La fuerza de la juventud es comparable con una estampida |
Con el alboroto y parabienes que hubo aquel día en que se
anunció la creación de la “Grada Joven”. La chavalería, los únicos aficionados
que pueden llevar esto más lejos en el tiempo, los únicos que conocerán un
futuro más lejano, iban a acercarse un tantito más al ruedo. ¡Cuidado! Que la
cosa no iba ni de aficionados prácticos con mucha práctica, ni de liarse la
manta a la cabeza y lanzarse tras un retador “baja tú”. Tan solo era que
pasaban de la andanada a la grada; que ya es avanzar en esto de ser aficionado.
Y unos se quedaron en su nueva ubicación bien acomodados y con el confort que
da una buena compañía, la comprensión de esas amistades que te hacen darte
cuenta de que no eres ni un bicho raro, ni un amargao, ni un outsider taurino.
Que resulta que había más gente que pensaba lo mismo, más gente que clamaba por
el toro, que se revelaba contra el fraude y le sacaban de quicio las trampas en
el toreo. Con estos, al fin del mundo. “Mama, que he hecho amigos en los toros”.
Que de la noche a la mañana, las gradas otrora vacías, otras veces con gente ya
demasiado entrada en años, recibían en plena jeta el frescor de la juventud, el
de esa rebeldía, inconformismo e ilusión por creer que la utopía es posible.
¿Quién nos lo iba a decir a algunos. Más de tres décadas viendo pasar abonados,
preguntando por aquel señor de la delantera, por el que se ponía siempre en el
balconcillo, por el de la garrota, por tantos que no es que dimitieran de
afición, que habían dimitido de la vida y habían cambiado su abono del seis,
por uno del tendido bajo de la corte celestial, pegaditos al coro de ángeles
custodios que se cuidan de que en esos ruedos de ahí arriba no haya percances.
Y en estas que la chavalería empezó a darse cuenta de que
eran muchos los que no querían esa fiesta que se les pretendía meter por los
ojos. Que no, que no y que no y empezaron a exigir. Hicieron de la protesta su
forma de expresión y si alguien les preguntaba el porqué de su amor por los
toros, quizá no sabían decir que les había enganchado con esos eslabones de
acero fundido, pero sí sabían que había algo, que hubo algo, que se resignaban
a no ver nunca más. Ellos también querían sentir como se les salía el corazón
por la boca y el alma por el corazón con el toreo puro y con el toro toro.
Preguntaban, comentaban, pero no se dejaban engañar y si acaso alguna vez
tenían dudas, preguntaban y para la próxima ya sabían a qué atenerse. ¡Caramba
con los niñatos! Su afición y exigencia empezó a dejar de ser una simpática
anécdota para los taurinos y allá dónde veían una feliz y bullanguera
chavalería empezaron a encontrar unos aficionados serios, severos y tan
respetuosos con el toro y el torero cabal, como intransigentes como la breva
desmochada y el tramposo sacude telas.
Bien es verdad que en esa “Grada Joven” también los ha
habido que de 80 festejos picaron la tarjeta en cuatro o cinco tardes,
precisamente las de carnaval, en que asomaban por la bocana de la grada
atufados por un puro que era más un tormento que un goce, su yintonic agitado,
que no removido, algunos con clavel, pantalones tobilleros y moda fashion
taurina, que no juvenil. ¡Pobres! Ellos que iban a dar palmas, orejas y bienes
a destajo y se encontraban con los de las protestas. Para un día que iban y les
amargaban la fiesta. “Mama, unos niños protestaban todo el rato, seguro que no
tienen amigos”. Unos pagaban 105 bolos por cuatro tardes y los otros, los
amigos que no tenían amigos, 105 por casi 80. Bueno, tampoco es así, porque así
sin justificación alguna, había alguna tarde que no asomaban y al día siguiente
llegaba tal justificación: es que tuve examen. ¡Pobres!
Pero todo acercamiento a la utopía tiene un fin y ese fin
parece que el señor casas, don Simón, ha decidido que llegue a partir de ya.
Que esos levantiscos vuelvan a su sitio, al sitio del que nunca debieron salir,
ni “Grada Joven” ni gaitas, a la andanada otra vez. Y el que no quiera subir al
gallinero, que pague no 105 lereles, sino 198. A ver si así. Que ya se
sabe, dónde el señor Casas, don Simón, pone el ojo, pone la subida. Allí arriba
no habrá ni que mandarles a los seguratas a poner orden, se cierra la puerta y
a otra cosa. Pero… ¡Ay amigo! Que la chavalería ya se nos ha hecho mayor y
hasta pueden decidir seguir en la grada, que para una vez que tienen amigos, no
los van a abandonar así de golpe. Si hasta tenían grupo de guasap y todo. Si
hasta movieron su afición por otras plazas, encierros, capeas y comidas y ya se
sabe, cuando el español monta una comida o una cena con otros del mismo corte,
eso no lo rompe ni un taurino, ni dos, ni tan siquiera un señor casas, don
Simón. Que igual alguien piensa que la propietaria de la plaza, la Comunidad de
Madrid, regida por el partido amigo de la fiesta iba a decir que eso no se
hace, pero ni hablar del peluquín. Callados como muertos. Nadie espera ni
ayuda, ni comprensión, que tampoco hace falta. Los de las cinco tardes igual se
apartan y los de las 80, salvo causa mayor de examen, aunque cabreados,
seguirán en su grada, porque ya es suya y mientras unos seguiremos gozando de
tener allí a esa levantisca chavalería rebosante de afición, escucharemos como
le cantan a los que se marchen eso de adiós amigos, compañeros de mi grada.
Enlace programa Tendido de Sol del 27 de Enero de 2019:
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