viernes, 21 de noviembre de 2014

Devolviendo medallas, honores y parabienes

Dedicado a un amigo al que le tendrían que devolver, con intereses, todo lo que pelea por la dignidad de la Fiesta, aguantando estoicamente tanta estupidez que le rodea y de la que siempre se aparta con torería. 


¡Cómo está el mundo! Todo está revuelto, pero muy revuelto, resulta que los próceres de antaño son los rateros de hoy, los que se suponía que nos llevaban por la buena senda de la mano, ahora resulta que con la otra nos estaban afanando la cartera, que los más listos del orbe ahora son los más tontos del universo, pues estaban rodeados de ladrones y ni por asomo se habían enterado de lo que les rondaba. Si hasta el mismo Alí Babá se sonrojó al conocer la condición de sus cuarenta colegas. ¿Será posible? Los cuarenta eran una panda de ladrones. Algo se olió el ingenuo Alí cuando sus compadres volvían a su madriguera cargados de joyas, sedas, tapices y ungüentos de lo más selecto. Pero no acababa de creerse lo que los demás sabían.

Esto no puede quedar así; igual que se hace ahora, retirando honores, condecoraciones y reconocimientos a hampones y manilargos, descuideros, rateros y golfos en general. Así Alí Baba y los Cuarenta ladrones pasaría a ser “Alí Babá, el cándido e ingenuo, y los cuarenta ladrones que se aprovecharon de su buena voluntad”; El Padrino pasará a ser “El Padrino, gran hombre, que vivía engañado y rodeado de criminales. Si hasta en el Tour de Francia anda quitando los títulos a los tramposos. Así pasa que o bien durante unos años no hubo ganadores o que los que así figurarán se enteran de su triunfo en un viaje del Imserso.

¿Imaginan que esto pudiera ocurrir en el mundo del toro? Años después nos enteramos que Joselito el Gallo no mereció triunfo, ni reconocimiento alguno aquella tarde de los toros de Martínez en la plaza de Madrid. Se queda a la altura del betún en comparación con tardes como la de Talavante en Mérida o cualquier otra encerrona magistral de Julián López, Enrique Ponce, Miguel Ángel Perera, el mismísimo Caballero o cualquier fenómeno real y no de aquellos que el paso del tiempo ha idealizado en exceso, sin mesura, ni recato. ¿Belmonte? Otro al que retirar méritos, por demérito. ¿Revolucionario? Ni de broma, simplemente un aprovechado al que engrandecieron sus afines, apoyado por los revisteros y la televisión de la época, en especial el Plus de la época y la Uno. Pero claro, esto tiene un inconveniente, y muy gordo. ¿Qué ocurrirá si esta moda de jarte y “grandiosismo”, paroxismo, “pegapasismo” y excelso vulgarismo se viera desplazada por el gusto por el toro y la verdad en el toreo? Pues que habría que empezar a retirar medallas de las Bellas Artes, empezando por aquella concedida a don Francisco Rivera Ordóñez, alias Fran y posteriormente Paquirri. Habría que dejar en suspenso salidas a cuestas como las de Espartaco en su momento en la plaza de Madrid, las que el generalizado estado de shock provocaron las de Ojeda, Talavante la tarde posterior a su encerrona con Victorinos, El Juli cuando le salió aquel toro que casualmente era de la familia de su novia, la del sorprendido Manzanares cuando le empezaron a dar orejas como el que da octavillas de restaurantes a la salida del metro de Sol. Y tantos otros de menor trascendencia, como Juan Cuéllar, Eugenio de Mora, Serafín, Tejela y tantos otros.


Pero creo que tanto en las medallas a políticos, como en trofeos a toreros, estaríamos cometiendo un gran error, ¿por qué? Muy sencillo, porque esas regalías, aparte de la satisfacción que en su momento provocó en sus destinatarios, es una muestra de lo que sucede gracias a la necedad humana, a esas ganas de estar a favor del poder, ese querer ser más monárquico que el rey, más republicano que Marat, o primero de Bombita y luego del Gallo. Dejemos que la plaza de Madrid se avergüence de contar entre sus triunfadores a señores como El Cordobés, que la sociedad recuerde que se premió a la Pantoja, Granados, Roldán o Mario Conde. Que no se puede estar removiendo la memoria según venga el aire. Dejemos las cosas como están y luego meditemos sobre los hechos, sobre las circunstancias de cada caso y decidamos, o al menos que nos propongamos el no caer de nuevo en los mismos errores. Parabienes o no, Todos tienen su lugar en el recuerdo, algunos incluso en la historia. No sacaremos nada en claro si retiramos orejas a Espartaco u Ojeda, pues las consecuencias de su paso las sufrimos cada tarde de toros. Así que en lugar de andar cambiando y borrando nombres, intentando “rectificar” la historia, reflexionemos y tratemos de no volver a dejarnos deslumbrar por los destellos de oropeles.

2 comentarios:

MARIN dijo...

Así nos sentimos muchos Enrique, rodeados de fariseos, de aduladores y de palmeros de una farsa que no tiene intención de terminarse Enrique. Luego vendrán las quejas de Anoet, las respuestas de los toreros con el "yo no he sido", y como diría el titulo de la película, "entre pillos anda el juego".
Suerte la de tu amigo Enrique, ese que se aparta con torería de toda esta basura. Envidia sana que le tengo. No tiene esta gentuza medallas para devolverle el dejarse el pellejo por la fiesta...seguro.

Un abrazo.

Enrique Martín dijo...

Marín:
Mi amigo es un tío de una pieza, de los que hay pocos y te digo una cosa, no sabes como le he visto torear al natural y como lo ligaba con el de pecho. Pero claro, en este mundo de rufianes la honestidad y la honradez están a la baja. Eso sí, mi amigo dice lo que le dicta su conciencia y no lo que quieren los paniaguados que esperan que los gusanos les caigan en la boca, como si fueran pajarracos en un nido.
Un abrazo