Ángel otero y nada más, ¡qué lástima, lastimera! |
Hay cosas que a algunos no les entra en la cocorota y es que no se puede confundir una tarde de toros, con un martirio voluntario. Que ya que vas, pues disfruta y déjate de mirar que si el animalito no se aguanta en pie, que si el torero corre el peligro de levantar un huracán desde el ruedo, de que los palmeros decidan hacer huelga a la japonesa y aplaudir a todo rabiar hasta al que pone el cartel de no hay billetes, aunque a este habría que montarle o una estatua, una calle o una ONG para que puede encontrar otra salida laboral. Pero bueno y si encima vamos a fijarnos e intentar entender lo que decide el señor guardia que se sube al palco, pues acabemos. Que esto no es vida.
Pero, afortunadamente, no todo el mundo es tan malaje como
esos que pretenden ir a los toros a exigir y no a disfrutar de la “tauromaquia”.
Que los hay animados que van y hacen salir a saludar a Gómez del Pilar al
acabar el paseíllo. Qué menos, después de su última y gloriosa actuación en la
que fue capaz de estar dando trapazos a un animal durante casi diez minutos,
sin que el toro se enterara, pero oiga, dio pases, que lo de torear es cosa de
esos “amargaos”. Que sí, que cuando un torero está grandioso, no menos, siempre
se le ha sacado a saludar, pero es que ahora se quiere recibir con palmas a
todo aquel que nos ha “gustao”, porque es majete y buena gente. ¡Ojo! Que también puede ser que después de ir a la enfermería se les sacara, pero claro, en los casos en que casi había estado más para allá que para acá. Pero claro,
igual son los mismos que perdonan a Galván que se lie a pegar verónicas siempre
con el pasito atrás y que le consienten que se ponga a poner poses flamencas
con un inválido que no se aguantaba en pie, mientras protestaban los
avinagrados y se deleitaban los amantes del “jarte”. Que bonito es ver mentir
bonito, ¿verdad? Que al animalito que no se aguantaba sobre las pezuñas ya casi
le obligaba el señor artista de la Isla a cabecear los engaños como si fuera
Santillana, aquel rematador que llegaba al cielo y casi podía rematar lo mismo
un balón, que un Boeing 747 que pasaba a su lado. Que me dirán ustedes que vaya
crónica es esta, pero ya les digo yo, que esto no es una crónica de la corrida,
es, si acaso, una crónica del absurdo, del absurdo de un ganado infame, inválido,
hasta medianamente presentado, pero invadido por la termita en su interior. Y
para dos que salen con algo, le tocan a Gómez del Pilar, que a su primear manso
y afable para la muleta, solo fue capaz de darle trapazos, pero eso sí, le pegó
dos tandas trapaceras de rodillas que hicieron las delicias de los motivados. Y
a su segundo, que quizá tenía serie y media, no más, pues más de lo mismo, pero
ya saben, entre arrimones y trapazos al más puro estilo de Paco Ojeda, y para
contrarrestar las protestas de esos… pues una orejita que al espada le dio
cosita pasear. Podía parecer esto la culminación del despropósito de un señor
que se subió al palco, que no sé si era un comisario de policía, como manda el
reglamento, o un caballero que andaba por los alrededores de la plaza, que había
quedado allí con la/el querida/o y le dijeron que le iban a llevar a un sitio apartado
donde solo se sentaban cuatro o cinco personas. Y él que pensó que iba a ser
algo íntimo, se encontró enfrente a toda una plaza de toros. Perdón, a una
plaza de toros toda granito y unos cuantos, más de cinco mil según la empresa
que parecían menos de tres mil según el ojo humano, con unos diciendo fu y
otros fa; los del fa son los animados, que con eso del fa aún esperaban que la
cosa se animara y siguiera con el sol, la, si, do, re, mi…
Y hubo otro señor calzando las rosas, al que el destino no ha llamado por los caminos del toreo. Que igual puede mejorar mucho más, que margen tiene, pero lo de empeorar va a ser más complicado y si lo logra… paciencia, suerte y sobre todo, paciencia con él. Que él se empeñaba en pegar trapazos, pero es que ni para engañar tenía garbo. Que si se fija en Galván, pues sabe como meterte la bola y para algunos hasta hacer que pase, pero este Francisco José Espada, no deja ni que le regalen una orejita, que después de un espadazo hasta la mano que levantó a los entusiastas del sitio, vino la verdad de la suerte, asomando cuatro cuartas el acero por el costado del último inválido. Y al final la cosa quedó en que unos se marcharon creyendo que les habían fastidiado la tarde los de las protestas, porque a ellos les había parecido todo estupendo y que si esto es así siempre, intentarán volver a las Ventas no una vez, sino al menos una vez al año, sin faltar ni uno. Y los otros, pues salieron pensando que esto se ha acabado, que esto no hay quién lo levante, porque nadie quiere que se levante. Unos desde el palco, otros mintiendo y mostrando sus incapacidades con los trastos, otros criando moribundos invadidos por la carcoma y otros aplaudiendo todo y alejando lejos de si cualquier atisbo de crítica o exigencia. Eso sí, al menos un tal Ángel Otero manejó el capote y los palos, que no es poco. Pero ya les digo, ¿cómo vamos a pasarlo “dabuti” si solo vemos lo malo mientras intentamos buscar lo bueno? Y es que os ponéis exigentes y no puede ser.
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