Tengo que confesarles que en ocasiones uno está harto de
esos taurinos que parecen ser los únicos que entienden de la complejidad y
dificultades que entrañan el toreo, el ser torero. Basta que surja el percance,
por leve que sea, que siempre sería mejor que no se produjera, para que te
escupan a la cara eso de que los toros cogen, los toros matan, hieren y truncan
lo mismo ilusiones de una tarde, que vidas para siempre. Que quizá lo tengan
que repetir para concienciarse ellos mismos y por eso se lo repiten en voz
alta. Pues a los aficionados a los toros y a mi mismo, no nos hace falta oírlo
una y otra vez saliendo de sus bocas, porque es algo que nos retumba dentro
cada vez que vemos a un hombre, aunque apenas brinque la adolescencia, vestirse
de luces o de corto o cuándo se nos hace presente el toro, en el campo, en la
plaza o en las fotos de una tasca. Quizá por ese motivo, cuándo somos
espectadores de una corrida de toros, novillos o becerros, no podemos
entretenernos ni comiendo pipas, ni dando traguitos al combinado de turno, ni
comentando la cena del día anterior, ni siquiera si el vecino o vecina tienen
un monumental culo. Si acaso, solo si acaso, cuándo el toro ya no está en el
ruedo, justo en ese momento en que uno puede destensar un poco.
Es relativamente habitual el ver como una vez que sucede un
percance, los “buenistas” se vuelven ante los exigentes y les recriminan esa
crítica a las carencias del torero en cuestión, mucho más intensas si el
percance lo sufre el torero de la tierra, el amigo o simplemente del que se
siente fieles partidarios. Quizá nunca se han parado a pensar estos leales, en
el nulo favor que hacen al pretender que su torero continúe por un camino para
el que no está preparado y que a medida que más se adentra, más papeletas
compra para la desgracia. Pero en esos casos, el aficionado no suele echar la
culpa a nadie, ya no ha lugar para otra cosa que para la preocupación, el
lamento y el deseo más ferviente para que se recupere el torero cuánto antes,
mejor. Las protestas en su momento y si ni el torero, ni sus allegados, ni su
peña entienden que es mejor darse cuenta de las cosas siguiendo la lógica y no
por imposición del trompazo o cosas peores, mucho mejor.
Quizá estos adalides del “buenismo” puedan llegar a pensar
que el aficionado no quiere que haya toreros, incluso insultan, o eso
pretenden, llamando antitaurinos a los que se entregan permanentemente a su
afición durante toda la temporada, después y antes de su inicio, pero no se
confundan, no caigan en ese error tan habitual de querer adivinar lo que piensa
el prójimo y mucho menos de acuerdo a sus parámetros de “buenismo” taurino, que
a veces, sin quererlo raya en la injusticia, taurina y vital. Podían detenerse
unos minutos a pensar y lo mismo llegan al razonamiento de que lo que esos
aficionados quieren es que haya toreros, muchos, cuantos más mejor, pero que no
haya ni un pegapases más, ni un ilusionado incapaz, ni alguien que solo
pretende hacer dinero, a costa de lo que sea. Y que no sea el aficionado, el
público o un presidente que da una o mil orejas los que decidan si sí o si no,
que el juez único sea el toro, el único con capacidad real para poner a cada
uno en su sitio.
No sé si estos “buenistas” se paran en reflexionar sobre el
toro, el toreo o simplemente repiten lo que oyen a otros, no tengo ni idea, a
veces les veo airados defender la libertad. Indignarse cuándo alguien parece
alegrarse de la desgracia de un torero, lógicamente, no entienden tales
posturas, no llegan a comprender cómo alguien se puede felicitar por la
desgracia de un ser humano, sea torero o reponedor del híper, pero, ¿por qué
ellos mismos nos escupen con aquellas mismas razones a los que pretendemos que
se imponga el rigor, la seriedad y el toro en esto de los toros? Por favor, evítenselo
y no traten de arrimar el ascua a su sardina, a la sardina de su partidismo con
tal o cual torero, a la del interés porque este o el otro triunfen a pesar de
lo que sea, no utilicen semejantes artimañas, semejantes trampas, tan sucias y
tan rastreras con los que solo tienen como fin la grandeza del toreo,
construida sobre la integridad del toro.
Es claro que cualquier animal con cuernos coge y puede hacer
daño, mucho daño, pero no se trata de eso, claro que el borrego también coge y
hiere, claro que con esos también existe riesgo, pero es que esto no va de eso,
no es acercarse más o menos al precipicio, ni cruzar el abismo sobre un cable
de acero con los ojos vendados, nada más lejos. Esto es toreo y hay que
arriesgarse lo justo, ni más, ni menos, no hay que añadir penalidades, porque
el toreo y el toro ya son suficientemente complicados, como para añadir más
obstáculos. La cosa es muy sencilla, es un toro y un torero, que a cada
embestida tiene que darle la oportunidad de que el animal le coja, por el sitio
en el que se pone y por la propia naturaleza de su oponente, pero, y ahí está
lo grande, con su saber, su mando y el saber ver al toro, el hombre tiene que
esquivar una, dos, quince veces, el que el pitón le cale y además, si puede,
construir una obra de arte, pero hasta eso entiende el aficionado, que sabe que
lo del arte no siempre es posible, ni todos están tocados por el destino para
crearlo.
Que quizá esos “buenistas” tengan la necesidad de estarse
recordando entre ellos eso de que el toro coge y hasta mata, pues nada,
recuérdenselo, pero no cometan la torpeza de escupírselo a la cara de los
aficionados, de esos que ven al torero como un ser superior, un ser rodeado del
halo mágico del toreo, seres a los que estrecharles la mano ya impone, pues esa
es la mano que soportar el peso del acero y la gloria, la mano que se mancha de
la sangre del toro, cuando no de la propia o la de un compañero. Quizá esta
puede ser una de las diferencias entre el “buenismo” y el aficionado, unos ven
al torero como una estrella a la que sobar, abrazar y pedirle fotos al llegar a
la plaza, como si fueran a interpretar la quinta de Raskayú , sin entender que
el torero no acceda a esta ceremonia del dislate, mientras el aficionado, si
acaso, al llegar a la plaza se limite a abrirle paso, en silencio, a lo mejor
algún “suerte, torero”, pero dejando al hombre en su intimidad, la intimidad
del toreo, porque acto seguido se va a liar en el frío lujo del capote de
paseo, para torear, para lo más grande, torear, porque en nada podrá crear arte
puro y verdadero o incluso puede que no vuelva a salir de la plaza sintiendo el
placer de respirar. La gloria y la muerte separada por un suspiro. Será porque
otros no lo vean así, será porque no se imaginan que otros puedan verlo así,
será por eso que ya uno está harto.
4 comentarios:
Puf Enrique. Que te voy a contar yo de todo esto que acabas de escribir. Yo, que ni soy torero, ni aficionado, pero que tampoco me considere buenista. Yo que pasé del tendido a la arena, de la arena al tendido, y ahora estoy en esa fase que va desde el tendido a casa. Esta ultima creo que es la definitiva, y de eso tienen mucha culpa los buenistas.
Yo creo, desde mi ignorancia, que el torero es el primero que se tiene que dar cuenta de como esta la cosa y de que es capaz. De abstraerse del mundo que le rodea y de las palmaditas en la espalda, y saber cuando hay que irse a casa, que desde mi punto de vista, no se deja de ser menos torero por eso.
En fin Enrique, que te voy a contar yo que tu no sepas.
Un abrazo grande.
Cuánta razón ese último párrafo. A menudo observo el "sobeteo" al matador, cual estrella de rock, sin guardar distancia y respeto debidos. Soy el primero en pretender acostar distancias con ellos, pues, para mí, son dioses, pero desde el formalismo. De luces, nunca he pasado de un "suerte, maestro", estrechar la mano y un autógrafo. Seré un romántico.
Por cierto. Invitado está a mi rincón, en primera de barrera. Allí podrá observar su blog en mi lista de recomendados.
Galleo del Bú.
Marín:
Pues así debería ser y si el torero no se da cuenta, que tenga alguien a su lado que le diga las cosas, pero... Por un lado están los que no quieren perder ni un céntimo de su negocio y por otro los que se quieren subir al burro. Y así, sin que parezcan querer enterarse, esto se nos va, si es que no se nos ha ido ya.
Un abrazo
Galleo del Bú:
Igual seremos románticos, que tampoco es malo, pero al final somos más respetuosos y sentimos mucha más devoción por el torero y todo lo que representa, que esos fans de ahora.
Y voy a buscarle para sentarme, con su permiso, en su barrera.
Un saludo
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