear con la diestra sin palo, Ferrera no da por concluida su presencia; que todo sea dicho, mejor concluir así, que no con sendos bajonazos yéndose a escape. Pero oiga, que aún había que creía que merecía una ovación. Y dirán que con el capote es variado. Bueno, más bien aparenta con el capote, porque lo sacude mucho, pero a veces hasta está a punto de enredarse el solito en la tela. Que igual de aquí a principios de junio se nos han olvidado todo este zascandileo de Ferrera, pero tranquilos, que en cuanto vuelva al ruedo, él solito nos refrescará la memoria, siempre y cuando no hayamos caído en un estado de profunda hipnosis, esa tan poderosa que la vulgaridad ejerce sobre las mentes de los que pueblan la piedra.

David de Miranda, ha vuelto de nuevo a Madrid y como en actuaciones previas, en nada hace recordar a aquel torero que un día salió en vilo a fuerza de verdad y entrega. Un recibo de capote aparente que quedó diluido en el momento en que no hizo por llevar el toro al caballo, por limitarse a acercarlo al señor del peto, pero sin ponerlo en suerte. A su primero se empeñó en torearlo en corto, sin plantearse si dándole un metrito más igual le ayudaría a que aquello luciera de otra manera. En su segundo no pasó de un trasteo largo y aburrido, con demasiados enganchones, siempre fuera y sin mando alguno. Falta saber si en algún momento podrá volver a ser aquel torero por el que muchos se hacían cruces al no verle en Madrid después de un triunfo sonado.

Alejandro Mora confirmaba la alternativa y sí, la confirmó y también confirmó otras cosas no tan dignas de celebración. Inédito con el capote, incapaz de fijar a su oponente y que anduviera a su aire por el ruedo, por más telones rosas que se le ofrecieran. Con la pañosa trapazos y más trapazos salpicados de algún enganchón, despegado y a ver si cazaba algún muletazo, mucho pico y demasiados bailes. Y con tan mala suerte que en el de la confirmación, después de un pinchazo extraño y accidentado, no siendo capaz ni de parar al de Valdellán y cuadrarlo, después de haber alargado sin necesidad la faena, fue escuchando un aviso y otro y un tercero, no pudiendo pasaportar al toro de la ceremonia, la cual ya empezó torcida cuando Ferrera, el padrino, se empeñaba en sacar a Juan Mora para participar en el acto, como si en lugar de lo que era, fuera el cumpleaños del Jonathan. Menos mal que el invitado sabe de esto, del rito, de lo de salir un señor al ruedo de calle y millones de cosas más que igual Ferrera no llega a entender. Y en el que cerraba plaza, Alejandro Mora ya de principio volvió a mostrar su incapacidad para sujetar a un animal y evitar que se fuera suelto al caballo de punta a punta del ruedo. Que sí, que no quería caballo, que se fue suelto, que iba como un burro, pero tampoco es para desentenderse de él. Acabó estando a merced del animal, sin parar de bailar, mientras algunos todavía pensaban en haber visto detalles de torería excelsa, que será el embrujo de la danza con un trapo en la mano, del paisanaje, de que era un confirmante, vaya usted a saber, pero ándense con cuidado y estén atentos. ¡Peligro! La vulgaridad puede ser hipnótica.


Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:

https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html

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