jueves, 15 de julio de 2010

¿Queda semilla brava que nos rejuvenezca?


Ya anuncié suficientemente en su momento que me iba de vacaciones. Debía de ser el síndrome Dominguín, ese que cuando vives algo bueno sientes un irrefrenable impulso que te hace correr para contarlo. Pues bien, eso ya se ha acabado y aparte de paseos, visitas, comidas de condenado a muerte, mundiales de fútbol y calor, también ha habido ratos de modorra en los que pensaba y pensaba, aunque doliera.

En mis cortas conexiones con el planeta de los toros he podido comprobar que todo sigue igual, que en Pamplona de vez en cuando triunfan otros toreros que no son los habituales del circo de Manolita Chen. Y esto no es por otro motivo que por el toro, ese que realmente debería ser el rey con mando en el mundo taurómaco y no un simple atrezzo que aguante los alardes de los figurones. Dejaremos de lado esos conflictos en que nos quieren enredar de si se concedió o no una oreja merecida, de si el usía del palco es un malaje revienta fiestas o es el primo tonto de Teresa de Calcuta. Lo importante es el toro y a eso no podemos renunciar. Eso sería dimitir de nuestras obligaciones de aficionado a los toros. Y que conste que no diferencio entre buenos y malos, porque todos tenemos algo que aportar, siempre que sea desde la sinceridad.

La cabaña brava, como dicen los eruditos del toreo, puede que atraviese uno de los peores momentos de su historia, toros bobones, flojindongues, mansos y descastados, que en el mejor de los casos se limita a seguir el trapo como si estuviera hipnotizado por tan llamativo retal. En algunos casos parece como si algún ganadero hubiera decidido iniciar el camino inverso del que empezaron hace años. Esa andadura hacia la desnaturalización del toro bravo puede tener su vuelta atrás. Hasta el momento los resultados son como una gaseosa en medio del desierto, que nos sabe a gloria, pero que no aguanta ninguna comparación con el ideal del toro que exige la fiesta y la afición.

Nos tenemos que conformar la mayoría de las veces, con toros encastados, aunque mansos, pero que al menos ponen en un brete a los matadores y cuyos hierros son marcados con una cruz por las figuras del momento. Hay que pasar de la bendición que nos supone ver que un toro no se cae y que no es la tonta del bote, a exigir bravura y calidad en la embestida, pero ¡ojo! Que nadie se me confunda, que de embestidas con clase está uno más que harto. Y me explico; muchos son los toros que vemos que arrastran el hocico por el suelo, pero que son incapaces de plantearse algo más que ir tras el trapito. Esas embestidas tienen que responder a la exigencia del torero de ponerse en su sitio, de dar los terrenos que pide el toro y de acuerdo a una correcta lidia en todos los tercios.

Ya digo que parecen intuirse intentos aislados por recuperar el toro bravo, el problema está en saber de dónde tirar. Hace años se oía hablar de la posibilidad de que algunos ganaderos mantuvieran alguna punta aislada de ganado encastado, pero después de tanto tiempo, más puede parecer una leyenda urbana, que siempre es un buen saco donde esconder lo que no es ni posible, ni imposible, sino todo lo contrario. Otra posibilidad sería buscar en las ganaderías en las que las figuras no hayan puesto sus ojos, ni en aquellas que no son dirigidas por aspirantes a ganaderos de cámara de estas figuras, pendientes de ver si queda un hueco en este circo de los despropósitos, para entrar pegando codazos a todo el que se ponga por delante, embistiendo con más fiereza que los delicaditos toros del monoencaste.

La verdad es que no debe quedar ningún tesoro oculto, ¿quizás en las ganaderías llamadas de segunda? ¿Quizás habría que empezar a buscar también en tierras de Portugal? Pues parece más viable la primera posibilidad que la segunda, aunque lo único que tendríamos garantizado es que el camino iba a ser muy largo, tortuoso, lleno de baches y con muchas piedras llenas de aristas. El panorama no es muy halagüeño, unos seguirán pendientes de si a fulanito o menganito le han robado o regalado una oreja o diez, otros habitarán ese mundo fantástico del triunfalismo y a otros, de momento sólo nos queda seguir buscando debajo de las encinas, por las marismas o entre las peñas, para ver si aún queda algún manantial de sangre brava que nos rejuvenezca.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Enrique esta entrada merece una salida a hombros.
Que gustazo leerte una vez mas y cuanta AFICION desprenden tus letras.
ENHORABUENA.
PD:El dibujo del TORO una preciosidad!
Un abrazo!

Antonio Díaz dijo...

Algún día, no sé si muy lejano o cercano, llegará el toro a ser tan descastado y tonto que no valdrá para la lidia ni de Finito. Sólo entonces, cuándo vean que la cosa ya no tiene solución, empezarán a buscar bravura dónde posiblemente ya no la haya. Pero no por afición, sino por el negocio. Cuando vean que se les acaba vendrán las prisas. Mientras tanto las vacas demasiado bravas en la tienta seguirán yendo al matadero, y los sementales bobos seguirán siendo los reyes de la dehesa. Porque, si lo miras desde el punto de vista de empresarios, ganaderos y toreros, ¿para que cambiar? Los primeros son ricos, el ganadero cada día tiene torifacorias más grandes y mejores amigos, y el torero se compra el cortijo y se puede permitir el lujo de estar toreando veinte años bueyes, sin recibir una mala cornada y sin dar la cara ante nadie. Lo siento, es desolador, pero es lo que creo.


Saludos

Enrique Martín dijo...

Iván:
Espero que sea salida a hombros y no a cuestas, como sacan ahora a las figuritas. Gracias por tus elogios, en los que aprecio que te dejas llevar por las emociones, que tampoco está mal, lo único es que mi familia tiene que aguantar las consecuencias después de leer tu comentario, y me tienen que ir despertando y diciéndome, como a los generales romanos, que no me olvide que soy un simple mortal. Aparte de la broma, muchas gracias por tus ánimos y sobre todo por tu seguimiento. Eso sí que me da fuerzas.

Enrique Martín dijo...

Antonio:
A mí lo que me asombra es que no se den cuenta de que están matando la gallina de los huevos de oro. Además demuestran muy poca sensibilidad para el futuro. Son como las petroleras, que les importa un pito el planeta, como a ellos no les va a tocar. Pues se equivocan todos, porque a todo cerdo le llega su San Martín. Y transmite mi saludo a tus toreros seguidores. Los sapos que se tendrán que tragar viendo lo que hacen esas figuritas de porcelana y las tardes que les roban con sus manejos. Un saludo.