Lo fundamental, lo verdaderamente importante, va antes |
Últimamente, de unos años para acá, el mundo de los toros
parecía dividirse entre toristas y toreristas, como si el aficionado, el de
verdad, pudiera partirse en dos y dejar de entender la integridad de la fiesta.
Pero ahora parece que han emergido dos nuevas categorías, bomberos y policías y
por favor, no me hagan el chiste fácil de policías y ladrones, tengamos la
fiesta en paz. Ni tampoco me vengan con que quién vela por la defensa de los
toros es el Bombero Torero, que, por otra parte, quizá sería de los que se
dejaran la piel en el intento.
Que eso de ser bombero puede estar bien o mal. Que vale que
el bombero no tiene que hacer de policía, pero hombre, es como si los de las
Fallas se callan que unos pirotécnicos meten dos bombas nucleares dentro de un
ninot, por aquello de darle más repercusión a su falla y para que esta sea
conocida en Kuala Lumpur. Y que luego dijeran que lo suyo es apagar incendios,
que lo demás es cosa de los señores agentes, guardias, guindillas o picoletos.
Que ellos son bomberos, no son ni policías, ni ciudadanos, ni tan siquiera
personas con un mínimo de humanidad, que si Valencia entera salta por los
aires, allá penas. Y si esto lo trasladamos al toro, la traducción literal del
hecho, de esta actitud tan poco comprometida, puede que nos cuente que hay unos
señores que solo se preocupan de que su negocio continúe, de la forma que sea,
y que eso de la afición, por mínima que esta pueda ser, es ciencia ficción.
Pero lo peor de todo esto, si cabe algo aún peor, es que los
que se dicen aficionados están llegando a entender el discurso de estos
señores, no de los bomberos, sino de los que supuestamente se han erigido en
apagafuegos de la fiesta, siempre que las llamas vengan de fuera, que si los
incendios los provoca un amiguete del sistema, pa’lante, y si hace falta, les
llevan el fuelle de una fragua, para que eso se avive hasta quemar las nubes.
Que ya empezamos a creernos que la amenaza principal es la de tal o cual
partido, a los que no hay que perderles el ojo; los antis, que quizá no sean
muchos, pero vaya lo que enredan, pero sin depositar toda la carga que les
corresponde a los propios taurinos. Estamos llegando a un punto en el que ya se
empieza a admitir como mal menor, el que la fiesta de los toros se modifique
hasta tal punto, que no la conocería ni la madre que la parió. Que si evitar
sangre, que si las corridas sin muerte, que si la suerte de varas, que si… Todo
les vale, mientras que siga el show. Ya no sería la fiesta de los toros, pero
bueno, al menos esto les permitiría a unos continuar con el negocio y a otros
el poder ir una vez al año a merendar con los amiguetes de la peña, se podrían
seguir juntando para cenas, tertulias, excursiones al campo, más merendolas y
continuar en ese incesante cambalache que tanto gusta, precisamente a los menos
aficionados al toro. Que nadie vea en esto una oficina de reparto de carnets de
aficionado, pero, ¿qué quieren que piense? Si se admite suprimir el motivo de
todo esto, si se admite eliminar de golpe el último instante en que el toro
puede luchar por su vida, cara a cara con el torero, entonces hay que
reflexionar y mucho sobre la afición de cada uno.
Que puede ser que antes de pensar en los bomberos, los
policías y la policía montada del Canadá, tengamos que plantearnos si la fiesta
de los toros es ética o no. Si no lo es, fuera con ella, pero no caben
modificaciones que la conviertan en algo moralmente adecuado. Fuera y no hay
más vueltas. Que si consideramos que en estos tiempos no es adecuado ver como a
un toro se le pica en el caballo, se le ponen banderillas y se le mata a
estoque, se echa el cierre y todos al cielo por buenas personas, pero no
entremos en eso de evolucionar, porque eso es una trampa, precisamente la que
usan los que ahora parece que se han hecho bomberos, para continuar en ese
camino de acomodar a los que se visten de luces, de que no se sientan
molestados, ni amenazados por un animalejo y los otros, los jaleadores, a
seguir sacando su tajada. Yo no tengo ningún reparo, ningún cargo de conciencia
en afirmar que la fiesta de los toros es un espectáculo en el que muere un
animal, el toro y que así debe ser mientras la fiesta siga viva, algo que solo
será posible si el toro se hace presente y mientras este no dé lástima, como la
da en esa fiesta “evolucionada”, más acorde con los gustos y en la que nos
cuentan cosas tan esperpénticas como la fábula del bombero, el policía y…
Enlace programa Tendido de Sol del 3 de febrero de 2019:
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