jueves, 2 de octubre de 2025

Pero, ¿qué les enseñan en las escuelas?


Entre unos niños jugando al toro en la calle y unos coletudos en la plaza, quizá la diferencia sea esa, la plaza y las coletas.

Cuando llevamos a los niños a la escuela esperamos que aprendan a leer, escribir, sumar, restar y aprenden, claro que aprenden. Si vamos a la facultad de medicina, derecho, farmacia, ves que salen y te diferencian la cabeza de los pies, otros te dicen que robar es delito y otros, pues diferencian un analgésico de un laxante. Pero no me dirán que no se echarían las manos a la cabeza si ven que su hijo coge un libro bocabajo, que el médico agarra unas tijeras de podar, el abogado empuja una carretilla del revés y el farmacéutico usa el hemoal para cepillarse los dientes. Que se espera un mínimo de todos ellos una vez que han salido con un diploma debajo del brazo. Pues si nos detenemos en los novilleros, los de la primera de este Otoño 2025 y de prácticamente todo el escalafón, la sensación que nos queda es que se presentan dispuestos mostrar su torería y capacidad lidiadora en la plaza de Madrid con el libro del revés, las tijeras de podar, la carretilla del revés y con el hemoal sacando lustre al esmalte dental. Que los ves que no saben manejar el capote, que eso igual se puede aprender; no saben manejar la muleta, ni citar, ni rematar un muletazo, que eso igual también se puede aprender; pero es que lo de la lidia es un arcano desconocido para ellos, no saben llevar un toro al caballo, pero es que no saben ni colocarse en su toro, que a lo sumo se quedan allí plantados, pasmados en el centro del ruedo a ver qué pasa, que ni ademán de sacarlo del peto, ni de volverlo a poner, que llega el segundo tercio y anda que se apañen los banderilleros, que si se ven apurados, que corran más. Que ni se les pasa por la cabeza eso de tener que hacer un quite a un compañero en apuros. Que en esto de los toros no parece que uno se pueda presentar por libre a los exámenes, como sucedía en este país en otros tiempos con la cuestión académica. Y claro, uno se pregunta, pero, ¿qué les enseñan en las escuelas? Que por lo visto, a pegar trapazos, mil mantazos con el capote sin criterio alguno, que lo mismo se los doy por aquí, que por la luna de Valencia. Muletazos sin garbo, sin gracia y sin saber el motivo. Que aparte del pico, de ponerse siempre fuera, dejan engancharse las telas una y otra vez, corren y corren entre trapazo y trapazo, lo que indica muy a las claras que si hay que correr tanto, igual es que no se ha toreado nada. Si es que no les deben haber enseñado ni que el trapo no se tira alegremente a la cara del toro al entrar con la espada, que parecen los alfieri de Siena, esos que tiran las banderas al aire, pero que al menos las recogen, no las dejan tiradas cual trapos en la arena y se ponen a levantar los brazos en señal de triunfo. Que todo esto se le puede aplicar a cualquiera de la terna de la novillada, aunque cada uno a su estilo. Sergio Sánchez, adalid de una vulgaridad insoportable, una máquina de trapacear sin decir nada, que es que no han dado opción de aplaudir ni a los de los yintonises. Que a todo lo más que llega es una vez tocan para el último tercio, después de haber pasado como un espectro por el ruedo, a estar ahí, a aburrir hasta la extenuación del ánimo de los presentes. Emilio Osornio muestra también su incapacidad, pero todo muy rápido, que no ha terminado un mantazo o un trapazo y ya está pensando en tres posteriores. Que ni acompañar las embestidas, abundando en la nada más absoluta. Y por último, Ignacio Candelas, con un brazo que puede estirar y estirar, hasta conseguir que el novillo pase más cerca del puesto de los helados de fuera de la plaza, que de su taleguilla y si el toro se le queda parado como un marmolillo, como su sexto, él sigue a lo suyo, que a base de ponerse y querer trapacear, igual hasta consigue desesperar a los más calmados.

Y luego viene lo de López Gibaja y los picadores, esa relación sentimental entre uno que da, otro que recibe y las mayorías de las veces, ni uno da, ni el otro... Que a nada que apriete el del palo, el animalito se nos queda en nada. Eso sí, luego que hay que picar. Claro, hay que picar y que criar toros encastados y medir el castigo; mira el otro. Pero claro, si después de esto, a lo que vamos es a que el coletudo pegue muletazos como si no hubiera un mañana. Presentación desigual y comportamiento... pues si quitamos el sexto que se ha parado casi nada más bajar del camión, los demás, con poco castigo, mal lidiados, más o menos iban y venían en el último tercio, aunque fuera con una sosería imposible, que no remediarían todas las salinas de la Isla de León. Que dirán ustedes que, ¡joer, a este tío no le gusta nada! Pues no es cierto, me gustan muchas cosas, pero es que ya no las practican. Que igual habría que ir a una escuela de las que “forman” toreros, a ver si nos explican de qué va esto, pero de momento uno no puede disimular su perplejidad y preguntarse, pero, ¿qué les enseñan en las escuelas?


Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:

ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html


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