miércoles, 30 de enero de 2019

Adiós amigos, compañeros de mi grada


La fuerza de la juventud es comparable con una estampida

Con el alboroto y parabienes que hubo aquel día en que se anunció la creación de la “Grada Joven”. La chavalería, los únicos aficionados que pueden llevar esto más lejos en el tiempo, los únicos que conocerán un futuro más lejano, iban a acercarse un tantito más al ruedo. ¡Cuidado! Que la cosa no iba ni de aficionados prácticos con mucha práctica, ni de liarse la manta a la cabeza y lanzarse tras un retador “baja tú”. Tan solo era que pasaban de la andanada a la grada; que ya es avanzar en esto de ser aficionado. Y unos se quedaron en su nueva ubicación bien acomodados y con el confort que da una buena compañía, la comprensión de esas amistades que te hacen darte cuenta de que no eres ni un bicho raro, ni un amargao, ni un outsider taurino. Que resulta que había más gente que pensaba lo mismo, más gente que clamaba por el toro, que se revelaba contra el fraude y le sacaban de quicio las trampas en el toreo. Con estos, al fin del mundo. “Mama, que he hecho amigos en los toros”. Que de la noche a la mañana, las gradas otrora vacías, otras veces con gente ya demasiado entrada en años, recibían en plena jeta el frescor de la juventud, el de esa rebeldía, inconformismo e ilusión por creer que la utopía es posible. ¿Quién nos lo iba a decir a algunos. Más de tres décadas viendo pasar abonados, preguntando por aquel señor de la delantera, por el que se ponía siempre en el balconcillo, por el de la garrota, por tantos que no es que dimitieran de afición, que habían dimitido de la vida y habían cambiado su abono del seis, por uno del tendido bajo de la corte celestial, pegaditos al coro de ángeles custodios que se cuidan de que en esos ruedos de ahí arriba no haya percances.

Y en estas que la chavalería empezó a darse cuenta de que eran muchos los que no querían esa fiesta que se les pretendía meter por los ojos. Que no, que no y que no y empezaron a exigir. Hicieron de la protesta su forma de expresión y si alguien les preguntaba el porqué de su amor por los toros, quizá no sabían decir que les había enganchado con esos eslabones de acero fundido, pero sí sabían que había algo, que hubo algo, que se resignaban a no ver nunca más. Ellos también querían sentir como se les salía el corazón por la boca y el alma por el corazón con el toreo puro y con el toro toro. Preguntaban, comentaban, pero no se dejaban engañar y si acaso alguna vez tenían dudas, preguntaban y para la próxima ya sabían a qué atenerse. ¡Caramba con los niñatos! Su afición y exigencia empezó a dejar de ser una simpática anécdota para los taurinos y allá dónde veían una feliz y bullanguera chavalería empezaron a encontrar unos aficionados serios, severos y tan respetuosos con el toro y el torero cabal, como intransigentes como la breva desmochada y el tramposo sacude telas.

Bien es verdad que en esa “Grada Joven” también los ha habido que de 80 festejos picaron la tarjeta en cuatro o cinco tardes, precisamente las de carnaval, en que asomaban por la bocana de la grada atufados por un puro que era más un tormento que un goce, su yintonic agitado, que no removido, algunos con clavel, pantalones tobilleros y moda fashion taurina, que no juvenil. ¡Pobres! Ellos que iban a dar palmas, orejas y bienes a destajo y se encontraban con los de las protestas. Para un día que iban y les amargaban la fiesta. “Mama, unos niños protestaban todo el rato, seguro que no tienen amigos”. Unos pagaban 105 bolos por cuatro tardes y los otros, los amigos que no tenían amigos, 105 por casi 80. Bueno, tampoco es así, porque así sin justificación alguna, había alguna tarde que no asomaban y al día siguiente llegaba tal justificación: es que tuve examen. ¡Pobres!

Pero todo acercamiento a la utopía tiene un fin y ese fin parece que el señor casas, don Simón, ha decidido que llegue a partir de ya. Que esos levantiscos vuelvan a su sitio, al sitio del que nunca debieron salir, ni “Grada Joven” ni gaitas, a la andanada otra vez. Y el que no quiera subir al gallinero, que pague no 105 lereles, sino 198. A ver si así. Que ya se sabe, dónde el señor Casas, don Simón, pone el ojo, pone la subida. Allí arriba no habrá ni que mandarles a los seguratas a poner orden, se cierra la puerta y a otra cosa. Pero… ¡Ay amigo! Que la chavalería ya se nos ha hecho mayor y hasta pueden decidir seguir en la grada, que para una vez que tienen amigos, no los van a abandonar así de golpe. Si hasta tenían grupo de guasap y todo. Si hasta movieron su afición por otras plazas, encierros, capeas y comidas y ya se sabe, cuando el español monta una comida o una cena con otros del mismo corte, eso no lo rompe ni un taurino, ni dos, ni tan siquiera un señor casas, don Simón. Que igual alguien piensa que la propietaria de la plaza, la Comunidad de Madrid, regida por el partido amigo de la fiesta iba a decir que eso no se hace, pero ni hablar del peluquín. Callados como muertos. Nadie espera ni ayuda, ni comprensión, que tampoco hace falta. Los de las cinco tardes igual se apartan y los de las 80, salvo causa mayor de examen, aunque cabreados, seguirán en su grada, porque ya es suya y mientras unos seguiremos gozando de tener allí a esa levantisca chavalería rebosante de afición, escucharemos como le cantan a los que se marchen eso de adiós amigos, compañeros de mi grada.

Enlace programa Tendido de Sol del 27 de Enero de 2019:

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