El toreo soñado entre las nubes del cielo |
Al final llegó ante una puerta mucho más modesta de lo que
esperaba. Suponía grandeza, boato, mármoles y remates de oro, pero lo que se
encontró fue una puerta de madera, bien cuidada, se la veía robusta, pero sin
excesos. La flanqueaban dos jóvenes, ni altos, ni bajos, ni guapos, ni feos, ni
rubios, ni con rizos rodeando un rostro amable y que desprendían mucha
serenidad. Uno de ellos le recibió ya a lo lejos, invitándole a acercarse. Le
preguntó su nombre, solo para llamarle por este, y le indicó que pasara a una
casita que parecía de los jardineros. Allí un hombre mayor, con barba rala,
vestido que una especie de túnica y llamaba la atención un llavero repleto y
muy variado.
-
Buenas tardes, bienvenido.
-
Buenas tardes, gracias, no sé si es aquí dónde…
-
Aquí es, efectivamente. Has llegado al lugar
indicado, este era tu destino desde hace mucho tiempo. Creo que tienes sitio
reservado desde hace… Déjame ver… Bueno, eso da igual, has llegado dónde debías
y te estábamos esperando.
-
Lo siento, si llego a saber, igual he tardado
mucho.
-
No, por favor, has tardado lo que tenías que
tardar. Aquí no hay prisa para nada y si tardas, mejor, nos alegramos de ello,
porque eso quiere decir que antes tenías cosas que hacer. ¿Crees que has dejado
todo rematado antes de venir?
-
Bueno, más o menos, siempre quedan cositas.
-
Desde luego. Descríbeme lo que hacías antes.
-
¿Describirlo? Si quiere…
-
No, no me digas lo que eras, solo descríbelo. Es
un juego que tenemos aquí.
-
Pues yo me vestía con ropas muy vistosas,
coloridas, era como un ropaje de oficiante.
-
¿religioso?
-
No, no, aunque sí que tenía que seguir un
ritual.
-
¡Ah! Vale, sigue, sigue.
-
Y entonces cogía unas telas y las movía delante
de un animal, un animal muy fiero al que tenía que conducir por dónde pasar.
-
¡Ay! Me gusta. Me suena mucho. Sigue, sigue.
-
Y si ese día estaba acertado y tenía fortuna,
miles de voces se entusiasmaban hasta casi llegar a la locura.
-
¿Y al acabar todo el mundo salía replicando lo
que te habían visto hacer?
-
Sí, aunque eso no era siempre.
-
¿Y el animal?
-
Pues si hay un paraíso para ellos, tendría que
estar lleno de animales sensacionales que se ganaron la gloria eterna.
-
Bueno, no debería decirlo, porque esto solo era
para las almas de la buena gente, pero… Otros que llegaron antes que tú y nos
contaban y contaban, nos hicieron ver la necesidad de hacer un apartado para
estos seres fabulosos. Pero, ¿crees que podrías hacer aquí lo que hacías allá? –
La pregunta la acompañó con posturas flamencas, simulando algo que desde luego
ya conocía desde hace tiempo.
-
¡Hombre! Desde luego.
Y allí en el cielo, las almas de aficionados corrieron al
conocer la noticia de que allí mismo iban a poder emocionarse con el misterio,
la magia y el milagro del toreo. Los toros ya asomaban por entre las nubes guiados
por vaqueros celestiales, adornados por alas relucientes, tanto o más que las
de sus cabalgaduras. El arcángel Uriel ofreció su espada de fuego al oficiante
de esa tarde, pero este prefería la suya que tantos triunfos le hizo cobrar.
Sonaron las trompetas y la sinfonía de verónicas, medias, revoleras derechazos,
trincherazos y naturales mecidos por el temple, dibujando círculos alrededor del
sentimiento del toreo. Las voces se convirtieron en clamor, el clamor en
algarabía y todos participaron de la locura que con unas telas y ante un toro,
provocó aquel que lucía un mechón blanco, como si fuera la señal de estar
tocado por la divinidad. Quizá alguien vea esto como un cuento de Navidad… o de
cuando sea.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
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