sábado, 16 de mayo de 2015

Toros en Villarriba... los toreros, en Villabajo

Antes sí que sabían honrar al santo


Lo bonito y castizo que resulta el hacer partícipes a las localidades vecinas a la capital de sus fiestas patronales. Como decían antes, Madrid es el pueblo más grande del mundo y será por eso, por esa proximidad física y sentimental de Madrid con los pueblos, que siempre que puede comparte con ellos su dicha y alegría. Corrida de toros para conmemorar a San Isidro; pues bien, el festejo ha llegado a todos los rincones de la provincia... y más allá. ¿Cómo? Muy fácil, todo es ponerse, querer es poder. Coja una corrida de unos toros no bobones, que no sean del todo borregos y contrata a tres figuras. En este caso, los toros eran de Parladé y los maestros, Miguel Abellán, Miguel Ángel Perera e Iván Fandiño. Ellos pueden estar en el ruedo de Las Ventas, que no se preocupen, que entre pico y estiramientos de brazo, hacen que el toro pase haciendo la ruta Ajalvir, Daganzo, Loeches, Vicálvaro, Moratalaz y otra vez Ventas. Ni David Coperfield. Y así a cada mantazo. Y luego nos quejamos de que los toros están desfondados. Ni Forrest Gump se hacía tantos kilómetros.

No nos podemos quejar de la presentación del ganado, quizá uno bajaba un pelín, pero nada que sea motivo para mandar a Siberia al ganadero. Bien es verdad que mantiene la tónica de presentar corridas no aptas para que se las pique, aunque igual que parece que va consiguiendo un toro admisible, lo mismo nos encontramos con que también cría un animal que pueda protagonizar un tercio de varas de aprobado. El primero, recibido a portagayola por Abellán, salió muy parado. Parecía que aquello iba a ser y una relación frustrada. Mantazos de uno, arreones del otro, un desarme. ¡Empezábamos bien! Le abandonaron en las inmediaciones del caballo, para encima pegarle un puyazo trasero y taparle la salida. El Parladé hasta empujaba, de lado, mientras el picador levantaba el palo. La segunda vara fue un picotazo señalado y trasero. Ya en banderillas se arrancaba con prontitud, lo que hacía pensar en que podría haber toro para el último tercio. Y así fue, aunque no hay que llevarse a equívoco, no era ninguna tonta del bote. No me atrevería a decir que solo tenía picante, ni que era un toro encastado, pero un puntito de esto último sí que tenía. No le guiaba el genio, buscaba y se enteraba de lo que allí ocurría y lo tenía en cuenta para ocasiones sucesivas. Así pasaba que mientras Miguel Abellán se quería aliviar con el pico de la muleta y llevarlo de lejos, él sentía curiosidad por ver que había en ese hueco de luz entre el bulto y el trapo. ¡Vaya! No había colaboración. Acusaba la falta de mando por parte del torero, y la demostración era que cuando se le bajaba la mano y se tiraba de él, el animal ofrecía una embestida más suave y prolongada. En otro caso, como le pasó anteriormente por el pitón izquierdo, hasta se quedaba a mitad del viaje. El diestro optó por acortar las distancias al mínimo y sacar los muletazos uno a uno, pudiendo así tomarse su tiempo para recolocarse y respirar entre cada arrancada. Tiene que atosigar mucho el notar como el toro va detrás de la tela insistentemente, sin poder dominarlo ni por un instante. Trapazos y enganchones entre los pitones y queriendo ahogar la embestida, no rematando los pases, sino quitándole el engaño bruscamente. Entera rinconera y una oreja, aunque este detalle tampoco tiene mayor trascendencia, Ya es algo habitual en estos tiempos. Otra cuestión es la condición y el valor del premio; también se podrían regalar en los botes de detergente y en muchos casos daría lo mismo. En el cuarto otra portagayola, ¡Viva la variedad! Quizá estaría mejor entrenar la verónica sin pegar trallazos, aunque se nos ponga en plan fino con los pies juntos, pero si los brazos van a la velocidad del trueno... Y para rematar, otra larga de rodillas. Entre ciertas prisas tiró el toro al caballo, un ahí te quedas ahí mismo. El toro cabeceó mucho al notar el palo. Escena calcada en la segunda vara, con un puyazo señalado incluido, pero en esta segunda ocasión hay que señalar lo bien que se agarró el picador y el buen sitio en que picó. Bueno, que apoyó el palo. Mejor el toro por el pitón izquierdo en el tercio de banderillas. El trasteo de Abellán se resume en trapazos de brazo estirado y muleta torcida, enganchones y nulo dominio, si acaso acompañaba la embestida y todo por el pitón derecho. Cuando cambio de mano la cosa no varió.

Miguel Ángel Perera parecía querer mostrar la solvencia que algunos le atribuyen, que no es lo mismo que andar con desgana. Al menos no nos obsequió con miradas castigadoras bastante castigo fue ese abandono de la lidia que tan bien practica. Torería debe ser el dejar al toro que vaya suelto al caballo o dejarlo tirado, para que el animal le señalen, como mucho, el puyazo tapándole la salida. Eso sí, hay que decir que el viento era raro el instante en que se calmaba, molestó mucho durante toda la corrida. El Parladé fue pronto en banderillas, poniendo en aprietos a los rehileteros, a los que hicieron saludar. Parecía más una ovación a la falta de capacidad banderillera que una recompensa al buen hacer. Con la muleta Perera se hizo una maratón entre trapazo y trapazo. Muy técnico, excelso, manejando el pico de la muleta y llevando al toro por la carretera de circunvalación de Trujillo, alargando el brazo hasta descoyuntarse. El toro se iba quedando, pero ahí seguía Perera hasta que no le quedara un trapazo en la saca. A la enésima tanda de ventajas y lejanías optó por la espada, zascándose un bajonazo imperial, soltando la muleta. ¡Maestros! En el quinto casi se puede ver una fotocopia de todo lo anterior. El toro se lió a cornear el peto en el primer tercio, yéndose suelto del caballo. Se dolió bastante de los palos y aunque en la muleta seguía mejor el engaño por el pitón izquierdo, el matador iba a lo suyo, a esa desesperante manía del derechazo, derechazo, derechazo, adornado de una vulgaridad suprema, sin arte, ni gracia. Y a todo esto le llamamos arte. El mismo que tuvo otro bajonazo y los cinco descabellos para quitarse de en medio al Parladé. Y una pregunta antes de cerrar la cuestión Perera. ¿Cómo ven ustedes que a un señor matador de toros se le avise desde el palco antes incluso de haber pensado en ir a por la espada? Ahí lo dejo, ya me dirán.


Fandiño aún estaba rumiando la encerrona o lo que es peor, anda bastante perdido. Para abreviar, recibió a los dos a portagayola, no hay otra, o eso o el abismo. Pues el abismo empieza a no parecer tan malo. Que luego vemos al torero echándose a un lado para no ser arrollado, pero la intención es lo que cuenta. En cambio no cuenta el dejar al toro a su aire para llevarlo al caballo. Si acaso, solo si acaso, en mitad de capotazos inconexos, el espada decide que ahí y se va por donde había venido. No parece posible el ver como se pone el toro al caballo con un remate y que al salir de él se encuentre de cara con el señor del palo y la bota de hierro. El toro, el más justo de la corrida, se quejó de los palos, pero lo bueno venía después, un derroche de insignes trapazos a toda tralla por parte de Fandiño, sin bajar la mano, sin templar, a lo lejos y ahogando la embestida al natural, no fuera a ser que nos lleváramos un susto. Para recibir al sexto, ¿podrían adivinar qué se le ocurrió a Fandiño? Exacto, irse a portagayola. Repito ¡Viva la variedad! Pero lo mejor de todo es el entusiasmo que este circo provoca en el respetable. Esto y que la montera caiga boca abajo es el delirio. Solo por esto merece la pena pagar el precio de la entrada. Pero si hablamos de poner el toro en suerte, de conseguir quitárselo de encima, de eso nada. Por allí andaba el de Orduña moviendo la tela a demanda del toro, para acabar metiéndolo debajo del peto. Da lo mismo que no nos lo dejara ver, eso es para los aficionados nada más. El toro se limitó a cumplir mientras le señalaban el puyazo. Mal colocado en el segundo envite, el toro se arrancó bien, empujó con fijeza, pero con la cara alta, para otra vara solo señalada. Eso sí, las banderillas le hacían pupa y así lo hacía ver. El inicio de faena transcurrió entre trapazos y banderazos por el c... por la espalda. El toro iba a todo lo que le ofrecía el matador, aunque fuera para tomar trapazos destemplados y con el pico de la muleta, atropellado y tocando la tela demasiado a menudo. Sin rematar jamás, que jamás quiere decir, jamás, o sea, nunca jamás. Y que tengamos que oír eso de: ya están con lo del pico, siempre el pico, ya cansan los del pico. ¿Se imaginan lo que es el tener que aguantar tardes y tardes contemplando semejante espectáculo? Cerró Fandiño con unas bernadinas que enardecieron al personal, ¡faltaría más! Pinchazo, le rebaña con el pitón y el torero cae a la arena quedándose como desvanecido. La verdad es que el susto en la plaza fue de consideración y más con los antecedentes de la tarde anterior. so sí, según me comentó un aficionado de los de fiarse, uno de los escasísimos de los que me fió sin reservas, habría que ver las imágenes de este incidente y las reacciones del matador. Entera soltando el trapo y ahí se acabó. Y digo que se acabó, porque no me quedé a más, ahora mismo no sé si hubo oreja, vuelta o re
galo de un jamón. Eso ya no me interesa, lo importante ya lo había visto en el ruedo. Un toros que pudieron haber sido tratados de otra forma, que todos ofrecieron opciones de haber estado cuanto menos, dignos, pero los tres espadas prefirieron estar... de otra manera, como si hubieran estado en otra plaza, en otra fecha. La sensación era que estaban los toros en Villarriba... y los toreros, en Villabajo.

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