sábado, 4 de junio de 2016

Ya nada es lo que era y los Victorinos mucho más

Cuándo le hablaron de que él y Rey Mago habían sido dibujados, preguntó: ¿Se puede ver? Y lo vió


Desde hace tiempo hay una duda que me ronda. Siempre se dice que hay que adaptarse a los tiempos, que ese es un signo de inteligencia y además es la mejor garantía para subsistir, y la duda que me ronda es saber si el hierro de Victorino Martín se ha adaptado a los tiempos o si desde hace ya muchos años, desde aquellos tiempos en los que el ganadero de Galapagar dejó incluso de venir a Madrid dos años seguidos, si a partir de entonces intentó adaptar la realidad de la fiesta a sus circunstancias particulares. Era cuando de repente nos empezó a contar que el toro tenía que ser mucho más chico, que era lo ideal para la tauromaquia, justo cuando sus pupilos empezaron a lucir como cabras escuchimizadas. Y a partir de entonces pasó de lidiar solo en plazas de primera y esporádicamente en otras de inferior categoría, a anunciarse hasta en las capeas de empresa. De matarla un tipo de torero muy específico de los que Ruiz Miguel era el paradigma, a que se apuntara a ella hasta el Pichinchi de Torralba de los Montes. Era un toro duro, encastado, con complicaciones, que de vez en cuando embestía haciendo surcos en la arena con el hocico, pero siempre exigente. Y a día de hoy nos encontramos con corridas como la que ha echado en esta feria de San Isidro, que si nos dicen que son de origen Juan Pedro o Núñez, nos lo tragamos como parvulitos. A buenas horas iban a permitir aquellos Albaserradas que el matador se les colocara de mala manera o que le ofrecieran la muleta al bies, porque el osado que se atreviera a tal sacrilegio podía acabar por los aires.

Y qué decir cuando en los carteles asomaba el nombre de Uceda Leal; el aficionado se animaba a ir a la plaza, porque se podía ver torear con pureza y gusto y ejecutar la suerte suprema con toda la verdad del momento supremo. O los días en los que El Cid ponía el “No hay billetes” y los reventas te compraban la entrada alejados de las inmediaciones de la plaza, para después ellos revenderla a precio de oro. Y qué me dicen cuando aún pensábamos que Abellán era un prometedor valor de la tauromaquia al que no había que perder el ojo. Pues ahora, si quieren, les cuento cómo he visto la antepenúltima de este San Isidro 2016.

Lo de Uceda Leal está entre muy complicado de definir o muy fácil, todo depende si el intento es desde el punto de vista racional o el emocional. En el primer caso se puede hablar de falta de sitio, poca capacidad lidiadora y no encontrase a gusto con su lote. ¿Bien? Pues lo emocional diría que le ha echado un descaro de impresión y que la desvergüenza se ha hecho dueña de él. Al primer Victorino tras estamparse contra las tablas, les recibió con tibios capotazos enganchados, intentando quitárselo de encima de la mejor manera posible. Dos puyazos traserísimos, tapándole la salida, mientras el animal se empleaba con ímpetu, con el picador saliéndose a los medios para dar leña a placer. En este caso no se justificaba eso de rebasar la raya del tercio. El caos en el ruedo era absoluto. Tomó Uceda la muleta y quizá ya tenía la idea en la cabeza de que el toro tenía una nube en un ojo, que estaba quizá reparado de la vista, lo mismo sintió que estaba capeado, total, que tras pasarle por abajo sobre las piernas y sentir un arreón por el pitón izquierdo, se fue a por la espada y aquí paz y después gloria.

En su segundo, la gente no se puede decir que estuviera muy a favor, incluso le protestaron el que entrara en quites en el toro de El Cid, ignorando que es su derecho y obligación, pero ya saben, cuando el público se emperejila con uno, no le pasa una. El cuarto salió derrumbándose sobre la arena. Se le picó poco y mal, mucho capotazo innecesario, el animal se defendía en el peto tirando derrotes a la guata. Muletazos por abajo, carreras y más carreras y Uceda como loco por quitarse del medio, pero había que hacer el paripé, Aburrido, sin ganas, perdiendo el tiempo, hasta que le debieron avisar que a partir de cinco minutos de rondar por ahí, ya no te pitan. Y así, de esta forma tan penosa inició y concluyó Uceda Leal su presencia en esta feria de Madrid. Con un “chimpúm” sonoro, pero desafinado.

Volvía Miguel Abellán, del que algunos ya ni nos acordábamos, pero aquí estaba, si señor, quizá sentía que le quedaban muchos capotazos con el pasito atrás por dar. Y a fe que los dio. Ni para poner el toro al caballo tuvo tino. El de Victorino acudió al paso, se le pegó en la primera vara y en la segunda cabeceaba cuando le apretaban con el palo. ¿Había fútbol o algo después de la corrida? ¿No? Pues lo parecía, porque el señor Polo cambió el segundo tercio con tres palos y pensamos que habría quedado o algo así. Mira si no le podía haber hecho el día un compañero sin tanta urgencia. Luego Abellán, que lucía un novedoso terno blanco y plata, se hartó y hartó al personal de trapazos con ambas manos, abusando de pico, retorcido, echando el toro fuera, citando muy fuera, carreritas para recuperar el sitio, muleta retrasada, alargando el brazo y largando tela, con el peligro añadido de que el Victorino se colaba yéndose al hueco que quedaba entre la muleta y el bulto. Una faena vulgar, que el toro no merecía, al menos se le podía haber intentado hacer el toreo.

El quinto, muy rebrincado de salida, obligó o quizá no tanto, a Abellán a darse la vuelta para después ir cediendo terreno hacia los medios. Lo dejó en el caballo a su aire, para que, tapándole la salida, le dieran los justo, sin excesos. En el segundo puyazo, al que fue al paso, ya le castigaron con más empeño. En la faena de muleta una repetición de lo de siempre, de inicio, tras unos latigazos destemplados mandó a l de Victorino dos veces a medir el suelo. Lo siguiente fue una cadena de retorcimientos, pico, tirones, falta de temple, desarmes, sin mando ninguno, mientras el animalito, como diría mi compañero de grada un novillo serio, seguía la muleta incansablemente. Los que nos cansábamos éramos los que cubríamos la piedra con la esperanza de ver, aunque solo fuera por un instante, hacer el toreo.

Ya no sorprende a nadie que El Cid lleva años perdido, ya demasiados, pero nadie le puede negar ese afán por salir de ahí, por volver a vivir aquellos triunfos tan rotundos de otras tardes. Lo que no sabemos es si eso es posible y si el camino elegido es el idóneo; él sabrá mejor que nadie las vías, pero quizá modernidad, alivio, toreo y pureza puede ser que no casen demasiado bien. En el tercero, su primero, le jalearon unas verónicas enmendadas y otras menos profundas a pies juntos, pero ya se sabe que esto de los pies juntos resulta muy efectivo, curiosamente, a veces hasta más que cargar la suerte, embarcar al toro y metido en la tela llevarle hasta rematar el lance. Pero esto ya son cosas mías que a nadie interesan. Sin poner al toro en suerte, este empujó con fijeza, tapándole la salida. Un segundo encuentro desde más distancia, el de Victorino se arrancó para recibir un picotazo. Tras los primeros compases de la faena de muleta en los que el toro le sorprendía con  sus arrancadas, citó de lejos para dar medios pases desajustados, seguidos de continuas carreras para recuperar el sitio. Mucho pico, siempre sin rematar los muletazos, siempre citando desde fuera, despegadito y en un momento de duda el toro se le echó encima, afortunadamente sin consecuencias. El toro seguía la muleta una y otra vez, repetía, pero El de Salteras no lo vio o quizá si lo vio, sería que la mano y el corazón no obedecían lo que su cabeza imaginaba para volver a ser El Cid.


En el sexto no fue capaz de quedarse quieto en el recibo, dejó que se pegara al toro en el caballo, el animal se repuchaba y peleaba especialmente por el pitón derecho. En la segunda vara, al paso, cumplió sin más. Molestaba el viento para manejar la muleta. Trapazos sin temple con la izquierda y el de Victorino perdiendo las manos, naturales sin parar quieto ni tan siquiera cuando pasaba el toro, pero aún así, había quien se los jaleaba; ¡cuántas ganas hay de que vuelva! Tanto era el hueco entre la tela y el bulto al meter el pico y estirar el brazo, que el animal se iba por allí. Él seguía a todo lo que le pusieran por delante, la cuestión era cómo y dónde se lo ponían y la velocidad y trayecto por dónde lo movían, eso era otro cantar. Visto lo visto, El Cid mueve las telas, pero por caminos muy alejados por los que las mecía cuando era un torero de Madrid, cuando toda la plaza empujaba con él la espada que certificaba triunfos y salidas por la Puerta de Madrid, pero ahora él tampoco empuja. Se fue una corrida para que los tres toreros hubieran demostrado que quieren y que pueden. Y Madrid esperando ver toreros, que como dicen malintencionadamente, Madrid espera a los toreros, claro que sí, que no para ajusticiarlos, sino para ver sus triunfos. Queremos ver a todos, a pesar de la empresa que por los motivos que sean, a veces nos impide ver a algunos. Nos quitó la posibilidad de ver como un matador veterano confirmaba su máxima ilusión de torear en las Ventas, ya no será posible, y seguro que él, el Pana, se estará lamentando, allá donde esté, por no habernos podido mostrar su genialidad en nuestra plaza. Rodolfo, descansa en paz.

4 comentarios:

Patxi Arrizabalaga dijo...

Ahora que la feria más importante del planeta toros va camino del olvido, amigo Enrique, a días con matices, a días a pies juntos, huelo entre tus líneas verdad táurica de la que restrega con el nanas las caras del taurineo. Qué horrible es ver una terna de "chavales que empiezan" con "el terror del campo". Que somos largones, juntaletras impenitentes, mala gente que equivocamos al pobre público pagano je va a ver un espectáculo. Qué ruina infame vivimos todos cuando el rito se convierte en broma circense de aplausos a lo que el viento airee. Tristes o gozosos terminamos una feria demasiado larga, y a ratos infumable, pero después de ver al rey de las zurdas no enterarse que donde había historia y peligro, por tanto, verdad, era en ese pitón izquierdo del tercero cuando se tira a una derecha que ni siquiera fue capaz de embarcar. En fin, amigo, te parece si nos vemos el Finde de Pamplona, te hago un hueco en casa y seguimos penando entre grandes ferias? Me descubro ante tu verbo, aunque alguna vez no esté al pairo con ello. Un abrazo.

Antonio Fernández Box dijo...

Enrique, empieza a ser preocupante que en una feria con tantos toros lidiados como esta, solamente sean dignos de mención un par de ellos, creo que es un síntoma inequívoco de la decadencia de la casta y la bravura en favor de esos tèrminos de nuevo acuño como durabilidad, toreabilidad, ritmo, etc..
En cuanto a lo de Victorino poco queda de aquellos toros que ví hace bastantes años torear a Ruiz Miguel y Tomás Campuzano ahí en tu Plaza, cuyo apartado no se me olvida.
Muchas gracias por hacernos distinguir con tus acertadas crónicas el grano de la paja,
te animo a seguir con tu gran afición al Toro.

Enrique Martín dijo...

Patxi:
Pues nada me apetece más que esa charla en tu tierra y en esas fechas tan señaladas. Es más, si en mi mano está, intentaré de una vez poner remedio a mi pecado y dejar de ser pamplonica en la diáspora. Y mejor que ante el verbo, a ver si nos dejan descubrirnos ante un toro y dos tandas de naturales a ley.
Un abrazo

Enrique Martín dijo...

Antonio:
Muchas gracias y gracias por esos ánimos. Lo de seguir es una culpa compartida con los que me empujáis y me dáis fuerzas. Según parece ha sido una feria magnífica, pero ahí lo has dicho, tantos días y un par de toros. Poco más que añadir. Que cada uno saque sus conclusiones.
Un abrazo