La verdad es que en su momento no lo veía del todo claro, los
médicos me dieron seis meses de vida, justo en ese momento en el que me llovió
el dinero del cielo, como decían en mis tiempos, tenía el dinero por castigo.
Para que se hagan una idea, en aquellos días el salario mínimo interprofesional
no aupaba ni a los mil euros, que era la moneda en curso entonces, y a mi un
juego de azar me puso 32 millones por delante, así, un billete detrás de otro.
No me daba tiempo a gastarlo, ni tirándolo por la ventana. Me aboné a todo el
tendido 8 de la plaza de Madrid, para invitar todos los días a todas mis
amistades, durante toda la feria del santo, que por entonces era San Isidro. Y
quizá sus abuelos les habrán hablado sobre esto de las ferias, de los toros.
Era algo parecido a eso que llaman ahora “Tauromaquia Artist Encoded &
Dancing”, pero en lugar de utilizar un dron de la generación X24KWW, con el que
bailan los actuantes mientras pasa debajo de las telas que estos agitan, había
un toro, que iba y venía haciendo prácticamente lo mismo. Incluso se podía
programar, pero sin chips, ni cosas parecidas, por dónde iría este ente
taurino. Quizá lo más chocante para estas generaciones es que a ese animal se
le picaba con un palo que portaba un señor subido en un caballo, otros le
clavaban seis palos, las banderillas, que no eran banderas de pequeño tamaño, y
tras mostrarle unos trapos rojos y juguetear con él, se le sacrificaba en la
arena. Luego el personal consumía la carne del toro y hasta había quién corría
para comer el rabo de este.
Fue una gran feria, me pude despedir de todos mis amigos,
contraté camareros, un catering que servía a todo el mundo mientras se esperaba
a que saliera el toro siguiente y hasta se llegó a interrumpir el espectáculo a
la espera de que todos mis invitados se saciaran. Llegué a adquirir cierta fama
entre los aficionados a esto que se llamaba por aquel entonces, los toros,
aunque ya empezaba a gozar de bastante aceptación el término “tauromaquia”. La
gente ya me conocía como el “aficionado finito” “el del tercer aviso”, “el que
se va a cortar la coleta” o “el buñolero de Dios”. Todo muy cívico, comprensivo
y evitando recordarme que en nada iba a dejar de fumar. Pero, ¡caramba! Una
tarde viendo un programa de difusión científica de entonces, “Sálvame”, vi la
solución a todos mis males. Por una módica cantidad, al menos para mi en ese
momento en el que el dinero era mi gran problema, no por escasez, como era lo
habitual, sino porque me podía dar baños de billetes, podía asegurarme un
futuro a largo plazo, en un futuro con mejores vistas. Mi felicidad se llamaba
criogenización, me congelaban de arriba abajo y cuándo la medicina hubiera
encontrado cura a mi mal, me devolvían a la vida y pa’lante. Podía congelarme todo
yo o solo el cerebro. Que no era por dinero, sino porque estaba harto de mi
chasis, así que decidí que solo me congelaran el cerebro; total, con el disco
duro intacto, igual me reimplantaban en un chavalote de veintitantos y con mi
experiencia, ¿quién se me iba a resistir?
Pues la medicina ha avanzado hasta límites insospechados, el
mundo es el cielo en la tierra, yo tengo un cuerpo joven de 23 años y toda una
vida por delante. Al final va a ser verdad eso de que el dinero da la
felicidad. Lo que no quiere decir que no haya algún que otro inconveniente. Ya
no vivo en Madrid, ahora se llama Madr 22. En lugar de Josema, se me conoce por
Rachel. Y este punto no lo voy a aclarar. Pero bueno, pelillos a la mar, que
por cierto, tras no sé que líos, el mar llega hasta Honrubia, provincia de
Cuenca y Despeñaperros se ha convertido en una zona de bellos acantilados.
Quizá el choque más brusco fue cuándo el primer domingo quise tomar el metro e
irme a los toros. ¡Qué ganitas! No había metro, ahora hay una especie de
píldoras gigantes en las que te metes por un lado y sales por otro al instante
y ya estás en tu destino. Por no haber, ni tan siquiera existía la estación de
Ventas. La verdad es que la plaza estaba un tanto cambiada, conservaba el arco
de la Puerta de Madrid y un puesto de helados que había en la explanada, que
ahora expedía una especie de batidos de extraños colores, sobre todo para ser
batidos. Entre en la ¿plaza? Una señorita autómata me acompañó hasta mi
localidad y hasta me ofreció unos servicios inconfesables en la época de la que
yo venía. Una voz que todo lo llenaba anunció que el show iba a dar comienzo.
Luces, sonido y hologramas de otros tiempos, toreros paseando en triunfo por la
arena, volatines al aire agitando telas, pero sin noticias de que hubiera o
fuera a haber un toro. Lo que yo creí el paseíllo era un desfile de impostados
personajes en patinetes flotantes. ¡Vaya! Lo que imaginaba, no había caballos
de picar, al final lo consiguieron, se cargaron la suerte de varas. Se apagaron
los focos, dejando iluminado solo el círculo central. Pero, no había tablas, ni
gente en el callejón. Al fin el progreso acabó con los parásitos de la fiesta.
Una especie de esfera a pintas blancas y negras emergió de una nube como por
arte de magia. El torero, o lo que fuera, le mostró una tela en la que podía
leerse “Nautalbus, finde en Marte por 32 klugs”. Y la pancarta empezó a volar
por los aires al ritmo de palmas acompasadas de los asistentes, mientras el
artefacto iba y venía. No daba crédito. Miré a mi compañero de localidad y
entusiasmado llegó a balbucearme algo que interpreté como: Es el mejor, no hay
otro igual, un maestro, ¡qué arte! Y que quieran quitarnos algo tan nuestro,
tan de nuestras tradiciones. ¿Usted es también aficionado a la tauromasquia o
es la primera vez que viene? Usted no es de este cuadrante, ¿verdad? No, yo
vengo de lejos, le respondí. Salí fuera a tomar un poco el aire y reponerme del
shock. Me acerqué a una de las mil barras en que servían comida. Abrumado, pedí
un bocata de jamón y una cerveza, que eso siempre me levantaba el ánimo. Me
pusieron una cosa extraña, verdosa, con pintas anarajandas, entre dos… no sé si
llamarlo rebanadas, dos cosas de color marrón con rodelas de moho a discreción.
Me dirigí a… a lo que parecía un camarero y le dije que qué era esa mi…
porquería. Lo que ha pedido el ciudadano, me contestó, jamón puro de brócoli
con brotes de acelga y motas de perejil, lo más exquisito de nuestra carta 100%
vegana. ¿Esto jamón, esto un bocadillo? Y faltaba lo mejor, la cerveza, una
especie de pis caliente, con un tono entre amarillento, verdoso y espuma turbia,
que decía ser una cerveza isotónica de algas marinas maduradas en sótano a 33º
Pascal. Lo reconozco, alce la voz, le lancé a la cara a aquel elemento lo que
había pedido el “ciudadano” y aparte de un sonido estridente y un fogonazo que
me cegó, no recuerdo más. Y aquí estoy en una celda esperando que venga alguien
que me conozca, algún familiar que responda de mí, pero… ¿dónde estarán mis
familiares, mis amigos, alguien que me conozca? Estarán criando malvas hace un
siglo. Si levantaran la cabeza se darían la vuelta y seguirían penando entre
las ánimas del purgatorio, que en el infierno ya estaba yo, aquí, en un lugar
que no sé ni como se llama, en un calabozo, por querer escapar de la
tauromasquia, por tirarle a un aparato a la cara una cosa que decían que era
jamón. Me han adjudicado un “Iuris consulter”, que lo primero que me soltó fue:
ya sabía yo que no era de este cuadrante, se lo noté en seguida. Eso sí, me ha hecho
perderme las chicas del ballet del final del show de la tauromasquia, espero
que me merezca la pena. Y no cesa de repetir esa memez de que se ha trasmutado
de criogenizado a vegano en el 2185.
Programa Tendido de Sol del 10 de febrero de 2019:
https://www.ivoox.com/tendido-sol-del-10-febrero-de-audios-mp3_rf_32420146_1.html
2 comentarios:
Enrique, después de leerte pienso ¡que nos quiten lo bailao!. Me he acordado de D.Antonio Bienvenida, Paco Camino, Curro, Paula, Viti, Miguelín....En conjunto (en media que diría un estadístico) no hemos salido mal.
Un abrazo y tira el dinero...
Fabad:
Creo que ya llevamos tiempo tirando el dinero, pero de otra manera, en cómodos plazos.
Un abrazos
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