Una fiesta en la que demasiadas sombras amenazan a los fundamentos clásicos |
Si preguntamos de forma indiscriminada sobre el estado de la
fiesta, es posible que las respuestas vayan del blanco al negro a velocidad de
vértigo. Unos contestarán que esto no tiene solución, que esto se ha terminado
definitivamente; otros, más optimistas, afirmarán que nos quedan cuatro días;
también los habrá quienes sin despeinarse dirán que esto está mejor que nunca,
que se cortan orejas como uvas en la vendimia, que hay indultos y triunfos, a
pesar de unos presidentes malages, y que la fiesta se está adaptando a lo que
demandan los tiempos, no picar, no clavar, no riesgo, no drama y mucho arte,
arte para regalar. Y acto seguido, el interrogado pegará un buchito a la bañera
de yintonis que lleva en la mano que le queda libre de sujetar el bolsón de
pipas, el pañuelo de puros “La Bailarina” para pedir orejas y el movilaco king
size para grabar el festejo de todos los años para el Instagram. Que pensarán
que ya está el pesado este con su fobia a las pipas y los barreños de
alcoholazo, pero no, quizá sería la misma fobia que se le podría adivinar al
aficionado a la ópera, si en el primer y segundo acto no parara de escuchar el
clic clac, ni de levantarse de su asiento pidiendo más “alpiste” al de los
refrescos. ¿Qué no es lo mismo? Bueno, eso va en opiniones, en la ópera no creo
que se vayan a llevar a nadie a la enfermería. Eso sí, allí se ven los tres
actos con sumo interés, aunque el desenlace sea en el último.
Pero lo que yo pretendía era dejar unos apuntes de cosas que
han pasado en los últimos tiempos en las plazas de toros y que cada uno juzgue,
que juzguen el que en la reciente feria de Madrid la asistencia haya sido, un
año más, menor que el año anterior y el anterior y el anterior y… y así hasta
llegar a aquellos años en los que se contaban los llenos por el número de
festejos. Una tendencia que coincide con el descenso en el número de abonados y
que al tiempo se corresponde con un alarmante incremento en el número de
trofeos concedidos. ¡Qué curiosidad más curiosa! Menos abonados, más orejas. Y
así pasa, que sin saber ni cómo, ni por qué, más de una, dos, tres y cuatro
tantas mil veces, era caer el toro y afloraban pañuelos sin apenas haberse
escuchado un ¡olé! Bastaban las manoletinas/ bernadinas y ¡halaaa! Y no digamos
nada, si había habido revolcón, que siempre encontraba el espada la comprensión
del palco. Que un día a un usía se le ocurrió no sacar el pañuelo blanco y aún
le deben estar mandando anónimos al señor presidente. No hubo pena, ni castigo
que no se le pidiera al pobre señor; eso sí, ni mu, cuándo otros inquilinos
tiraban por los suelos cualquier asomo de rigor y exigencia, que entonces
siempre cabía todo tipo de excusas, por disparatadas y ofensivas que resultaran
al sentido común. Que esto es lo que tenemos, que va un día un caballero y
decide devolver un manso; pero si esto es grave, casi peores fueron sus
justificaciones y citas sesgadas del reglamento, evidenciando su nulo
conocimiento de este. Pero esto no importaba a casi nadie, lo que realmente importaba
e importa, es si hay orejas, lo demás es pura baratija. Alcanzando el clímax
aquella tarde de toreo a caballo, en que otro espabilado concedió un rabo. Si
ustedes acaban de aterrizar de un tour por Marte, igual pensarán que hubo
movimiento de sillones y que entre dimisiones y destituciones no se daba
abasto, pero no hace falta que les diga que ahí siguen estos señores aupados en
el palco, que nadie ha mostrado ni tan siquiera un rasgo de contrariedad y que
además han gozado de la comprensión y apoyo de los taurinos, incluidos, por
supuesto, los que tan bien se manejan entre el lodo y los micrófonos.
Vivimos unos momentos en los que solo cuenta la pasta de
unos pocos, en que los taurinos se van acomodando este espectáculo a sus
caprichos, sin tan siquiera pensar en que tengan que pensar un segundo tan
siquiera en el aficionado, que aunque no lo crean, es el único que puede
sustentar todo este tinglado. Sí, esos aficionados que en la plaza de Madrid
pueden asistir entre picos, palas y azadones, a unos treinta y tantos festejos,
como media, que los hay de sesenta tardes. Multipliquen ustedes mismos por
nueve euros o quince o veinte y a ver qué les sale, mientras que otros, los de
una vez o dos al año, pase lo que pase, no aguantarían ni una semana viendo a
esos ídolos a los que tanto idolatran, de muy tarde en tarde. Pero sigamos
atendiendo caprichos, que si el buñolero no puede ir de luces, que si la chepa, que si ahora reducir el ruedo de Madrid,
que lo mismo habrá quién quiera recuperar aquella idea peregrina al extremo que
no se sabe si fue en broma o en serio, de hacer las tablas más bajitas, para
que los toros parecieran mayores. Yo creo que esto no pudo decirse en serio,
pero denles ideas y verán. Tan caprichosos son, que se atreven, lo mismo a
encararse con quién les paga, que a indultar un toro por su cuenta, hasta hacer
que sonaran los tres avisos y luego hay que aguantar que te cuenten sus
motivos, como hizo el señor Castella, quién ya en su día manifestó sus
reticencias a usar el estoque. Y detrás nos viene el Soro a recordarnos lo desorientado
que siempre ha andado en esto del toro. Que mal torero ya se sabía, pero es que
resulta que también es mal aficionado.
Hay que mantener a estas figuritas, a los aspirantes a
figuritas, a los que se quieren colar en el tren de las figuritas y la
novillería que quiere llegar a figurita, que ya no pueden ni con el toro que
con tanto esmero se les ha preparado. Llevan años clamando por la boba, llevan
años preparándoles la boba y cuando ya tenemos la boba, más boba, tampoco
saben. Que no les digo nada cuando sale uno que se les cuela medio encastado,
que entonces ya piden el matadero para toda esa vacada de infames toros no
colaboradores. Y luego nos echamos las manos a la cabeza, porque un señor
alcalde, ansioso por demostrar su ineptitud, declara que en los Sanfermines,
encierros sí, pero corridas de toros, no. Pero si es que parece que semejante
barbaridad se le ha podido ocurrir a un taurino, a una figurita caprichosa, a
unos señores presidentes del palco de Madrid o un fulano cualquiera con el barreño
de yintonic en una mano y el resto de apechujes taurinos en la otra. Lo peor de
todo es que esto, todo lo relatado, no es cómo está esto de los toros en estos
momentos, que la cosa está aún peor, que esta sarta de barbaridades no son más
que los síntomas de lo que ya está aquí.
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