lunes, 9 de julio de 2018

Cenarse las Ventas devorando su prestigio, su tradición


El rito conlleva muchas cosas que los patanes no entienden, ni quieren hacerlo; sus mayores aspiraciones, el arte más sublime, no pasa de llenar la panza

Si hay algo que en lo que el señor Casas, don Simón, ha alcanzado un éxito sin discusión posible, es en lo de desmantelar, minar  y demoler la plaza de Madrid, las Ventas del Espíritu Santo. Da pena visitar el coso de la calle de Alcalá, la zozobra se apodera de los aficionados que aún mantienen la costumbre de acercarse casi todas las semanas a ver toros, lo mismo mojigangas de figurines incapaces, que novilladas con aspirantes a figurines incapaces, que shows nocturnos con chavales y no tan chavales, que deambulan por ese camino de la incapacidad, aunque los parientes y paisanos intenten disfrazárselo de gesta o de injusticia presidencial, que incapaces siguen siéndolo. Lo del ganado ya empieza a importar más bien poquito, que ya pueden ser chivas, marmolillos, inválidos, torazos, torazos o torreznos, pasaran ante la pasividad del respetable y la aquiescencia de la autoridad y salgan buenos, malos o de juanpedro, los de luces exhibirán su incapacidad y no sabrán qué hacer con ellos.

Pero el hablar ahora de toros en la plaza de Madrid empieza a ser un sinsentido o quizá una utopía; porque a este señor, al que la Comunidad de Madrid concedió la explotación de la plaza, le ocupa su tiempo todo, menos la organización de festejos taurinos. Que nos lo viste de arte, de producciones artísticas, pero la evidencia es que esto es una cadena de producción, tal y como él mismo declaró a sus esbirros de la televisión. Ahora nos sale con eso de “cenarse las Ventas”. Ningún titular podría describir con tanta fidelidad lo que son esas nocturnas de los viernes. Te anuncian la primera novillada con un plano con los chiringuitos playeros y su especialidad, sin hacer demasiado caso ni a novillos, ni a novilleros, que eso es algo suplementario. De repente los amplios pasillos venteños se convirtieron en un laberinto, una gymkhana del mal gusto, de la chabacanería en la que había que ir sorteando mesas, sillas, carpas repartiendo queso, chuletas, vino, cerveza rubia, tostada y hasta la misma plaza, vuelta y vuelta. Lo importante era esto, ¡qué divertido! Porque eso es lo que era, divertido. Que al final se acabará yendo a la plaza a divertirse, no le demos más vueltas. Tanto es así, que en esa primera horterada pseudotaurina los hubo que prefirieron quedarse de animada charleta al calor de las planchas y tablas de quesos, que pasar al tendido a ver que daba de si la de Guadajira, mientras otros entraban y salían a discreción, estuviera o no el toro en la plaza.

Pero no se echen las manos a la cabeza, no, esperen un poquito, no se escandalicen tan pronto, porque lo de este individuo que un día aspiró a ser torero, ya no creo que sorprenda a nadie. Él se hizo con la plaza jugándosela a los Choperitas y ahora nos la está jugando a todos. El regenerador de la fiesta, el revolucionario, no ha hecho otra cosa que profundizar en la miseria que actualmente carcome la fiesta y aprovechando la circunstancia, intentar sacar cuatro ochavos de la manera que sea, sin importarle si es en la plaza de Madrid o en la de Trotaventanas del Puerto. Pero, ¿dónde está la Comunidad de Madrid? ¿Dónde están los propietarios de la plaza de las Ventas que tanto se ufanan de apoyar al toreo? Si tuvieran un poco de dignidad, igual estarían avergonzados, debajo de la cama y no queriendo salir hasta que se vaya este señor. Que es posible que no hayan caído en la cuenta de que ellos son los últimos responsables de permitir semejantes desvaríos. Pero no, no piensen que en este caso el partido amigo de la fiesta va a intentar mover una ceja por los toros, ni de broma. Ellos se limitan a poner la mano, cobran lo suyo y a otra cosa y si para ello tienen que ir firmando todo lo que se le ocurre a este señor, pues lo firman; que si achicar el ruedo, que si admitir una feria inadmisible, que si llenar el recinto de tabernas con apariencia chic, que si se llevan por delante las demandas de los aficionados, da igual, la Comunidad lo consiente todo, todo y todo. Dios nos libre de defensores y amigos de la fiesta, que de los enemigos ya me libro yo. Pero el problema, el peligro, son los políticos y los antis. Que ya dicho de paso, bien podría la oposición levantar la voz y pedir explicaciones sobre las condiciones de explotación de una propiedad pública y de si se respetan las condiciones que garanticen el futuro, el buen futuro, de un hecho cultural de profundo arraigo en Madrid. Pero no, lo importante es lo importante y además va primero, empecemos por llenar panzas y mojar los gaznates, con la colaboración de una masa dispuesta y entregada a cenarse las Ventas devorando su prestigio, su tradición.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Falta la rueda de chicago,el tragasables,los pulsarios,total como es un circo.A todos sus esbirros de la tv y prensa adulona los tiene bajo la tolva,comiendo poco pero seguido.?
T.B.