Si usted se encuentra delante de un chuletón de Ávila y
justo en el momento en que va a pincharlo con el tenedor, duda, ¡cuidado! Si
usted se ve un día haciéndole un jersey de punto a la serpiente pitón a la que
ya considera como uno más de la familia, ¡ojo! Si usted empieza a pensar en la
pesada carga que para un caballo supone su jinete y opta por subirse a la
chepa, a su chepa de usted, al caballo e intenta un trote alegre por un prado,
¡Mucho cuidado! Y si se ve en el zoo, dentro de la jaula de los leones, sentado
frente a un melenudo ejemplar de lo que la ciencia conoce por “Pantera Leo”,
intentando negociar sobre un cambio en su dieta, sustituyendo la carnaza por
tofu enriquecido con salsa de soja, ¡Alerta! Tenga a mano la tarjeta del médico
a mano, llame a urgencias y dígales que usted padece “animalasmia”, el mal del
siglo XXI. Ese mal que dejo pequeña a la Gripe Española, a la Peste Bubónica, a
las chancletas con calcetines grises. Esto es serio de verdad.
Y esto son solo los primeros síntomas, que luego viene lo de
liarse a gorrazos con todo aquel que no siente a los animales como hermanos, en
versión San Francisco de Asís del s. XXI, con gafas de sol galácticas,
chancletas de vestir y con el iPhone grabando para subirlo a Instagram. Ese
banco de alimentos para animales, ese refugio para animales, con las ovejitas,
los lobos, los leones, las anacondas, las pirañas, los dóciles toros de lidia,
todos juntitos en amor y compañía y cuidadito con que al hermano lobo no le dé
por zamparse a la hermana oveja; que todos sabemos que es jugando, pero es que
a veces, al lobo le pierden las formas.
Que no es que quiera yo ahora alarmar al personal, porque,
¿quién no ha sentido algún tipo de afecto con un animal en alguna ocasión? Es
más, hasta puede que hayan sentido hasta amor y yendo más allá, que hayan
sentido la pérdida de alguno de ellos. No, no se asusten, que esto es propio de
la condición humana, el problema empieza en el momento en que se sorprendan con
la escala de valores del revés, cuando sitúen en la cúspide a cualquier animal,
al que además dotan de valores propios del ser humano, arrinconando, casi
condenando, a las personas al escalón más bajo de tal escala, tal y como si
fuera un animal. Si se ven en esta situación, ustedes padecen animalasmia, todo
para los animales, nada para los seres humanos. A los animales se les dotan de
todos los derechos propios del hombre y al hombre, a la especie humana, se le
niegan todos estos mismos derechos y es más, respondiendo a una especie de
justicia sobrenatural, extraterrestre o vaya usted a saber de dónde emanará tal
sentido de esa justicia.
Pero esto de la animalasmia no solo resulta peligroso para
los hombres, que si solo fuera eso, aún podríamos defendernos de este mal de
nuestro tiempo. Lo peor de todo es que la animalasmia también perjudica y
seriamente, al reino animal y en consecuencia a la naturaleza. Porque no es
infrecuente que los anilasmiáticos pretendan una extraña urbanización y
asfaltado de la naturaleza, procurando un bienestar animal más propio para las
personas, que para los animales. Lioso, ¿verdad? Cómo no va a serlo, porque
así, sin quererlo, estamos queriendo explicar y razonar el mundo al revés. El
bienestar animal es poner zapatos a un perro, abrigo, estar encerrado en una
casa y salir solo a mear, tratando de que el trato con otros congéneres no pase
de olerse el culo, pues ni gruñirse pueden, porque tienen que darse cuenta de
que el gran danés que mea en mi esquina con un chorro como el Amazonas, es mi
amiguito. Anda, no te j… Que el que te encierren en una cristalera de dos por
uno y que te echen un ratón vivo de cuándo en cuándo es la mayor aspiración
para una pitón “domesticada”. El bienestar animal es impedir que el caballo
corra, que el perro cace, busque, husmee, que el gato trepe, cace ratones, se
aparee, merodee en la noche, que el galgo corra, corra y corra o que el toro
embista, luche, pelee y se sienta poderoso, el más poderoso de la creación. El
bienestar animal es reprimir cualquier instinto de todo animal que nos
empeñamos en que viva en el asfalto, sin que este entienda lo que es el
asfalto. ¿Será eso del bienestar animal una consecuencia de la animalasmia o la
animalasmia una consecuencia del tal bienestar animal entendido desde el punto
de vista y aspiraciones del hombre?
Que este mal de la animalasmia llega a pretender que todos
los animalitos vivan en libertad, felices, negándoseles incluso su capacidad de
cazar para comer y que a eso del equilibrio animal le den, pero bien dado. Que
puede que no sea agradable ver como un águila caza una liebre y la engulle con
voracidad. Pues puede ser, pero si empezamos a pensar en cosas poco agradables
de ver, igual nos falta vida. La animalasmia empuja a una vida supuestamente
sana, con toda la salud que puedan dar únicamente las lechugas, los tomates, el
brécol, las acelgas y las algas del Mar Muerto tratadas con iones enriquecidos
con proteínas pluricelulares de las mareas del Ganges una mañana de domingo.
Que cosas brotan una mañana de domingo y otros, aquí, por estos lares,
desayunando churros esas mañanas de domingo. Que si nos sube el colesterol por
exceso de churros con chocolate, si nos sube el azúcar en sangre, si con la
grasa nos salen piedras en la vesícula, la medicina moderna tiene remedio, unas
pastillitas, una dieta o ya en caso extremo, el bisturí y así vamos tirando,
pero la animalasmia, ¡ay! Que para esto no, que solo una cosa tenemos cierta de
momento, la animalasmia, sin tratamiento conocido.
2 comentarios:
En el caso del toro,el "productor de arte y los figurones" son los pioneros del "virus".
D.C.S.
D.C.S.:
Y que no hay medicina conocida.
Un saludo
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