Por lo que se ve, Ferrera no tiene curiosidad por ver lo que ocurre en la calle y aunque oiga alboroto, él no se asoma al balcón. |
¡Qué injusto es el mundo! ¿Hay algo más cruel que un señor saque una bolsa de caramelos, se ponga a repartir uno a todos los niños de tu
clase y que se le acaben justo en el niño anterior? Pues sí, el que se regalen
orejas como si no costaran a todos los que se pasan este San Isidro por Madrid
y justo el día de Ferrera, Abellán y Luque no quedan los pelos. Con lo
despojistas que son los tres y resulta que justo les va a tocar la tarde de los
del Puerto de San Lorenzo. Que no es que haya sido una corrida peor que otras,
simplemente debe ser que los tres querían caramelos, perdón, orejas, por el
simple hecho de hacer el paseíllo. ¡Hombre! Qué menos que una portagayola, unas
manoletinas o algún arrimón más con atropello y revolcón incluido. Estos
quieren que se les regalen las orejas solo por pegar trapazos. ¡No, hombre, no!
¿Qué menos que algo que poder contar a los vecinos para después soltar “y le
dieron una oreja”? Que esto es muy serio, que hay mucho en juego, que el
yintoniz se te atragante. que el canapé se te atraviese o que el clavel se
ponga mustio. Muy serio.
Serio lo de la corrida de El Puerto, que aparte de la mala
lidia recibida en general, no ha valido para casi nada y para lo que valía no
se podía hacer en el ruedo. ¡Una barbacoa! Aunque ya digo, que no ha sido peor
que las muchas que llevamos, en especial cuando aparecen por la puerta de
cuadrillas algunos afines a la élite de la Tauromaquia 2.0, bien por guapura
del mocetón, por las apariciones en las revistas o por tener como apoderado a
alguien con mando en plaza y suficientes cromos que cambiar. No es exactamente
el caso de Antonio Ferrera, que aunque en lo que se le ha visto esta feria no
ha dejado nada resaltable, sí que se ganó su sitio en el ruedo y con ganaderías
comprometidas. Pero está claro que no se acerca a aquellos días, ni tiene el
mismo sitio, ni la misma claridad de ideas en la cara del toro. A su flojísmo
primero que ya salió picado de chiqueros no le picaron ni en la primera vara.
Fue chocar contra el peto y se despanzurró a pie del caballo. Nada en la
segunda, ni siquiera una raspalijón. Tomó los palos Ferrera para pegarse muchas
carreras y clavar a toro pasado, basando en exceso la efectividad al parear en
sus condiciones físicas. Ya con la muleta, comenzó muy suave por abajo y el del
Puerto metía la cabeza, pero no tenía ni un suspiro de fuerzas. La faena
transcurrió en un continuo torcer la muleta, citar fuera de cacho, carreras y
pases al aire, con un toro arrastrándose por el ruedo. El cuarto salió
frenándose y con las manos por delante, punteando el capote, pero acorralando
al matador, que hubo de darse la vuelta cediendo terreno hacia los medios. Muy
suelto, se fue a encontrarse con el caballo reserva. En el reserva se le pegó
en el puyazo y en el segundo, trasero, el animal solo se dejó, tirando alguna
cornada al peto. Volvió Ferrera a coger los palos, destacando el segundo par,
más porque el toro le apretó, costándole ganar la cara y pudiendo clavar,
aunque tirando los palos, a fuerza de físico. En el trasteo le empezó quitando
la muleta de la cara, sin correr la mano, trallazos y sin acabar de saber por
donde echarle mano al animal. Carreras sin cesar, enganchones, buscando el
sitio sin ver ninguno claro, para acabar en toriles. Un cúmulo de
circunstancias que hicieron al toro peor de lo que era, haciendo que los
defectos se agravaran en lugar de irlos limando con la lidia.
Miguel Abellán volvía una vez más este año, no sé si más
apático que en otras ocasiones o que simplemente es su manera de desenvolverse
en el ruedo, ya bastante sosa de por si. Muy parado su primero, le desarmó a
las primeras de cambio en mitad del manteo de recibo. Mal la lidia, dejando que
el toro fuera al caballo desde las dos rayas, primero y luego tirándolo allá
donde cayera en el segundo encuentro. Dos puyazos solo señalados. En el primero
el toro parecía que hasta quería empujar, pero las fuerzas no le daban y en el
segundo no pudo más que soltar cornadas al peto mientras le tapaban la salida.
Quedó sin picar. Con la muleta Abellán principió por abajo, pero el animal no
podía. Ya al natural se complicó más la cosa, con coladas por el pitón
izquierdo. Cambió a la derecha para ofrecer un toreo distante, con el pico,
echando el toro para afuera y citando desde muy afuera. No sé cuantas tandas
daría, para volver de nuevo al pitón izquierdo y seguir con la misma rutina,
para cerrar con naturales a pies juntos. Su segundo, el quinto, salió muy
suelto, pero no se crean que nadie hizo por sujetarlo. Multitud de mantazos,
pero ninguno eficaz. Tampoco cuido la colocación en el caballo en este quinto,
que además tampoco ofrecía facilidades para ello. Ya en el caballo, el animal
empujaba, siempre para afuera, hacia los medios, pero en cuanto tenía ocasión
se iba suelto. Tuvo que sacarlo de toriles para empezar a pasarlo de muleta,
pero se juntaron el hambre con las ganas de comer. Uno con la casta del mulo y
el otro con una apatía y aburrimiento desesperante. Muchas dudas y demasiadas
ventajas. y al final, el toro se fue a toriles para morir, todo un síntoma.
En su primera tarde
Daniel Luque desplegó todo su repertorio al que tiene acostumbrado al personal,
excepto ese capote que parecía que mejoraba día a día y aún teniendo cierta
prestancia, ya asoma demasiado el pasito atrás y los remates al aire. Aunque si
hablamos del manejo de este para lidiar, ese es otro cantar, es un no saber qué
hacer con él, permitiendo, como en su primero, el que el toro ande a su aire
por la plaza, recorriendo hasta los bares y servicios del Las Ventas. Lo mismo
el picotazo con timidez se lo daba el de tanda, que el de puerta, sin que
hubiera un torero con recursos para intentar amarrar aquello y fijarlo. El
manso se fue a reposar a toriles, pero el vicio de la huida no le desapareció
tampoco en la faena de muleta, a lo que también ayudaban los trapazos al aire
que Daniel Luque derrochaba lo mismo por la diestra, que por la siniestra. No
obstante, cuando por una casualidad le dejaba la muleta, el animal se quedaba
un poco más, pero tampoco. Después vino un recital de pinchazos, no sé si
llegarían o sobrepasarían la docena, pero en todo caso, fueron demasiados. El
sexto fue un sobrero de José Luis Pereda, con una lámina muy propia de cabra
hispánica, feo a rabiar. De salida se quedó convertido en estatua de sal frente
al matador, los dos mirándose, como si se conocieran de algo, pero no, no era
el caso. Mal colocado el toro al caballo, recibió un puyazo trasero en el que
al menos le aguantaron el palo, hasta que se fue suelto, más un puyazo señalado
tapándole la salida, mientras el de pereda cabeceaba debajo del peto. Comenzó
el trasteo desde los medios, dando distancia al toro, estirando mucho el brazo,
muy fuera, metiendo el pico, levantando la mano y sin templar. No tardó en
acortar las distancias iniciales, para seguir con la izquierda, con mucho
enganchón y más dando aire al animal que toreándole. Arrimón, péndulo, trapazos
desordenados y el bullicio del personal que veía que ya llegaba la oreja de
todas las tardes, pero al final no fue así. Tanto despojo regalado sin sentido
y justo cuando Daniel Luque estaba estirando la mano para recibir su regalito y
ya le tocaba, es cuando a la señora se le acabaron los caramelos.
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