Que escándalo más escandaloso, a Juanjo Padilla le han negado una oreja. ¿A dónde vamos a ir a parar? ¿Qué va a ser de la fiesta si se niegan las orejas? ¿Podrá dormir tranquilo el señor presidente el resto de su vida? Estoy compungido, pero voy a hacer de tripas corazón y reponiéndome a las adversidades, voy a continuar. Juanjo, estamos contigo.
Después de esto, ya nada tiene valor. Contar que los mulos del señor Flores se comportaron como tales, manseando, aunque lo de los dos últimos fuera más evidente, sobre todo por el peligro que tenían. Sólo el cuarto ofreció algunas embestidas aprovechables, esas con las que Juanjo Padilla se ganó su oreja que el presidente no le dió, pero después me explayaré con tamaña injusticia. Los toros de Samuel Flores volvieron a poner en evidencia al que elige las ganaderías para la feria de San Isidro y como viene siendo habitual, el ganado adoleció de falta de fuerzas, mansedumbre, falta de clase y un estilo más parecido al del mulo de un Belén, que a un toro bravo.
Se anunciaban tres toreros que estaban más que dispuestos para que el público se divirtiera, sólo les faltaba invitar a canapés y calimocho. El primero de ellos, Juan José Padilla, Juanjo para los más fieles, se aisló del mundo y empezó a desplegar todo su repertorio y no fue obstáculo para él el que su primero no tuviera fuerzas ni para respirar; él a lo suyo, cogió banderillas como para invitar a sus compañeros de terna y allá que se fueron los tres a dar volatines delante del inválido. Intentó contorsiones casi imposibles para caldear el ambiente, pero su toro era el cuarto. El Samuel iba y venía permitiéndole a Juanjo sacar lo que lleva dentro. El jerezano es el que mejor sabe convertir la incompetencia y vulgaridad en locura colectiva y convertirlo en algo favorable para sus intereses. Pone banderillas a toro pasado a la velocidad del trueno, no coge toro y pone una sola, pero no pasa nada, se pone un par más y ya está, y para más INRI, al violín. Con un chapucero segundo tercio ya consiguió encauzar la plaza, que ya vio que iba a ocurrir algo histórico con el recibo con las tres largas de rodillas. Brindis “mu sentío” al público de Madrid, aquel con el que Juanjo tuvo sus cosas, pero al que le iba a dar todo. Con ese murmullo del crujir de las pipas, Juanjo se lió a dar mantazos con el pico, intercalando espasmódicas carreras entre trapazo y trapazo. Siempre citando fuera de cacho, con la muleta muy oblicua y metiendo la punta en el testuz, para no acabar el lance, cortándolo de golpe, seguido de una carrera para recolocarse y prepararse para perpetrar el siguiente natural. Yo en este momento eché de menos el poder escuchar a la banda de música desgranando las notas de Paquito el Chocolatero, mientras los tendidos coreaban un rítmico ¡je! ¡je!. La oreja ya estaba ganada, ahora a matar, pues por eso no va a ser. Juanjo se retorció delante del torillo, sería para buscarle la muerte, y de repente se tiró como una exhalación para cobrar un infame bajonazo atravesado que causó la muerte fulminante del Samuel. Era la locura, empezaron a verse pañuelos y a oírse voces y más voces, que es como se piden las orejas más sentidas. Pero nadie contaba con que el señor presidente no iba a sacar el pañuelo blanco, ¿qué le costaba? Menuda plaza, seguro que en cualquier pueblo de por ahí, le habrían dado esa oreja y el rabo si hacía falta. La locura se tornó decepción y ni tan siquiera le pidieron a Juanjo que diera la vuelta al ruedo. U oreja o nada, menudos somos nosotros para esto de la verbena.
Pero hubo dos toreros más, Luis Miguel Encabo, que por momentos no parecía creerse que estuviera en Madrid, como muchos otros, y que cuando quiso meterse en ambiente ya estaba ante el mansurrón y cornalón quinto de la tarde. Su primero no pensaba en otra cosa que irse a toriles y el segundo, marcharse por la puerta de toriles. Tendrá que esperar a otra ocasión y a otra ganadería y si le vuelven a ofrecer los de don Samuel Flores, que se invente una excusa o que diga que prefiere los Cuadri o los Palha, que aunque salgan mansos, tienen casta y todo se valora mucho más.
El tercero fue Iván García, el torero madrileño que atesora suficientes méritos para verse anunciado en la feria de San Isidro. El aficionado los desconoce, pero seguro que los atesora. Puede que fuera porque él como ninguno es capaz de moverse en este ambiente verbenero y triunfalista, encendiendo la caldera con multitud de mantazos con el pico, llevando al toro muy lejos, y sin parar de bailar mientras trapacea al bovino. Con la plaza a favor, pues Juanjo se la había dejado a cien, se enfrentó al último manso, con el que tardó en confiarse y en ver que le podía “sacar” pases. Mucha carrera entre pase y pase, muy mal colocado y mucha vulgaridad, jaleada por la parentela y los que aún se relamían con la faena de Juanjo. El bueno de Juanjo que aún estará rumiando esa idea que desde las ocho y media le ronda en la cabeza: “Ma’n birlao” una oreja.
Después de esto, ya nada tiene valor. Contar que los mulos del señor Flores se comportaron como tales, manseando, aunque lo de los dos últimos fuera más evidente, sobre todo por el peligro que tenían. Sólo el cuarto ofreció algunas embestidas aprovechables, esas con las que Juanjo Padilla se ganó su oreja que el presidente no le dió, pero después me explayaré con tamaña injusticia. Los toros de Samuel Flores volvieron a poner en evidencia al que elige las ganaderías para la feria de San Isidro y como viene siendo habitual, el ganado adoleció de falta de fuerzas, mansedumbre, falta de clase y un estilo más parecido al del mulo de un Belén, que a un toro bravo.
Se anunciaban tres toreros que estaban más que dispuestos para que el público se divirtiera, sólo les faltaba invitar a canapés y calimocho. El primero de ellos, Juan José Padilla, Juanjo para los más fieles, se aisló del mundo y empezó a desplegar todo su repertorio y no fue obstáculo para él el que su primero no tuviera fuerzas ni para respirar; él a lo suyo, cogió banderillas como para invitar a sus compañeros de terna y allá que se fueron los tres a dar volatines delante del inválido. Intentó contorsiones casi imposibles para caldear el ambiente, pero su toro era el cuarto. El Samuel iba y venía permitiéndole a Juanjo sacar lo que lleva dentro. El jerezano es el que mejor sabe convertir la incompetencia y vulgaridad en locura colectiva y convertirlo en algo favorable para sus intereses. Pone banderillas a toro pasado a la velocidad del trueno, no coge toro y pone una sola, pero no pasa nada, se pone un par más y ya está, y para más INRI, al violín. Con un chapucero segundo tercio ya consiguió encauzar la plaza, que ya vio que iba a ocurrir algo histórico con el recibo con las tres largas de rodillas. Brindis “mu sentío” al público de Madrid, aquel con el que Juanjo tuvo sus cosas, pero al que le iba a dar todo. Con ese murmullo del crujir de las pipas, Juanjo se lió a dar mantazos con el pico, intercalando espasmódicas carreras entre trapazo y trapazo. Siempre citando fuera de cacho, con la muleta muy oblicua y metiendo la punta en el testuz, para no acabar el lance, cortándolo de golpe, seguido de una carrera para recolocarse y prepararse para perpetrar el siguiente natural. Yo en este momento eché de menos el poder escuchar a la banda de música desgranando las notas de Paquito el Chocolatero, mientras los tendidos coreaban un rítmico ¡je! ¡je!. La oreja ya estaba ganada, ahora a matar, pues por eso no va a ser. Juanjo se retorció delante del torillo, sería para buscarle la muerte, y de repente se tiró como una exhalación para cobrar un infame bajonazo atravesado que causó la muerte fulminante del Samuel. Era la locura, empezaron a verse pañuelos y a oírse voces y más voces, que es como se piden las orejas más sentidas. Pero nadie contaba con que el señor presidente no iba a sacar el pañuelo blanco, ¿qué le costaba? Menuda plaza, seguro que en cualquier pueblo de por ahí, le habrían dado esa oreja y el rabo si hacía falta. La locura se tornó decepción y ni tan siquiera le pidieron a Juanjo que diera la vuelta al ruedo. U oreja o nada, menudos somos nosotros para esto de la verbena.
Pero hubo dos toreros más, Luis Miguel Encabo, que por momentos no parecía creerse que estuviera en Madrid, como muchos otros, y que cuando quiso meterse en ambiente ya estaba ante el mansurrón y cornalón quinto de la tarde. Su primero no pensaba en otra cosa que irse a toriles y el segundo, marcharse por la puerta de toriles. Tendrá que esperar a otra ocasión y a otra ganadería y si le vuelven a ofrecer los de don Samuel Flores, que se invente una excusa o que diga que prefiere los Cuadri o los Palha, que aunque salgan mansos, tienen casta y todo se valora mucho más.
El tercero fue Iván García, el torero madrileño que atesora suficientes méritos para verse anunciado en la feria de San Isidro. El aficionado los desconoce, pero seguro que los atesora. Puede que fuera porque él como ninguno es capaz de moverse en este ambiente verbenero y triunfalista, encendiendo la caldera con multitud de mantazos con el pico, llevando al toro muy lejos, y sin parar de bailar mientras trapacea al bovino. Con la plaza a favor, pues Juanjo se la había dejado a cien, se enfrentó al último manso, con el que tardó en confiarse y en ver que le podía “sacar” pases. Mucha carrera entre pase y pase, muy mal colocado y mucha vulgaridad, jaleada por la parentela y los que aún se relamían con la faena de Juanjo. El bueno de Juanjo que aún estará rumiando esa idea que desde las ocho y media le ronda en la cabeza: “Ma’n birlao” una oreja.
4 comentarios:
Juanjo PATILLA es mi debilidad. Creo que es el tío que peor torea de todos y el que peor se viste. Pero ahí lo tienes...
Saludos don Enrique.
I.J. del Pino:
Es curioso, como tú dices, el que peor torea del mundo, pero ayer demostró que es único para hacer que su incapacidad vaya en su beneficio. Por poner un ejemplo, en su segundo hizo el ridículo en danderillas, incluso no cogiendo toro, pues pidió poner otro par y la gente entró en el delirio. Así es Juanjo. Por lo de los trajes habría que hacérselos coser a él mismo. Un saludo
Vale todo, el Encabo, la pasada temporada 5 paseillos y el Iban 1, y el Cuento de Arreglos Taurinos probando carteles por unanuimidad ¡Viva El Escorial!
Respecto a ser el peor de todos hay mucho que hablar, la fila de candidatos da la vuelta al mundo
Lupimon
Lupimon:
Lo malo es eso, que con los malos podemos montar seis ferias tan largas como esta y con los buenos casi no hacemos ni una corrida
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