Hasta los areneros añoraban los ropajes habituales |
Corrida goyesca para celebrar el 2 de Mayo en la plaza de
Madrid, pero sin alzamientos populares, sin liarse nadie a macetazos contra el
francés, ni tan siquiera proferir insulto alguno al gabacho invasor; lo que han
cambiado los tiempos. De aquellas cargas de mamelucos hemos pasado a tener a un
caballero de allende los Pirineos, como uno de los responsables de esta plaza.
Y hasta parece que el caballero en cuestión no siente incomodidad alguna en tal
fecha, ni en las demás de la temporada taurina. Él es un ciudadano del mundo,
cosmopolita donde los haya, que sabe llenarse los bolsillos en cualquier parte
del orbe taurino, lo mismo acompañado del señor Matilla, que de los Choperitas,
formando este triunvirato que todo lo puede, como que él solito convence a José
Tomás para que actúe en Granada.
Será por el día que era, por lo que se celebraba, que los
pupilos de la familia Lozano, incluidos los dos del Cortijillo, parecían un
poquito apocados, que el que no parecía manso del todo, parecía un manso
pregonado, con varios niveles de mansedumbre, aunque a veces algo bobones que
seguían las telas a pesar de las nefastas lidias, pero con un elemento común,
la absoluta ausencia de casta y unos andares de trote de acémila manchega que
te hacía plantearte seriamente eso de la afición a esto de las corridas de
toros. Viendo la corrida incluso el no entrar rebrincado a los capotes, ya nos
parecía algo digno de festejos y fanfarrias, aunque el mulo seguía siendo mulo,
eso no iba a cambiar. A veces parecía que se arrancaban al caballo con cierta
alegría, siempre buceando en esos fondos fangosos de la torería moderna y del
toro con trazas de charoles, para acabar liándose a cornadas con el peto,
queriéndose quitar ese molesto palo y acto seguido salir a escape de aquel
lugar tan inhóspito para los mansos de los señores Lozano.
Mansos, descastados, pero seguro que al nuevo Ferrera le
valdrían para dar una lección de lo que es lidiar a un toro. Pues no, esta vez
ha tocado el Ferrera pasota, el trotarruedos que va con el capote de aquí para
allá sin conseguir ni tan siquiera fijar al animal a los engaños, el que no
desiste de las banderillas, aunque paree con ventajas, despego y a la carrera,
clavando a toro pasado, o apurado por la condición del toro, como fue en el
cuarto, pero sin demostrar nada del otro mundo en el segundo tercio. Con la
muleta se limitó a dar unos soberbios trapazos a su primero, aderezados con
sublimes banderazos por ambos pitones, sin parar quieto un segundo. Su segundo
era algo mejor para la muleta, pero él aún andaba con aquello del trapazo. Como
no acababa de ver al del Cortijillo claro del todo, optó por eso tan torero y
vulgar de ahogar la embestida y tirar del repertorio más puramente
talanquenero, arrimón, trapazo por aquí, desplante por allá, te la enseño por
este lado y te la saco por el otro, dos naturales con cierto temple, de lo que
se arrepintió de inmediato y nada de toreo. Le dieron un aviso antes de
pensarse eso de entrar a matar y su oponente aún no había sentido el peso del
dominio y el poder del torero. Con el postrero bajonazo los hubo que hasta
pensaban en que se le regalara una oreja, pero no llegó la cosa a tanto. No
diré yo que el toro fuera bueno, Dios me libre, pero si lo que quieren es que
vaya y venga y cuando sale no le hacen ni ir, ni venir, pues apañados estamos.
Urdiales ha sido el que más cerca ha estado del toreo. Ya se
sabe de su fidelidad a lo clásico, del poder de su muleta, pero al igual que
sus compañeros de terna, nada tenía preparado para luchar contra el molestísimo
viento que se paseaba por las Ventas como si fuera la corriente de aire
levantada por los coraceros imperiales. Recibió el riojano a su primero con
unas verónicas rectificando, aunque fuera avanzando para los medios, pero en el
momento del embroque echaba el pasito atrás sin disimulo. No logró hacerse con
él, lo que propició que el animal se fuera suelto al caballo. Con la mano
derecha tiró del toro con cierto mando, pero el querer alargar las series más
allá del tercer muletazo le hizo que se emborronara su labor. Nada por el
izquierdo y vuelta al pitón derecho, cuando el de los Lozano ya buscaba un poco
más que en las primeras series. Urdiales lo tuvo que hacer todo él y sin decir
que fuera una faena antológica, al menos hemos vuelto a ver torear. Bien es
verdad que le costaba convencerse para dejar la muleta puesta y aguantar el
viaje, pero cuando lo hizo fue cuando llegaron los mejores momentos. No creo
que fuera la cosa para la oreja que pedía parte del público, especialmente si
nos fijamos en la estocada caída. La diferencia era o cortar una oreja entre
protestas o darse una vuelta al ruedo con el buen sabor que habían dejado
algunos de los muletazos que se tragó el segundo de la corrida. En el quinto,
un manso de banderillas negras, se le picó poco y mal en medio de un caos
tremendo en el ruedo y lo que parecía que podría ser otra cosa tras el inicio
de faena por bajo hasta ganar los medios, quedó en nada. El viento, las dudas,
los arreones y el animal defendiéndose, fue el preludio a una estocada casi
entera y tendida que el de Arnedo dejó con mucha habilidad.
Arturo Saldívar estuvo ausente, peleando contra esos
ventarrones primaverales tan frecuentes en esta plaza, quizá incómodo dentro de
este tarje goyesco, que tan poco atractivo resulta, especialmente para los que
se lo tienen que enfundar por obligación, como monosabios o areneros, que más
bien parece que fueron los últimos en la fila para recoger tan pintones ternos.
Si el mexicano miraba al personal esa pinta, con ese aspecto que recordaba al
de un alemán vestido de faralaes, sí, sí, un germano que podría llamarse Hans,
por ejemplo, con bata de cola. Pues así se veían los ayudantes de los picas y
los encargados de alisar el ruedo. Y si no tuviera Saldivar suficiente con esa
esperpéntica imagen, le sale uno del Cortijillo frenándose y echando las manos
por delante. Una lidia que no fue tal, sin tener al animal sujeto a las telas y
la continuación de una labor muletera a base de trallazos y a capricho del
toro, siguiéndole por toda la plaza con ese ánimo del “a ver si aquí” o “no,
¿mejor aquí?”. Pero al final no fue en ningún sitio. Al último cornalón no
sabía si tenía que torearlo o posar con él para que les “arretratara” don
Francisco, el de los toros, pero este andaba por ahí desesperado, según dicen,
perdió la cabeza. Saldivar, con tal jaleo y desorientación, siguió con sus
mantazos, sin pararse a pensar que igual con un poco de mando, el mulo entraría
en la muleta. Pero con tan poco convencimiento, tanto banderazo y tanto baile
de San Vito, no parecía posible que allí asomara el toreo.
Unas gotitas de Diego Urdiales fue todo lo que nos pudimos
llevar a la boca, tras una sequía demasiado larga. Dejemos de lado otras
consideraciones, no fue un toreo de éxtasis, de locura, ni tan siquiera
mínimamente arrebatador, pero al menos nos hacía recordar lo que debía ser el
toreo. No fue ni de oreja, ni día de gran triunfo. En otros momentos sería una
tarde más, sin historia, pero en la que el aficionado habría salido diciendo
que el riojano tuvo la mala suerte de encontrarse con unos mulos descastados
que parecían haber sido desenganchados de un carro de leña un ratito antes. Ese
mismo aficionado pensaría que Diego Urdiales es un torero, que intenta torear
con fidelidad a sus principios y a los fundamentos de la tauromaquia. No fue
tarde de gran triunfo, no pudo ser, no hubo orejas, qué más da, pero al menos
hubo quién quiso ser torero.
2 comentarios:
Poco que añadir a lo mencionado excepto que volví a ver a un desdibujado Urdiales (y eso que estuvo mejor que sus compañeros) incluso en el segundo toro. Tardó demasiado en verlo, no lo paró de salida, se limitó a acompañar la embestida con el capote dejando que el toro anduviera por donde le salía de los mendengues. Iniciado el último tercio, no fue capaz de ver el terreno más adecuado para torearle, algo comprensible en matadores noveles pero no para el que lleva unas cuantas temporadas de alternativa y que no es precisamente ni la primera ni la segunda vez que viene a Las Ventas. Por último, tras esa estocada clamorosamente baja, atravesada y saliendo, me pareció excesiva la petición y la vuelta al ruedo, aunque hubiera petición previa. De hecho fue protestada…
De nuevo, durante toda la tarde, vimos trapazos a diestro y siniestro, mantazos a tutiplén y faenas interminables de yo que sé cuántos muletazos para que, de entre todos ellos, tan sólo pudiéramos sacar en claro uno o dos buenos muletazos aislados entre una multitud de mediocridades muleteriles.
¡Qué decir de los de plata! No destacó ninguno de ellos en labores de brega, tampoco vimos un buen par o un buen puyazo pero, eso sí, falta de compañerismo a la hora de realizar los quites tras los pares de banderillas. No me extraña que alguno huyera despavorido tras poner su correspondiente par. Creo que se fiaban menos de los compañeros que del propio toro…
Del resto, ni hablar, tarde que no pasará a la historia.
Saludos del aficionado desesperado
J.Carlos
J. Carlos:
Comentaba yo con un amigo que esto que hizo Urdiales, hace años habría sido lo mínimo que se le podía exigir a un torero. Lo de la petición creo que podía haberle hecho más mal que bien, porque al final, habría sido oreja tras bajonazo y eso él tampoco se lo merece, creo que sería hacer un flaco favor. Mi duda es si esas indecisiones sobre los terrenos correspondían más al viento, que a otra cosa, porque a ese segundo se lo sacó bien por abajo, pero luego creo que no pudo torearle donde quería. Y de todas maneras aún le espero.
Un abrazo
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