Segunda de feria y más de lo mismo. Una mansada descomunal, falta de casta y pidiendo que les dejen marchar lejos de ese sitio tan poco hospitalario que es la plaza de Madrid. Los de José Luís Pereda/ La Dehesilla no entendían que mal habían cometido para tener que acabar sus días en es sitio redondo, lleno de gente y con unos señores vestidos de colores, que se empeñaban en enseñarles un trapo y retirárselo de la cara, en pincharles con un palo largo y en clavarles unos palitos finos de colores. El ganado que ha saltado al ruedo de las Ventas era más para una muestra de ganado que para una corrida de toros. Y al contrario de lo que a veces ocurre con los mansos, que la emoción rebosa en el ruedo, lo que ha llenado el ruedo ha sido el aburrimiento y falta de emoción. Costaba ponerlos al caballo, costaba ponerles banderillas, costaba hacerles cualquier cosa que se ajustara a las normas de la lidia. No dudaban en salir corriendo en busca de la puerta de toriles y si hubieran podido habrían llamado con los nudillos para que les franquearan el paso.
A partir de aquí, igual que los excesos y el triunfalismo hay que medirlo dependiendo del toro, los fracasos también. En otras condiciones se podría decir que Leandro ha estado nefasto, pero hoy sin estar ni medio regular tan siquiera, también hay que medirlo con los mulos que tenía delante. Aunque él también ha puesto de su parte. Ha abusado de la paciencia de la gente intentando que el mulo se moviera, hasta hacerse pesado. Si el toro no vale, menos valdrá a partir del trapazo número treinta. El morucho no hacía ni intención de meter la cara en los trapos, pues acabemos con la pantomima, a matar y se acabó. Y si además a todo esto unimos que las cosas no se hacen con la verdad, pues para qué más.
Morenito de Aranda, que en sus últimas visitas a Madrid parecía que se inclinaba por la parte cómoda de la fiesta, al menos lo ha intentado. En su primero, de la Dehesilla, un manso como todos que sólo buscaba las tablas como las termitas, se empeñó en quererle sacar más allá del tercio, una buena medida para quitarle al toro sus querencias, pero si éste no va ni a la de tres, habrá que cambiar la estrategia ¿no? A lo mejor hay que intentarlo dónde él quiera. Acabó despachándolo de una entera rinconera soltando la muleta, costumbre o triquiñuela fea, fea como ninguna, porque la gente se queda con que la espada entró hasta los gavilanes. En su segundo, que colaboró un pelín más, aunque nadie se piense que era ni tan siquiera malo, era peor, pero al menos ha permitido que el burgalés le diera una serie de naturales rematados por una trincherilla marca de la casa. Se encontró con la dificultad de evitar los enganchones del inicio, lo que provocó que toreara demasiado acelerado. Y entre esta aceleración se encontró volando sobre los lomos del toro, que le levantó enganchado por el muslo y le propinó una buena paliza cuando le tenía a su merced. Lo mejor de todo fue la forma de tirarse tras la espada y el efecto fulminante de ésta que hizo rodar al de Pereda sin puntilla. Se le pidió la oreja y dio una vuelta al ruedo, que como digo siempre, es lo de menos.
Iván Fandiño no fue el de otras tardes, con su primer burro fue imposible cualquier conato torero, que conjugado con la falta de entusiasmo del vasco, no podía traer nada bueno. Se tiró a matar entre los cuernos, cosa que ya le hemos visto que repite casi habitualmente, lo que quiere decir que lo que podría considerarse un rasgo de valor, puede también ser tenido en cuenta como una carencia, ya que no pasa al hacer la suerte y se queda ahí en una posición complicada a merced de los pitones. En el que cerraba plaza, quizás el más mentiros de la tarde porque si en la primera vara parecía que empujaba, en la segunda se quería quitar el palo a bocados. En banderillas parecía que pedía pelea, pero en cuanto pudo se fue a emplazar a los terrenos de toriles y en la muleta, las arrancadas que tuvo fueron desperdiciadas por Fandiño abusando del pico de la muleta y con descarados toques al pitón contrario, que si lo sumamos a la dificultad para hacer el juego de la muñeca en cada lance, nos da como resultado la vulgaridad, el no quedarse colocado y en suma, el aburrimiento. Ahora a esperar los de Bañuelos y Osborne y a ver si nos “divertimos” un poco y que el mayor aliciente de la tarde no sean las chuches y caramelos que reparten los vecinos de localidad.
A partir de aquí, igual que los excesos y el triunfalismo hay que medirlo dependiendo del toro, los fracasos también. En otras condiciones se podría decir que Leandro ha estado nefasto, pero hoy sin estar ni medio regular tan siquiera, también hay que medirlo con los mulos que tenía delante. Aunque él también ha puesto de su parte. Ha abusado de la paciencia de la gente intentando que el mulo se moviera, hasta hacerse pesado. Si el toro no vale, menos valdrá a partir del trapazo número treinta. El morucho no hacía ni intención de meter la cara en los trapos, pues acabemos con la pantomima, a matar y se acabó. Y si además a todo esto unimos que las cosas no se hacen con la verdad, pues para qué más.
Morenito de Aranda, que en sus últimas visitas a Madrid parecía que se inclinaba por la parte cómoda de la fiesta, al menos lo ha intentado. En su primero, de la Dehesilla, un manso como todos que sólo buscaba las tablas como las termitas, se empeñó en quererle sacar más allá del tercio, una buena medida para quitarle al toro sus querencias, pero si éste no va ni a la de tres, habrá que cambiar la estrategia ¿no? A lo mejor hay que intentarlo dónde él quiera. Acabó despachándolo de una entera rinconera soltando la muleta, costumbre o triquiñuela fea, fea como ninguna, porque la gente se queda con que la espada entró hasta los gavilanes. En su segundo, que colaboró un pelín más, aunque nadie se piense que era ni tan siquiera malo, era peor, pero al menos ha permitido que el burgalés le diera una serie de naturales rematados por una trincherilla marca de la casa. Se encontró con la dificultad de evitar los enganchones del inicio, lo que provocó que toreara demasiado acelerado. Y entre esta aceleración se encontró volando sobre los lomos del toro, que le levantó enganchado por el muslo y le propinó una buena paliza cuando le tenía a su merced. Lo mejor de todo fue la forma de tirarse tras la espada y el efecto fulminante de ésta que hizo rodar al de Pereda sin puntilla. Se le pidió la oreja y dio una vuelta al ruedo, que como digo siempre, es lo de menos.
Iván Fandiño no fue el de otras tardes, con su primer burro fue imposible cualquier conato torero, que conjugado con la falta de entusiasmo del vasco, no podía traer nada bueno. Se tiró a matar entre los cuernos, cosa que ya le hemos visto que repite casi habitualmente, lo que quiere decir que lo que podría considerarse un rasgo de valor, puede también ser tenido en cuenta como una carencia, ya que no pasa al hacer la suerte y se queda ahí en una posición complicada a merced de los pitones. En el que cerraba plaza, quizás el más mentiros de la tarde porque si en la primera vara parecía que empujaba, en la segunda se quería quitar el palo a bocados. En banderillas parecía que pedía pelea, pero en cuanto pudo se fue a emplazar a los terrenos de toriles y en la muleta, las arrancadas que tuvo fueron desperdiciadas por Fandiño abusando del pico de la muleta y con descarados toques al pitón contrario, que si lo sumamos a la dificultad para hacer el juego de la muñeca en cada lance, nos da como resultado la vulgaridad, el no quedarse colocado y en suma, el aburrimiento. Ahora a esperar los de Bañuelos y Osborne y a ver si nos “divertimos” un poco y que el mayor aliciente de la tarde no sean las chuches y caramelos que reparten los vecinos de localidad.
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