Si alguien les dice que en la primera de feria se lidiaron seis toros, le dicen de mi parte que nanay, que naranjas de la china. Lo que ha salido por los chiqueros de las Ventas han sido seis mulos. Realmente podría detenerme a hacer un análisis más reposado y hasta con más detalle, pero es que ya me niego a intentar buscar algo bueno entre tanto desecho. Flojos, unos más que otros, sin clase, casi todos por igual, y algunos no sabían que era eso de humillar, a todo lo más amagaban con meter la cabeza, pero les era más fácil ir con la cara alta, como si de un burro se tratara.
Para que negarlo, hoy yo sólo esperaba algo de Curro Díaz y al final ha sido el único que ha estado dignamente en el ruedo de Madrid. En su primero además de tener que bregar con un toro imposible que iba mirando al cielo, tenía que tomar todas las precauciones posibles para que no se le viniera al suelo. Parecía que se iba repetir lo que en su anterior tarde en Madrid, cuando salió el cuarto, que al menos permitió que se le lanceara por el pitón derecho. Le recibió Curro con unos lances a la verónica, en los que ya se adivinaba la condición del toro, rematadas con una media muy de su estilo. En este mismo toro Juan Bautista quitó a la verónica, pero sólo por el pitón derecho. El niño Montoliú nos recordó, como siempre que le vemos, a aquel gran banderillero que fue su padre, con dos buenos pares. Y Curro no es que se decidiera sólo en el cuarto, también lo estaba en el primero, pero ese no permitía lucimiento. Quiso iniciar la faena por bajo, aunque sin abusar, pero el toro acabó arrastrando el hocico por la arena. Ambos, toro y torero se rehicieron y fue cuando llegó lo de más sustancia del trasteo. Una buena tanda de derechazos, quizás torciendo un poco la muleta, y otra mejor en la que Curro Díaz se pudo entregar, toreando desmadejado y corriendo muy bien la mano, para cerrar la serie con unos espléndidos pases de pecho, sacándose el toro por la hombrera contraria. El toro sólo tenía un pitón, el derecho, y lo supo aprovechar hasta que no hubo para más, para acabar cerrando al toro con torería, incluyendo un kikiriki enganchado. Cuadro al toro y se tiró tras la espada como si esta tuviera vida propia, ejecutando la suerte suprema con mucha verdad. Luego ya sólo podía sentarse en el estribo y esperar a que el pseudotoro de Domecq doblara y pasara al limbo de los toros para olvidar.
De los otros dos maestros no hay mucho que decir. Uno, Juan Bautista, el que en otras ocasiones ha podido hacer que alguien se ilusionara, ahora mismo parece que lo mismo que es torero podía ser marino mercante, técnico informático o cualquier otra cosa que le resultara rentable. Lo mismo se estiraba para hacer que el toro pasara muy lejos, que citaba con el brazo encogido como si estuviera asustado. Sin sitio, muy desconfiado, excesivamente desconfiado, pasó por las Ventas como una sombra.
A Eduardo Gallo siempre se le espera, deseando que vuelva aquel chico que de novillero nos enamoró, pero se le nota falto de ambición y afición. Ni con el sobrero de Navalrrosal se despertó el salmantino. Desgana para llevar el toro al caballo, desgana para templar y mandar en la embestida y desgana hasta para irse para casa, y con el único recurso de la vulgaridad para intentar animar el cotarro.
Una tarde en la que sólo apareció la clase de Curro Díaz, con unos mulos que en ningún momento reivindicaron su condición de toro bravo, que lo mismo se dormían debajo del peto, que se ponían a empujar cuando le tapaban la salida buscando la libertad. Y unos caballos de picar que cuando sentían el tímido embate del torito, se desplomaban como si les atacara la reencarnación de Jaquetón. Primera de una larga serie, y puede que sea el augurio de lo que nos espera todos los días a las siete de la tarde.
Para que negarlo, hoy yo sólo esperaba algo de Curro Díaz y al final ha sido el único que ha estado dignamente en el ruedo de Madrid. En su primero además de tener que bregar con un toro imposible que iba mirando al cielo, tenía que tomar todas las precauciones posibles para que no se le viniera al suelo. Parecía que se iba repetir lo que en su anterior tarde en Madrid, cuando salió el cuarto, que al menos permitió que se le lanceara por el pitón derecho. Le recibió Curro con unos lances a la verónica, en los que ya se adivinaba la condición del toro, rematadas con una media muy de su estilo. En este mismo toro Juan Bautista quitó a la verónica, pero sólo por el pitón derecho. El niño Montoliú nos recordó, como siempre que le vemos, a aquel gran banderillero que fue su padre, con dos buenos pares. Y Curro no es que se decidiera sólo en el cuarto, también lo estaba en el primero, pero ese no permitía lucimiento. Quiso iniciar la faena por bajo, aunque sin abusar, pero el toro acabó arrastrando el hocico por la arena. Ambos, toro y torero se rehicieron y fue cuando llegó lo de más sustancia del trasteo. Una buena tanda de derechazos, quizás torciendo un poco la muleta, y otra mejor en la que Curro Díaz se pudo entregar, toreando desmadejado y corriendo muy bien la mano, para cerrar la serie con unos espléndidos pases de pecho, sacándose el toro por la hombrera contraria. El toro sólo tenía un pitón, el derecho, y lo supo aprovechar hasta que no hubo para más, para acabar cerrando al toro con torería, incluyendo un kikiriki enganchado. Cuadro al toro y se tiró tras la espada como si esta tuviera vida propia, ejecutando la suerte suprema con mucha verdad. Luego ya sólo podía sentarse en el estribo y esperar a que el pseudotoro de Domecq doblara y pasara al limbo de los toros para olvidar.
De los otros dos maestros no hay mucho que decir. Uno, Juan Bautista, el que en otras ocasiones ha podido hacer que alguien se ilusionara, ahora mismo parece que lo mismo que es torero podía ser marino mercante, técnico informático o cualquier otra cosa que le resultara rentable. Lo mismo se estiraba para hacer que el toro pasara muy lejos, que citaba con el brazo encogido como si estuviera asustado. Sin sitio, muy desconfiado, excesivamente desconfiado, pasó por las Ventas como una sombra.
A Eduardo Gallo siempre se le espera, deseando que vuelva aquel chico que de novillero nos enamoró, pero se le nota falto de ambición y afición. Ni con el sobrero de Navalrrosal se despertó el salmantino. Desgana para llevar el toro al caballo, desgana para templar y mandar en la embestida y desgana hasta para irse para casa, y con el único recurso de la vulgaridad para intentar animar el cotarro.
Una tarde en la que sólo apareció la clase de Curro Díaz, con unos mulos que en ningún momento reivindicaron su condición de toro bravo, que lo mismo se dormían debajo del peto, que se ponían a empujar cuando le tapaban la salida buscando la libertad. Y unos caballos de picar que cuando sentían el tímido embate del torito, se desplomaban como si les atacara la reencarnación de Jaquetón. Primera de una larga serie, y puede que sea el augurio de lo que nos espera todos los días a las siete de la tarde.
4 comentarios:
Arte sí, pinturería también, verdad poquita. Ante animales de ese estilo que se caen varias veces al suelo no debería ser lícito conceder trofeo alguno.
Las Ventas se está poniendo muy barata y con disparidad de criterio según sea el autor de la faena.
Aquí se puede aplicar a la perfección eso de "en el país de los ciegos, el tuerto es el rey" Para mí lo primero que falló y se llevó tod por delante fueron los toros, a partir de ahí, todo se puede poner en duda.
Sí Enrique, sí, cuanta razón!!
Una verbena.
Con lo poquito que nos gusta, -a algunos- “eso”, en una Corrida de Toros.
A mí, personalmente, ni siquiera me gusta llamarlas “fiesta”.
Saludos
Gloria
Gloria:
Pero lo malo es que esto se va a repetir muchos días. Y si no, tiempo al tiempo.
Un saludo
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