Torear es mucho más que pegar alaridos delante del toro y si para esto ha habido que esperar catorce años, podíamos haber seguido esperando. |
Esto que ahora los más chic llaman tauromaquia, esto que
parece definitivamente apartar a un lado eso que los clásicos llamaban los
Toros, tiene unos registros indescifrables para los que no se manejan con esto
de la modernidad. Que habíamos visto muchas maneras de intentar cortar despojos
en una plaza y que ahora no nos vamos a poner a enumerarlos, porque, ¿para qué
tanto padecer? Pero en la tarde veraniega de las Ventas ha aparecido algo que
algunos no habíamos vivido a los niveles a los que lo ha llevado Calita, diestro
mexicano que en esta tórrida tarde se ha presentado a confirmar la alternativa
casi catorce años después de que se doctorara en su país. Eso, que las prisas
no son buenas para nada, aunque tampoco hay que dormirse. Y esos niveles
elevados a las nubes no se crean que ha sido de valor, conocimiento de las
suertes, la lidia o tan siquiera variedad en quite, lo que ha reventado han
sido los decibelios. ¡Qué voces! Cuánto gritar y lo que es peor, “pa na”;
bueno, sí, para enardecer a los partidarios, que los debía haber y a su vez,
vociferando aquí y allá, para tapar el profundo y vulgar destoreo que ha
practicado desde el primer instante. Pero ya les digo que con todo lo que ha
berreado, que ha sido mucho, se ha quedado corto para tapar tanta mediocridad y
tanto teatro. Que habrá quién se moleste porque se hable así de un torero
supuestamente modesto, que exigirá respeto hacia el hombre que se viste de
luces, pero, ¿y ese respeto que él debe lo primero al vestido de torear, al toreo,
al que paga y al toro? Porque todo eso lo ha arrastrado por la arena de Madrid.
Una corrida de Román Sorando impecablemente presentada, con
comportamiento dispar, pero que ha mantenido la atención del público, incluso
con las voces que podían despistar, pero no. De salida todos parecían querer
enterarse lo que pasaba allí, querían enterarse de qué iba aquello en el que un
señor berreaba y los otros dos hacían lo que podían. El primero metía la cara
ya en los primeros encuentros con el capote, manejado por un Calita que no
paraba quieto. Peleó con fijeza en el peto, aunque curiosamente se dolió en
banderillas. En el último tercio continuó queriendo coger los engaños y a veces
hasta los cogía, por impericia de Calita, que estaba a otras cosas, quizá a
pedir una oportunidad en un coro de variettes. Muletazos levantando la mano,
trapazos sin asomo de temple y mucho menos de mando, empezando a dar la
sensación de que el toro se le iba. Con la zurda, a lo más que llegaba era a
echárselo para fuera con los consabidos enganchones. Y enseguida, pues a darlos
de uno en uno y a meterse entre los cuernos, eso que gusta tanto en las plazas
de carros y que alguno que otro, quizá amigo, aplaudía con entusiasmo. Cobró
una entera contraria y los fieles decidieron sacar los pañuelos y berrear, que
será el sello de la casa Calita, haga lo que haga, grite. Que el maestro no
esperó ni a que alguien le agradeciera la labor con palmas, ni mucho menos,
salió a cuerpo gentil y se dio un garbeo por el ruedo. Que no había corrido lo
suficiente recolocándose permanentemente en su toro, que aún quería estirar un
ratito las piernas. En su segundo, otro torazo que de salida se emplazó
esperando a que alguien le diera las buenas tardes, mientras ya se entretenía
en escarbar, quizá buscando unos tapones para los oídos, por lo que se le
pudiera avecinar. Mal y poco picado, cabeceó en el peto y siguió escarbando,
pero no cuando se trataba de ir al caballo. Luego se dolió en banderillas y ya
en el último tercio, los tapones, ¿dónde estarían los dichosos tapones. Inició
Calita el vociferío por el pitón derecho, siempre con el pico y con demasiadas
prisas, levantando la mano entre grito y grito, un desarme muy gritado,
trallazos y más trallazos y de nuevo berridos, perdón, trapazos de uno en uno,
al más puro estilo talanquero, carreras, pico, sin rematar jamás de los
jamases, para acabar metido entre los cuernos, que imagínense lo que habrá sido
para el pobre animal de Román Sorando, que además de trapacearte con eximia
vulgaridad, te peguen de voces en las orejas. Un solemne bajonazo y allá que se
fue el gran Calita, a pegarse otra vuelta por su cuenta, con pamema incluida de
coger un puñado de tierra de Madrid para besarla, mientras los habituales de
las Ventas se tiraban de los pelos ante semejante descaro y… Bueno, que luego
hay quién se me molesta porque no alabamos a los supuestos toreros modestos,
pero si no volviera por aquí, seguro que entre unos cuantos le mandamos un
trailer con arena de las Ventas y cuando haya acabado de besuquearla toda
todita, allá para el veinticinco aniversario de su confirmación, pues que vuelva
a por otro cargamento. Y de regalo, yemas de Santa Teresa, anchoas, miel y
limón, porque esa voz hay que cuidarla. Lo de torear… a san Judas, patrón de
los imposibles.
Volvía a Madrid un torero que en otro tiempo hasta actuaba
en la feria de mayo, Joaquín Galdós. A su primero le recibió con lentitud, pero
si torear. Mal picado, muy mal picado, no quería caballo, que o bien cabeceaba
o hacía intentos de querer marcharse, repuchándose sin rubor. Parecía que el
trasteo podía empezar con bien, por abajo, un trincherazo con cierto gusto,
pero hasta ahí duró la ilusión. Toreo deslavazado, intentando acoplarse para no
acoplarse, pico, tirando líneas, para proseguir más merodeando que intentando
torear, a ver si cazaba un muletazo, recolocándose constantemente, trapazos de
uno en uno, anodino y si además no gritaba, ¿cómo nadie se iba a entusiasmar?
Que así no hay manera, o gritas o nada. Su segundo salió suelto y buscando su
querencia hacia toriles, plantándose en terrenos del cuatro. No se le picó, si
acaso… es que ni regañarle. Defendiéndose en banderillas y claramente tirando
para tablas, pero aún así, con toreo hasta parecía ofrecer posibilidades para
el espada. Pero un capote inoportuno le estrelló contra un burladero y ahí el
toro ya fue otro, de lo que podía haber sido, nada, parándosele demasiado
pronto, mientras Galdós intentaba acoplarse y acoplarse, ver si así, si por
aquí, pero el peruano no ve nada, muy fuera de todo. Demasiado apático, anodino
y sin recurso alguno y esto ya no era cuestión de gritar, para lo que también
hay que tener ánimo y Galdós, mucho no parece tener.
De nuevo David de Miranda, un torero tratado injustamente en
los últimos tiempos y que tenía a la plaza muy a favor, quizá deseando
empujarle para volver a ver a aquel que antes de la pandemia triunfó en esta
plaza. Tarde irregular la del onubense, sin acabar de llegar. Recibió a sus dos
toros manejando el capote con mucha eficacia, sujetándolos y fijándolos,
evitando esas carreras y capotazos que hacen más mal que bien. Desafortunado después
en la lidia, no cuidando el poner el toro en suerte en el caballo. Poco castigo
en su primero, que esperaba un tanto en banderillas. Se le quedó corto muy pronto
en el último tercio y de Miranda tiró de repertorio entre los pitones, con
muletazos de uno en uno que decían más bien nada. El mulo ya no daba un paso y
el espada insistía en el arrimón ante un marmolillo que no tenía ya nada. En su
segundo, el sexto que cerraba la tarde, de nuevo eficaz en el recibo, pero no
muy vistoso. En el caballo hubo que ponerlo muy de cerca, empujaba mientras le
tapaban la salida y con fijeza, pero al final se marchó suelto. En el segundo
tercio esperaba y hacía hilo con los banderilleros. Lo citó desde los medios pasándoselo
por la espalda, por delante, muy quieto, pero como alguien le gritó, porque
aquí ya grita todo el mundo, que ahora a torear. Y hubo tandas y más tandas,
pero sin rematar ningún muletazo atrás, con la izquierda tirando con la uve de
la pañosa, para acabar de nuevo entre los cuernos. El toro seguía el engaño,
pero ese no rematar y en consecuencia ligar hacían que diera la sensación de
que el toro se estaba yendo sin torear. Será el toreo moderno, medios pases,
sin profundidad, alargando demasiado el trasteo, para cerrar con unas manoletinas
sin moverse y solo para adelante, que ya parecían fuera de guion. Decidió darse
una vuelta al ruedo, excesiva y sin venir a cuento, sobre todo si echamos
cuentas del toro. Pero más de uno salió de la plaza, aparte de la presencia y
variado comportamiento de lo de Román Sorando, que ahora viene una nueva moda
de allende los mares o incluso desde mucho más cerca y es que para llegar al
respetable, aparte de otras muchas barbaridades modernistas hay que vociferar
el destoreo.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
2 comentarios:
Maestro Enrique Martín.
Los toreros somos lo mísmo que Obispos, Reyes, Militares de alta y baja graduación, de modestos nada.
Vestido de torero y en las Ventas, casi na. De modestos nada. Malos, regulares, y toreros auténticos.
Muchas gracias por tus lecciones...
Enrique,, buenas, respetando tu opinión, vaya por delante ( yo nunca jamás diré eso de baja tú y nunca lo diré pues entiendo que nosotros somos aficionados, público y no matadores de toros ), te diré una cosa. Lo que uno piensa y/o escribe tras ver la faena, tras analizar los pormenores y detalles, creo entender y entiendo que tú también, los matadores lo tienen que hacer delante del bicho, tienen que tomar las decisiones y analizar lo que nosotros hacemos después de,,, ellos en segundos y a veces en decimas de segundos. No es fácil y por supuesto que se pueden equivocar, es bastante más fácil y vuelvo a decir que respeto tu opinión, hacerlo después de ver la faena. Y con esto no quiero decir que tengas o no tengas razón en tu escrito, no, quiero decir que no es lo mismo ni tan siquiera parecido. Un saludo
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