miércoles, 6 de febrero de 2019

La fábula del bombero, el policía y…


Lo fundamental, lo verdaderamente importante, va antes

Últimamente, de unos años para acá, el mundo de los toros parecía dividirse entre toristas y toreristas, como si el aficionado, el de verdad, pudiera partirse en dos y dejar de entender la integridad de la fiesta. Pero ahora parece que han emergido dos nuevas categorías, bomberos y policías y por favor, no me hagan el chiste fácil de policías y ladrones, tengamos la fiesta en paz. Ni tampoco me vengan con que quién vela por la defensa de los toros es el Bombero Torero, que, por otra parte, quizá sería de los que se dejaran la piel en el intento.

Que eso de ser bombero puede estar bien o mal. Que vale que el bombero no tiene que hacer de policía, pero hombre, es como si los de las Fallas se callan que unos pirotécnicos meten dos bombas nucleares dentro de un ninot, por aquello de darle más repercusión a su falla y para que esta sea conocida en Kuala Lumpur. Y que luego dijeran que lo suyo es apagar incendios, que lo demás es cosa de los señores agentes, guardias, guindillas o picoletos. Que ellos son bomberos, no son ni policías, ni ciudadanos, ni tan siquiera personas con un mínimo de humanidad, que si Valencia entera salta por los aires, allá penas. Y si esto lo trasladamos al toro, la traducción literal del hecho, de esta actitud tan poco comprometida, puede que nos cuente que hay unos señores que solo se preocupan de que su negocio continúe, de la forma que sea, y que eso de la afición, por mínima que esta pueda ser, es ciencia ficción.

Pero lo peor de todo esto, si cabe algo aún peor, es que los que se dicen aficionados están llegando a entender el discurso de estos señores, no de los bomberos, sino de los que supuestamente se han erigido en apagafuegos de la fiesta, siempre que las llamas vengan de fuera, que si los incendios los provoca un amiguete del sistema, pa’lante, y si hace falta, les llevan el fuelle de una fragua, para que eso se avive hasta quemar las nubes. Que ya empezamos a creernos que la amenaza principal es la de tal o cual partido, a los que no hay que perderles el ojo; los antis, que quizá no sean muchos, pero vaya lo que enredan, pero sin depositar toda la carga que les corresponde a los propios taurinos. Estamos llegando a un punto en el que ya se empieza a admitir como mal menor, el que la fiesta de los toros se modifique hasta tal punto, que no la conocería ni la madre que la parió. Que si evitar sangre, que si las corridas sin muerte, que si la suerte de varas, que si… Todo les vale, mientras que siga el show. Ya no sería la fiesta de los toros, pero bueno, al menos esto les permitiría a unos continuar con el negocio y a otros el poder ir una vez al año a merendar con los amiguetes de la peña, se podrían seguir juntando para cenas, tertulias, excursiones al campo, más merendolas y continuar en ese incesante cambalache que tanto gusta, precisamente a los menos aficionados al toro. Que nadie vea en esto una oficina de reparto de carnets de aficionado, pero, ¿qué quieren que piense? Si se admite suprimir el motivo de todo esto, si se admite eliminar de golpe el último instante en que el toro puede luchar por su vida, cara a cara con el torero, entonces hay que reflexionar y mucho sobre la afición de cada uno.

Que puede ser que antes de pensar en los bomberos, los policías y la policía montada del Canadá, tengamos que plantearnos si la fiesta de los toros es ética o no. Si no lo es, fuera con ella, pero no caben modificaciones que la conviertan en algo moralmente adecuado. Fuera y no hay más vueltas. Que si consideramos que en estos tiempos no es adecuado ver como a un toro se le pica en el caballo, se le ponen banderillas y se le mata a estoque, se echa el cierre y todos al cielo por buenas personas, pero no entremos en eso de evolucionar, porque eso es una trampa, precisamente la que usan los que ahora parece que se han hecho bomberos, para continuar en ese camino de acomodar a los que se visten de luces, de que no se sientan molestados, ni amenazados por un animalejo y los otros, los jaleadores, a seguir sacando su tajada. Yo no tengo ningún reparo, ningún cargo de conciencia en afirmar que la fiesta de los toros es un espectáculo en el que muere un animal, el toro y que así debe ser mientras la fiesta siga viva, algo que solo será posible si el toro se hace presente y mientras este no dé lástima, como la da en esa fiesta “evolucionada”, más acorde con los gustos y en la que nos cuentan cosas tan esperpénticas como la fábula del bombero, el policía y…

Enlace programa Tendido de Sol del 3 de febrero de 2019:

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